jueves, 8 de septiembre de 2016

Lectura: Moby Dick. 8 Septiembre



1.1. HERMAN MELVILLE (1819-1891). Obras:



1.2. Otras obras de ficción fundamentales de esa época en EEUU:

- 1826: El último mohicano, James F. Cooper

- 1850: La letra escarlata, Nathaniel Hawthorne



2. MOBY DICK

2.1. Género. Variedad de géneros: ficción, novela de aventuras/ viajes/ mar, épica


2.2. Argumento: Narra la travesía del barco ballenero Pequod, bajo el mando del capitán Ahab, persiguiendo de forma obsesiva y autodestructiva a la ballena blanca, Moby Dick.


2.3. Personajes: Capitán Ahab (inspirado en el Rey Lear, Ismael (narrador), Queequeg, Tashtego, Daggoo,  Starbuck,  Stubb, Flask y Moby Dick.


2.4. Temas

La persecución obsesiva de una ballena y el proceso de autodestrucción de su perseguidor simbolizan la lucha entre el bien y el mal que conviven en el ser humano, la lucha frente a lo desconocido y el mecanismo de autodestrucción al que conducen fuerzas internas tales como la ceguera que produce la sed de venganza (Yago, Rey Lear). Afán didáctico en la obra de los escritores de esta época, “padres de la literatura norteamericana”.

La imposibilidad de luchar contra el mal. Predestinación de los puritanos: el mar simboliza el mal, Moby Dick es un aspecto de ese mal: el pecado. Ahab es el condenado que no puede escapar a su destino.

La otra cara de la América optimista y el Dios más afable de los puritanos: la negrura mística de Hamlet.


2.5. Inspiración en hechos reales. Además de haber estado basada en las experiencias personales de Melville como marinero, Moby Dick está inspirada en dos casos reales:

  • La epopeya que padeció el ballenero Essex, de Nantucket, Massachusetts, cuando fue atacado por un cachalote en 1820.
    Tras ser hundidos por el cetáceo, los tripulantes vagaron por el
    océano Pacífico hasta la isla Henderson. 91 días después, fueron rescatados y desembarcados en Valparaíso (Chile). George Pollard Jr. y Owen Chase, dos de los ocho supervivientes, relataron el suceso.
  • El caso de un cachalote albino que merodeaba la isla Mocha (Chile) en 1839, al que los marineros llamaban «Mocha Dick» en el siglo XIX.
    El relato de este caso fue publicado en 1839 por la revista
    neoyorquina Knickerbocker. Escrito por un oficial de la armada estadounidense, narra el enfrentamiento real de balleneros con un cetáceo albino conocido como Mocha Dick cerca de la isla Mocha, en Tirúa (Chile). Como Moby Dick, el cachalote albino escapó incontables veces de sus cazadores durante más de cuarenta años, por lo que llevaba varios arpones incrustados en su espalda. Los balleneros contaban que atacaba furiosamente dando resoplidos que formaban una nube a su alrededor; embestía los barcos perforándolos y volcándolos, matando a los marineros que se atrevían a hacerle frente. Según el narrador del artículo publicado en la revista, para lograr matar a Mocha Dick se requirió la colaboración de variosos barcos balleneros de distintas nacionalidades.
    En Chile, en la cultura indígena
    mapuche, existe el mito del Trempulcahue, cuatro ballenas que llevan las almas de los mapuches muertos hasta la isla Mocha para embarcarse en su viaje final.  


2.6. Interpretaciones. Obra de marcado carácter simbólico. Aspectos de este simbolismo:

- multicultural: en el barco conviven una serie de personajes de diversos países, religiones y creencias lo cual le convierte en un símbolo de la humanidad.

- bíblico/religioso: alegoría sobre la eterna lucha entre el bien y el mal, predestinación de los puritanos

- filosófico: el mal exterior y las fuerzas internas autodestructivas del ser humano

- literario: tono épico, homenaje a Shakespeare (Capitán Ahab y King Lear, Otelo y Mcbeth), Fausto



2.7. Estudio enciclopédico sobre las ballenas y muchísimos aspectos de la vida, extremadamente dura, en un barco.

Tono híbrido que puede ser bíblico y épico en algunos capítulos especialmente en los monólogos de Ahab con una técnica casi teatral (dramático), variar de cotidiano a científico con descripciones técnicas muy precisas, filosófico con numerosas reflexiones de carácter metafísico, lírico en las descripciones de paisajes marinos.

Utilización de diversos y variados recursos estilísticos: narración de historias y anécdotas de la vida en el mar, bellísimas descripciones de lugares y paisajes remotos, excelente análisis psicológico de la lucha interna de algunos personajes ante lo desconocido, el miedo – Pip -, la sed de venganza, narrador en primera persona que se va diluyendo a lo largo de la historia hasta convertirse en un mero testigo de los acontecimientos, personajes que aparecen pero pierden relevancia a medida que los hechos se precipitan quedando Ahab, el océano y la ballena como únicos protagonistas de la historia.



2.8. Comentarios y textos sobre Moby Dick


La verdadera historia de Moby Dick: ¿puede una ballena atacar a un humano?

Rebeca Coxon, BBC Historia, 29 diciembre 2013

Los cachalotes son mamíferos relativamente plácidos y han ocurrido muy pocos incidentes en tiempos modernos que indiquen lo contrario. Estos animales se alimentan principalmente de calamares y raramente atacan, solo lo hacen -aparentemente- cuando confunden a otros mamíferos con focas o presas.

En su libro publicado en 1839 sobre la historia natural de los cachalotes, Thomas Beale, un cirujano a bordo de un ballenero, describe al cachalote como "uno de los animales más tímidos e inofensivos, dispuesto a escapar de cualquier cosa que tenga una apariencia inusual".

No obstante, Richard Bevan, zoólogo y profesor de la Universidad de Newcastle, en Reino Unido, señala que la ballena puede recordar si fue atacada en el pasado.

"No tengo la menor duda de que un cachalote puede recordar si lo atacaron con un arpón y puede responder agresivamente si siente que está amenazado", explica Bevan.

"Por otro lado, una nave grande como es un ballenero tiene todo el aspecto de una gran amenaza, incluso para un cachalote adulto, por eso imagino que lo más probable es que al verlo, se aleje".

