LA NOVIA DE MATISSE, MANUEL
VICENT
Là, tout n'est qu'ordre et beauté,
Luxe, calme et volupté.
(Allá, todo es orden y belleza,
Lujo, calma y voluptuosidad.)
Charles Baudelaire
1. Manuel Vicent.
Manuel Vicent (Villavieja,
Castellón, 1936), es una de las plumas que mejor ha sabido describir la
transición española hacia la democracia. Lograda la Licenciatura en Derecho y
Filosofía por la Universidad de Valencia, Vicent se traslada a Madrid para
cursar estudios de Periodismo en la Escuela Oficial, donde comienza a colaborar
en las revistas Hermano lobo y Triunfo, entre otras
publicaciones.
Sus primeros artículos sobre
política empiezan a publicarse en el desaparecido diario Madrid. Ya en
EL PAÍS escribe unas crónicas parlamentarias que le hacen famoso entre
los lectores. En 1979, publica en el dominical del mismo diario una serie de 47
retratos sobre personajes claves de la transición y que fueron agrupados más
tarde en el libro Retratos de la transición, y al que
seguiría Crónicas Urbanas, compuesto por relatos periodísticos mezclados
con ficción literaria. También ha publicado Por la ruta de la memoria,
unas crónicas de viajes publicadas en el mismo diario.
Vicent ha sido recompensado
por su labor periodística con el Premio González Ruano 1979, por el artículo No
pongas tus sucias manos sobre Mozart, Alimentos de España 1994, por la
mejor labor periodística de 1993 y el Premio de Periodismo Francisco Cerecedo,
en 1994, creado por la Asociación de Periodistas Europeos.
Además de periodista,
Vicent es un gran escritor. Sus más de 15 obras publicadas le han hecho
merecedor de varios galardones entre los que destacan el Premio Alfaguara de
Novela en 1966 por Pascua y Naranja y el Premio Nadal en 1987 por La
Balada de Caín (del que ya había sido finalista en 1979 por El
anarquista coronado de adelfas).
Otros libros suyos son El resuello (1966), Inventario de Otoño (1982),
La muerte bebe en vaso largo (1992), Contra Paraíso (1993), Del
Café Gijón a Ítaca (1994), Tranvía a la Malvarrosa
(1994), llevada al cine por José Luis García Sanchez, Jardín de Villa Valeria (1996), Son de mar
(1999), La novia de Matisse (2001), Póquer de ases
(2009), Aguirre, el magnífico (2011), El azar de la mujer rubia (2013) y Desfile de ciervos(2015).
En la actualidad Vicent
compagina su labor como escritor y periodista con el de galerista de arte, una
de sus más conocidas pasiones.
2. La novia de Matisse (2001)
Temas: relación belleza/vida
erótica del arte
las complejas relaciones en el
mercado del arte
relación literatura/pintura
Personajes: se pueden clasificar en tres categorías ®
-
personajes de
ficción, algunos de los cuales se basan en personajes reales – Míchel Vedrano
-
personajes
reales como Beppo
-
personajes
reales pertenecientes a la Historia del Arte y a la Historia de España
Argumento: Vicent utiliza una historia de amor, enmarcada en
el complejo mundo de la compraventa de obras de arte, para analizar el
bienestar, incluso erótico, que produce la posesión y contemplación de la
belleza de una obra de arte. Personajes de ficción y reales forman una especie
de coro en el que se mezclan relaciones y pasiones que van desde la farsa, el
engaño y la mentira hasta la curación casi “milagrosa” de la protagonista
femenina ante la contemplación de una bella pintura de Matisse. Julia es
probablemente el único personaje que se salva en ese mundo interesado y
competitivo del que no se escapan ni siquiera los propios artistas – rivalidad
entre pintores como Matisse o Picasso.
Vicent es un gran aficionado a la pintura y en esta novela se le nota así
como también la denuncia de la corrupción y falta de ética de nuestra sociedad
que tanto refleja en sus artículos periodísticos.
3. Crítica en EL CULTURAL. Santos Sanz Villanueva
La nueva incursión de Manuel Vicent en la novela parte de un enfoque
bastante clásico: conjuga una trama marcada que se sostiene en una leve dosis
de eficaz suspense, unos personajes suficientemente definidos y un medio
descrito con riqueza de matices. Con esos mimbres construye una historia que
interesa por los curiosos, amenos y originales sucesos que relata pero que
también propone una visión de la vida. Todo ello llega al lector mediante una
prosa narrativa muy cuidada, aunque contenida para que no pierda en ningún
momento la cualidad funcional que cabe exigirle al vehículo de una narración.
Vicent recrea en La novia de Matisse una parcela de la realidad en sí misma fascinante: el mundo del coleccionismo de arte, llenos de brillos y miserias, prestigios ciertos y amaños fraudulentos, elevación espiritual y tiburoneo mercantil, artistas auténticos y falsificadores diestros; también de espectadores entregados al fulgor de la belleza, capaces de consagrar la vida a ella por las razones que luego diré. Estos ingredientes entran en las relaciones triangulares -que incluyen sexo intenso y explícito- de un nuevo multimillonario, su joven mujer y un marchante.
