jueves, 4 de junio de 2015

La novia de Matisse. Manuel Vicent


LA NOVIA DE MATISSE,  MANUEL VICENT



      


Là, tout n'est qu'ordre et beauté,
Luxe, calme et volupté.

(Allá, todo es orden y belleza,
Lujo, calma y voluptuosidad.)


Charles Baudelaire





1. Manuel Vicent.


Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936), es una de las plumas que mejor ha sabido describir la transición española hacia la democracia. Lograda la Licenciatura en Derecho y Filosofía por la Universidad de Valencia, Vicent se traslada a Madrid para cursar estudios de Periodismo en la Escuela Oficial, donde comienza a colaborar en las revistas Hermano lobo y Triunfo, entre otras publicaciones.

Sus primeros artículos sobre política empiezan a publicarse en el desaparecido diario Madrid. Ya en EL PAÍS  escribe unas crónicas parlamentarias que le hacen famoso entre los lectores. En 1979, publica en el dominical del mismo diario una serie de 47 retratos sobre personajes claves de la transición y que fueron agrupados más tarde en el libro Retratos de la transición, y  al que seguiría Crónicas Urbanas, compuesto por relatos periodísticos mezclados con ficción literaria. También ha publicado Por la ruta de la memoria, unas crónicas de viajes publicadas en el mismo diario.

Vicent ha sido recompensado por su labor periodística con el Premio González Ruano 1979, por el artículo No pongas tus sucias manos sobre Mozart, Alimentos de España 1994, por la mejor labor periodística de 1993 y el Premio de Periodismo Francisco Cerecedo, en 1994, creado por la Asociación de Periodistas Europeos.

 Además de periodista, Vicent es un gran escritor. Sus más de 15 obras publicadas le han hecho merecedor de varios galardones entre los que destacan el Premio Alfaguara de Novela en 1966 por Pascua y Naranja y el Premio Nadal en 1987 por La Balada de Caín (del que ya había sido finalista en 1979 por El anarquista coronado de adelfas). Otros libros suyos son El resuello (1966), Inventario de Otoño (1982), La muerte bebe en vaso largo (1992), Contra Paraíso (1993), Del Café Gijón a Ítaca (1994), Tranvía a la Malvarrosa (1994), llevada al cine por José Luis García Sanchez, Jardín de Villa Valeria (1996), Son de mar (1999), La novia de Matisse (2001), Póquer de ases  (2009), Aguirre, el magnífico (2011), El azar de la mujer rubia (2013) y Desfile de ciervos(2015).

En la actualidad Vicent compagina su labor como escritor y periodista con el de galerista de arte, una de sus más conocidas pasiones.

2. La novia de Matisse (2001)
Temas: relación belleza/vida
             erótica del arte
             las complejas relaciones en el mercado del arte
             relación literatura/pintura

Personajes: se pueden clasificar en tres categorías ®
-          personajes de ficción, algunos de los cuales se basan en personajes reales – Míchel Vedrano
-          personajes reales como Beppo
-          personajes reales pertenecientes a la Historia del Arte y a la Historia de España

Argumento: Vicent utiliza una historia de amor, enmarcada en el complejo mundo de la compraventa de obras de arte, para analizar el bienestar, incluso erótico, que produce la posesión y contemplación de la belleza de una obra de arte. Personajes de ficción y reales forman una especie de coro en el que se mezclan relaciones y pasiones que van desde la farsa, el engaño y la mentira hasta la curación casi “milagrosa” de la protagonista femenina ante la contemplación de una bella pintura de Matisse. Julia es probablemente el único personaje que se salva en ese mundo interesado y competitivo del que no se escapan ni siquiera los propios artistas – rivalidad entre pintores como Matisse o Picasso.
Vicent es un gran aficionado a la pintura y en esta novela se le nota así como también la denuncia de la corrupción y falta de ética de nuestra sociedad que tanto refleja en sus artículos periodísticos.


3. Crítica en EL CULTURAL. Santos Sanz Villanueva 

La nueva incursión de Manuel Vicent en la novela parte de un enfoque bastante clásico: conjuga una trama marcada que se sostiene en una leve dosis de eficaz suspense, unos personajes suficientemente definidos y un medio descrito con riqueza de matices. Con esos mimbres construye una historia que interesa por los curiosos, amenos y originales sucesos que relata pero que también propone una visión de la vida. Todo ello llega al lector mediante una prosa narrativa muy cuidada, aunque contenida para que no pierda en ningún momento la cualidad funcional que cabe exigirle al vehículo de una narración.

Vicent recrea en La novia de Matisse una parcela de la realidad en sí misma fascinante: el mundo del coleccionismo de arte, llenos de brillos y miserias, prestigios ciertos y amaños fraudulentos, elevación espiritual y tiburoneo mercantil, artistas auténticos y falsificadores diestros; también de espectadores entregados al fulgor de la belleza, capaces de consagrar la vida a ella por las razones que luego diré. Estos ingredientes entran en las relaciones triangulares -que incluyen sexo intenso y explícito- de un nuevo multimillonario, su joven mujer y un marchante.

Estos personajes (acompañados de un coro de atractivas figuras) tienen un pie en estereotipo, pero de él se salvan por la intensidad de su ofrenda a esa pasión y por algún curioso detalle de la peripecia, por ejemplo el encargo que hace el rico al marchante de que se acueste con su esposa, condenada a muerte por una fulminante enfermedad. La novela da un quiebro irónico a esta inhabitual encomienda y un inesperado desenlace sirve de trampolín para verificar una tesis.

Dicho así, parece un collage costumbrista, pero funciona muy bien para sugerir un ambiente entre folklórico y refinado dentro del que resulta natural ese peculiar círculo del arte, que engloba bohemia, picaresca y cajas fuertes. También escapa del puro pintoresquismo porque siempre se enfoca desde un punto de vista distante, descomprometido, propio de una mirada cínica no dispuesta ni siquiera a caer en las tentadoras redes de los sentimientos. La postura impasible de narrador se salda con resultados bastante nihilistas.

La materia anecdótica abunda en noticias notables. Importa señalar la versatilidad de los escenarios, que abarcan lo cosmopolita y lo castizo. Van en coincidente dirección de lo señalado unas líneas arriba y la intensifican: pintar el retablo de un mundo mestizo sin otra jerarquía que el poder del dinero, en manos de advenedizos. Al hedonismo de esa forma de vida, que persigue a toda costa la felicidad por medio de variados placeres, se agrega una falta de sentido trascendente radical.

Como Vicent no es un escritor social, se desentiende de lo que cuenta y lo deja ahí como daguerotipo de una época, y cada quien entienda lo que quiera. En todo caso, claro, es difícil que uno se quede indiferente ante el imperio de la especulación económica, la inautenticidad y el confusionismo. Todo ello aflora a través de frecuentes y destructivos sarcasmos. Pero no van los tiros por esta vertiente del testimonio sino por la presentación de una propuesta moral.

La novela contiene un núcleo de pensamiento nutrido por una serie de opiniones: la belleza produce vitalidad; el arte genera belleza y con ello pone inyecciones de placer; el nudo de sexo y arte permite alcanzar cimas de emoción inefables... El arte se convierte, pues, en el centro de una cierta moral, respecto de la que no podemos olvidar esta revulsiva afirmación: los artistas se permiten toda clase de vicios porque en la ciénaga encuentran el impulso para crear belleza y, por consiguiente, “la amoralidad es la ley suprema del arte”.