Sin embargo, la literatura del siglo XIX parece indicar lo contrario: hay numerosas historias cuya trama gira alrededor del ataque premeditado de una ballena -o varias- a una embarcación.

¿Son acaso una respuesta a una amenaza, ocurren por hambre o como en la clásica novela de Herman Melville, se trata de un acto de venganza?

La trágica historia del Essex

En 1820, una ballena gigante, de cerca de 26 metros de largo -la longitud típica es de 15 metros- atacó y hundió a un barco estadounidense llamado Essex. La tripulación acabó en tres botes a miles de kilómetros de la costa.

Solos en medio del Océano Pacífico, los hombres tuvieron que decidir si ir hacia las islas más cercanas, a miles de kilómetros hacia el oeste, con viento a favor, o realizar un viaje épico de casi 5.000 kilómetros para llegar a las costas de América del Sur.
El miedo a los caníbales los forzó a elegir como destino América del Sur.

Nunca llegaron.

De los 21 miembros de la tripulación a bordo del Essex, sólo 8 fueron rescatados después de más de 80 días en alta mar. Relataron al regreso una historia increíble marcada por el hambre, la deshidratación y una desesperación imposible de imaginar.

 
Dos de los sobrevivientes escribieron la historia.

Owen Chase publicó su relato a los pocos meses de regresar y su texto fue leído por un público numeroso.

El otro, escrito por Thomas Nickerson 50 años más tarde, nunca llegó a publicarse. Fue descubierto en un ático en 1960, 80 años después de su muerte.

Los textos difieren en algunos detalles, pero ambos coinciden en su versión de cómo se hundió el barco.

Herman Melville escuchó la historia, se reunió con el capitán del Essex y así fue como se inspiró para escribir su novela Moby Dick.

El título de la obra fue tomado del nombre de una ballena real: Mocha Dick, avistada por primera vez en siglo XIX por un grupo de marineros cerca de la isla Mocha, en el sur de Chile.

Los marineros solían darles nombres a las ballenas como si fueran mascotas.

Tom y Dick eran nombres comunes.

Mocha Dick era una ballena albina, descrita por el explorador Jenimiah Reynolds como un cachalote de "tamaño y fuerza prodigiosa… blanco como la lana". Según cuenta la leyenda, el animal mató a 30 hombres. Tenía el cuerpo lleno de heridas de los muchos intentos que se hicieron por atraparlo hasta que finalmente lo lograron, en 1838.


Cerebros gigantes
Descritos en ocasiones como leviatanes -unas bestias marinas que aparecen en el Antiguo Testamento- los cachalotes son en verdad criaturas de proporciones míticas.

Tienen los dientes más grandes de todas las ballenas y llegan a vivir más de 60 años.

Pueden bucear a más profundidad que cualquier otro mamífero marino -hasta unos tres kilómetros- para cazar su manjar preferido: el elusivo calamar.

Sin embargo, lo que más sorprende es que tienen el cerebro más grande del planeta, uno que, de cierta manera, es más complejo que el de los seres humanos.

Su corteza cerebral es más complicada que la nuestra y son criaturas sociales que establecen vínculos fuertes, permaneciendo en grupos estables, y creando relaciones que mantienen de por vida.


Lindy Weilgart, investigadora asociada del departamento de Biología de la Universidad Dalhousie, en Canadá, cree que "para recordar todas sus complejas relaciones familiares (familiares cercanos, lejanos e individuos que no pertenecen a su grupo) necesitan tener buena memoria".

De hecho, esta capacidad para recordar incidentes traumáticos del pasado puede haber sido lo que desencadenó el incidente que acabó hundiendo al Essex.

"Yo creo que un cachalote tiene la capacidad de agresión necesaria para atacar un barco, sobre todo una madre, si su hijo está amenazado", explica Weilgart.

"Sé que los balleneros por lo general arponean a ballenas jóvenes, pero las mantienen vivas para atraer al resto del grupo familiar que viene en su ayuda".

"Luego arponean a las adultas", dice, una práctica "particularmente cruel".

Pero para Bevan, "si bien los cetáceos tienen cerebros grandes, esto está vinculado a su capacidad para procesar sonido y no tiene que ver, necesariamente, con la inteligencia".


Venganza vs. azar
Si pueden o no sentir emociones, como el deseo de venganza, es un tema que está en disputa. En el caso del Essex, una posibilidad es que la ballena haya cambiado su curso bajo el agua a último momento, y sin darse cuenta chocara con el barco.

"Es más probable que la nave accidentalmente se estrellara con la ballena y que la colisión produjera una fuga lo suficientemente grande como para hundir al barco", asegura Per Berggren, profesor de ciencias marinas de la Universidad de Newcastle, en Reino Unido, y especialista en mamíferos marinos.Pero lo que es notable, en la historia del hundimiento del Essex, es que el cachalote volvió para golpear la nave por segunda vez.

"Giré y la vi… justo frente a nosotros", escribió el marino Owen Chase, "acercándose al doble de velocidad, con furia renovada y deseo de venganza".

"Las olas se agitaban en todas las direcciones por los continuos golpes de su cola. Con su cabeza medio fuera del agua se acercó a nosotros y otra vez azotó al barco".

"Fue como si la nave hubiese chocado contra una roca y se hubiese quedado temblando por unos minutos como si fuese una hoja".

El hombre, su depredador

Investigaciones recientes muestran que las ballenas son conscientes de sí mismas, sensibles y más inteligentes de lo que se pensaba. Pueden sentir dolor y sufrir, y por lo tanto tienen potencialmente cierto nivel de función cognitiva. También se cree que pueden experimentar sentimientos de amor.

Los cachalotes no tienen muchos depredadores. Se sabe que han sido atacados por orcas en el pasado y, en ocasiones, por tiburones. Pero desde principios de 1700 el depredador más importante es el homo sapiens.

La caza de ballenas era un negocio lucrativo en el siglo XIX, debido a que su aceite era muy valioso. Este se utilizaba como combustible para lámparas y para fabricar velas y jabones.

Hacia mediados de 1800 había cerca de 900 barcos balleneros en altamar, cuyo destino final eran mayormente puertos en Estados Unidos. Cada viaje demoraba entre unos tres y cuatro años.

