El escritor portugués presenta en España su novela «Ira divina», en la que aborda la verdad sobre el radicalismo islámico y el riesgo de que éste pueda utilizar la energía nuclear para lograr sus objetivos: conquistar Occidente
SUSANA GAVIÑA, ABC,
7/03/2011
Considerado por algunos como el Dan Brown luso,
o el Pérez Reverte
portugués, José
Rodrígues Dos Santos (Mozambique, 1964) es una de las caras más conocidas
del país vecino (presenta el telediario de la noche de la RTP, la televisión
pública). Colaborador
de la BBC y de la CNN, ha cubierto varios conflictos —Angola, Israel y Palestina,
Irak, Bosnia, Serbia, Líbano y Georgia—, lo que le ha permitido
conocer de primera mano los puntos más calientes del planeta.
Tras vender casi 180.000 ejemplares, se
traduce ahora al español su novela «Ira Divina», en la que aborda, de manera documentada, la
verdad sobre el radicalismo islámico, y el riesgo de que éste pueda utilizar la
energía nuclear para lograr sus objetivos: conquistar Occidente.
El libro comienza con una cita del propio Bin Laden, fechada en 1998. «Comprar
armas para defender a los musulmanes es un deber religioso. Si es cierto que he
adquirido esas armas (nucleares), doy gracias a Dios por que me haya permitido
hacerlo. Y si estoy intentando comprarlas, no hago más que cumplir con mi
deber. Para un musulmán sería pecado no intentar contar con armas capaces de
evitar que los infieles causen daño a su pueblo».
Mientras un grupo chechenio roba uranio
enriquecido en unas instalaciones de la antigua Unión Soviética, en El Cairo
crece Ahmed buscando la mejor manera de servir a Alá. En otro escenario, un
profesor de la Universidad de Lisboa, especializado en lenguas antiguas y
criptología, Tomás Noronha, es reclutado por la CIA para descifrar un mensaje
que puede cambiar el curso de la historia. «Ira divina» coincide en un momento
de efervescencia y convulsión en el mundo árabe, con la caída de Mubarak, y el efecto contagio
en otros países, como Libia, Argel, Yemen..., que reivindican el
fin de las dictaduras y exigen mayores libertades. Una oportunidad histórica no
exenta de riesgo, donde la democracia puede convertirse en un instrumento de
doble filo.
—¿Cómo surgió este libro?
—Estaba en Pakistán en 2008 para cubrir
las elecciones presidenciales que supusieron la salida del poder de Musharraf.
En aquellos momentos me planteé hacer una novela sobre la posibilidad de que Al
Qaeda tirara la bomba atómica.
—¿Partía de algún hecho real o se trataba tan solo de una especulación?
—Se sabía que Pakistán tenía armas
nucleares, y el jefe del ISI, los servicios secretos de Pakistán, decía que era
su responsabilidad como musulmán compartir con todos los musulmanes la bomba
atómica. Esto abría la posibilidad de que llegara a Al-Qaeda, por que el ISI
mantiene relaciones con esta organización. Me pareció un buen argumento para
una novela.
—¿Cuáles han sido sus fuentes de investigación?
—Al principio me centre en la ingeniería
nuclear para construir la bomba, y luego me di cuenta que necesitaba entender
lo que sucedía en la cabeza del radicalismo musulmán, por lo que empecé a leer
diversos documentos o libros, como el Corán, testimonios autobiográficos de
personas pertenecientes al radicalismo... Así comprendí que todo tenía relación
con el Islam, hasta un punto que yo no imaginaba. Mi opinión hasta entonces era
la misma que tiene la gente en general. Creía firmemente que el Islam era una
religión totalmente pacífica y que un grupo radical de locos la había
secuestrado y la habían transformado en sus fundamentos. Ése era el discurso
oficial y yo no tenía razones para pensar lo contrario. Pero cuando empecé a
leer el Corán, la vida del profeta Mahoma... comencé a ver que la realidad era
bastante diferente al discurso políticamente correcto que nos habían dado. Así,
el tema principal de mi novela cambió y se centró en el radicalismo. Continúe
con el de las armas nucleares, pero este otro era mucho más importante, pues
hablar del verdadero Islam se ha convertido en algo «políticamente incorrecto».
También entendí que estábamos siendo muy ingenuos. Yo pensaba que la paz era un
valor universal de todas las religiones, el cristianismo, el budismo... pero no
es así. El Ayatollah Jomeini escribió un libro «El Islam no es una religión de
pacifistas», y no se le puede acusar de islamófobo. Creo que los moderados se
avergüenzan de esta parte del Islam, y quizá por eso no hablan de ella.