Algunos personajes de la novela encarnan una perentoria búsqueda de la belleza, la cual “te sana, te salva, te hace inmortal por sólo entregar tu vida a ella como hacen los místicos con Dios”. Quiere indicarse con ello, según se afirma, que la piedad religiosa de antaño ha sido sustituida por una emoción laica que llamamos estética. Así que, en el mundo descreído y materialista de Vicent surge una fuerza con poder redentor, literalmente terapéutico. Y, puesto que, como antes señalé, el arte es capaz de producir belleza, se convierte por tanto en una verdadera religión. Una religión de la belleza, diríamos, subjetiva y sin moral.

Al haber circunscrito Vicent su objetivo inicial a desarrollar un argumento con recursos y técnicas sencillos, consigue un relato entretenido y de lectura gustosa. Una novela puede ser seria sin ser aburrida y puede exhibir creatividad y hallazgos verbales sin que deje de contar muy directamente una buena historia. Es el caso de La novia de Matisse. Pero esa intrínseca sustancia novelesca está alimentada con una carga de intención que se desvela al presentar una auténtica tesis pagana tan original y seductora como caprichosa y disolvente. Por ese conjunto de razones estamos ante una de las novelas más afortunadas -aunque de apariencia no muy ambiciosa- del escritor valenciano.

4. Artículos de Manuel Vicent:


MANZANA


Seguramente todas las flores que has olido, los alimentos que has saboreado, los paisajes que has visto, los seres que has amado, los objetos que has acariciado, las horas que  has ido navegando por un mar de dulzura o atravesando de noche los sueños forman la sensación que tú eres, y en su interior todavía está aquella manzana que abandonaste en la adolescencia. Ningún destino adverso podrá nunca arrebatarte la dicha pasada, pero la sustancia del hombre sólo es un nudo de aire que se va disolviendo ante la muerte mientras la memoria sangra. Nadie podrá herirte si levantas un bastión con los deleites que fueron exclusivamente tuyos, y en ellos te refugias. Era tal vez un momento de la tarde en la canícula, y había una persiana verde que matizaba la penumbra de cal en la habitación donde leías esta historia, y fuera sonaban las chicharras, los escorpiones tenían la boca abierta bajo las piedras. También se oía  el crujido de una mecedora blanca en la galería balanceando a aquella niña que murió. ¿Qué habrá sido de ella? Junto con todos los muertos que te han rodeado hasta ahora, aquella niña que contigo nadaba desnuda en la cala se convierte en una rosa amarilla cada primavera en la tapia, y no es distinta de la materia que percibes al rozar tu frente con la yema de los dedos, y podrías separarla del perfume de apio o de hierbaluisa. Durante la adolescencia, en aquella penumbra verde de la habitación aprendiste que todas las flores del jardín fueron en otro tiempo los seres vivos que amaste. Mientras el mar batía las rocas, aprendiste leyendo que la vida consiste en ir muriendo y sólo  se alcanza la sabiduría cuando uno incorpora a la muerte los placeres de cada día. ¿Dónde estará ahora aquella niña que se balanceaba? En la casa de cal había un arcón donde dejaste una manzana que al pudrirse formó un circulo sobre la tapa. Si te atreves a abrirlo, descubrirás que contiene todo cuanto eres: el efímero aliento formado por lo que amas, aquello que los muertos que te amaron han dejado en tu memoria.

 EL PAÍS, 26 de mayo 1991


LEVEDAD


Parece que nunca como ahora, a un tiempo tan duro le ha correspondido una cultura tan leve e inane. Lo lógico es que la convulsión social libere del inconsciente colectivo un pozo negro del que se nutren los grandes artistas. El viento fétido que anunciaba la Primera Guerra Mundial engendró el expresionismo alemán y dio nombres insignes a la historia del arte. Ese movimiento estético encabezado, entre otros, por Georg Grosz, Kirchner y Otto Dix fue la proyección de una locura que presagiaba la próxima tragedia. La belleza se hallaba entonces al mismo nivel de la destrucción. Incluso la época más frívola de entreguerras, llena de sombreros blancos, pliegues en los pantalones bombachos, martinis y sonidos de jazz tuvo a un ejemplar de la altura estética de Scott Fitzgerald para representarla. Con el inicio del siglo XX llegó Picasso al frente de la vanguardia histórica; Sigmund Freud extrajo de los pasteles de Viena la mucosa sexual del subconsciente, que Joyce en el Ulises convertiría en esos pensamientos turbios e inconexos de un ciudadano vulgar, que son los de la humanidad entera, derramados por las calles de Dublín. El escarabajo de Kafka emergió de gueto de Praga como un proyecto vital, mientras toda la nostalgia evanescente de un mundo que se iba, fue hilada como un capullo de oro por ese gusano de seda que fue Marcel Proust. Steinbeck levantó acta de la Gran Depresión; después del gas mostaza de la Primera Guerra Mundial había que escalar la Montaña Mágica, de Thomas Mann; después del gas Ziklon B de Auschwitz estaban Sartre y Camus. Se achaca a nuestra época el que haya convertido el arte en una espuma llena de ocurrencias y no será porque falten alicientes de locura, confusión, sangre y fanatismo en cada telediario. Pero esta aparente levedad es solo de un espejismo. Ya no se escriben versos sobre la luna porque se ha viajado a la luna de verdad; no está Heidegger ni Wittgenstein ni Carl Popper porque la filosofía es la materia oscura de la física cuántica; se han terminado los sueños vanos porque la biología molecular ha desvelado el misterio de la vida. La poesía está en la química y si no hay novelas ni teatro es porque la ficción es ya la propia conciencia de estar vivos formando parte de las estrellas.

EL PAIS, 22 de abril de 2012

 

DESCARGA

Aunque el hedor sea ya insoportable, hay que celebrar que toda la basura de la política salga a la superficie, porque eso significa que las bombas de achique funcionan perfectamente. Se da por descontado que, dejado a su aire, el poder es una fuente inagotable de perversión, pero la democracia, entre otras cosas, es una máquina de picar la carne de la clase política y servirla en bandeja a la opinión pública. En este caso se pueden hacer albóndigas para todos los gustos. El primer decreto de un dictador consiste en impedir que la corrupción emerja a la superficie para atribuirse el mérito de haber regenerado el sistema. Se trata solo de una apariencia. La mierda permanece sumergida. En este país la asfixia social que produce la corrupción ha llegado al límite. Los medios de información sacan cada día al portal la correspondiente bolsa de basura, mejor o peor clasificada, según su estilo, una basura que nadie recoge. Es como si en una huelga las bolsas negras malolientes acumuladas en las esquinas obligaran al ciudadano a transitar con mascarilla e incluso amenazaran con impedir la circulación. Debemos felicitarnos porque las bombas de achique funcionen, pero aquí ningún partido político se hace cargo ni se siente responsable de la basura amontonada en la calle. El humor y la sátira corrosiva contra el poder sirven de escape, pero en esta sociedad atormentada por la crisis el sarcasmo ya no vale. El escándalo de la corrupción creciente, agobiante y reiterada está a punto de provocar un salto cualitativo en la convivencia. Puesto que la clase política no asume la obligación de recoger la basura propia es posible que la ciudadanía decida quemarla en medio de las plazas con un ritual público de exorcismo y purificación del sistema. En este país los partidos políticos están jugando con fuego. Sin necesidad de invocar al profeta Isaías habrá que advertir que se acerca el momento en que una chispa, cualquier desgracia imprevisible, puede sintetizar toda la frustración, la cólera y el odio suspendidos en el aire, alimentados por la miseria, y producir una descarga explosiva, que se llevará por delante, no solo a esa pandilla de políticos golfos, sino el sueño de un país que un día apostó por la libertad y la democracia.