Para mediados del siglo XIX, el número de ballenas se estaba reduciendo rápidamente. Pero con el descubrimiento en 1859 de petróleo en Pensilvania, EE.UU., la industria ballenera de ese país desapareció casi por completo hacia el inicio de la I Guerra Mundial.

La caza de ballenas es ahora ilegal en casi todo el mundo, aunque todavía se practica en algunos países como Japón y Noruega, y la preocupación por el bienestar de estos mamíferos en cautiverio es un tema frecuente en los medios de comunicación.

El documental Blackfish -sobre una orca en cautiverio en el parque temático Sea World en Orlando, EE.UU., vinculada a una serie de muertes- da a entender que una ballena puede desarrollar un comportamiento sicótico si vive encerrada.

Cuando uno de los personajes de la novela de Melville le dice al capitán Ahab que Moby Dick no lo está buscando sino que es él quien está detrás de ella, es muy probable que le esté diciendo la verdad.

Si la ballena que atacó al Essex la noche del 20 de noviembre de 1820 lo hizo a propósito o no, es algo que nunca sabremos. Pero el rumor, fascinante por cierto, de su sed de venganza, vivirá por siempre.


Antiguos usos de la ballena

  • Aceite de Ballena: se usaba para lubricar la maquinaria y como combustible para las lámparas.
  • Espermaceti: un aceite que se hallaba en el cráneo. Se empleaba en la fabricación de velas. Las velas de este aceite eran consideradas las mejores del mundo. Producían una llama luminosa que echaba poco humo.
  • Barda: una sustancia cuya consistencia se asemeja a la del hueso. Se usaba para hacer peines, collares y corsés para las mujeres. La llamaban a veces el “plástico del siglo XIX”.
  • Ámbar gris: se encuentra en los intestinos. Extremadamente raro y valioso, su peso valuado en oro. Se usaba para fijar el perfume y era un negocio rentable para las exportaciones coloniales.

 
MUÑOZ MOLINA

“Melville creó un personaje y un símbolo universales, un relato que permite establecer en apenas dos líneas una poderosa alegoría: el hombre enloquecido por una búsqueda imposible y suicida, la caza de la ballena blanca. Más que un símbolo, más que una alegoría: un mito. Porque es la historia de un delirio, Moby Dick se va convirtiendo en un delirio, se contagia de su materia y encarna su desmesura volviéndose desmesurada ella misma”.

“Se pasó muchos años trabajando en una lúgubre oficina de las aduanas de Nueva York, cuando ya se había resignado al fracaso contumaz de cada libro que publicaba. Entre sus amarguras, imaginamos la indiferencia del público y la hostilidad y el sarcasmo de los críticos; la claudicación final, cuando ya hasta dejó de buscar editores y se pagó él mismo lo poco que publicaba”.


SAVATER

 “Se trata, a mi juicio, del libro total. Es, desde luego y originariamente, una novela de aventuras, la crónica de la mayor de las cacerías, la travesía más desesperada que lleva hasta el abismo definitivo. Es también ensayo metafísico sobre la condición de ese abismo, estudio psicológico sobre la rebelión humana contra lo irremediable, (…), junto a una poética del compañerismo y la compasión desdeñada, libro de viajes, tratado de cetología, glosa multicultural de la diversidad de quienes vamos en el mismo barco por el mundo… Incluye remedos convincentes de los tonos bíblicos, de los monólogos shakesperianos, del infierno de Dante, de la voz de Walt Whitman y preludios de los agobios de Dostoiewski. ¿Hay quién dé más?”.

 
CARLOS URIONDO (SOCIÓLOGO):

“La lectura del libro de Melville produce en el lector actual un sabor agridulce y una extraña desazón que transfigura al Pequod en una especie de microcosmos con claros paralelismos con lo que podemos observar en nuestros días. Sus mensajes cifrados parecen tañer una cuerda oculta en el interior de nuestro espíritu. Nota a nota, el relato desgrana una misteriosa música que nos obliga a replantearnos muchas cosas, desde los límites de nuestra intervención sobre la ecología planetaria hasta la valoración del armazón ético y moral que justifica lo que llevemos a cabo como miembros de la civilización actual. Transcurridos 150 años desde que se escribió, su doble metáfora -sobre la ecología y sobre el poder- se nos presenta más actual que nunca. Vayamos con la primera. Dentro de las relecturas actuales de Moby Dick parece haber tenido una cierta aceptación el emparejarlo con la cuestión ecológica o, lo que es lo mismo, con el debate presente sobre si el hombre ha errado el camino de su supervivencia planetaria y se dirige en una dirección completamente contraria a ella. La persistente sordera del capitán Ahab de nuestros días es paralela a su ceguera de alma y, por más que le reprochemos algunos la incansable cacería del gran cachalote blanco, continúa imperturbable dirigiendo su barco con mano de hierro hasta lo más profundo del océano que surca y del que se considera amo, dueño y señor”.

“Sobre la parábola del poder”, Carlos Uriondo añade “las similitudes van mucho más allá de una interpretación fabulosa. Percibimos entonces con claridad que la vida de los que viajan en el Pequod no vale gran cosa en opinión de los que se encuentran al mando y que la tripulación es plenamente consciente de ello. La total ausencia de empatía del capitán Ahab hacia sus semejantes se puede observar ampliamente en las decisiones que va tomando a lo largo de todo el relato. Solo quiere satisfacer su propio proyecto, y para ello está dispuesto a sacrificar a todo y a todos los que, paradójicamente, colaboran en su consecución”. ¿Os suena esto si cambiamos protagonistas y colocamos a los actuales poderes políticos y económicos; si como barco ponemos el capitalismo radical que ha decidido sodomizarnos a nosotros y al planeta? Nosotros, como habitantes del Pequod planetario, cuando interpelamos a los amos del mundo si esto es lo normal, recibimos permanentemente la respuesta de ‘esto es lo que hay y si no te gusta, salta del barco”. Estos nuevos capitanes Ahab que nos dirigen (que son pocos aunque utilicen a muchos para sus singladuras) tienen la delicadeza de no firmar con su nombre y se esconden bajo la máscara de epítetos como el de los mercados, sufriendo un tipo de invalidez que va mucho mas allá de lo físico y que alcanza lo espiritual. Son capaces de sumir en el hambre a 1.000 millones de personas al multiplicar por dos el precio de los cereales en la bolsa de Chicago (con notables beneficios para sus cuentas corrientes en los paraísos fiscales), de destruir el tejido económico occidental llevándose todo el aparato productivo a Oriente, de reventar el sistema financiero generando burbujas para transformar el precio de las cosas utilizando para ello sobre todo las necesidades más perentorias de la gente (por ejemplo, la vivienda, la educación o la sanidad). Solo se nos ocurre decir que a su lado el capitán Ahab presentaba una cierta nobleza o gallardía de carácter. Compran futuros, pero en realidad lo que quieren es encadenarnos a un determinado tipo de futuro, que no es sino el de su propia locura e inanidad. En su nihilismo ciego intentan hacernos creer que su visión es la única posible y que no cabe ninguna otra que pueda dar un poco de esperanza a los 7.000 millones de seres humanos que abarrotan este sufrido planeta”.

