jueves, 11 de diciembre de 2014

"La señora Dalloway". Virginia Woolf





MRS. DALLOWAY, VIRGINIA WOOLF, 11 de diciembre 2014



“Os pido que ganéis dinero y tengáis una habitación propia"
(Virginia Woolf en Una habitación propia)


1. La sociedad victoriana, Londres y Bloomsbury. El grupo de Bloomsbury: quién es quién.

Con el nombre de Círculo o grupo de Bloomsbury se suele designar a un conjunto de intelectuales británicos que durante el primer tercio del siglo XX destacaron en el terreno literario, artístico o social. Se llamó así tomando el nombre del barrio de Londres que rodea al Museo Británico y donde habitaba la mayor parte de sus integrantes, que comenzó a reunirse en torno a 1907 en casa de la escritora Virginia Stephen (después Virginia Woolf) y de su hermana Vanessa, casada con el crítico de arte Clive Bell. Estos intelectuales eran en su mayor parte miembros de la sociedad secreta denominada los apóstoles de Cambridge, y muchos de ellos publicaron en la editorial Hogarth Press que crearon Virginia y su marido Leonard Woolf.

Si algo tenía en común un grupo tan heterogéneo, como señala uno de sus miembros, Gerald Brenan en su Memoria personal, era su defensa a ultranza de la razón y un gran desprecio por la religión. También compartían todos la reacción contra la moral victoriana y el realismo del siglo XIX. Por otra parte, todos se consideraban miembros de una élite intelectual ilustrada, de ideología liberal y humanista, y en su mayoría se habían educado con los mismos profesores en el Trinity College de Cambridge o en el King's College de Londres. Propugnaron especialmente la independencia de criterio, de expresión y de creatividad, el individualismo esencial, el pacifismo (no olvidemos que vivieron dos guerras mundiales), la defensa del feminismo y del espacio público y artístico de la mujer (Virginia Wolf, Una habitación propia) y muy especialmente, su culto a la amistad.
Integraron el grupo la escritora Virginia Woolf, su esposo, Leonard Sidney Woolf, los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, los críticos de arte Roger Fry y Clive Bell, el economista John Maynard Keynes, el escritor Gerald Brenan, el biógrafo Lytton Strachey, el crítico literario Desmond MacCarthy, el novelista y ensayista Edward Morgan Forster, la escritora Katherine Mansfield y los pintores Dora Carrington, Vanessa Bell y Duncan Grant.
En el terreno artístico sustentaron una gran admiración por Paul Gauguin, Vincent Van Gogh y, especialmente, Paul Cézanne, cuyo influjo fue determinante en el caso de Grant y Bell.


2. Virginia Woolf: biografía.
Adeline Virginia Stephen, Londres, 1882 - Lewes, 1941. Escritora británica cuyo nombre figura junto con el de James Joyce, Thomas Mann o Franz Kafka entre los grandes renovadores de la novela moderna. Experimentando con la estructura temporal y espacial de la narración, perfeccionó en sus novelas el monólogo interior, procedimiento por el que intenta representar los pensamientos de un personaje en su forma primigenia, en su fluir inconsciente, tal y como surgen en la mente. Algunas de sus obras más famosas, como La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) o Las olas (1931), ejemplifican este recurso mediante un poderoso lenguaje narrativo en el que se equilibran perfectamente el mundo racional y el irracional.
Woolf fue además pionera en la reflexión sobre la condición de la mujer, la identidad femenina y las relaciones de la mujer con el arte y la literatura, que desarrolló en algunos de sus ensayos; entre ellos, destaca por la repercusión que posteriormente tendría para el feminismo Una habitación propia (1932). No sólo abordó este tema en los ensayos, sino que también lo hizo en novelas como la inquietante y misteriosa Orlando (1928), en la que se difuminan las diferencias entre la condición masculina y la femenina encarnadas en el protagonista, un aristócrata dotado de la facultad de transformarse en mujer.

Virginia Woolf a la edad de 20 años


Hija de sir Leslie Stephen, distinguido crítico e historiador, Virginia Woolf creció en un ambiente frecuentado por literatos, artistas e intelectuales. Tras el fallecimiento de su padre, en 1905, se estableció con su hermana Vanessa - pintora que se casaría con el crítico Clive Bell - y sus dos hermanos en el barrio londinense de Bloomsbury, que se convirtió en centro de reunión de antiguos compañeros universitarios de su hermano mayor, entre los que figuraban intelectuales de la talla del escritor E. M. Forster, el economista J. M. Keynes y los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, y que sería conocido como el grupo de Bloomsbury. Elementos comunes de esta heterogénea élite intelectual fueron la búsqueda del conocimiento y del placer estético entendidos como la tarea más elevada a que debe tender el individuo, así como un anticonformismo político y moral.
En 1912, cuando contaba treinta años, se casó con Leonard Woolf, economista y miembro también del grupo, con quien fundó en 1917 la célebre editorial Hogarth Press, que editó la obra de la propia Virginia y la de otros relevantes escritores, como Katherine Mansfield, T. S. Eliot o S. Freud. Sus primeras novelas, Viaje de ida y Noche y día, ponen ya de manifiesto la intención de la escritora de romper los moldes narrativos heredados de la novelística inglesa anterior, en especial la subordinación de personajes y acciones al argumento general de la novela, así como las descripciones de ambientes y personajes tradicionales; sin embargo, estos primeros títulos apenas merecieron consideración por parte de la crítica.
Sólo con la publicación de La señora Dalloway y Al faro comenzaron a elogiar los críticos su originalidad literaria. En estas obras llaman ya la atención la maestría técnica y el afán experimental de la autora, quien introducía además en la prosa novelística un estilo y unas imágenes hasta entonces más propios de la poesía. Desaparecidas la acción y la intriga, sus narraciones se esfuerzan por captar la vida cambiante e inasible de la conciencia.
Influida por la filosofía de Henri Bergson, experimentó con especial interés con el tiempo narrativo, tanto en su aspecto individual, en el flujo de variaciones en la conciencia del personaje, como en su relación con el tiempo histórico y colectivo. Así, Orlando constituye una fantasía libre, basada en algunos pasajes de la vida de Vita Sackville-West, amiga y también escritora, en que la protagonista vive cinco siglos de la historia inglesa. En Las olas presenta el «flujo de conciencia» de seis personajes distintos, es decir, la corriente preconsciente de ideas tal como aparece en la mente, a diferencia del lógico y bien trabado monólogo tradicional.
Escribió también una serie de ensayos que giraban en torno de la condición de la mujer, en los que destacó la construcción social de la identidad femenina y reivindicó el papel de la mujer escritora, como en Una habitación propia. Destacó a su vez como crítica literaria, y fue autora de dos biografías: una divertida recreación de la vida de los Browning a través de los ojos de su perro (Flush) y otra sobre el crítico Robert Fry (Fry). En uno de los accesos de una enfermedad mental que había obligado a ingresarla en varias ocasiones a lo largo de su vida, el 28 de marzo de 1941 desapareció de su casa de campo, se puso el abrigo, llenó los bolsillos con piedras y se lanzó al río Ouse cerca de su casa ahogándose. Su cuerpo no fue encontrado hasta el 18 de abril. Su esposo enterró sus restos incinerados bajo un árbol en Rodmell, Sussex.