EL PAIS, 20 de enero de 2013

EL VACÍO

La corrupción de los faraones nos regaló las Pirámides; de la corrupción de la antigua Grecia heredamos el Partenón; la corrupción de Roma nos ofreció el Panteón y el Coliseo; con la corrupción de la iglesia medieval se erigieron el románico y el gótico de las catedrales; la corrupción del Renacimiento nos dejó la Piedad de Miguel Angel, encargada al artista por un papa Borgia, que impartía el veneno como un sacramento. Se puede llegar hasta hoy a través de todos los crímenes que la humanidad ha cometido alrededor de la belleza. Decían los latinos: la vida es corta, el arte es largo. Como un áspid desprendido del seno de los dioses el arte se ha ido deslizando por todas las ruinas, sin excluir la ruina humana, hasta redimir la sangre que ha generado la historia. Cuando uno visita las ruinas de un templo, de un teatro, de un mausoleo de la antigüedad suele caminar entre capiteles y columnas derribadas en busca del punto señalado en la guía donde se hallaba el tabernáculo, la cámara del tesoro o la tumba del héroe. Allí ya no hay nada, salvo el vacío. Los dioses se han esfumado, el oro fue robado, el cadáver del héroe ha desaparecido, pero el vacío de aquel lugar hermético es el fundamento más sólido, similar al espíritu, la única fuerza que sustenta toda la antigua gloria. El fanatismo de la Inquisición fue redimido por la locura del Quijote y la duda de Hamlet; la miseria del siglo XVIII pudo salvarse gracias a una sinfonía de Mozart; fueron los versos de Höderlin los que levantaron de nuevo los mármoles de Fidias e hicieron brotar las flores de anís entre las gradas roídas de los anfiteatros donde las voces de los antiguos tragediantes, que declamaban a Esquilo, habían quedado durante dos mil años solo a merced de las lagartijas. Las grandes guerras del siglo XX se han convertido en humo en cuyo seno se vislumbran las criaturas perennes de Grosz y de Otto Dix. El esqueleto de Ricardo III con su chepa acaba de aflorar en el subsuelo de un aparcamiento sin que la tragedia de Shakespeare haya desmerecido en un solo verso. La corrupción y la basura moral que hoy nos asfixia tienen un punto de fuga. El arte es una escapatoria hacia ese vacío donde habitaron un día los dioses, que es el fundamento del espíritu. Sálvese quien pueda.

EL PAIS, 10 de febrero de 2013

 

LA MURALLA

Sin que la podamos ver, puesto que sus muros son muy transparentes, ante nuestros ojos se está levantando con levas de esclavos modernos una nueva Ciudad Prohibida, que alberga al emperador de la dinastía financiera celestial cuyo poder es omnímodo, férreo e igualmente invisible. La Ciudad Prohibida de Pekín, rodeada de una muralla de color sangre y protegida por un foso ancho y profundo, contenía un laberinto de 9.999 estancias. En el palacio central, llamado de la Armonía Suprema, se elevaba el trono del emperador. Esa ciudad estaba habitada por guardias muy armados, sacerdotes, altos funcionarios, adivinos, sanadores, cocineros y cientos de concubinas atendidas por eunucos. Sólo algunos cortesanos gozaban del privilegio de acercarse al trono de oro para recibir las órdenes del emperador sin levantar los ojos del suelo ni darle nunca la espalda. Fuera de la ciudadela la gente corriente vivía al margen de esta organización del Estado imperial como mano de obra esclava y carne de cañón. En nuestros días es muy difícil discernir esa nueva Ciudad Prohibida rodeada por una muralla de sangre muy transparente, que se está construyendo en medio de nuestra sociedad, pero todo está ya dispuesto para que a ese recinto hermético, sagrado e invisible sólo puedan acceder los señores de la guerra, los economistas agoreros, los dueños del dinero, los sacerdotes servidores directos del poder. La plebe reza, canta, gime o blasfema hacinada al pie de la muralla, aunque a veces los edecanes del poder realizan un sorteo aleatorio entre la ciudadanía común, que permite a los agraciados franquear la puerta. A estos elegidos se les exige el juramento explícito de fidelidad ciega al sistema de la Suprema Armonía, acompañado del esfuerzo de no menos de tres carreras, cuatro másteres y cinco idiomas. Dentro de esta ciudadela sus habitantes se reproducen por sí mismos para ser cada día más fuertes, más inaccesibles, más blindados; fuera de ella los pobres se fecundan entre sí y se multiplican para ser cada día más pobres, más desesperados, a quienes el poder les reserva una sopa de caridad si se someten a su destino o la verga de la policía si se rebelan. Por su parte la historia ya está preparando el caballo de Troya para que esta Ciudad Prohibida sea asaltada


EL PAIS, 1 de junio de 2014

CASTIGO

A media tarde el nublado descarga un furioso pedrisco sobre los trigales, los viñedos y todos los frutales. Después de esta maldad sale el sol y los pájaros se ponen a cantar la gloria del Creador. Este año ya no habrá siega, ni vendimia, ni otra cosecha que no sea la resignación. El campesino se pasea entre los surcos de su huerto desolado y eleva la mirada al cielo. Dios lo ha querido, alabado sea. Puede que el campesino cambie esta jaculatoria por una blasfemia. Da igual. Son la cara y cruz de una misma y vieja plegaria. El campesino recuerda que esperó que lloviera en noviembre para que hubiera una buena sementera. Sembró el trigo, cuidó que germinara, vio con alegría que los trigales se ondulaban con la brisa de abril, esperó a que cuajaran las espigas y después de mucho sudor, estando el trigo granado, el cielo le ha mandado piedras del calibre de huevos de pato y en un cuarto de hora Dios lo ha segado todo. El campesino también esperaba que aquellos sarmientos que podó con esmero darían un vino excelente para alegrar nupcias y fiestas, pero este año el Creador ha tenido el capricho de beberse todo el vino él solo de un trago. El campesino vio florecer el azahar de los naranjos, se gastó todos sus ahorros para que cuajara el fruto. Desde la primavera luchó a brazo partido contra toda clase de pestes y miserias. Apartando las ramas contemplaba con placer cómo su trabajo tenía merecida recompensa. Pero esta vez, en pleno verano, el dios de la naturaleza ha querido comerse todas las naranjas de postre en una sola sentada. Alabado sea el Señor. Plagas, heladas, sequías, pedrisco, incendios, inundaciones, castigos que duran tres mil años, desde que Caín decidió hacerse agricultor. ¿Crisis? Al oír que en la ciudad se quejan de la crisis el campesino sonríe y calla. Son tres mil años de resignación.