“En el recorrido de Melville por los océanos del mundo vio muchas cosas y entre ellas fue testigo de rebeliones a bordo, participando incluso en alguna de ellas. No siempre la tripulación aguanta la soberbia como argumento y la escala de mando como el único elemento de juicio a la hora de tomar las decisiones”.

En el corazón de la ballena
Viaje a la vieja capital ballenera estadounidense de Nantucket para encontrar la historia real que inspiró ‘Moby Dick’.

El drama en el que se basó la gran novela de Melville ha sido convertido ahora por Hollywood en una espectacular película

Desembarqué en la isla de Nantucket,  la legendaria capital de los balleneros, con la misma edad que el impío capitán Ahab (58 años) y cojeando igual que él, aunque no a causa de que me cercenara la pierna la mandíbula de Moby Dick, gracias a Dios, sino de una lesión de ligamentos. Lo hice, desembarcar, no desde el puente de uno de los aventureros barcos dedicados a la pesca de cetáceos que en su día abarrotaban los muelles del famoso puerto, sino desde una pequeña avioneta Cessna de la compañía Cape Air que cubre el trayecto de alrededor de una hora desde Boston. Las prevenciones –vale, el miedo ante un viaje en un aparato en el que te pesan antes de subir– desaparecieron milagrosamente cuando, después de un buen rato de sobrevolar el mar a mi modo de ver muy azarosamente, apareció la pequeña isla (22,5 kilómetros de largo por 3,5 de ancho) ante nosotros, plana, arenosa, con un aire de Formentera, y tan llena de historias. “¡Nantucket!, sacad el mapa y miradlo”, escribe Melville en el capítulo 14 de Moby Dick. “Lejos en altamar. Una mera colina y un codo de arena, todo playa sin respaldo”.

De Nantucket zarparon en la edad de oro de la pesca de la ballena, en el siglo XIX, miles de barcos para la caza del leviatán.

Viajar a Nantucket (“tierra lejana” en la lengua de los indios wampanoag que la habitaron) es hacerlo al mismísimo corazón de la ballena. De aquí zarparon en la edad de oro de su pesca, a principios del siglo XIX, miles de barcos para, mano contra mandíbula –no era la de arponero una profesión para pusilánimes, dar sangrienta y aterradora caza al leviatán y arrebatarle su aceite. En total, los balleneros estadounidenses cazaron entre 1804 y 1876 más de 225.000 cachalotes (aunque hoy son los cetáceos más abundantes en el mundo). Melville hizo que el Pequod iniciara aquí su inmortal última singladura y de aquí mismo salió en 1819 el barco real que inspiró la novela Moby Dick (1851). Ese barco era el malhadado Essex, cuya terrible peripecia, en la que se trenzan el infortunio, el devastador ataque de un cachalote (como en el final de la novela de Melville) y una de las más horripilantes historias de canibalismo marino, ha dado pie a un libro, En el corazón del mar (Seix Barral), de Nathaniel Philbrick, y a una espectacular pelícu­la de Hollywood basada en él y con el mismo título que se estrena ahora. Nunca habrán visto ballenas así. El filme, dirigido por Ron Howard, es una sensacional cinta de aventuras centrada en los dos grandes personajes de la historia, el capitán del Essex, George Pollard Jr. (interpretado por Benjamin Walker), y su primer oficial, Owen Chase (Chris Hemsworth).

Casas sobre el puerto de Nantucket, en la isla del mismo nombre, Massachusetts, USA.
 James L. Steinfield    









Philbrick vive en Nantucket y me había dado cita en el Museo de la Pesca de la Ballena –nada menos–, un centro que acoge una exposición sobre el Essex y que entre sus muchas maravillas, incluido el esqueleto completo de un cachalote que varó en la isla en 1997, custodia un arpón arrancado a uno de esos animales por el mismo marino, empecinado émulo de Ahab, que se lo clavó nueve años antes.

El destino quiso que al descender en la avioneta para aproximarnos al minúsculo aeropuerto de la isla pasáramos sobre un grupo de ballenas piloto muy cerca de la playa. Mi entusiasmo –tanto por la visión como por el hecho de ir por fin a tomar tierra – me hizo moverme bruscamente para observar mejor al grito de “¡Por allí resopla!, ¡ojo de lince para la ballena blanca!, ¡lanza afilada para Moby Dick!”, lo que me granjeó una rápida mirada de reprimenda de la rubia piloto.