Estos personajes (acompañados de un coro de atractivas figuras) tienen un pie en estereotipo, pero de él se salvan por la intensidad de su ofrenda a esa pasión y por algún curioso detalle de la peripecia, por ejemplo el encargo que hace el rico al marchante de que se acueste con su esposa, condenada a muerte por una fulminante enfermedad. La novela da un quiebro irónico a esta inhabitual encomienda y un inesperado desenlace sirve de trampolín para verificar una tesis.
Dicho así, parece un collage costumbrista, pero funciona muy bien para sugerir un ambiente entre folklórico y refinado dentro del que resulta natural ese peculiar círculo del arte, que engloba bohemia, picaresca y cajas fuertes. También escapa del puro pintoresquismo porque siempre se enfoca desde un punto de vista distante, descomprometido, propio de una mirada cínica no dispuesta ni siquiera a caer en las tentadoras redes de los sentimientos. La postura impasible de narrador se salda con resultados bastante nihilistas.
La materia anecdótica abunda en noticias notables. Importa señalar la versatilidad de los escenarios, que abarcan lo cosmopolita y lo castizo. Van en coincidente dirección de lo señalado unas líneas arriba y la intensifican: pintar el retablo de un mundo mestizo sin otra jerarquía que el poder del dinero, en manos de advenedizos. Al hedonismo de esa forma de vida, que persigue a toda costa la felicidad por medio de variados placeres, se agrega una falta de sentido trascendente radical.
Como Vicent no es un escritor social, se desentiende de lo que cuenta y lo deja ahí como daguerotipo de una época, y cada quien entienda lo que quiera. En todo caso, claro, es difícil que uno se quede indiferente ante el imperio de la especulación económica, la inautenticidad y el confusionismo. Todo ello aflora a través de frecuentes y destructivos sarcasmos. Pero no van los tiros por esta vertiente del testimonio sino por la presentación de una propuesta moral.
La novela contiene un núcleo de pensamiento nutrido por una serie de opiniones: la belleza produce vitalidad; el arte genera belleza y con ello pone inyecciones de placer; el nudo de sexo y arte permite alcanzar cimas de emoción inefables... El arte se convierte, pues, en el centro de una cierta moral, respecto de la que no podemos olvidar esta revulsiva afirmación: los artistas se permiten toda clase de vicios porque en la ciénaga encuentran el impulso para crear belleza y, por consiguiente, “la amoralidad es la ley suprema del arte”.
Algunos personajes de la novela encarnan una perentoria búsqueda de la belleza, la cual “te sana, te salva, te hace inmortal por sólo entregar tu vida a ella como hacen los místicos con Dios”. Quiere indicarse con ello, según se afirma, que la piedad religiosa de antaño ha sido sustituida por una emoción laica que llamamos estética. Así que, en el mundo descreído y materialista de Vicent surge una fuerza con poder redentor, literalmente terapéutico. Y, puesto que, como antes señalé, el arte es capaz de producir belleza, se convierte por tanto en una verdadera religión. Una religión de la belleza, diríamos, subjetiva y sin moral.
Al haber circunscrito Vicent su objetivo inicial a desarrollar un argumento con recursos y técnicas sencillos, consigue un relato entretenido y de lectura gustosa. Una novela puede ser seria sin ser aburrida y puede exhibir creatividad y hallazgos verbales sin que deje de contar muy directamente una buena historia. Es el caso de La novia de Matisse. Pero esa intrínseca sustancia novelesca está alimentada con una carga de intención que se desvela al presentar una auténtica tesis pagana tan original y seductora como caprichosa y disolvente. Por ese conjunto de razones estamos ante una de las novelas más afortunadas -aunque de apariencia no muy ambiciosa- del escritor valenciano.
Vicent recrea en La novia de Matisse una parcela de la realidad en sí misma fascinante: el mundo del coleccionismo de arte, llenos de brillos y miserias, prestigios ciertos y amaños fraudulentos, elevación espiritual y tiburoneo mercantil, artistas auténticos y falsificadores diestros; también de espectadores entregados al fulgor de la belleza, capaces de consagrar la vida a ella por las razones que luego diré. Estos ingredientes entran en las relaciones triangulares -que incluyen sexo intenso y explícito- de un nuevo multimillonario, su joven mujer y un marchante.
Estos personajes (acompañados de un coro de atractivas figuras) tienen un pie en estereotipo, pero de él se salvan por la intensidad de su ofrenda a esa pasión y por algún curioso detalle de la peripecia, por ejemplo el encargo que hace el rico al marchante de que se acueste con su esposa, condenada a muerte por una fulminante enfermedad. La novela da un quiebro irónico a esta inhabitual encomienda y un inesperado desenlace sirve de trampolín para verificar una tesis.