EL PAIS, 27 de julio de 2014




EL DORADO


Los conquistadores de Indias oyeron contar a unas tribus indígenas que en algún lugar al norte existía una laguna llena de oro, producto de una ofrenda ritual, que un rey cada año ofrecía a los dioses. Así nació la leyenda de El Dorado. Los conquistadores atravesaron selvas y cordilleras, ríos caudalosos y ciénagas ponzoñosas en busca de ese tesoro sumergido. El Dorado siempre estaba más allá, en otra parte y nunca fue encontrado, pero esa leyenda sirvió de poderoso acicate para despertar nobles sueños del alma humana, no solo la codicia. Como el Santo Grial o la Piedra Filosofal, el mito de El Dorado es una pauta del espíritu, un ideal de pureza y de resurrección. En política El Dorado también existe. Es ese sueño de igualdad, libertad, moral pública y regeneración, que la izquierda cree poder alcanzar. Ahora, unos con la nariz tapada, otros con el empeño juvenil de que cambiar el orden de las cosas, muchos ciudadanos han llegado al pie de las urnas municipales y autonómicas con la ilusión de aquellos conquistadores, que vencieron toda suerte de adversidades atraídos por la leyenda de El Dorado. Ingenuos o resabiados, los votantes de izquierdas que han conseguido colocar a sus líderes en la ruta hacia la laguna de oro, esperan que esta vez el pacto leal entre partidos y plataformas progresistas se sobreponga a la ambición, codicia y egoísmo de los mediocres. En general, para la derecha la política no es sino la proyección de sus intereses privados; en cambio, se supone que para la izquierda la política es un ideal de limpieza moral y de regeneración pública. ¿Qué conquistador será el primero en confundir El Dorado con un caudal a sus expensas en el que se puede meter mano?. No debe volver a pasar. Bastará con que se corrompa un concejal de izquierdas para que se destruya todo un sueño y el Dorado deje de existir una vez más.


EL PAIS, 31 de mayo de 2015

EL COLECCIONISTA COMO CREADOR

Charles Saatchi creó el movimiento artístico 'shock art' y descubrió a Damian Hirst


A la hora de la verdad el campeón del mundo de velocidad Usain Bolt no se distingue de sus zapatillas; Al Capone de su sombrero borsalino (modelo Chicago 32); Dalí de su bigote, o Andy Warhol de su peluquín. Hoy no eres nadie si no consigues ser una marca, tú mismo o cualquiera de tus complementos. En la gloria de los asesinos, nadie ha llegado tan alto como Jack el Destripador; su navaja, con la que buscaba la verdad en las entrañas de sus víctimas, hoy alcanzaría un precio desorbitado si se rematara en una subasta. Dalí consiguió vender por 9.107 euros un pelo engominado de su bigote a Yoko Ono. Durante un acto público, en una librería de Nueva York, una admiradora de Andy Warhol subió a la tribuna, le arrebató la peluca y salió corriendo con la intención de subastarla en Sotheby’s, donde tal vez hubiera superado en precio a la famosa serigrafía de Marilyn o a la de Mick Jagger sacando la lengua. Por otra parte, habrá que preguntarse qué era Warhol sin peluca, Capone sin sombrero, Dalí sin bigote y Usain Bolt sin zapatillas.
En el mundo del arte hay coleccionistas fabulosamente ricos que constituyen una marca y sus gustos deciden el valor de una obra en las subastas de Christie’s y de Sotheby’s donde suelen pujar agazapados detrás de un teléfono, salvo en los casos en que les conviene exhibirse como un pavo real en medio de la sala para doblegar la vanidad de un competidor. Como Nerón en el coliseo decidía con el pulgar la vida o la muerte de un gladiador, del mismo modo, un coleccionista llamado Charles Saatchi, sin tener necesidad de incendiar Roma, llegó un día a conmover el mercado del arte con solo levantar o bajar la mano en una subasta para pujar por la obra de un artista que él mismo había fabricado. A Charles Saatchi le bastaba con atiborrar de dólares a un artista por el ombligo para que este empezara a andar.

Los caprichos de un mercader del arte

Charles Saatchi nació en 1943 en Bagdad, en el seno de una adinerada familia de judíos sefardíes. Junto a su hermano Maurice, creó en Londres la agencia Saatchi&Saatchi.
Coleccionista, como tal fue capaz de crear un movimiento artístico, el shock art.
Descubrió a Damien Hirst y el artista llegó a vender La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo por 9,5 millones de euros.
En la exposición Sensation mostró el retrato de Myra Hindley, una asesina en serie, realizado por el artista Marcus Harvey.
Charles Saatchi nació en Bagdad, en junio de 1943, en el seno de una adinerada familia de judíos sefardíes. Junto con su hermano Maurice, se trasladó a Londres y ambos fundaron la agencia de publicidad Saatchi & Saatchi, que llegó a ser la más importante del planeta en los años ochenta. Charles pronto comenzó a fluctuar sobre ese filo que separa el arte, el negocio y la comunicación, hasta el punto que es difícil deslindar en este personaje lo que tiene de publicista, mecenas o marchante. De hecho, se considera que es el único coleccionista que ha sido capaz de crear un movimiento artístico, el shock art, entre la provocación y la fiesta.
Hubo un periodo del arte contemporáneo en que su pudo decir: Dios creó al hombre, Giorgio Armani lo vistió, Leo Castelli lo hizo artista y Jean Paul Getty lo compró para su colección. Hoy los tiempos son más confusos hasta el punto que Dios podría ser un modisto de alta costura lleno de frivolidad, Jean Paul Getty ya no podría pagar ni por la oreja cercenada de su nieto y el que modula con hondura el barro de Adán sería Charles Saatchi, quien después de llevarlo a su galería de Londres lo sometería a su capricho. Este marchante comenzó visitando los estudios de los artistas jóvenes. Desde el primer momento su dedo tuvo la misteriosa fuerza del creador. Te consagraba con solo tocar tu frente con el índice. Bastaba con que en el mercado del arte se dijera a Saatchi le interesaba un artista para que la obra de cualquier principiante comenzara a cotizase al alza, a veces de forma imparable. Bastaba con que en el ambiente previo de las subastas se rumoreara que Saatchi no lo deseaba para que un pintor consagrado iniciara el descenso hacia el anonimato.
Damien Hirst fue una de sus criaturas. Lo descubrió en Londres en una exposición de artistas jóvenes, en 1988. Saatchi pasó por allí y aunque no adquirió ninguna de sus obras, entre el publicista, marchante o mecenas y el artista se estableció una excitación mutua que ha constituido una de las locuras creativas del arte contemporáneo. Saatchi adquirió su obra Mil años, una gran caja transparente con gusanos y cientos de moscas revoloteando en torno a la sangrante cabeza de una vaca. Solo era el principio. Poco después Saatchi le impulsó con un adelanto de 22.000 euros a crear La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo, un tiburón, de algo más de cuatro metros de longitud, suspendido en un tanque transparente de aldehído fórmico, fue adquirido por unos 9,5 millones de euros por el multimillonario estadounidense Steve Cohen. La relación de Saatchi y Hirst terminó por desavenencias en 2003. La obsesión por la muerte ha hecho de Damian Hirst uno de los hombres más ricos del mundo. Una calavera humana incrustada de diamantes, una pareja muerta follando dos veces, un toro y una vaca flotando en formaldehido. La fortuna de este artista calculada en 1.000 millones de euros arranca del dedo de Saatchi. Su galería de Londres era a medias un museo y una sala de fiestas donde cualquier creación era admitida siempre que fuera chocante y despertara airadas protestas, silencios dubitativos, elogios retribuidos y sonrisas inteligentes, que presagiaban la llegada de sucesivas descargas de dinero. Bajo el título de Sensation realizó una muestra con el solo objetivo de provocar la reacción del público. Uno de los cuadros expuestos fue el retrato de gran formato de Myra Hindley, asesina en serie de niños, realizado por el pintor Marcus Harvey. Fue una de las campañas de publicidad de Saatchi & Saatchi, que consiguió más de 200.000 visitantes. Para completar el cuadro a Saatchi solo le faltaba un divorcio escandaloso. Se había casado con Nigella Lawson, presentadora de un programa de cocina de la BBC, y su separación se produjo en medio de escándalos de droga. Un dato más que añadir a la moderna historia del arte.