A Owen Coffin le tocó que lo mataran y se lo comieran sus compañeros: un disparo y 30 kilos de carne comestible

Tomé un taxi para ir hasta la pequeña ciudad de Nantucket, donde se encuentra el puerto. La madura conductora pareció aliviada al dejarme frente a mi hotel, que respondía al poco animoso nombre de Jared Coffin House, dado que coffin es “ataúd” en inglés. Pero la palabra, me puntualizó la taxista, no hace referencia a un descanso muy profundo, ni a la arriesgada vida del ballenero, ni al ataúd de Queequeg, sino que es el apellido de una de las grandes familias pioneras del viejo Nantucket, ese Gotha de los mares –los Starbuck, Marcy, Coleman, Folgers– que maridó el coraje y el negocio, el arpón y el cuaquerismo, y se construyó un provechoso reino sobre el ámbar gris y el espermaceti. Un Coffin era Owen Coffin, de 18 años y primo hermano del capitán Pollard, al que le tocó en (mala) suerte que lo mataran y se lo comieran sus compañeros famélicos a bordo de uno de los botes tras el naufragio del Essex, en estricta aplicación de la ley del mar (ya se habían comido a cuatro negros, fallecidos “por causas naturales”). El chico apoyó dócilmente la cabeza en el borde del bote y aguardó a que le dispararan un pistoletazo y lo convirtieran en 30 kilos de carne comestible. “Lo despachamos pronto y no quedó nada de él”, explicó luego, compungido, su primo, cuyo incesto gastronómico no se tomó nada bien, como es comprensible, la madre del muchacho, Nancy Coffin, al enterarse de los hechos. Fue recordarlo y que se me quitase súbitamente el apetito. Antes de irse, mi amable conductora me explicó que el hotel, un pequeño edificio de madera de aire colonial en el downtown, era la casa en la que residió Melville en su única visita a Nantucket, realizada en 1852, después de escribir Moby Dick.

Tras dejar la maleta, corrí hacia los muelles, cojeando como queda dicho y más porque las calles principales del viejo Nantucket están pavimentadas con grandes adoquines irregulares. La zona portuaria, donde antaño amarraba la gran flota ballenera que libraba su cruenta guerra con los monstruos de las profundidades y donde difícilmente te topabas con un hombre que no hubiera circunnavegado el globo y arponeado un cachalote, es hoy un área muy turística (la isla es un concurrido destino vacacional de alto standing, muy pijo), con tiendas de recuerdos, bares y restaurantes, pero conserva, sobre todo fuera de temporada, el encanto de los tiempos pasados. En un extremo está el gran espacio donde recala el ferry que llega desde el continente, y más allá, el tan romántico y pequeñito faro de Brant Point, que parece sacado, como buena parte de los edificios de la isla, de una pintura de Edward Hopper. Frente a él se encuentra sumergida la Barra, el banco de arena que contribuyó en su día al fin del esplendor de Nantucket cerrando el acceso al puerto a los barcos de gran calado. Los viejos muelles –Old North, Straight, Old South, Commercial, Town Pier– avanzan en el agua como dedos con sus evocadores pantalanes de madera desgastada.

Hoy ya no te encuentras amarrado en ellos al Loper, del capitán Obed Starbuck, recién llegado en septiembre de 1830 del lejano y ancho Pacífico con 2.280 barriles de aceite de cachalote tras 14 meses y medio en el mar. Las crónicas locales recuerdan que los tripulantes desfilaron triunfalmente por las calles de Nantucket con sus arpones y lanzas al hombro, precedidos por una banda de música.

La película consigue reproducir el salvajismo, la excitación y la violencia casi erótica de la vieja caza de ballenas

En la película En el corazón del mar, Melville llega a Nantucket en 1850 para recabar el testimonio del último superviviente del Essex, el otrora grumete de 14 años Thomas Nickerson. El filme se desarrolla desde entonces como un flash back en el que nos embarcamos en el ballenero para compartir su trágico destino. Y lo hacemos desde los mismos muelles de Nantu­cket, recreados con su ruidoso tráfago, sus herrerías donde se forjaban los arpones y las lanzas de matar con hojas en forma de pétalo, sus meretrices y cuáqueros mezclados en babilónica confusión, hasta la lejanía casi inexplorada de “las pesquerías de alta mar” donde el océano se diluye en leyenda. La película consigue reproducir el salvajismo, la excitación y la violencia casi erótica –como la define Philbrick en su espléndido libro – de la vieja caza de ballenas, con todos sus peligros mortales y experiencias tan aterradoras y a la vez tan enfervorizadoras como “el paseo en trineo de Nantucket”, cuando el bote ballenero era arrastrado a toda velocidad por el gigante arponeado.

Caminé por la larga pasarela del Town Pier sembrada de crujientes restos de cangrejos que habían dejado caer las sempiternas gaviotas mientras un viento helado hacía girar a lo lejos las veletas de las casas –invariablemente figuras de ballenas o barcos– y ondear las banderas de las barras y estrellas y las de Nantucket: un cachalote sobre fondo azul cruzado por un arpón. En la punta del muelle abrí mi baqueteado ejemplar de Moby Dick. “No era tanto su extraordinario tamaño lo que le distinguía de los demás cachalotes, sino una peculiar frente blanca y sin arrugas. Y una alta joroba blanca en pirámide. Estos eran sus rasgos descollantes, los signos por los cuales, aun en los mares sin límites y sin mapas, revelaba su identidad a aquellos que la conocían”. En el muelle de Nantucket, Moby Dick se superponía en un juego de espejos al innominado cachalote real némesis del Essex que había sido su inspiración y a la espectacular recreación del nuevo avatar de la ballena de inteligente malignidad que ha alumbrado Hollywood.

Al día siguiente, tras soñar que en mi cama se colaban un arponero pagano tatuado hasta las cejas y Orson Welles (cosas de mezclar el jet lag y Moby Dick), hice tiempo para la entrevista con Philbrick recorriendo la calle Orange, en la que se alinean las casas de los viejos capitanes balleneros, todas con sus atalayas en el tejado para ver el puerto. Ahí estaría la de Ahab (“Oh, my Captain!, my Captain!”). Los olmos dejaban caer sus hojas mientras los cardenales volaban en los patios ajardinados como pequeñas teas y una garza azulada americana se desplazaba por el cielo con la gracia de un hermoso velero.