Mientras tanto nosotros pensamos que los radicales están locos y no les
escuchamos, pero es importante hacerlo. Algunas veces lo que está escrito
quiere decir lo que está escrito. Sucedió lo mismo con «Mi lucha» de Hitler,
que aplicó lo que había escrito, algo a lo que nosotros no habíamos dado ningún
crédito. Aquí sucede lo mismo.
—Usted llega a explicar con tanta claridad los fundamentos que rigen el
pensamiento radical, que se crea un sentimiento de adhesión por su fidelidad hacia
un libro sagrado como es el suyo, el Corán, la base absoluta de su doctrina y
al que siguen de manera literal. Recuerda un poco a esa estructura de leyes que
han construido y defienden organizaciones como la Mafia.
—No es como la mafia, el islamismo radical
se acerca más al comunismo. Un pensamiento totalitario, con respuestas para
todo sobre presupuestos falsos. Es totalitario y con ansias de conquistar todo
el planeta. También las células islámicas funcionan como las células
comunistas: tienen su secretario general, y el Islam tiene el emir; el partido
tiene el comisario ideológico y los radicales el sheikh. Es muy parecido. De ahí la dificultad de encontrar un
equilibrio en la novela para no animar a nadie contra los musulmanes, pero al
mismo tiempo tenía que decir la verdad, que es políticamente incorrecta...
—Para este libro contó con el asesoramiento de Abdullah Yusuf, uno de los
fundadores de Al-Qaeda y que participó en el primer atentado de la organización
contra Europa. ¿Cómo contacto con él?
—Todas mis novelas son supervisadas por
personas que son expertas en los temas que abordo. Cuando terminé el manuscrito
de «Ira Divina» (el título está tomado un versículo del Corán), hablé con un
clérigo musulmán portugués para que la revisará. Después le transmití mi deseo
de que pudiera leerlo también algún radical pero yo no conocía ninguno así que
el me dijo que conocía a otra persona que conocía un fundador de Al-Qaeda.
Durante un mes o mes y medio intercambiamos mensajes diariamente. Él se leyó el
libro y me hizo algunas correcciones, como el funcionamiento del campo de los
entrenamientos en Afganistán, la comida que tomaban, y algunos aspectos
ideológicos... Yusuf siempre se mostró muy reservado y sus respuestas eran
apenas monosílabos para confirmar o desmentir alguna duda.
—¿Le puso alguna condición para asesorarle?
—Nunca. Creo que para él era importante
que la gente entendiera su doctrina. El problema de los radicales, es que
pensamos que están locos. Era una oportunidad para explicar en Occidente cómo
es el Islam de una manera que no fuera subestimada.
—¿Hablaron sobre Bin Laden?
—Siempre tuvo mucho cuidado en no
revelarme muchas cosas pues era muy arriesgado para él.
—El momento más intenso de esta relación epistolar llegó cuando se
encontraron en persona.
—Fue en la presentación del libro en
Lisboa. En la sala había 700 personas y fue surrealista. Un punto que es muy
importante en la sharia, la ley
islámica, es que la fuente primera es el Corán, y la segunda es el ejemplo que
dio el profeta Mahoma. En este caso, él hacia solo la yihad ofensiva, y eso es ley, conquistar el mundo. Pero también
tenía esclavos, algo que hoy el propio Al-Qaeda no acepta. Esto es un
precedente que no respeta el ejemplo del profeta. Sin embargo, Yusuf lo
desmintió durante la rueda de prensa al afirmar que hoy la esclavitud es una
práctica musulmana «honorable», y que Al-Qaeda tiene esclavos. «Yo los tenía en
Afganistán», aseguró.
—Algo que se desprende de su libro, es la ignorancia que existe en
Occidente sobre el Islam.
—Basta recordar a Clinton cuando dijo en
público que era una religión perfectamente pacífica, aunque creo que la CIA
conoce la realidad.
—Usted afirma que la educación en las escuelas es una manera de evitar la
formación de radicales, pero no siempre es así.
—Leí muchas biografías de musulmanes para
ver cómo son captados por los radicales. Cuando estos últimos hablan, todos
pensamos que dicen tonterías, pero si leemos el Corán vemos que están escritas.
Cuanto más educado está un musulmán tiene dos posibilidades: renegar del Islam,
porque empieza a entender lo que es; y segundo, transformarse en un radical. El
80% de lo que aprenden los niños en la Madraza es el Corán. En estos momentos,
Arabia Saudita está financiando madrazas con una ideología radical en todo el
mundo islámico. Son viveros de radicales. Después de los atentados del 11-S,
los americanos empezaron a hacer mucha presión sobre Arabia Saudita para
cambiar esa ideología, aunque es algo muy difícil.
—¿Habría entonces que expurgar las madrazas y también el Corán?