De la serie Genios e impostores, El País, 26 de mayo 2015  

5. Matisse-Picasso, un duelo creativo. LA GACETA, Bogotá, 20 de Junio 2004
Jack Flam, en su libro Matisse-Picasso (West View Press. 2003), que Norma publicó en español, registra con aguda inteligencia los avatares de este singular duelo creativo entre dos de los más significativos pintores del siglo XX.
Picasso es ya un monstruo afligido por la más copiosa bibliografía: mujeres, hijos y nietos, amantes y secretarios, amigos y enemigos, todos han aportado su testimonio. Matisse, si bien reconocido por su valor como artista, ha sido mucho más discreto y sigiloso con su vida privada. Pero la suya no es menos determinante en sus transformaciones plásticas que la del promiscuo español.
Pero este no es un libro sobre chismografía íntima. Es un muy lúcido e informado análisis de una amistad exigente y una rivalidad perpetua revelada en el certero análisis de una larga cadena de obras maestras que cada uno de ellos creó en contrapunto con el otro. Como si cada uno se viese obligado a retomar lo que el otro, como riesgo experimental, había innovado, dándole su sello y llevándolo más allá. Eran respuestas creativas a exigencias cada vez más peligrosas y polémicas.
El libro encierra, además, una crónica brillante sobre el medio donde se dio esta pugna, en un París siempre pletórico de figuras excéntricas y únicas -de Apollinaire a Gertrude Stein; de George Braque a André Breton- y de una costa azul donde Matisse, el francés, y Picasso, el español, recrearon, a su aire, el mundo mediterráneo, cada uno con el ojo puesto en lo que hacía el otro. Esas ventanas abiertas sobre la luz del mar miraban, en realidad, la pintura del otro.Eran tan distintos que no tenían más remedio que atraerse. 12 años mayor que Picasso, Matisse era llamado "el profesor", con ironía. A los 35 años y con 3 hijos su pobreza sólo comenzó a ser superada cuando norteamericanos ricos y apasionados por el arte, como Gertrude Stein y su hermano Leo, o marchands alemanes comenzaron a adquirir obras suyas. Y sería Gertrude Stein quien le presentaría a Picasso, a quien también apoyaron en difíciles momentos.
El solitario Matisse, con su familia. El gregario Picasso, con su banda de amigos, del poeta Max Jacob al también poeta Jean Cocteau, y quien desde su primera visita a París, en 1909, y durante toda su vida, chapurrearía un pésimo francés -los signos no tienen por qué ser una fiel equivalencia de lo que buscan transmitir- comienzan en torno de la figura de Gertrude Stein un singular enfrentamiento. Rivales que danzan en torno de la mecenas perspicaz y lesbiana, como lo atestiguó en 1936 en su deliciosa Autobiografía de Alice B.Toklas, escrita por ella y que registra, con tanta gracia como humor, varios de estos rounds.Picasso pinta el celebérrimo retrato de la escritora que la hará famosa en verdad, mucho más que su difícil literatura experimental.
Matisse descubre el arte africano. Picasso se apropia de estos aportes y realiza Les demoiselles d’Avignon. Allí donde escultura ibérica, arte medieval catalán, máscaras africanas y su lectura personal de Cezánne crean un inquietante logro secreto. Sólo exhibido años más tarde y como todas las búsquedas de estos dos artistas incomprendidos y vituperados en un primer momento. Salvo por Matisse, claro está, quien ya extrajo de allí nuevos impulsos y motivaciones.
El libro, sin desdeñar la precisión técnica en el comentario, tiene el arrastre de una gran novela, al ir perfilando los caracteres de estos dos hombres. Matisse pinta de día. Picasso lo hace de noche. El uno es color. El otro, forma. El uno despliega un desarrollo orgánico. Picasso, uno constructivo.
En esas primeras décadas del siglo XX el estilo un tanto decorativo y superficial de Matisse, con sus paredes de fondo siempre recubiertas de papel ornado de flores, se verá cuestionado por la fragmentación angular y cristalina con que el cubismo, desarrollado por Picasso, Braque y Juan Gris -sobre el cual, como sobre Picasso, Gertrude Stein también escribiría un certero análisis- propuso sus escultóricas figuras, descomponiéndose en el espacio.
Pero si bien su monocromatismo opaco de tierras y marrones, ocres y grises es una analítica lección de sobriedad, es Matisse, interesado en el arte islámico, los íconos rusos y su revelador viaje a Marruecos, quien despliega esos largos paneles a la vez legibles, musicales y decorativos, donde el color como luz y energía, y la línea como arabesco, conquistan un nuevo territorio para el arte. El de sus célebres series sobre la danza y la música, a las cuales no serían ajenos, ni mucho menos, sus amores con la rusa Olga Merson, ni los encargos de pródigos mecenas rusos. Por su parte, el Picasso que ve morir a su amante Eva pone su fe en la pintura como necesario exorcismo, como intercesora entre este mundo y lo otro, lo ajeno, lo que nos niega en su mudez y su extrañeza.
Enamorado perdidamente de la bailarina rusa Olga Koklova, a quien conocerá en Roma, donde hará, para los ballets rusos y en compañía de Cocteau, la escenografía de Parade. Picasso, como Matisse, formará parte de ese grupo de artistas que deberán mucho a sus musas rusas: de Diego Rivera a Modigliani, de Dalí y Eluard a Léger y al Sartre que dedicó Las palabras, al amor ruso del momento. Olga, quien insiste en mantenerse virgen hasta que Picasso acepte casarse formalmente con ella, hará de Picasso un burgués del gran mundo, con altas exigencias de dinero para mantener ese tren de vida. Pero sus vacaciones mediterráneas con su mujer rusa y su joven amante María Teresa Walter lo aproximarán, plásticamente, a ese mundo de ninfas y sátiros que ya Matisse había esbozado.
Por su parte, Matisse deja a su familia en París y se refugia en un hotel en Niza. Allí el profesor establecerá un verdadero harén con sus modelos. Antoinette Arnoux o Henriete Derricarrere, a quienes inmortalizará en ese sueño sensual de erótica fantasía que son sus odaliscas, desnudas y abandonadas, entre muelles cojines y plantas exuberantes. El refinamiento sensual de su línea se hace carnalidad pura.
Pero los incidentes personales, como el suicidio de una ex amante, al igual que un tumor intestinal, en el caso de Matisse, no lo alejan de su prioridad mayor: su obra. Allí donde la visión cubista ya se ha vuelto suya en obras maestras como la "Lección de piano" Picasso, por su parte, se apropiará de la línea sensual de Matisse para exacerbarla en esa brutal mezcla de sadismo y ternura, de furia y de éxtasis, que su lujuria exalta, transformándola en arrasador Minotauro.
Pero lo conmovedor de estos dos periplos afines y divergentes es la forma como, quedándose en Francia a pesar de la invasión nazi y sintiéndose los dos últimos pintores figurativos en un mundo que propugnaba, por entonces, la abstracción, Matisse defiende a Picasso de las acusaciones que pintores simpatizantes de los alemanes como Vlamink y Derrain le hacen. Máxime al saber la azarosa condición de exiliado político español en Francia que tenía Picasso. 
La imagen final también es bella y reveladora: mientras Matisse crea su capilla, con casulla y cáliz diseñados también por él, Picasso también hará la suya, pero no como la de Matisse, dedicada a Dios, sino a la libertad. ¿Qué más decir ante esta postrera revelación?.