En el museo, una vieja fábrica de bujías de espermaceti, en cuya fachada hay un impactante friso sobre la caza de ballenas, aproveché para visitar la fenomenal exposición sobre el Essex, que combina muy inteligentemente la historia auténtica y los objetos originales –incluidos los poquísimos que se conservan del naufragio, como el cofre hallado flotando y la pequeña pieza de cordel que Benjamin Lawrence trenzó durante los tres meses que estuvo en uno de los botes– con el reclamo de la película. Warner Bros Pictures ha cedido elementos usados en el filme; entre ellos, trajes de los protagonistas o un trozo de la cabeza de la maligna ballena en el que brilla el frío ojo que observa a los náufragos en la película. Un ingenioso juego con cartulinas permite recorrer la exposición, en la que se ha reproducido a tamaño natural un bote ballenero al que te puedes subir (y, si eres morboso, jugar a la pajita más corta para matar el hambre) con la identidad de uno de los 21 tripulantes del Essex, compartiendo la sorpresa final de su destino, generalmente malo malísimo, pues se salvaron solo ocho. Es recomendable no coger la cartulina de marinero negro (los seis del barco murieron).

Para el encuentro con Philbrick (Boston, 1956), los encargados del museo nos habían dispuesto un par de sillas en una sala con elementos de la exposición. En una vitrina, los retratos de las hermanas del capitán Pollard nos miraban con expresión adusta como si nos hubiéramos comido a su primo, y en otra, unos dientes de cachalote centraban el tema de la entrevista. Philbrick, que apareció con un gorro del Charles W. Morgan, el último ballenero de la flota del XIX, vuelto a botar en Mystic, Connecticut, en 2013 y en el que, me explicó, tuvo el privilegio de navegar el año pasado con Ron Howard, es un hombre muy amable y agradable, autor no solo de En el corazón del mar, un libro extraordinario en el que encuentras imágenes tan impactantes como la del cachalote agonizante dando coletazos y dentelladas mientras vomita trozos de pescado y calamar, sino de, entre otros, Sea of Glory, Mayflower y esa pequeña joya que es Why Read Moby-Dick?, una de las mejores y más apasionadas introducciones a la obra de Melville, de la que es un entusiasta lector. Tras comentar los atractivos de Nan­tucket y mostrarle yo en el móvil, para su sorpresa, la foto de una culebra parda de De Kay con la que me topé durante un paseo en bicicleta por la isla, cerca del faro de Siasconset, me explicó que se instaló hace años, en 1986, en el lugar porque le pareció un sitio hermoso y tranquilo para criar a sus dos hijos y para escribir.

En el corazón del mar, con el que ganó en 2000 el National Book Award, lo escribió tras quedar fascinado con los distintos relatos de primera mano del desastre del Essex, particularmente los de Owen Chase y Thomas Nickerson. En su libro Philbrick explica pormenorizadamente la tremenda historia del naufragio del Essex, pero también la del Nantucket del apogeo de la pesca de ballenas. El Essex era un barco relativamente pequeño, 27 metros de eslora, 238 toneladas de desplazamiento. Paradójicamente se lo tenía por un navío con suerte. En su último viaje no la tuvo. Sobre todo cuando se topó con el cachalote furioso.

A la pregunta obligada de qué le ha parecido la película que han hecho con su libro, Philbrick responde con una gran sonrisa: “Me ha encantado. La he disfrutado muchísimo. No hay nada que me chirríe. Es mi libro, es muy fiel en espíritu a la historia, que es esencialmente una historia de aventuras”. La visita de Melville, que es la base del filme, en realidad no se produjo. “Es cierto, Melville estuvo en Nantucket después de escribir Moby Dick y no buscando inspiración para la novela, pero no por eso se traiciona la historia. Melville se inspiró realmente en el hundimiento del Essex y conoció a varios de los supervivientes. Las decisiones artísticas que se han tomado en el filme me parecen muy buenas: el cine es otro medio y tiene sus propias reglas”.

La película se sustenta dramáticamente, sobre todo en su parte inicial (con un aire de Master & Commander), en la en realidad inexistente rivalidad entre el capitán Pollard, de una de las familias señeras de Nantucket, y su segundo, Owen Chase, al que se presenta como un advenedizo en la cerrada comunidad, pero un gran y valiente marino. Es territorio de la Bounty y de Rebelión a bordo. “Es cierto, hay elementos reales en las personalidades de los dos personajes, pero supongo que en el filme se tenía que crear tensión rápidamente y era una buena manera de hacerlo”. Por primera vez una película alcanza a recrear visualmente lo que debía ser contemplar un mar lleno de ballenas hasta el horizonte. “Eso es extraordinario, lo ves y exclamas ¡guau!, así era”.

El carácter de la ballena, su personalidad por así decirlo, se ha variado en la película para acercarla a Moby Dick. “El cachalote que hundió el Essex actuó de una manera nada corriente, con una premeditación sorprendente. Enorme, de unos 26 metros y 80 toneladas, con la poderosa cabeza en forma de ariete llena de cicatrices, se fue a por ellos –como relata Owen Chase– y embistió al barco”. Volvió a atacar momentos después, esta vez a mayor velocidad, y propinó el golpe de gracia al ballenero. Luego se marchó para siempre, probablemente en dirección a la novela de Melville. La pelícu­la, sin embargo, hace aparecer al vengativo cachalote varias veces más, persiguiendo a los náufragos, algo que no sucedió. “Los atacaron unas orcas, pero el cachalote no regresó, sin embargo es de nuevo una buena forma de crear tensión y no me parece una violación de la historia”. Philbrick recalca el gran error que cometieron los náufragos decidiendo dirigirse en sus tres botes hacia la costa americana en vez de a las más accesibles islas Marquesas por miedo a los caníbales. Ese miedo, paradójicamente, les hizo tener que convertirse en caníbales ellos mismos. La pelícu­la, “inusualmente para un filme de Hollywood”, no ahorra algunas escenas muy duras.

¿Fue tan importante la tragedia del Essex para la novela de Melville? “Sí, sin duda, crucial, sobre todo para el final, claro. Podríamos decir que En el corazón del mar empieza donde Moby Dick acaba. En la novela no hay lugar para la historia de supervivencia y canibalismo después del ataque: solo se salva Ismael y es recogido al segundo día del naufragio. Moby Dick, la novela, es mucho más que la historia del Essex, por supuesto. Nos adentra en algo diferente, monumentalmente distinto. Algo vasto como la Biblia y Shakespeare y a la vez experimental, profético pero profano, épico y burlesco, y que parece ir al mismo tiempo en fascinantes direcciones opuestas, en realidad como la propia vida. Pero la semilla del ataque real, la malicia inescrutable de la ballena, está en su esencia”. Melville fue ballenero y conoció la historia del Essex, incluso de primera mano. La explica en su propia novela, en el capítulo 45º, El testimonio. Melville afirmaba haber visto fugazmente a Owen Chase y conversado con su hijo, William Henry Chase, que le pasó un ejemplar del libro de su progenitor. “La lectura de esa historia portentosa y tan cerca de la latitud del naufragio surtió un efecto sorprendente en mí”, escribió Melville. Es maravillosa la forma en que realidad y literatura confluyen y se fecundan mutuamente. ¿Quién puede hoy leer las narraciones sobre el Essex –o ver la pelícu­la– sin pensar en Moby Dick?