Dicho así, parece un collage costumbrista, pero funciona muy bien para sugerir un ambiente entre folklórico y refinado dentro del que resulta natural ese peculiar círculo del arte, que engloba bohemia, picaresca y cajas fuertes. También escapa del puro pintoresquismo porque siempre se enfoca desde un punto de vista distante, descomprometido, propio de una mirada cínica no dispuesta ni siquiera a caer en las tentadoras redes de los sentimientos. La postura impasible de narrador se salda con resultados bastante nihilistas.
La materia anecdótica abunda en noticias notables. Importa señalar la versatilidad de los escenarios, que abarcan lo cosmopolita y lo castizo. Van en coincidente dirección de lo señalado unas líneas arriba y la intensifican: pintar el retablo de un mundo mestizo sin otra jerarquía que el poder del dinero, en manos de advenedizos. Al hedonismo de esa forma de vida, que persigue a toda costa la felicidad por medio de variados placeres, se agrega una falta de sentido trascendente radical.
Como Vicent no es un escritor social, se desentiende de lo que cuenta y lo deja ahí como daguerotipo de una época, y cada quien entienda lo que quiera. En todo caso, claro, es difícil que uno se quede indiferente ante el imperio de la especulación económica, la inautenticidad y el confusionismo. Todo ello aflora a través de frecuentes y destructivos sarcasmos. Pero no van los tiros por esta vertiente del testimonio sino por la presentación de una propuesta moral.
La novela contiene un núcleo de pensamiento nutrido por una serie de opiniones: la belleza produce vitalidad; el arte genera belleza y con ello pone inyecciones de placer; el nudo de sexo y arte permite alcanzar cimas de emoción inefables... El arte se convierte, pues, en el centro de una cierta moral, respecto de la que no podemos olvidar esta revulsiva afirmación: los artistas se permiten toda clase de vicios porque en la ciénaga encuentran el impulso para crear belleza y, por consiguiente, “la amoralidad es la ley suprema del arte”.
Algunos personajes de la novela encarnan una perentoria búsqueda de la belleza, la cual “te sana, te salva, te hace inmortal por sólo entregar tu vida a ella como hacen los místicos con Dios”. Quiere indicarse con ello, según se afirma, que la piedad religiosa de antaño ha sido sustituida por una emoción laica que llamamos estética. Así que, en el mundo descreído y materialista de Vicent surge una fuerza con poder redentor, literalmente terapéutico. Y, puesto que, como antes señalé, el arte es capaz de producir belleza, se convierte por tanto en una verdadera religión. Una religión de la belleza, diríamos, subjetiva y sin moral.
Al haber circunscrito Vicent su objetivo inicial a desarrollar un argumento con recursos y técnicas sencillos, consigue un relato entretenido y de lectura gustosa. Una novela puede ser seria sin ser aburrida y puede exhibir creatividad y hallazgos verbales sin que deje de contar muy directamente una buena historia. Es el caso de La novia de Matisse. Pero esa intrínseca sustancia novelesca está alimentada con una carga de intención que se desvela al presentar una auténtica tesis pagana tan original y seductora como caprichosa y disolvente. Por ese conjunto de razones estamos ante una de las novelas más afortunadas -aunque de apariencia no muy ambiciosa- del escritor valenciano.
4. Artículos de Manuel Vicent:
MANZANA
Seguramente todas las flores que has olido, los
alimentos que has saboreado, los paisajes que has visto, los seres que has
amado, los objetos que has acariciado, las horas que has ido navegando por un mar de dulzura o
atravesando de noche los sueños forman la sensación que tú eres, y en su
interior todavía está aquella manzana que abandonaste en la adolescencia.
Ningún destino adverso podrá nunca arrebatarte la dicha pasada, pero la
sustancia del hombre sólo es un nudo de aire que se va disolviendo ante la
muerte mientras la memoria sangra. Nadie podrá herirte si levantas un bastión
con los deleites que fueron exclusivamente tuyos, y en ellos te refugias. Era
tal vez un momento de la tarde en la canícula, y había una persiana verde que
matizaba la penumbra de cal en la habitación donde leías esta historia, y fuera
sonaban las chicharras, los escorpiones tenían la boca abierta bajo las
piedras. También se oía el crujido de
una mecedora blanca en la galería balanceando a aquella niña que murió. ¿Qué
habrá sido de ella? Junto con todos los muertos que te han rodeado hasta ahora,
aquella niña que contigo nadaba desnuda en la cala se convierte en una rosa
amarilla cada primavera en la tapia, y no es distinta de la materia que
percibes al rozar tu frente con la yema de los dedos, y podrías separarla del
perfume de apio o de hierbaluisa. Durante la adolescencia, en aquella penumbra
verde de la habitación aprendiste que todas las flores del jardín fueron en
otro tiempo los seres vivos que amaste. Mientras el mar batía las rocas,
aprendiste leyendo que la vida consiste en ir muriendo y sólo se alcanza la sabiduría cuando uno incorpora
a la muerte los placeres de cada día. ¿Dónde estará ahora aquella niña que se
balanceaba? En la casa de cal había un arcón donde dejaste una manzana que al
pudrirse formó un circulo sobre la tapa. Si te atreves a abrirlo, descubrirás
que contiene todo cuanto eres: el efímero aliento formado por lo que amas,
aquello que los muertos que te amaron han dejado en tu memoria.