3. Virginia Wolf: psicopatología.

- Antecedentes familiares:
En el caso de Virginia, se puede afirmar que existe una Historia de trastornos afectivos (enfermedad depresiva y maníaco-depresiva) en su familia, especialmente en la rama paterna:
·        Su abuelo tuvo al menos 3 episodios depresivos.
·        Su primo -JK Stephen- fue un prometedor escritor que desarrolló un trastorno maníaco y tuvo que ser confinado debido a su agresividad.
·        El padre de Virginia padeció episodios depresivos.
·        Su madre, Julia, tuvo un duelo patológico tras la muerte de su primer marido, momento a partir del cual “se sintió muerta”.
·        Su hermanastra, Laura, hija del primer matrimonio de su padre, fue declarada mentalmente incapaz (¿retraso mental?) y fue ingresada en un psiquiátrico en 1891.
·        Su hermana Vanessa, tuvo un episodio depresivo tras perder el hijo que esperaba. Los síntomas que presentó eran similares -según los familiares- a los que solía presentar Virginia.
- Historia personal:

·        En 1895, cuando Virginia contaba  13 años, murió su madre.
·        Desde que murió su madre hasta que se casó con Leonard, ella y su hermana Vanessa, sufrieron abusos sexuales por parte de sus hermanastros Gerald y George, hijos del primer matrimonio de su madre
·        En 1897, su hermanastra Stella, que hasta entonces había hecho las veces de madre, murió de peritonitis cuando estaba embarazada.
·        En 1904 muere su padre.
·        En 1913 se casa con Leonard Woolf, con el que compartió un lazo afectivo muy fuerte. De hecho, en 1937, Woolf escribió en su diario: «Hacer el amor — después de 25 años que no podemos tolerar el estar separados... ver que es un enorme placer ser deseado: una esposa. Y nuestro matrimonio tan completo”

- Historia clínica:

·        Primer episodio depresivo poco después de la muerte de su madre (1895) que duró aproximadamente 6 meses. Se culpaba a sí misma por su muerte, tendía a menospreciarse sobre todo al compararse con su hermana Vanessa y los desconocidos la aterrorizaban. Después, comenzó a estar irritable e inquieta.
·        Un mes más tarde de la muerte de su padre (1904) volvió a sentirse triste y culpable. Comenzó a oír voces que la incitaban a hacer disparates y finalmente, se tiró por la ventana de su casa sin graves consecuencias para ella.
·        El tercer episodio de la enfermedad de Virginia tuvo lugar en 1913, poco después de haberse casado con Leonard Woolf. Este período de la enfermedad de Virginia está muy bien documentado porque Leonard llevaba un minucioso diario de la enfermedad de su esposa.


- Sintomatología:
Las crisis, centradas en modificaciones intensas  del humor, se sucedieron a lo largo de toda su vida. El diagnóstico de su enfermedad, en términos actuales, sería trastorno bipolar. Su estado mental está ampliamente documentado a través de sus diarios y obras de ficción, lo que la hace atractiva a los ojos de psicólogos y psiquiatras interesados en conocer cómo se vive "desde dentro"  el mencionado trastorno mental.
·        El ánimo predominante fue depresivo: lentitud del pensamiento e ideación, pesimismo, desesperanza, ideas recurrentes de suicidio, horror a la soledad e hipersensibilidad extrema a la gente, desamparo, incapacidad de vibrar con el medio, autocrítica despiadada, sentimientos de culpa infundados, imposibilidad de concentrarse en la lectura y escritura –“mi mente se anudó”, decía-, despersonalización. Pérdida del apetito, amenorrea, jaquecas que le taladraban el occipucio, insomnio pertinaz (“aquellas interminables noches que no se acababan a las doce, sino que siguen en números dobles: trece, catorce hasta que lleguen a los veinte..., no hay nada para evitar que sean así si deciden serlo”). Su diario denuncia: “Te hundes en el pozo y no hay nada que te proteja contra el asalto de la verdad. Allí abajo no puedo escribir ni leer; sin embargo, existo, soy”.
En los períodos depresivos creía que ella tenía la culpa de su estado y que su situación era un castigo merecido. No podía concentrarse ni escribir y se negaba a comer porque la daban asco las partes de su cuerpo relacionadas con la comida (boca, tripa...). Tendía a menospreciarse, sobre todo cuando se comparaba con su hermana Vanesa.
La propia Virginia relacionaba su temor a las relaciones sexuales y la repulsión que su cuerpo la producía con los abusos sexuales que sufrieron (ella y su hermana) por parte de sus hermanastros: Gerald y George. Su cuerpo le producía tanta vergüenza que no podía soportar el verse contemplada en un espejo. Al parecer, sus primeras relaciones sexuales con Leonard reactivaron recuerdos de su pasado particularmente dolorosos para ella.
·        En los períodos de manía, su marido describe su incesante hablar: "hablaba casi sin parar durante 2 o 3 días", se hacía preguntas y se contestaba a sí misma. Incluso, una mañana, Leonard la descubrió hablando con su madre. Su lenguaje se volvía incoherente, decía que era una "mezcla de palabras disociadas". Estaba irritable, la emprendía contra él y, por regla general, contra todos los hombres.