6. La muerte de Beppo.
El domingo 5 de febrero ha muerto en Madrid, a los 90 años, una londinense de nación llamada Freda Clarence Lamb en el mundo de los impresos reintegrados y los pasaportes en regla. A la misma hora, su doble, Beppo Abdul Wahab, andalusí de vocación, se escapaba del tiempo después de haberlo disfrutado durante varios siglos. Magistral dibujante, deliciosa pintora, Beppo era una anarquista feudal de curiosidad renacentista que esgrimía su verbo como el capitán Contreras su espada y usaba sus pinceles como una viajera del Siglo de las Luces. Mujer aristada de ternuras, implacable en su fragilidad, no consintió que la contaminara el morbo romántico de nuestro siglo XIX bis. Supo curarse en salud leyendo a Horacio, Virgilio, Montaigne, Cervantes, el duque de Saint-Simon, Boswell y Samuel Johnson. Y desde Stendhal voló hacia Joyce y Proust. Lo demás le parecía confusión y tururú.Hija de un músico londinense del barrio de Hampstead, heredó de su padre la pasión por la belleza y las tabernas. Su inclinación estética la llevó de adolescente a París, donde se casó con el príncipe tunecino Abdul Wahad, excelente acuarelista, y donde posó para Modigliani y Pascin. Abandonó París por Sevilla, a principios de los años cuarenta, siguiendo la planta y los compases de un guitarrista flamenco. Veinte años después, saturada de ayes y jipíos, se vino a Madrid a pasear sus soledades por tabernas y cafés, su otra gran pasión heredada. En aquel tiempo, la penuria le obligó a ejercer de profesora de inglés, de profesora melancólica y distraída que se ocultaba tras una sonrisa intemporal. Llegaron sus más conocidas exposiciones de acuarelas: en la sala Prisma (1961), en la sala El Coleccionista (1972) y dos en la sala Rojo y Negro (1974 y 1976), todas de Madrid.
Los demás le reconocían su calidad de dibujante y acuarelista, pero ella alardeaba, con razón, de haber hecho una obra maestra de su propia vida. Su talento para el arte de vivir le llevó a comprender que la búsqueda del placer exigía no pactar con lo mezquinamente, sórdidamente real. Beppo hubiera querido que los humanos jugáramos a la vida con la máxima inocencia y la mínima ignorancia, como si fuéramos sabios de la antigüedad. Con los años, con las decepciones, su alma niña recurrió a la pataleta y a la provocación para hacerse notar. Pero ni siquiera entonces reconoció que alguien pudiera ser tan superior a ella como para tener que mentirle. Litúrgica con el humo de su pitillo interminable, exquisita de mohín al paladear un tinto peleón, wagneriana de ademán al retocarse el alero de la boina, disimulaba, por pudoroso orgullo, su inteligencia y su cultura en los cenáculos de enteradillos. Como su admirado Samuel Johnson, cifraba toda su ambición en ser feliz con poco entre pocos.
Beppo se hubiera merecido culminar su vida recibiendo a la vil afeadora con una risotada, como hicieron el poeta Filemón, Vespasiano en su retrete, Pietro Aretino y Catalina de Rusia. Y a punto estuvo de lograrlo. La última vez que la visité en su ático, víspera de Año Nuevo, me contó que aquella noche, arrebujada en la cama, se dio cuenta de que estaba sonriendo. Y al preguntarle yo si en ese instante se acordaba de algo agradable o gracioso, me respondió que no tenía ningún motivo para sonreír: estaba vieja, enferma y sin dinero, pero sonreía de pura felicidad, no lo podía evitar.
Sus cenizas serán esparcidas junto a un olivo de Chiclana, uno de esos olivos que con tanto amor pintó. Aquél que se siente a su sombra notará la felicidad gratuita que Beppo habrá infundido a su savia.
El domingo 5 de febrero ha muerto en Madrid, a los 90 años, una londinense de nación llamada Freda Clarence Lamb en el mundo de los impresos reintegrados y los pasaportes en regla. A la misma hora, su doble, Beppo Abdul Wahab, andalusí de vocación, se escapaba del tiempo después de haberlo disfrutado durante varios siglos. Magistral dibujante, deliciosa pintora, Beppo era una anarquista feudal de curiosidad renacentista que esgrimía su verbo como el capitán Contreras su espada y usaba sus pinceles como una viajera del Siglo de las Luces. Mujer aristada de ternuras, implacable en su fragilidad, no consintió que la contaminara el morbo romántico de nuestro siglo XIX bis. Supo curarse en salud leyendo a Horacio, Virgilio, Montaigne, Cervantes, el duque de Saint-Simon, Boswell y Samuel Johnson. Y desde Stendhal voló hacia Joyce y Proust. Lo demás le parecía confusión y tururú.Hija de un músico londinense del barrio de Hampstead, heredó de su padre la pasión por la belleza y las tabernas. Su inclinación estética la llevó de adolescente a París, donde se casó con el príncipe tunecino Abdul Wahad, excelente acuarelista, y donde posó para Modigliani y Pascin. Abandonó París por Sevilla, a principios de los años cuarenta, siguiendo la planta y los compases de un guitarrista flamenco. Veinte años después, saturada de ayes y jipíos, se vino a Madrid a pasear sus soledades por tabernas y cafés, su otra gran pasión heredada. En aquel tiempo, la penuria le obligó a ejercer de profesora de inglés, de profesora melancólica y distraída que se ocultaba tras una sonrisa intemporal. Llegaron sus más conocidas exposiciones de acuarelas: en la sala Prisma (1961), en la sala El Coleccionista (1972) y dos en la sala Rojo y Negro (1974 y 1976), todas de Madrid.
Los demás le reconocían su calidad de dibujante y acuarelista, pero ella alardeaba, con razón, de haber hecho una obra maestra de su propia vida. Su talento para el arte de vivir le llevó a comprender que la búsqueda del placer exigía no pactar con lo mezquinamente, sórdidamente real. Beppo hubiera querido que los humanos jugáramos a la vida con la máxima inocencia y la mínima ignorancia, como si fuéramos sabios de la antigüedad. Con los años, con las decepciones, su alma niña recurrió a la pataleta y a la provocación para hacerse notar. Pero ni siquiera entonces reconoció que alguien pudiera ser tan superior a ella como para tener que mentirle. Litúrgica con el humo de su pitillo interminable, exquisita de mohín al paladear un tinto peleón, wagneriana de ademán al retocarse el alero de la boina, disimulaba, por pudoroso orgullo, su inteligencia y su cultura en los cenáculos de enteradillos. Como su admirado Samuel Johnson, cifraba toda su ambición en ser feliz con poco entre pocos.
Beppo se hubiera merecido culminar su vida recibiendo a la vil afeadora con una risotada, como hicieron el poeta Filemón, Vespasiano en su retrete, Pietro Aretino y Catalina de Rusia. Y a punto estuvo de lograrlo. La última vez que la visité en su ático, víspera de Año Nuevo, me contó que aquella noche, arrebujada en la cama, se dio cuenta de que estaba sonriendo. Y al preguntarle yo si en ese instante se acordaba de algo agradable o gracioso, me respondió que no tenía ningún motivo para sonreír: estaba vieja, enferma y sin dinero, pero sonreía de pura felicidad, no lo podía evitar.
Sus cenizas serán esparcidas junto a un olivo de Chiclana, uno de esos olivos que con tanto amor pintó. Aquél que se siente a su sombra notará la felicidad gratuita que Beppo habrá infundido a su savia.
EL País, 14 de febrero 1989