EL PAÍS, 26 de mayo 1991
LEVEDAD
Parece que nunca como ahora, a
un tiempo tan duro le ha correspondido una cultura tan leve e inane. Lo lógico
es que la convulsión social libere del inconsciente colectivo un pozo negro del
que se nutren los grandes artistas. El viento fétido que anunciaba la Primera
Guerra Mundial engendró el expresionismo alemán y dio nombres insignes a la
historia del arte. Ese movimiento estético encabezado, entre otros, por Georg
Grosz, Kirchner y Otto Dix fue la proyección de una locura que presagiaba la
próxima tragedia. La belleza se hallaba entonces al mismo nivel de la
destrucción. Incluso la época más frívola de entreguerras, llena de sombreros
blancos, pliegues en los pantalones bombachos, martinis y sonidos de
jazz tuvo a un ejemplar de la altura estética de Scott Fitzgerald para
representarla. Con el inicio del siglo XX llegó Picasso al frente de la
vanguardia histórica; Sigmund Freud extrajo de los pasteles de Viena la mucosa
sexual del subconsciente, que Joyce en el Ulises convertiría en esos
pensamientos turbios e inconexos de un ciudadano vulgar, que son los de la
humanidad entera, derramados por las calles de Dublín. El escarabajo
de Kafka emergió de gueto de Praga como un proyecto vital, mientras toda la
nostalgia evanescente de un mundo que se iba, fue hilada como un capullo de oro
por ese gusano de seda que fue Marcel Proust. Steinbeck levantó acta de la Gran
Depresión; después del gas mostaza de la Primera Guerra Mundial había que
escalar la Montaña Mágica, de Thomas Mann; después del gas Ziklon B de
Auschwitz estaban Sartre y Camus. Se achaca a nuestra época el que haya
convertido el arte en una espuma llena de ocurrencias y no será porque falten
alicientes de locura, confusión, sangre y fanatismo en cada telediario. Pero
esta aparente levedad es solo de un espejismo. Ya no se escriben versos sobre
la luna porque se ha viajado a la luna de verdad; no está Heidegger ni
Wittgenstein ni Carl Popper porque la filosofía es la materia oscura de la
física cuántica; se han terminado los sueños vanos porque la biología molecular
ha desvelado el misterio de la vida. La poesía está en la química y si no hay
novelas ni teatro es porque la ficción es ya la propia conciencia de estar
vivos formando parte de las estrellas.
EL PAIS, 22 de abril de 2012
DESCARGA
Aunque el hedor sea ya insoportable, hay que
celebrar que toda la basura de la política salga a la superficie, porque eso
significa que las bombas de achique funcionan perfectamente. Se da por
descontado que, dejado a su aire, el poder es una fuente inagotable de
perversión, pero la democracia, entre otras cosas, es una máquina de picar la
carne de la clase política y servirla en bandeja a la opinión pública. En este
caso se pueden hacer albóndigas para todos los gustos. El primer decreto de un
dictador consiste en impedir que la corrupción emerja a la superficie para
atribuirse el mérito de haber regenerado el sistema. Se trata solo de una
apariencia. La mierda permanece sumergida. En este país la asfixia social que
produce la corrupción ha llegado al límite. Los medios de información sacan
cada día al portal la correspondiente bolsa de basura, mejor o peor
clasificada, según su estilo, una basura que nadie recoge. Es como si en una
huelga las bolsas negras malolientes acumuladas en las esquinas obligaran al
ciudadano a transitar con mascarilla e incluso amenazaran con impedir la
circulación. Debemos felicitarnos porque las bombas de achique funcionen, pero
aquí ningún partido político se hace cargo ni se siente responsable de la
basura amontonada en la calle. El humor y la sátira corrosiva contra el poder
sirven de escape, pero en esta sociedad atormentada por la crisis el sarcasmo
ya no vale. El escándalo de la corrupción creciente, agobiante y reiterada está
a punto de provocar un salto cualitativo en la convivencia. Puesto que la clase
política no asume la obligación de recoger la basura propia es posible que la
ciudadanía decida quemarla en medio de las plazas con un ritual público de
exorcismo y purificación del sistema. En este país los partidos políticos están
jugando con fuego. Sin necesidad de invocar al profeta Isaías habrá que
advertir que se acerca el momento en que una chispa, cualquier desgracia
imprevisible, puede sintetizar toda la frustración, la cólera y el odio
suspendidos en el aire, alimentados por la miseria, y producir una descarga
explosiva, que se llevará por delante, no solo a esa pandilla de políticos
golfos, sino el sueño de un país que un día apostó por la libertad y la
democracia.