La enfermedad, que comenzó en la  pubertad temprana, la condujo a la muerte al tercer intento planificado de suicidio. Después de acabar el manuscrito de una última novela (publicada póstumamente),”Entre actos, padeció una depresión parecida a las que había tenido anteriormente. El estallido de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de su casa de Londres y la fría acogida que tuvo su biografía sobre su amigo Roger Fry empeoraron su condición hasta que se vio incapaz de trabajar.
Como ya hemos comentado en el apartado 2, el 28 de marzo de 1941 Virginia Woolf se suicidó ahogándose en el río Ouse.
Esta es la nota póstuma que dejo a su marido:

“Querido: Siento con absoluta seguridad que voy a enloquecer de nuevo. Creo que no podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Yo sé que esta vez no podré recuperarme. Estoy comenzando a oír voces, y me es imposible concentrarme. Así que hago lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la máxima felicidad posible. Has sido en todos los sentidos todo lo que uno puede ser. No creo que haya habido dos personas más felices que nosotros, hasta que ha venido esta terrible enfermedad. No puedo luchar más. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí tú podrás trabajar. Sé que lo harás, lo sé. Ya ves que no puedo ni siquiera escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo a ti toda la felicidad que he tenido en mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirlo — todo el mundo lo sabe. Si alguien hubiera podido salvarme ese alguien hubieras sido tú. Ya no queda en mí nada que no sea la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos personas puedan ser más felices de lo que lo hemos sido tú y yo. Virginia.”

[I feel certain I am going mad again. I feel we can't go through another of those terrible times. And I shan't recover this time. I begin to hear voices, and I can't concentrate. So I am doing what seems the best thing to do. You have given me the greatest possible happiness. You have been in every way all that anyone could be. I don't think two people could have been happier till this terrible disease came. I can't fight any longer. I know that I am spoiling your life, that without me you could work. And you will I know. You see I can't even write properly. I can't read. What I want to say is I owe all the happiness of my life to you. You have been entirely patient with me and incredibly good. I want to say that everybody knows it. If anybody could have saved me it would have been you. Everything has gone from me but the certainty of your goodness. I can't go on spoiling your life any longer. I don't think two people could have been happier than we have been. Virginia.]


Influencia  de la enfermedad mental en la creación literaria de Virginia Woolf:
Su esposo, Leonard Woolf, escribe en 1964: “Estoy seguro de que el ingenio de Virginia se relacionaba de modo estrecho con lo que manifestaba como enfermedad mental y locura. La imaginación creativa en sus novelas, su capacidad de conversación para “dejar la tierra” y las ilusiones volubles de las crisis provenían del mismo lugar de su mente….en realidad fue la cruz de su vida, la tragedia de su ingenio”
Ella misma aseguraba que entresacaba el material para su obra de ficción de las experiencias vividas por ella en sus frecuentes períodos de enfermedad, especialmente en las fases maníacas, en las que "las ideas manaban como un volcán". Parece ser que algunos de los síntomas propios de la enfermedad facilitaban la creatividad de Virginia, especialmente la fuga de ideas (trastorno de la velocidad del pensamiento caracterizado por un flujo incesante de asociaciones, de modo tal que el pensamiento cambia de tema de manera constante y sin motivo, o salta a otro contenido ante cualquier estímulo externo, sin importar su relevancia).
Otros síntomas referidos por la propia Virginia se refieren a la velocidad de los pensamientos, fenómeno conocido como taquipsíquia. Por ejemplo, ella dice que "los pensamientos volaban por delante y la razón iba a la zaga". A veces, los pensamientos se la presentaban en forma de voces. Dice: "Seguir mis pensamientos era como seguir una voz que habla demasiado deprisa para que la anote un lápiz; y la voz era la mía propia diciendo cosas innegables, imperecederas, contradictorias". La imagen de los pájaros cantando en griego "que no existe el crimen, que no hay muerte" aparece en La señora Dalloway.
Vivió también períodos en los que tuvo incapacidad absoluta para crear: “no podía escribir y salieron todos los diablos: diablos negros y peludos”. Tras finalizar cada novela se espantaba: “Ahora vendrá la época de la depresión, después la congestión, la sofocación... El horror es que mañana, después de este día ventoso de prórroga..., deberé empezar por el principio... ¿Por qué, oh, por qué? Nunca más...”.
En La señora Dalloway, a través de su personaje Septimus Smith bucea en las experiencias de su enfermedad. Este personaje fue tachado de loco por los psiquiatras, guardianes de la normalidad en la época victoriana, porque rechazó las normas de la sociedad en que vivía.
Septimus es enviado a la guerra (1ª Guerra Mundial.) y allí se le enseña a no sentir. Al volver a casa, los estratos dominantes de la sociedad tratan de segregarlo y silenciarlo para mantener la normalidad por la que luchó. Septimus Smith tenía alucinaciones visuales en las que todo lo que había visto en el frente volvía a agredir su vista, asociaba toda experiencia con lo vivido en la guerra (por ejemplo, el sonido de las campanas llegaba a sus oídos como un cañonazo). Tenía, también, delirios megalomaníacos: únicamente él conocía el significado y el destino del mundo. Además, los mensajes que Septimus tenía que comunicar al mundo ("No existe la muerte", "No existe el mal") son ejemplos del principal mecanismo de defensa utilizado por el paciente maníaco: la negación. Septimus confunde los objetos reales y las palabras. Para él, las palabras no se refieren a ningún aspecto de la realidad, sino que son señales que se refieren a él pero no reconoce como propias.
En esta obra Virginia Woolf deja entrever su creencia sobre la causa de su enfermedad. Para ella, era el no sentir nada ante la muerte de un ser querido lo que desencadenaba la enfermedad. Por eso, Septimus se psicotiza cuando es incapaz de sentir nada ante la muerte de su mejor amigo en el frente.