—Los turcos lo hicieron. Ataturk
comprendió ese problema y separó el poder de la religión y las mezquitas,
prohibió el velo, y algunas partes del Corán. Por esa razón, todos los turcos
que fueron captados por los radicales, ninguno fue educado en Turquía, sino en
Occidente, sobre todo en Alemania, donde funcionan libremente.
—Esto significa que los radicales están utilizando la libertad de
Occidente para formar a más gente en su doctrina...
—Lo mismo que hizo Hitler, que utilizó la
democracia para destruir la democracia. Es como el fascismo, que esta regido
por un concepto de supremacía, ideológica y racial. El Islam radical implica supremacía
religiosa, eso es una forma de fascismo. Si conocemos la raíz del problema nos
podemos preparar para afrontarlo más fácilmente. En la actualidad, en nuestras
escuelas no se puede enseñar el fascismo, pero por qué se permite enseñar que
una religión es superior a las demás. Eso supone un gran riesgo, con
repercusiones graves en el trato hacia las mujeres, que se están sumando a la
lucha.
—Con la caída de Mubarak, y el efecto contagio en varios países donde se
está luchando por la democracia, ¿no cree que ésta se puede convertir en un
instrumento de los radicales para alcanzar el poder?
—No debemos olvidar que los radicales
ganaron las elecciones en Argelia y Hamas en Palestina. Hamas dice en sus
libros escolares que la conquista de Al-Andalus es una prioridad para el mundo
musulmán. Son personas muy peligrosas. En Egipto, los Hermanos Musulmanes son,
según estudios de opinión, el primer partido de país, y es muy posible que
ganen las elecciones. ¿Qué haremos entonces? Podemos criticar el gobierno de
Mubarak y Gadafi, y todo lo que digamos es verdad y seguro que es peor de lo
que nos creemos, pero ¿cuál es la alternativa? Esos hombres servían de tapón
para que no escalaran los radicales. Ahora, ¿qué va a suceder? Tenemos la
esperanza de que vaya para mejor. Algunos países se inclinarán hacia la
democracia y tal vez hacia un cierto secularismo... pero no todos lo harán. Lo
que sucedió en Argelia debe ser muy ilustrativo para nosotros.
—¿Dónde está la solución?
—Yo creo que está en las escuelas. Si no
podemos actuar en ellas, habría que intentar otras opciones para detener este
problema, como cortar la inmigración porque los que vienen no son
problemáticos, sino sus hijos. Son ellos los que están provocando problemas en
Alemania, en Francia, en Inglaterra... Han adquirido la nacionalidad y se han
transformado en radicales. Es una prueba de que la política multicultural no
funciona cuando algunas culturas son intolerantes. Funcionó con los hindúes,
que están integrados; los budistas, lo mismo..., pero no ha funcionado con los
radicales islámicos. Tengo la teoría de que tenemos ser tolerantes con los tolerantes,
pero no podemos serlo con los intolerantes. Cuando lo fuimos en el 34 sucedió
lo que sucedió. No podemos olvidar que Francia va a tener mayoría musulmana en
2020 por el crecimiento demográfico. Cada familia francesa tiene 1,7 hijos,
frente al 8,7 de las familias musulmanas. Eso puede crear problemas muy graves,
y los franceses parece que están despertando. El problema de los radicales
musulmanes es que no están integrando los valores occidentales, porque son
diferentes. Para llenos no existe la libertad de expresión. Según Mahoma hay
que matar a quien critique al Islam, y eso no es posible en una democracia.
—¿La democracia supone un riesgo en estos momentos?
—En Argelia lo intentaron hacer pero no
lo consiguieron porque actuó el ejército. En Egipto creo que sucederá lo mismo.
Si triunfa la revolución islámica estoy convencido de que actuará el ejército,
lo parará, porque muchos cuadros de oficiales del ejercito se han formado en
Estados Unidos, y esto tiene mucha influencia, además del dinero. Pero espero
que no se tenga que llegar a eso. Muchos líderes utilizan la religión para
utilizar y manipular a la gente, y eso no resuelve los problemas. En muchos
países árabes se inclinaron hacia el socialismo, cuando esto falló optaron por
el islamismo. En 20 años tal vez entiendan que eso no funciona. Algunos países
no lo pueden entender porque tienen el apoyo del petróleo, como es el caso de
Arabia Saudita, que es radical, pero ese modo de funcionar arruina un país.
Como tienen el petróleo no ven las consecuencias de una política semejante. Sin
embargo, otros, como Túnez, que no lo tiene, si van por esa línea saben que
significa su destrucción porque perdería el turismo. Basta recordar el caso de
los Hermanos Musulmanes que mataron a un grupo de turistas Luxor, algo que les
convirtió en muy impopulares porque fue un ataque al bolsillo de Egipto. Creo
que esta cuestión puede ser un punto de contención al islamismo radical.
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