EL PAIS, 20 de enero de 2013
EL
VACÍO
La corrupción de los faraones nos regaló las
Pirámides; de la corrupción de la antigua Grecia heredamos el Partenón; la
corrupción de Roma nos ofreció el Panteón y el Coliseo; con la corrupción de la
iglesia medieval se erigieron el románico y el gótico de las catedrales; la
corrupción del Renacimiento nos dejó la Piedad de Miguel Angel, encargada al
artista por un papa Borgia, que impartía el veneno como un sacramento. Se puede
llegar hasta hoy a través de todos los crímenes que la humanidad ha cometido
alrededor de la belleza. Decían los latinos: la vida es corta, el arte es
largo. Como un áspid desprendido del seno de los dioses el arte se ha ido
deslizando por todas las ruinas, sin excluir la ruina humana, hasta redimir la
sangre que ha generado la historia. Cuando uno visita las ruinas de un templo,
de un teatro, de un mausoleo de la antigüedad suele caminar entre capiteles y
columnas derribadas en busca del punto señalado en la guía donde se hallaba el
tabernáculo, la cámara del tesoro o la tumba del héroe. Allí ya no hay nada,
salvo el vacío. Los dioses se han esfumado, el oro fue robado, el cadáver del
héroe ha desaparecido, pero el vacío de aquel lugar hermético es el fundamento
más sólido, similar al espíritu, la única fuerza que sustenta toda la antigua
gloria. El fanatismo de la Inquisición fue redimido por la locura del Quijote y
la duda de Hamlet; la miseria del siglo XVIII pudo salvarse gracias a una
sinfonía de Mozart; fueron los versos de Höderlin los que levantaron de nuevo
los mármoles de Fidias e hicieron brotar las flores de anís entre las gradas
roídas de los anfiteatros donde las voces de los antiguos tragediantes, que
declamaban a Esquilo, habían quedado durante dos mil años solo a merced de las
lagartijas. Las grandes guerras del siglo XX se han convertido en humo en cuyo
seno se vislumbran las criaturas perennes de Grosz y de Otto Dix. El esqueleto
de Ricardo III con su chepa acaba de aflorar en el subsuelo de un aparcamiento
sin que la tragedia de Shakespeare haya desmerecido en un solo verso. La
corrupción y la basura moral que hoy nos asfixia tienen un punto de fuga. El
arte es una escapatoria hacia ese vacío donde habitaron un día los dioses, que
es el fundamento del espíritu. Sálvese quien pueda.
EL PAIS, 10 de febrero de 2013
LA
MURALLA
Sin que la podamos ver, puesto que sus muros son muy
transparentes, ante nuestros ojos se está levantando con levas de esclavos
modernos una nueva Ciudad Prohibida, que alberga al emperador de la dinastía
financiera celestial cuyo poder es omnímodo, férreo e igualmente invisible. La
Ciudad Prohibida de Pekín, rodeada de una muralla de color sangre y protegida
por un foso ancho y profundo, contenía un laberinto de 9.999 estancias. En el
palacio central, llamado de la Armonía Suprema, se elevaba el trono del
emperador. Esa ciudad estaba habitada por guardias muy armados, sacerdotes,
altos funcionarios, adivinos, sanadores, cocineros y cientos de concubinas
atendidas por eunucos. Sólo algunos cortesanos gozaban del privilegio de
acercarse al trono de oro para recibir las órdenes del emperador sin levantar los
ojos del suelo ni darle nunca la espalda. Fuera de la ciudadela la gente
corriente vivía al margen de esta organización del Estado imperial como mano de
obra esclava y carne de cañón. En nuestros días es muy difícil discernir esa
nueva Ciudad Prohibida rodeada por una muralla de sangre muy transparente, que
se está construyendo en medio de nuestra sociedad, pero todo está ya dispuesto
para que a ese recinto hermético, sagrado e invisible sólo puedan acceder los
señores de la guerra, los economistas agoreros, los dueños del dinero, los
sacerdotes servidores directos del poder. La plebe reza, canta, gime o blasfema
hacinada al pie de la muralla, aunque a veces los edecanes del poder realizan
un sorteo aleatorio entre la ciudadanía común, que permite a los agraciados
franquear la puerta. A estos elegidos se les exige el juramento explícito de
fidelidad ciega al sistema de la Suprema Armonía, acompañado del esfuerzo de no
menos de tres carreras, cuatro másteres y cinco idiomas. Dentro de esta
ciudadela sus habitantes se reproducen por sí mismos para ser cada día más
fuertes, más inaccesibles, más blindados; fuera de ella los pobres se fecundan
entre sí y se multiplican para ser cada día más pobres, más desesperados, a
quienes el poder les reserva una sopa de caridad si se someten a su destino o
la verga de la policía si se rebelan. Por su parte la historia ya está
preparando el caballo de Troya para que esta Ciudad Prohibida sea asaltada
EL PAIS, 1 de junio de 2014
CASTIGO
A media tarde el nublado descarga un furioso
pedrisco sobre los trigales, los viñedos y todos los frutales. Después de esta
maldad sale el sol y los pájaros se ponen a cantar la gloria del Creador. Este
año ya no habrá siega, ni vendimia, ni otra cosecha que no sea la resignación.