Pero el cachalote del Essex no era blanco. “No, no lo era. Melville hizo blanca a Moby Dick basándose en otras ballenas, especialmente la famosa Mocha Dick (por la isla de Mocha, cerca de Chile). La blancura de la ballena confiere un aura especial a la novela. Hubo mucha discusión acerca de si en la película En el corazón del mar había que hacerla blanca. La solución ha sido un camino intermedio, esa apariencia mixta, que no está nada mal”.

Chase y Pollard sobrevivieron, pero no fueron muy felices. El segundo volvió a naufragar y el primero se encontró con que al regreso de uno de sus largos viajes –en los que al parecer trató, al estilo de Ahab, de hallar al cachalote que había hundido el Essex– no le salían las cuentas de su nuevo hijo. Pollard, considerado un capitán con rematada mala suerte, no volvió a embarcar y se hizo vigilante nocturno en Nantucket, donde se le trataba como un paria y, supongo, nadie lo invitaba a comer. Durante su visita a Nantucket en 1852, Melville lo buscó y lo encontró.

¿Y qué fue del cachalote que inspiró la creación de Moby Dick? Melville se sobresaltó en 1851, el año de la publicación de su gran novela, al conocer la noticia de que un cachalote, un macho grande, viejo y solitario asaeteado de arpones herrumbrosos, había hundido al ballenero Ann Alexander. La vida imitaba al arte que había imitado a la vida. “Me pregunto si mi arte malvado ha hecho que resucitara ese monstruo”, meditó.
 
Al caer la noche sobre Nantucket salí a deambular por las viejas calles de los balleneros en busca del spirit of the place, como me había recomendado Philbrick. Los escasos transeúntes se apartaban de mí cuando me veían aparecer cojeando entre las sombras que se disolvían en una leve claridad ambarina bajo la luz de las farolas. No encontré a Pollard. Pero sí a la ballena. Cerca de los muelles me envolvió la famosa niebla de Nantucket y me di de bruces con ella. Parecía flotar hacia mí, toda nívea malicia. Era una impactante escultura del artista local Sunny Wood instalada en un parterre junto a un comercio. Un letrero rogaba no sentarse encima y una placa en el suelo recogía las famosas palabras de Stubb, el viejo segundo oficial del Pequod en su soliloquio en la cofa del trinquete: “No sé todo lo que puede venir, pero sea lo que sea iré hacia ello riendo.

 La novela norteamericana nace en el siglo XIX con Melville y Nathaniel Hawthorne (La letra escarlata), pero esto no podía verse más que a la distancia. Más de veinte años después de la muerte de Melville, en 1918 llegó el momento de su reivindicación literaria. Dos Passos, Faulkner y Dreisser, entre otros, sacuden las conciencias norteamericanas y hacen posible el resurgimiento de Melville y Moby Dick considerándolo como un monumento de las letras universales. Son ellos que la conciben como el Quijote norteamericano: una novela de aventuras en el mar, alegoría de la lucha entre el bien y el mal, reflexión profunda, aguda y singularmente moderna sobre la condición humana. Para ellos, que perfilaron la identidad cultural americana, todo se encontraba en esta obra, ahí estaban los cimientos de una literatura específicamente americana. Frente a Melville todos los autores anteriores se veían opacados, pues fue él quien realmente le dio profundidad a la ficción norteamericana. Moby Dick fue calificada como una "épica natural" (una magnífica dramatización del espíritu humano en un escenario de naturaleza primitiva) debido al mito de esta caza, su tema de iniciación, el simbolismo que la rodea, la descripción de sus personajes y su búsqueda. La humanidad sola ante la naturaleza, se vuelve un tema eminentemente Americano. Como lo predijo el escritor francés Alexis de Tocqueville en 1835 este sería el tema que surgiría en América como resultado de su democracia: en la democracia, la literatura insistiría en “las ocultas profundidades de la naturaleza inmaterial del hombre” más que en las meras apariencias o distinciones superficiales como las de clase y status. Y ciertamente eso es lo que hace Moby Dick. Los destinos de la humanidad, y el hombre en sí mismo, distanciado de su país y su tiempo, de pie frente a la Naturaleza y Dios, con sus pasiones, sus dudas, sus vicios y manías y esa inconcebible miseria que serían a partir de entonces, el tema de la literatura americana. A partir de Melville, los grandes escritores norteamericanos, aprenden a mirar el mundo con objetividad y a sumergirse en las profundidades del alma humana sin olvidar ese lado despreciable y sombrío. Dos Passos, a pesar de lograr un estilo propio, no deja que tener características que se encuentran también en Melville (su tono poético y simbólico). Hemingway retoma esta lucha del hombre con el mar, pero aprende también a valorar la fidelidad de los lenguajes más adecuados abriendo caminos a la libertad de expresión de la novela contemporánea. Faulkner como Melville da a sus personajes características que los hacen únicos y peculiares. Habla de ese impulso interior, en ocasiones oscuro, que los conduce a una lucha contra las fuerzas hostiles de la Naturaleza y lo enriquece con las lecciones ofrecidas por la novela europea (especialmente James Joyce con su monólogo interior), para abrir las puertas a la llamada stream of consciousness (término de William James) con la que logra la literatura americana del siglo XX su maestría. El tema central de Moby Dick es la venganza. El Capitán Ahab en su barco ballenero Pequod busca a Moby Dick, la ballena blanca que le arrancó las piernas hasta la rodilla.

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REIVINDICACIÓN LITERARIA.