Virginia Woolf en 1927


              

4. Virginia Woolf: obra.

Orlando, 1928
Al faro, 1927
Noche y día, 1919  
Fin de viaje, 1915

5. Mrs. Dalloway (1925)

- Para comprender mejor esta novela es fundamental explicar la técnica literaria llamada «flujo de conciencia» (stream of consciousness), expresión acuñada por William James, el psicólogo y hermano del escritor, Henry, para caracterizar el continuo flujo de pensamientos y sensaciones en la mente humana. Más tarde se la apropiaron los críticos literarios para describir un tipo particular de ficción moderna que intentaba imitar ese proceso, ejemplificado, entre otros autores por James Joyce, Virginia Wolf y William Faulkner. Con esta técnica narrativa el autor intenta recoger por escrito el fluir del pensamiento de un personaje y se caracteriza por saltos en el pensamiento, utilización de la primera persona y falta de puntuación.
El monólogo interior (mayor respeto a la estructura gramatical y puntuación, uso del presente y primera persona) y el estilo indirecto libre (utilización del pasado y tercera persona, no utilización de verbos ni expresiones introductorias del estilo indirecto) son las técnicas literarias más utilizadas en Mrs. Dalloway para expresar ese caudal de pensamientos y vida interior.
[Quedaría por comentar el soliloquio que es un monólogo dirigido a una tercera persona o a un público, más propio del teatro y de la poesía. Ejemplos famosos serían el Ser o no ser de Hamlet, el de Segismundo en La vida es sueño de Calderón de la Barca o el de la protagonista de Cinco horas con Mario de Miguel Delibes]
- La señora Dalloway relata un día corriente en la vida londinense de Clarissa Dalloway, dama de unos cincuenta años, de origen social alto, casada con un diputado conservador y madre de una adolescente. La historia comienza una soleada mañana de junio de 1923, con un paseo de Clarissa por el centro de la ciudad, y termina esa misma noche, cuando están comenzando a retirarse de casa de los Dalloway los invitados a una fiesta. Aunque en el curso del día sucede un hecho trágico —el suicidio de un joven que volvió de la guerra con graves problemas mentales— lo notable de la historia no es ese episodio, ni el conjunto de pequeños sucesos y recuerdos que la componen, sino que toda ella esté narrada desde la mente de los personajes, esa sutil e impalpable realidad donde lo vivido se vuelve idea, goce, sufrimiento y memoria.
El libro apareció en 1925 y fue el primero de las tres grandes novelas (las otras son To the Lighthouse y The Waves) con las que Virginia Woolf revolucionaría el arte narrativo de su tiempo, creando un lenguaje capaz de recrear la subjetividad humana, los meandros y ritmos escurridizos de la conciencia. Su hazaña no es menor que las similares de Proust y de Joyce, a las que complementa y enriquece con un matiz particular: el de la sensibilidad femenina. En La señora Dalloway la realidad ha sido reinventada desde una perspectiva en la que se expresan no exclusiva pero sí principalmente la idiosincrasia y la condición de la mujer. Y son, por eso, las experiencias femeninas de la historia las que más vividamente perduran en el recuerdo del lector, por la verdad esencial que parece animarlas, como el de aquella fugaz y formidable anciana, la tía de Clarissa, Miss Helena Parry, que, a sus ochenta y pico de años, en el revuelo de la fiesta, sólo recuerda la Birmania donde vivió de joven, las salvajes y esplendorosas orquídeas que arrancaba y reproducía en acuarelas.
A veces, en las obras maestras que inauguran una nueva época en la manera de narrar, la forma descuella de tal modo sobre los personajes y la anécdota que la vida parece congelarse, evaporarseUlises de Joyce, y lo que lleva casi a la ilegibilidad a Finnegan’s Wake. En La señora Dalloway no sucede nada de eso (aunque en To the Lighthouse y, sobre todo, en The Waves, estuvo a punto de suceder): el equilibrio entre la forma y el fondo del relato es absoluto y nunca tiene el lector la sensación de estar asistiendo a lo que también es el libro, un audaz experimento; únicamente, al delicado e incierto tramado de ocurrencias que protagonizan un puñado de seres humanos en una cálida jornada de verano, por las calles, parques y viviendas del centro de Londres. La vida está siempre allí, en cada línea, en cada sílaba del libro, desbordante de gracia y de finura, prodigiosa e inconmensurable, rica y diversa en todos sus instantes y posturas. «Beauty was everywhere [La belleza estaba por todas partes]», piensa, de pronto, Septimus Warren Smith, a quien el miedo y el dolor llevarán a matarse. Y es verdad, en La señora Dalloway, el mundo real ha sido rehecho y perfeccionado de tal manera por el genio deicida del creador que todo en él es bello, incluido lo que en la deleznable realidad objetiva tenemos por sucio y por feo.
El embellecimiento sistemático de la vida, gracias a su refracción en sensibilidades exquisitas, capaces de disfrutar en todos los objetos y en todas las circunstancias la secreta hermosura que encierran, es lo que confiere al mundo de La señora Dalloway su milagrosa originalidad. Así como la anciana Miss Parry ha abolido de sus recuerdos de Birmania todo, salvo las orquídeas y unas imágenes de desfiladeros y culíes, el mundo de la ficción ha segregado del real el sexo, la miseria y la fealdad y metamorfoseado todo lo que de alguna manera los recuerde en sentimiento convencional, alusión intrascendente o placer estético. Al mismo tiempo, intensifica la presencia de las cosas ordinarias, de lo banal, de lo intangible, hasta vestirlos de una insospechada suntuosidad e impregnarles un relieve, una palpitación vital y una dignidad inéditos. Esta transformación «poética» del mundo es radical y, sin embargo, no resulta inmediatamente perceptible, pues, si lo fuera, daría al lector la impresión de una forzada tergiversación de la vida real, y La señora Dalloway, por el contrario, parece sumergirnos de lleno en lo más auténtico de la experiencia humana. Pero lo cierto es que la reconstrucción fraudulenta de la realidad que el libro opera, reduciendo aquélla a pura sensibilidad estética del mayor refinamiento, no puede ser más profunda ni total. Ese mundo en el que todos los personajes sin excepción gozan de la maravillosa aptitud de detectar lo que hay de extraordinario en lo vulgar, de eterno en lo efímero y de glorioso y heroico en la mediocridad, no es ni más ni menos que la propia Virginia Woolf. Pues los seres de esta ficción han sido fraguados a su imagen y semejanza.
Pero ¿son en verdad los personajes de la novela quienes poseen este singular atributo o lo tiene, más bien, aquel personaje que los relata, los dicta y a menudo habla por su boca? Me refiero al narrador —aunque aquí convendría tal vez hablar de la narradora— de la historia. Éste es, siempre, el personaje central de una ficción. Invisible o presente, uno o múltiple, encarnado en la primera, segunda o la tercera persona, dios omnisciente o testigo. Aplicado en la novela, el narrador es la primera y la más importante criatura que debe inventar un novelista para que aquello que quiere contar resulte convincente. El huidizo y ubicuo narrador de La señora Dalloway es el gran éxito de Virginia Woolf en este libro, la razón de ser de la eficacia de la magia y el irresistible poder de persuasión que emana de la historia.
El narrador de la novela está siempre instalado en la intimidad de los personajes, nunca en el mundo exterior. Lo que nos narra de éste llega a nosotros filtrado, diluido, sutilizado por la sensibilidad de aquellos seres, jamás directamente. Son las conciencias en movimiento de la señora Dalloway, de Richard, su marido, de Peter Walsh, de Elizabeth, de Doris Kilman, del atormentado Septimus o de Rezia, su esposa italiana, la perspectiva desde la cual va siendo construida aquella cálida mañana de junio, trazadas las calles londinenses con su algarabía de bocinas y motores, los verdes y perfumados los parques por donde pasean los personajes. El mundo objetivo se disuelve en esas conciencias antes de llegar hasta el lector, se deforma y reforma según el estado de ánimo de cada cual, se añade de recuerdos e impresiones y se llena de fantasmas con los sueños y fantasías que suscita en las mentes. De esta manera, el lector de La señora Dalloway nunca está personalmente encarado con la realidad primera donde tiene lugar la novela, sólo con las diferentes versiones subjetivas que de ella tejen los personajes. Esa sustancia inmaterial, huidiza, y, sin embargo, esencialmente humana que es la vida hecha recuerdo, sentimiento, sensación, deseo, es el prisma a través del cual el narrador de La señora Dalloway va mostrando el mundo y refiriendo la anécdota. Y a ello se debe la extraordinaria atmósfera que, desde las primeras líneas, consigue la novela: la de una realidad suspendida y sutil, en la que la materia parecería haberse contaminado de cierta idealidad y estar disolviéndose íntimamente, dotada de la misma calidad evasiva que la luz, que los olores, que las tiernas y furtivas imágenes de la memoria.