El campesino se pasea entre los surcos de su huerto desolado y eleva la mirada
al cielo. Dios lo ha querido, alabado sea. Puede que el campesino cambie esta
jaculatoria por una blasfemia. Da igual. Son la cara y cruz de una misma y
vieja plegaria. El campesino recuerda que esperó que lloviera en noviembre para
que hubiera una buena sementera. Sembró el trigo, cuidó que germinara, vio con
alegría que los trigales se ondulaban con la brisa de abril, esperó a que
cuajaran las espigas y después de mucho sudor, estando el trigo granado, el
cielo le ha mandado piedras del calibre de huevos de pato y en un cuarto de
hora Dios lo ha segado todo. El campesino también esperaba que aquellos
sarmientos que podó con esmero darían un vino excelente para alegrar nupcias y
fiestas, pero este año el Creador ha tenido el capricho de beberse todo el vino
él solo de un trago. El campesino vio florecer el azahar de los naranjos, se
gastó todos sus ahorros para que cuajara el fruto. Desde la primavera luchó a
brazo partido contra toda clase de pestes y miserias. Apartando las ramas
contemplaba con placer cómo su trabajo tenía merecida recompensa. Pero esta
vez, en pleno verano, el dios de la naturaleza ha querido comerse todas las
naranjas de postre en una sola sentada. Alabado sea el Señor. Plagas, heladas,
sequías, pedrisco, incendios, inundaciones, castigos que duran tres mil años,
desde que Caín decidió hacerse agricultor. ¿Crisis? Al oír que en la ciudad se
quejan de la crisis el campesino sonríe y calla. Son tres mil años de
resignación.
EL PAIS, 27 de julio de 2014
EL DORADO
Los conquistadores de Indias oyeron contar a unas tribus indígenas que en
algún lugar al norte existía una laguna llena de oro, producto de una ofrenda
ritual, que un rey cada año ofrecía a los dioses. Así nació la leyenda de El
Dorado. Los conquistadores atravesaron selvas y cordilleras, ríos caudalosos y
ciénagas ponzoñosas en busca de ese tesoro sumergido. El Dorado siempre estaba
más allá, en otra parte y nunca fue encontrado, pero esa leyenda sirvió de poderoso
acicate para despertar nobles sueños del alma humana, no solo la codicia. Como
el Santo Grial o la Piedra Filosofal, el mito de El Dorado es una pauta del
espíritu, un ideal de pureza y de resurrección. En política El Dorado también
existe. Es ese sueño de igualdad, libertad, moral pública y regeneración, que
la izquierda cree poder alcanzar. Ahora, unos con la nariz tapada, otros con el
empeño juvenil de que cambiar el orden de las cosas, muchos ciudadanos han
llegado al pie de las urnas municipales y autonómicas con la ilusión de
aquellos conquistadores, que vencieron toda suerte de adversidades atraídos por
la leyenda de El Dorado. Ingenuos o resabiados, los votantes de izquierdas que
han conseguido colocar a sus líderes en la ruta hacia la laguna de oro, esperan
que esta vez el pacto leal entre partidos y plataformas progresistas se
sobreponga a la ambición, codicia y egoísmo de los mediocres. En general, para
la derecha la política no es sino la proyección de sus intereses privados; en
cambio, se supone que para la izquierda la política es un ideal de limpieza
moral y de regeneración pública. ¿Qué conquistador será el primero en confundir
El Dorado con un caudal a sus expensas en el que se puede meter mano?. No debe
volver a pasar. Bastará con que se corrompa un concejal de izquierdas para que
se destruya todo un sueño y el Dorado deje de existir una vez más.
EL PAIS, 31 de mayo de 2015
EL
COLECCIONISTA COMO CREADOR
Charles Saatchi creó el
movimiento artístico 'shock art' y descubrió a Damian Hirst
A la hora de la verdad el campeón del mundo de
velocidad Usain Bolt no
se distingue de sus zapatillas; Al Capone
de su sombrero borsalino (modelo Chicago 32); Dalí de su bigote, o Andy Warhol de su
peluquín. Hoy no eres nadie si no consigues ser una marca, tú mismo o
cualquiera de tus complementos. En la gloria de los asesinos, nadie ha llegado
tan alto como Jack el Destripador; su navaja, con la que buscaba la verdad en
las entrañas de sus víctimas, hoy alcanzaría un precio desorbitado si se
rematara en una subasta. Dalí consiguió vender por 9.107 euros un pelo
engominado de su bigote a Yoko Ono.