La novela norteamericana nace en el siglo XIX con Melville y Nathaniel Hawthorne (La letra escarlata), pero esto no podía verse más que a la distancia. Más de veinte años después de la muerte de Melville, en 1918 llegó el momento de su reivindicación literaria. Dos Passos, Faulkner y Dreisser, entre otros, sacuden las conciencias norteamericanas y hacen posible el resurgimiento de Melville y Moby Dick considerándolo como un monumento de las letras universales. Son ellos que la conciben como el Quijote norteamericano: una novela de aventuras en el mar, alegoría de la lucha entre el bien y el mal, reflexión profunda, aguda y singularmente moderna sobre la condición humana. Para ellos, que perfilaron la identidad cultural americana, todo se encontraba en esta obra, ahí estaban los cimientos de una literatura específicamente americana. Frente a Melville todos los autores anteriores se veían opacados, pues fue él quien realmente le dio profundidad a la ficción norteamericana. Moby Dick fue calificada como una "épica natural" (una magnífica dramatización del espíritu humano en un escenario de naturaleza primitiva) debido al mito de esta caza, su tema de iniciación, el simbolismo que la rodea, la descripción de sus personajes y su búsqueda. La humanidad sola ante la naturaleza, se vuelve un tema eminentemente Americano. Como lo predijo el escritor francés Alexis de Tocqueville en 1835 este sería el tema que surgiría en América como resultado de su democracia: en la democracia, la literatura insistiría en “las ocultas profundidades de la naturaleza inmaterial del hombre” más que en las meras apariencias o distinciones superficiales como las de clase y status. Y ciertamente eso es lo que hace Moby Dick. Los destinos de la humanidad, y el hombre en sí mismo, distanciado de su país y su tiempo, de pie frente a la Naturaleza y Dios, con sus pasiones, sus dudas, sus vicios y manías y esa inconcebible miseria que serían a partir de entonces, el tema de la literatura americana. A partir de Melville, los grandes escritores norteamericanos, aprenden a mirar el mundo con objetividad y a sumergirse en las profundidades del alma humana sin olvidar ese lado despreciable y sombrío. Dos Passos, a pesar de lograr un estilo propio, no deja que tener características que se encuentran también en Melville (su tono poético y simbólico). Hemingway retoma esta lucha del hombre con el mar, pero aprende también a valorar la fidelidad de los lenguajes más adecuados abriendo caminos a la libertad de expresión de la novela contemporánea. Faulkner como Melville da a sus personajes características que los hacen únicos y peculiares. Habla de ese impulso interior, en ocasiones oscuro, que los conduce a una lucha contra las fuerzas hostiles de la Naturaleza y lo enriquece con las lecciones ofrecidas por la novela europea (especialmente James Joyce con su monólogo interior), para abrir las puertas a la llamada stream of consciousness (término de William James) con la que logra la literatura americana del siglo XX su maestría.


El tema central de Moby Dick es la venganza. El Capitán Ahab en su barco ballenero Pequod busca a Moby Dick, la ballena blanca que le arrancó las piernas hasta la rodilla.

La historia inicial es narrada por Ismael, personaje que va a bordo del ballenero. A medida que avanza el relato, Ismael va perdiendo fuerza como personaje y se convierte en un narrador observador, a veces historiador, naturalista, incluso poeta y filósofo. La gama de personajes que transitan en esta aventura abarca todo: desde un hombre furioso con la vida y el mundo, como Ahab, hasta un Queequeg, hombre rudo que duerme con un hacha pero en el sueño, sin querer, abraza tiernamente a Ismael como si fuera una novia.

La magia de la novela es que puede tener un sin número de lecturas: Hanna Barbera en sus caricaturas pinta a la ballena como salvadora de dos niños y así cuenta las aventuras de ésta. También hay quien ve en el Capitán Ahab la obsesión moralizante de los puritanos que fundaron las trece colonias, los fanáticos que se escudan en un dogma y se valen de cualquier medio para llegar a su fin. Moby Dick puede incluso convertirse en una alegoría de la vida actual, donde los norteamericanos, al igual que los hombres a bordo del Pequod, pierden la vida siguiendo a un líder que ha perdido la razón y al que no entienden, pero que los atrapa en el vértigo de su propia locura.

Ahab, cree que su tripulación sólo está ahí por el dinero, ahí se asoma también la visión pesimista de Melville frente a su entorno. Una crítica que tal vez no fue consciente, pero que en su momento, lo liberó de toda esa frustración, pues al terminar de escribir Moby Dick, confiesa a Hawthorne que ha escrito un libro malvado, y se siente inocente como un cordero.

La ballena representa un monstruo de las profundidades, percibida por Ahab como un engendro del mal que ataca y destruye todo. Sin embargo la ballena no deja de ser una fuerza de la naturaleza. La ballena es un animal que lucha por sobrevivir, ajeno a todo rencor, lejos de cualquier sentimiento que podamos considerar “humano”.

Moby Dick es una obra que parece estar llena de simbología; por dar algunos ejemplos podemos mencionar la pata de marfil de Ahab como símbolo de su impotencia; la ballena blanca, el arquetipo del padre, o de la madre; Moby Dick, símbolo del mal y Ahab del bien; Ahab el mal y Moby Dick el bien; los treinta tripulantes del barco, el número exacto de los estados de los Estados Unidos cuando Melville escribió el libro; la internacionalidad de éstos (africanos, polinesios, franceses, chinos y estadounidenses) representan la humanidad, mezcla de razas de la población en EEUU.

Lo cierto es que la novela tiene algunas extravagancias, errores de construcción, aparecen y desaparecen personajes sin explicación alguna, el lenguaje de cultos y bárbaros es el mismo, y el punto de vista cambia sin justificación. Mientras escribía Moby Dick, Melville casi no comía ni dormía, su obra se apoderó de él y su creatividad lo arrastró haciéndolo su súbdito. Pero nadie puede negar la belleza del lenguaje, sus vívidas y emocionantes descripciones de acción y por encima de todo, la siniestra figura del capitán Ahab, que con maestría logra llenar las páginas de poder y de fuerza.

Gregory Peck como el Capitán Ahab en la película Moby Dick (1956), dirigida por John Huston y rodada en las Islas Canarias.

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