Es este clima o ámbito inmaterial, evanescente, del que nunca salen los personajes lo que da al lector de La señora Dalloway la impresión de hallarse ante un mundo totalmente extraño, pese a que las ocurrencias de la novela no pueden ser más triviales ni anodinas. El repliegue en lo subjetivo es uno de los rasgos del narrador; otro es desaparecer en las conciencias de los personajes, transubstanciarse con ellas. Se trata de un narrador excepcionalmente discreto, que evita hacerse notar y que está saltando con frecuencia —pero siempre, tomando las mayores precauciones para no delatarse— de una a otra intimidad. Cuando existe, la distancia entre el narrador y el personaje es mínima y constantemente desaparece porque aquél se esfuma para que éste lo reemplace: la narración se vuelve entonces monólogo. Estas mudanzas ocurren a cada paso, a veces varias en una misma página, y, pese a ello, apenas lo advertimos, gracias a la maestría con que el narrador lleva a cabo sus transformaciones, desapariciones y resurrecciones.

¿En qué consiste esta maestría? En la sabia alternancia del estilo indirecto libre y del monólogo interior, y en una alianza de ambos métodos narrativos. El estilo indirecto libre, inventado por Flaubert, consiste en narrar a través de un narrador impersonal y omnisciente —es decir, desde una tercera persona gramatical— que se coloca muy cerca del personaje, tan cerca que a veces parece confundirse con él, ser abolido por él. El monólogo interior, perfeccionado por Joyce, es la narración a través de un narrador personaje —el que narra desde la primera persona gramatical— cuya conciencia en movimiento es expuesta directamente (con distintos grados de coherencia o de incoherencia) a la experiencia del lector. Quien cuenta la historia de La señora Dalloway es, por instantes, un narrador impersonal, muy próximo al personaje, que nos refiere sus pensamientos, acciones, percepciones, imitando su voz, su deje, sus reticencias, haciendo suyas sus simpatías y sus fobias, y es, por instantes, el propio personaje cuyo monólogo expulsa del relato al narrador omnisciente.

Estas «mudas» de narrador ocurren innumerables veces en la novela, pero sólo en algunas ocasiones son evidentes. En muchas otras no hay manera de determinar si quien está narrando es el narrador omnisciente o el propio personaje, porque la narración parece discurrir en una línea fronteriza entre ambos o ser ambos a la vez, un imposible punto de vista en el que la primera y la tercera persona gramatical habrían dejado de ser contradictorias y formarían una sola. Este alarde formal es particularmente eficaz en los episodios relativos al joven Septimus Warren Smith, a cuya desintegración mental asistimos, alternativamente, desde una vecindad muy cercana o la compartimos, absorbidos, se diría, gracias a la astuta hechicería del lenguaje, por el insondable abismo de su inseguridad y de su pánico.