Durante un acto público, en una librería de Nueva York, una admiradora de Andy
Warhol subió a la tribuna, le arrebató la peluca y salió corriendo con la intención
de subastarla en Sotheby’s, donde tal vez hubiera superado en precio a la
famosa serigrafía de Marilyn o a la de Mick Jagger sacando la
lengua. Por otra parte, habrá que preguntarse qué era Warhol sin peluca, Capone
sin sombrero, Dalí sin bigote y Usain Bolt sin zapatillas.
En el mundo del arte hay coleccionistas
fabulosamente ricos que constituyen una marca y sus gustos deciden el valor de
una obra en las subastas de Christie’s y de Sotheby’s donde suelen pujar
agazapados detrás de un teléfono, salvo en los casos en que les conviene
exhibirse como un pavo real en medio de la sala para doblegar la vanidad de un
competidor. Como Nerón en el coliseo decidía con el pulgar la vida o la muerte
de un gladiador, del mismo modo, un coleccionista llamado Charles Saatchi, sin tener
necesidad de incendiar Roma, llegó un día a conmover el mercado del arte con
solo levantar o bajar la mano en una subasta para pujar por la obra de un
artista que él mismo había fabricado. A Charles Saatchi le bastaba con
atiborrar de dólares a un artista por el ombligo para que este empezara a
andar.
Los caprichos de un mercader del arte
Charles Saatchi nació en 1943 en Bagdad, en el
seno de una adinerada familia de judíos sefardíes. Junto a su hermano Maurice,
creó en Londres la agencia Saatchi&Saatchi.
Coleccionista, como tal fue capaz de crear un
movimiento artístico, el shock art.
Descubrió a Damien Hirst y el artista llegó a
vender La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien
vivo por 9,5 millones de euros.
En la exposición Sensation mostró el
retrato de Myra Hindley, una asesina en serie, realizado por el artista Marcus
Harvey.
Charles Saatchi nació en Bagdad, en junio de
1943, en el seno de una adinerada familia de judíos sefardíes. Junto con su
hermano Maurice, se trasladó a Londres y ambos fundaron la agencia de
publicidad Saatchi & Saatchi, que llegó a ser la más importante del planeta
en los años ochenta. Charles pronto comenzó a fluctuar sobre ese filo que
separa el arte, el negocio y la comunicación, hasta el punto que es difícil
deslindar en este personaje lo que tiene de publicista, mecenas o marchante. De
hecho, se considera que es el único coleccionista que ha sido capaz de crear un
movimiento artístico, el shock art, entre la provocación y la fiesta.
Hubo un periodo del arte contemporáneo en que su
pudo decir: Dios creó al hombre, Giorgio Armani lo vistió, Leo Castelli lo hizo
artista y Jean Paul Getty lo compró para su colección. Hoy los tiempos son más
confusos hasta el punto que Dios podría ser un modisto de alta costura lleno de
frivolidad, Jean Paul Getty ya no podría pagar ni por la oreja cercenada de su
nieto y el que modula con hondura el barro de Adán sería Charles Saatchi, quien
después de llevarlo a su galería de Londres lo sometería a su capricho. Este
marchante comenzó visitando los estudios de los artistas jóvenes. Desde el
primer momento su dedo tuvo la misteriosa fuerza del creador. Te consagraba con
solo tocar tu frente con el índice. Bastaba con que en el mercado del arte se
dijera a Saatchi le interesaba un artista para que la obra de cualquier
principiante comenzara a cotizase al alza, a veces de forma imparable. Bastaba
con que en el ambiente previo de las subastas se rumoreara que Saatchi no lo
deseaba para que un pintor consagrado iniciara el descenso hacia el anonimato.
Damien Hirst fue una de
sus criaturas. Lo descubrió en Londres en una exposición de artistas jóvenes,
en 1988. Saatchi pasó por allí y aunque no adquirió ninguna de sus obras, entre
el publicista, marchante o mecenas y el artista se estableció una excitación
mutua que ha constituido una de las locuras creativas del arte contemporáneo.
Saatchi adquirió su obra Mil años, una gran caja transparente con
gusanos y cientos de moscas revoloteando en torno a la sangrante cabeza de una
vaca. Solo era el principio. Poco después Saatchi le impulsó con un adelanto de
22.000 euros a crear La imposibilidad física de la muerte en la mente de
alguien vivo, un tiburón, de algo más de cuatro metros de longitud,
suspendido en un tanque transparente de aldehído fórmico, fue adquirido por
unos 9,5 millones de euros por el multimillonario estadounidense Steve Cohen.
La relación de Saatchi y Hirst terminó por desavenencias en 2003. La obsesión
por la muerte ha hecho de Damian Hirst uno de los hombres más ricos del mundo.