7. Frases de Manuel Vicent

- sobre el poder:
  • «El secreto es para el Estado lo que el misterio es para la religión: una zona inaccesible que rodea a Dios y que protege a los príncipes. Sólo mediante ciertos ritos algunos elegidos pueden penetrar en ese arcano. Se requieren juramentos, vestiduras, ungüentos y palabras esotéricas para celebrar la ceremonia de iniciación, pero apenas franqueado el interior del arcano los iniciados se dan cuenta de que ese espacio sagrado está lleno de golfos.» (HOR: El arcano, 123)
  • «Los poderosos y los facinerosos tienen los mismos guardianes y cerrojos. Políticos de cualquier ideología, delincuentes de cuello blanco, mafiosos, capitanes de empresa, banqueros, divos del espectáculo, cardenales y papas de Roma, a todos los iguala un mismo guardaespaldas cuyo criterio es indispensable para aprender la última filosofía: cómo ser libre detrás de una puerta blindada.» (“El País”, 28-2-2001: Cerrojos)
  • «Sigo creyendo que [los socialistas] no sabían robar, prueba de ello es que los pillaron enseguida.» (HOR: Petirrojos, 291)

- sobre la religión :

  • «Cuando aún había fe bastaba con el ángel de la guarda, pero ahora el Papa ya no se fía. Necesita una burbuja antibala, una casulla acorazada y una mitra de plomo para hablar de amor. Es la última metáfora. Mientras los querubines no aprendan a usar la metralleta, el Vaticano, como cualquier otra empresa, necesitará abastecerse de ángeles de gimnasio que puedan dejar seco de un tiro a cualquier sospechoso en mitad de un padrenuestro.» (HOR: Gorilas, 305)
  • «La ciencia ha reducido el Génesis a un cuento oriental.» (“El País”, 4-3-2005: Doble llave)
  • «Nuestra iglesia ya no quema herejes, apenas imparte anatemas, ha rebajado el nivel de confrontación con la ciencia y las costumbres, pero se ha guardado las llaves de la vida y de la muerte. En ese peaje exige un tributo.» (“El País”, 16-9-2001: Visionarios)
  • «Si a lo largo de la historia la Iglesia no ha hecho más que equivocarse en todo, salvo en que la vida es una herida mortal de necesidad, ignoro por qué el Papa se permite el lujo de instalar la culpa en nuestra nuca y no en la suya.» (“El País”, 4-3-2005: Doble llave)

- sobre el silencio :

  • «Innumerables parejas experimentan al mismo tiempo la necesidad de estrangularse y la de degustar juntos un buen cocido. En este caso, el odio y la gula llegan a una síntesis y todo queda reducido a devorar ese plato con el tedio consabido, cuya manifestación es ese silencio de familia que puede durar toda la vida hasta transformarse en una buena amistad.» (HOR: Placeres, 25)
  • «El silencio es el pensamiento abstracto por excelencia.» (HOR: La felicidad, 211)
  • «En medio de la insoportable algarabía del mundo el estilo literario más profundo es el silencio. (“El País”, 31-3-2002: Silencio)

- sobre la sociedad :

  • «Guárdate del que pretende darte lecciones con una verdad absoluta o con un bate de béisbol. Son dos formas de partirte la cabeza.» (“El País”, 14-3-2010: Para vivir)
  • «El estómago agradecido antes se debatía entre la sardina y el arenque; hoy, la ideología tiene menos valor que una ración de gambas.» (“El País”, 7-2-1999: Sin historia)
  • «El fútbol consiste en meter el balón en la propia portería, que es la que defiende el equipo contrario.» (HOR: Fútbol, 45)
  • «El símbolo [de la tragedia que caracteriza este fin de milenio] sería ese ciudadano medio cargado de paquetes que está dispuesto a tragar con cualquier bajeza política o moral con tal de seguir consumiendo hasta el final de sus días.» (“El País”, 3-1-1999: Año Nuevo)
  • «En el Mediterráneo los dioses de mármol criminalmente enterrados sólo han generado paredones de ladrillo de una brutal ordinariez, que te obligan a ver el mar a través de los calzoncillos del vecino tendidos en la terraza.»
  • «Hay que celebrar el hecho de vivir tiempos de baja intensidad. Eso permite que la víctima o el verdugo, el héroe o el traidor, el asesino, el delator, el fusilado que cualquiera pueda llevar dentro no se asome a la superficie. Grandes tiempos mediocres y felices son éstos en que uno puede compartir el whisky en un cóctel con alguien que llegado el momento propicio no dudaría en mandarte fusilar.» (“El País”, 7-2-1999: Sin historia)
  • «Hoy el mundo se ha transformado en una inmensa carpa de cristal sin salida alguna y nuestra condena consiste en no poder abandonar nunca el tendido y estar obligados a consumir, repetir, comentar y reproducir inexorablemente las imágenes idiotas, violentas y anodinas, que nos sirve la historia a través de un laberinto de espejos.» (“El País”, 18-11-2007: El circo)
  • «Hoy el País Vasco es un cuerpo social infectado por una septicemia.» (HOR: Mal absoluto, 390)
  • «La informática es ya una patria común; el resto, o sea, la moral, se reduce a tener limpia la acera de la casa.» (HOR: La patria, 183
  • «Nuestra generación ha entregado el alma a los contables y todas las pasiones que hoy nos conmueven se derivan de las estadísticas: para saber si somos felices, ahora se hacen encuestas.» (HOR: Mediocres, 225)
  • «Para purgarse de la propia infelicidad, el público se convierte en un espectador sediento de sangre, y cada uno saca de la violencia el bálsamo de la piedad, la atracción del sadismo o el remedio del dolor. » (HOR: Vértigo, 343)
  • «Todo lo que pasa en el mundo sucede ante nuestros ojos, pero ninguna gran tragedia dura más de un minuto en el telediario.» (“El País”, 18-11-2007: El circo)
  • «Una vez comenté con un joven punki, aprendiz de navajero, que las noches se habían vuelto muy peligrosas. Me contestó: "Es cierto, cada vez hay más policías".» (“El País”, 28-2-1999: El jardín)