Septimus Warren Smith es un personaje dramático, en una novela donde todos los demás tienen vidas convencionales y previsibles, de una rutina y aburrimiento que sólo el vivificante poder transformador de la prosa de Virginia Woolf llena de encanto y misterio. La presencia de ese pobre muchacho que fue como voluntario a la guerra y volvió de ella condecorado y, en apariencia, indemne, pero herido en el alma, es inquietante además de lastimosa. Porque deja entrever que, pese a tantas páginas dedicadas a ensalzarlo en lo que tiene de hermoso y de exaltante, no todo es bello, ni ameno ni fácil ni civilizado en el mundo de Clarissa Dalloway y sus amigos. Existen, también, aunque lejos de ellos, la crueldad, el dolor, la incomprensión, la estupidez, sin los cuales la locura y el suicidio de Septimus resultarían inconcebibles. Están mantenidos a distancia por los ritos y la buena educación, por el dinero y la suerte, pero los rondan, al otro lado de las murallas que han erigido para ser ciegos y felices y, en ciertos momentos, con su acerado olfato, Clarissa lo presiente. Por eso la estremece la imponente figura de Sir William Bradshaw, el alienista, en quien ella, no sabe por qué, adivina un peligro. No se equivoca: la historia deja muy claro que si al joven Warren Smith lo desquicia la guerra, es la ciencia de los psiquiatras la que lo hace lanzarse al abismo. Sin la pequeña huella de cruda realidad que la historia de Septimus Warren Smith deja en el libro, no sería tan impoluto y espiritual, tan áureo y tan artístico el mundo en el que nació —y contribuye tanto a crear— Clarissa Dalloway.

- Para concluir el análisis de Mrs. Dalloway cito a continuación una serie de temas y símbolos que podemos comentar en la reunión si hay tiempo.
          · Temas: la comunicación, las consecuencias de la guerra (shock postraumático) y la incipiente desilusión con el Imperio Británico, el paso del tiempo y el miedo a la muerte, la opresión social y patriarcal, las referencias a Shakespeare (Cimbelino y Otelo), Londres.
          · Símbolos: las flores, la fiesta, Londres, el Big Ben, la autoridad política y la autoridad científica, la navaja de Peter Walsh, la anciana de la ventana, la canción de la mujer del metro.




6. Los recorridos por Londres en Mrs. Dalloway.

 
  • Mrs. Dalloway: desde Dean’s Yard, Westminster, a través de Victoria Street, St. James' Park y Piccadilly Street,  Old y New Bond Streets hacia Oxford Street (MD 3-14)
  • Richard Dalloway: desde Brook St. New Bond, por Green Park, pasando el Palacio de Buckingham hasta Dean’s Yard  (MD 112-117)
  • Septimus & Rezia: desde Oxford St. por Harley St. a Broad Walk en Regent’s Park (MD 14-27)
  • Elizabeth desde los  Army Navy Stores en Victoria St. por Whitehall y Strand hacia Fleet Street y The Temple (MD 134-139)
  • Peter Walsh: desde Westminster, Whitehall arriba, cruzando Trafalgar Sq., en dirección a Cockspur Street y Haymarket Street, por Regent’s Street hacia Regent’s Park (MD 48-56)




¿Quién sabe por qué la queremos así, por qué la vemos de esta manera, por qué la elevamos a nuestro alrededor, la construimos, la destruimos y, a cada minuto, la recreamos?
VIRGINIA WOOLF


6. Algunos pensamientos de Virginia Woolf:


Soñé que estaba mirando en un espejo cuando un rostro horrible – el rostro de un animal – apareció de repente sobre mi hombro. No puedo estar segura de si fue un sueño o si sucedió. (Momentos de vida)

La independencia de la mujer: Les dije suavemente que bebieran vino y que tuvieran una habitación propia. (Una habitación propia, Lumen)

Sexualidad: Por diversos que sean los sexos, se confunden. No hay ser humano que no oscile de un sexo a otro, y a menudo sólo los trajes siguen siendo varones o mujeres, mientras que el sexo oculto es lo contrario del que está a la vista. (Orlando, capítulo 4. Lumen)

El papel de la mujer en política: Me desagrada dejar sin contestación una carta tan notable como la suya, una carta que quizá sea única en la historia de la humana correspondencia, pues ¿cuándo se ha dado el caso, anteriormente, de que un hombre culto pregunte a una mujer cuál es la manera, en su opinión, de evitar la guerra. (Comienzo de 'Tres Guineas', Lumen)

El rol femenino: Durante todos estos siglos, las mujeres han servido de espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar la figura del hombre al doble de su tamaño. (Una habitación propia, Lumen)


7. ¿Así era Londres, Virginia?


JAVIER APARICIO MAYDEU, EL PAÍS, 5 MAR 2005

Una edición de exquisito diseño para seis artículos que Virginia Woolf escribió sobre Londres por encargo de la revista Good Housekeeping y una historia de la ciudad construida por el articulista A. N. Wilson invitan a penetrar en calles y monumentos de la urbe bañada por el Támesis. El costumbrismo, el feminismo, la ironía y el tono crítico con la Inglaterra victoriana recorren las líneas del primero, mientras el segundo se vuelca con humor en lo político y lo social.
La misma dama guerrera que se despachó a gusto contra el realismo hegemónico en Modern Fiction, su incendiario artículo de vanguardia, de 1919, en The Times, la niña bien de Kensington que se instaló en Bloomsbury para ejercer de pope de las letras y decirle que no al Ulises desde su recoleto despachito de The Hogarth Press, la genial suicida insatisfecha se aviene a escribir por encargo estas seis semblanzas londinenses para una revista del hogar, diez años antes de que, enloquecida por su propio talento (¡en su cabeza sonaban poemas por las noches y los pájaros le cantaban en griego!) tanto como por los bombardeos de Londres, muera ahogada en el río, como la Ofelia de John Everett Millais.

Si repara el lector en el hecho de que estos textos se dieron a la imprenta efectivamente en 1931, advertirá que constituyen un insólito contrapunto, por su talante prosaico, a las sofisticadas performances líricas que componen las páginas de su novela Las olas, publicada ese mismo año.

Una prueba más del espíritu tornadizo y atrabiliario de la Woolf, que apenas si había terminado de escribir los sofisticados monólogos simbólicos de Las olas y ya enviaba a la revista Good Housekeeping -suerte de magazine para amas de casa nacido en 1924 y que continúa hoy a la venta- estas páginas, que nacen de un afán costumbrista sólo en apariencia. Enseguida discurren por los derroteros de la ironía, el compromiso con el feminismo y el librepensamiento y el british humor, agazapado a veces en una antojadiza voluntad de cotilleo, de impúdica revelación de un secreto banal, de una maldad que anime la velada en el pub ("fijémonos en los Carlyle, por ejemplo. Metámonos en la cocina. Allí, en dos segundos, nos enteramos de que no tenían agua corriente", 'Casas de grandes hombres', página 51, comentario con el que justifica varias páginas envenenadas contra los abusos sociales de la Inglaterra victoriana). Y donde Woolf escribe a sus anchas acerca de ese ancestral apego de los británicos a la chismografía elegante es en Retrato de una londinense, artículo mordaz que, a la zaga de los minuciosos y agridulces cuadros sociales de Henry James, abre el volumen presentándonos a esa quintaesencia del Londres castizo que es su señora Crowe.

Londres, como sucede en casi todas sus novelas, contiene páginas que le dan la razón a su amigo Forster cuando, hablando del estilo de Woolf, comentó que "constantemente está capturando trocitos del flujo de la vida cotidiana". Es sobre todo el lector de Mrs. Dalloway (1925) -su novela más londinense- el que callejea por Londres con los ojos bien abiertos y la memoria espoleada, como hace la autora en estas prosas prosaicas: la pastelería Rumpelmayer, el Big Ben, las chimeneas de Pimlico, Clarissa Dalloway cruzando Piccadilly con capa y guantes, Mrs. Dalloway viendo escaparates en pleno bullicio de Oxford Street, pero Virginia Woolf paseando en 'El oleaje de Oxford Street' (página 40), "en perpetua prisa y desorden", entre máquinas y automóviles, "un criadero, una dinamo de sensaciones" -anota con un apunte impresionista, como los de Joyce en Dublín, Döblin en Berlín, Gadda en Milán, Proust en París o Dos Passos en Nueva York-, imágenes de la modernidad vanguardista de un Londres "que no ha sido construido para durar, sino para pasar" (página 43).

Eso es Londres, un álbum fotográfico (carretillas de reparto, balas de lana sobre las barcazas del Támesis, tumbas y estatuas en Saint Paul) cuyos pies de foto esconden sátira política y crítica social a partes iguales. En 'Ésta es la Cámara de los Comunes' (página 87), Woolf escribe "veamos si la democracia que construye edificios supera a la aristocracia que modelaba estatuas", la misma que desplegó un imperio colonial cuyos frutos se desparraman a lo largo y ancho de 'Los muelles de Londres', decrépita y metafórica cornucopia. El Londres de Woolf, muy lejos ya de ser el escenario para un retrato de época, como lo fue en manos de Dickens, deviene en cambio el subterfugio idóneo para dar rienda suelta a su infatigable afán crítico, a su mirada seductora e indiscreta. Espléndido libro, publicado por añadidura en una hermosa edición que hubiera sin duda complacido a la fina editora que también fue Woolf.



Una tarde en Bloomsbury, Carme Riera
Me pregunto si a ellos, los del grupo de Bloomsbury, les hubiera divertido mucho, poco o nada la exposición. Casi todos, en algún momento, minimizaron, cuando no negaron, su Bloomsburianismo porque ésta era una etiqueta con la que desde fuera se les podía catalogar mejor, es decir, hacer más llevadera por conocida, su heterodoxia.
Me pregunto, pues, si a los miembros de la sociedad semisecreta "Los Apóstoles" -Leonard Woolf, Lytton Strachey, Saxon Sydnedy Turner- y a los de la sociedad "Medianoche" - Toby Stephen y Clive Bell- que entraron en contacto en el Trinity College de Oxford a principios de siglo, y dieron origen posteriormente a la tertulia de Bloomsbury, les hubiera hecho gracia ver expuestas sus fotografías, aireadas sus relaciones sentimentales, exhumada su intimidad, para ser presentados ante una caterva de mirones que, en general, apenas si conocen sus obras y mucho menos el espíritu que las impulsó.Me pregunto también si al resto de los bloomsburianos, a Virginia (Stephen) Woolf y a Vanessa (Stephen) Bell, a Desmond MacCarty, a Maynard Keynes, a Roger Fry a a Duncan Grant les hubiera gustado.
Me temo que no demasiado. Posiblemente la señora Bell, además de pintora, excelente fotógrafa, habría protestado por la intromisión de ojos extraños en su álbum de fotos, al que pertenecen algunas de las más sugestivas que, a modo de galería de retratos, nos reciben al entrar, como la de Duncan Grant con niños y gatos. Aunque quizás a John Maynard Keynes le hubiera divertido ser huésped de honor de una entidad bancaria, precisamente en los locales destinados a su obra social...