- sobre los toros:


  • «Admito que el toreo sea un arte si a cambio se me concede que el canibalismo es gastronomía.» (HOR: La sangre, 166)
  • «Con el calor de la primavera se acerca una vez más el cosechón de cuchilladas, vómitos y descabellos que darán como fruto más de cincuenta mil toros taladrados cuya agonía será servida por televisión en primer plano. Las imágenes multiplicarán por un millón esta infame carnicería, y gracias a este banquete de plasma, planetariamente los españoles seguiremos siendo unos especímenes humanos que se divierten torturando animales y que hacen sonar las charangas para alegrar semejante degüello.» (HOR: La columna, 167)
  • «El toro no es una fiera sino un bello animal herbívoro, más bien torpón; si fuera inteligente, al segundo pase ensartaría al torero.» (“El País”, 4-05-2014: Espantada)
  • «En esencia el arte de torear consiste en convertir en veinte minutos a un bello animal en una albóndiga sangrante ante un público alborozado.» (HOR: Chuleta de miura, 163)
  • «En España no eres nadie si no apareces amarrado a un habano con el codo en la maroma de Las Ventas contemplando la carne para albóndigas que los picadores y espadas preparan en el ruedo.» (HOR: Alternativa, 109)
  • «Éste sería un gran país si, en lugar de exaltar la muerte entre el polvo y los salivazos de la corrida o de elevar el desolladero a escuela de filosofía o de extasiarse ante las posturitas de un carnicero más o menos artista o de confundir el patrioterismo con la bravura, dedicara todo su afán a transformar las célebres divisas de Miura, Pablo Romero o Vitorino sólo en famosos solomillos de la gastronomía nacional.» (HOR: Chuleta de miura, 164)
  • «La fiesta de los toros está montada en esencia sobre la tortura pública de un animal, y, por muchos pases pintureros que el diestro pegue vestido de sota de espadas, nunca podrá ocultar la degradación que late bajo la supuesta belleza de una verónica.» (HOR: La sangre, 166)
  • « La fiesta nacional está herida de muerte, pero un año más la degollina de la feria de San Isidro va a empezar y los españoles de verdad, los pocos que quedan con el certificado de Aguirre, ocuparán las gradas del matadero mudéjar de Las Ventas para contemplar puyazos, estocadas, vómitos de sangre y descabellos, todo sin IVA. Los españoles de segunda, en medio de las cornadas terribles que da el morlaco de la crisis, haremos lo posible para ir tirando con cierta dignidad.» (“El País”, 4-05-2014: Espantada)
  • «La fiesta nacional tiene mucho color: el rojo de la sangre es el más auténtico.» (HOR: La columna, 168)
  • «La gloria torera aproximadamente es esto: tener media femoral de plástico y algunas fincas rústicas en el registro, un bufón en nómina que te haga reír a cambio de una rodaja de mortadela, un cura de pueblo que te pida dinero por carta para restaurar el techo de su parroquia, un músico que te fabrique un pasodoble cargado de bombo, un tabernero que al conocerte por la cara te invite a una ración de percebes, una nube de gorrones que te pase la mano por el lomo en el bar del hotel Wellington, un pesado que te recuerde constantemente con voz asmática aquella verónica que diste en la plaza de Calahorra.» (“Los mejores relatos”: Estofado de toro, 213)
  • «Por mucho que se enmascare con un esteticismo hortera o con un flato poético, una corrida de toros en directo o en diferido es el espectáculo basura por excelencia, aunque lo presida el Rey de España y le guste a algún chino.» (HOR: La columna, 168)
  • «Si alguien concibe que una carnicería semejante puede servir de soporte a un arte, ya está preparado para admitir que la verdad puede ser extraída mediante la tortura en el sótano de una comisaría; si se admite que la belleza puede surgir de la sangre derramada, aunque ésta se inflija a un animal, es que uno ya tiene justificado en el corazón todo tipo de violencia.» (HOR: Sangre, 165)
  • «Ya se ha echado encima el calor y con él comienza de nuevo a florecer la cultura del desolladero, la sangre, los cuernos, los puyazos, las cuchilladas, los vómitos, los aplausos. [...] En el palacio de falso mudéjar de Las Ventas empiezan las corridas de San Isidro.» (HOR: Tabú, 159)

- sobre el tiempo:

  • «Como las olas del mar, los días y las horas baten nuestro espíritu llevando en su seno un dolor o un placer determinado que siempre acaba por pasar de largo.» (CUE: Las olas, 19)
  • «El tiempo es lo que uno hace.» (HOR: Respiración, 423)
  • «El tiempo sólo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada.» (“El País”, 4-1-2009)
  • «La eternidad cabe entera en el día de hoy, sin esperar a mañana.» (“El País”, 14-3-2010: Para vivir)
  • «La única sabiduría consiste en dividir la vida en días y horas para extraer de cada una de ellas una victoria concreta sobre el dolor y una culminación del placer que te regale.» (CUE: Las olas, 20)

- sobre el Universo:

  • «Desaparecido el hombre de la faz de la Tierra, en ella reinarán todavía los lagartos, los berberechos, el bacilo de Koch y otras criaturas que resistan hasta el final la adversidad del universo. Tal vez el último superviviente será una bacteria semejante a aquella mediante la cual se inició la vida en una charca africana. (…) Entre estas dos bacterias hermanas, el tiempo se habrá constreñido a un punto inmaterial en cuyo interior se hallará la historia de la humanidad como un episodio secundario de la bioquímica. A pesar de esto, hay gente que saca pecho y dice: usted no sabe con quién está hablando.» (HOR: Pedregal, 101)
  • «El envase de cualquier refresco enterrado en un estrato a veinte metros de profundidad bajo la civilización que entonces se mueva en la superficie de la tierra estará cargado de misterio y de energía.» (ESP: Prólogo, 8)
  • «El universo son infinitas galaxias, infinitas estrellas, infinitas piedras y ni un solo sentimiento. No existe el mal en las esferas, puesto que en ellas no vive nadie que esté fichado.» (HOR: Conquista, 427)
  • «Tu no eres un vulgar insecto, sino un extraterrestre que llegó a este planeta gracias una tormenta nuclear acaecida en este punto del universo hace miles de millones de años, cuando innumerables cometas y asteroides chocaron contra la Tierra e hirvieron los océanos. Aquel desastre sideral hoy se ha convertido en un gran epopeya molecular y de ese poema químico hemos nacido todos, mosquitos y también cardenales.» (“El País”, 7-10-2001: Viaje)

FICHA ELABORADA POR ANAÍ MARTÍNEZ VALIENTE



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