Tampoco sé hasta qué punto a Vanessa Bell, a Duncan Grant, pese a ser amantes, a Roger Fry, pese a haber sido amigo íntimo de aquella, les hubiera hecho maldita gracia que los rótulos con que se acompañan sus cuadros y cuya función es indicar autor, título y fecha, estén, a menudo colocados con cierto desaire, lo que se presta a atribuciones erróneas. Sin embargo, pese a todo, -allanamiento de morada, alevosía...- la exposición me parece de un gran interés didáctico. Da a conocer - aunque sea superficialmente- a ese grupo, o no-grupo, de Bloomsbury que, ante todo, constituye una tertulia de amigos: la que se iniciara el 16 de febrero de 1905 en casa de los cuatro hermanos Stephen (Toby, Adrian, Virginia y Vanessa), en el 46 de Gordon Square de Bloomsbury, zona oeste de Londres - algo así como el ensanche barcelonés -, barrio al que algunos contertulios acabarían por mudarse más tarde.
La amistad, reforzada por una intrincada red de relaciones familiares, es, en consecuencia, el elemento cohesionador del grupo, que rebasa los aspectos vitales para introducirse en los artísticos. El intercambio, la reacción similar ante hechos externos, las afinidades electivas, incluso las sentimentales, se afianzan, sin duda entre los bloomsburianos en los años clave de la juventud, pese a que se puede hablar de varias etapas de Bloomsbury, 1905-1907, 1907-1911, 1911-1917, e incluso del conato de recuperación, a partir de 1920, con la creación del Memoir Club, con el intento de desgranar nostalgias comunes, cuando ya el ocio y el buen humor, elementos imprescindibles en cualquier tertulia de amigos, habían ido perdiéndose, porque esos dos aspectos son casi exclusivamente consustanciales a la juventud.

Una manera común de ver la vida, que la frase del también bloomsburiano periférico E.M. Forster resume bien: "Entre traicionar a un amigo o traicionar a la patria, espero tener el coraje de traicionar a la patria", es, a mi juicio, el rasgo que mejor define la actitud del grupo, que se empeña en no hacer caso de la moral al uso, ni en tomarse en serio el poder y la gloria, pilares que sustentaban en aquellos momentos el Imperio Británico.
El grupo de Bloomsbury- como el grupo de Barcelona de los años cincuenta, con el que, en cierto modo, podría guardar alguna relación- era, por encima de todo, partidario de la felicidad, predicaba el agnosticismo y la tolerancia y se empeñaba en considerar iguales -al menos en el ámbito de la tertulia- a mujeres y  hombres. Y esa manera de ver la vida iba a repercutir, sin duda, en una forma parecida de entender el arte. En pintura, haciendo esfuerzos por introducir a los artistas modernos (Cézanne, Matisse, Gauguin, Van Gogh, Picasso, cuyas obras se ofrecieron por primera vez a los espectadores ingleses en 1910 en la Gratfon Galleries, gracias a los esfuerzos de Roger Fry, organizador de la primera exposición post simbolista.  Los cuadros de Duncan Grant, Vanessa Bell y del propio Roger Fry, que la exposición "El grupo de Bloomsbury" presenta, advierten bien a las claras de la influencia que estos artistas ejercieron en la obra de los tres pintores bloomsburianos. En literatura, optando por unas formas innovadoras en las que el fluir de la memoria tiene importancia capital, tal como se evidencia en las obras de Virginia Woolf y de E. M. Foster, y en las que se observa el rechazo del edulcorado sentimentalismo al que había sido algo propensa la literatura inglesa desde Pamela de Richardson hasta la Little Dorritt de Dickens. Los pintores y escritores bloomsburianos se interesaron no sólo por lo que podemos considerar lo estrictamente pictórico o literario, es decir, la creación en su forma más pura, sino también por aquellos aspectos que relacionan la pintura y la literatura con los oficios, con las llamadas artes aplicadas.

No es casual, por tanto, que en 1913 Roger Fry funde un taller de artes decorativas. Omega Workshops, en el que un equipo se dedica al diseño de muebles y objetos domésticos, desde un juego de café a un biombo, pasando por alfombras, tapices, lámparas o telas, de los que la exposición "El grupo de Bloomsbury" nos ofrece diversas muestras. En todas domina una obsesión: la pintura, pintura ecléctica en la que se combinan, con evidente sentido del humor, influencias abstractas y figurativas, fauves, cubistas y futuristas. Tampoco puede parecernos nada extraño que en 1917 tanto Virginia Woolf como su marido Leonard están interesados en la compra de una máquina impresora ni que este mismo año funden una editorial, The Hogarth Press, en la que enseguida aparece Two Stories de Virginia Woolf y L.S. Woolf, libro ilustrado con grabados de madera de Dora Carrington. The Hogarth Press dará a conocer a partir de 1917, en cuidadas ediciones, a los escritores de mayor interés como Katherine Mansfield o T. S. Eliot, así como la traducción de la obra completa de Freud. Bloomsburiano o no, ese singularísimo grupo de amigos, con tendencia a la endogamia, a quienes sus contemporáneos acusaron de haberse encerrado en una torre de marfil nos proponen todavía hoy, creo yo, alternativas válidas no sólo desde el punto de vista literario, en el que, objetivamente, fueron mejores que en el pictórico, sino incluso desde el punto de vista vital, por su sentido del humor, por su iconoclastia, su inconformismo y su propensión a desmitificar los valores del sistema.


8. Películas.

-        sobre Virginia Wolf: La horas, basada en la novela homónima de Michael Cunningham.
-        Mrs. Dalloway, basada en la novela homónima de Virginia Wolf
-        Orlando, basada en la novela homónima de Virginia Wolf
-        Carrington sobre Lytton Strachey y Dora Carrington


9. Otros círculos intelectuales.

-        Lord Byron, Shelley y Mary Shelley
-        Los Lake Poets
-        Las hermanas Brontë
-        Los prerrafaelitas
-        Los salones literarios franceses de los siglos XVIII y XIX (Madame Récamier y otras)
-        Giverny
-        Worpswedw
-        Gertrude Stein en el París de entreguerras


                                                                                                (Firmado: Anaí Martínez Valiente)



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