Una calavera humana incrustada de diamantes, una pareja muerta follando dos
veces, un toro y una vaca flotando en formaldehido. La fortuna de este artista
calculada en 1.000 millones de euros arranca del dedo de Saatchi. Su galería de
Londres era a medias un museo y una sala de fiestas donde cualquier creación
era admitida siempre que fuera chocante y despertara airadas protestas,
silencios dubitativos, elogios retribuidos y sonrisas inteligentes, que
presagiaban la llegada de sucesivas descargas de dinero. Bajo el título de Sensation
realizó una muestra con el solo objetivo de provocar la reacción del público.
Uno de los cuadros expuestos fue el retrato de gran formato de Myra Hindley,
asesina en serie de niños, realizado por el pintor Marcus Harvey. Fue una de
las campañas de publicidad de Saatchi & Saatchi, que consiguió más de
200.000 visitantes. Para completar el cuadro a Saatchi solo le faltaba un
divorcio escandaloso. Se había casado con Nigella Lawson, presentadora de un
programa de cocina de la BBC, y su separación se produjo en medio de escándalos
de droga. Un dato más que añadir a la moderna historia del arte.
De la
serie Genios e impostores, El País, 26 de mayo 2015
5. Matisse-Picasso, un duelo creativo.
LA GACETA, Bogotá, 20 de
Junio 2004
Jack Flam, en su libro Matisse-Picasso (West View Press. 2003), que Norma publicó en
español, registra con aguda inteligencia los avatares de este singular duelo
creativo entre dos de los más significativos pintores del siglo XX.
Picasso es ya un monstruo afligido por la más copiosa bibliografía: mujeres,
hijos y nietos, amantes y secretarios, amigos y enemigos, todos han aportado su
testimonio. Matisse, si bien reconocido por su valor como artista, ha sido
mucho más discreto y sigiloso con su vida privada. Pero la suya no es menos
determinante en sus transformaciones plásticas que la del promiscuo español.
Pero este no es un libro sobre chismografía íntima. Es un muy lúcido e
informado análisis de una amistad exigente y una rivalidad perpetua revelada en
el certero análisis de una larga cadena de obras maestras que cada uno de ellos
creó en contrapunto con el otro. Como si cada uno se viese obligado a retomar
lo que el otro, como riesgo experimental, había innovado, dándole su sello y
llevándolo más allá. Eran respuestas creativas a exigencias cada vez más
peligrosas y polémicas.
El libro encierra, además, una crónica brillante sobre el medio donde se dio
esta pugna, en un París siempre pletórico de figuras excéntricas y únicas -de
Apollinaire a Gertrude Stein; de George Braque a André Breton- y de una costa
azul donde Matisse, el francés, y Picasso, el español, recrearon, a su aire, el
mundo mediterráneo, cada uno con el ojo puesto en lo que hacía el otro. Esas
ventanas abiertas sobre la luz del mar miraban, en realidad, la pintura del
otro.Eran tan distintos que no tenían más remedio que atraerse. 12 años mayor
que Picasso, Matisse era llamado "el profesor", con ironía. A los 35
años y con 3 hijos su pobreza sólo comenzó a ser superada cuando
norteamericanos ricos y apasionados por el arte, como Gertrude Stein y su hermano
Leo, o marchands alemanes comenzaron a adquirir obras suyas. Y sería Gertrude
Stein quien le presentaría a Picasso, a quien también apoyaron en difíciles
momentos.
El solitario Matisse, con su familia. El gregario Picasso, con su banda de
amigos, del poeta Max Jacob al también poeta Jean Cocteau, y quien desde su
primera visita a París, en 1909, y durante toda su vida, chapurrearía un pésimo
francés -los signos no tienen por qué ser una fiel equivalencia de lo que
buscan transmitir- comienzan en torno de la figura de Gertrude Stein un
singular enfrentamiento. Rivales que danzan en torno de la mecenas perspicaz y
lesbiana, como lo atestiguó en 1936 en su deliciosa Autobiografía de Alice
B.Toklas, escrita por ella y que registra, con tanta gracia como humor, varios
de estos rounds.Picasso pinta el celebérrimo retrato de la escritora que la
hará famosa en verdad, mucho más que su difícil literatura experimental.
Matisse descubre el arte africano. Picasso se apropia de estos aportes y
realiza Les demoiselles d’Avignon. Allí donde escultura ibérica, arte medieval
catalán, máscaras africanas y su lectura personal de Cezánne crean un
inquietante logro secreto. Sólo exhibido años más tarde y como todas las
búsquedas de estos dos artistas incomprendidos y vituperados en un primer
momento. Salvo por Matisse, claro está, quien ya extrajo de allí nuevos
impulsos y motivaciones.
El libro, sin desdeñar la precisión técnica en el comentario, tiene el arrastre
de una gran novela, al ir perfilando los caracteres de estos dos hombres.
Matisse pinta de día. Picasso lo hace de noche. El uno es color. El otro,
forma. El uno despliega un desarrollo orgánico. Picasso, uno constructivo.
En esas primeras décadas del siglo XX el estilo un tanto decorativo y
superficial de Matisse, con sus paredes de fondo siempre recubiertas de papel
ornado de flores, se verá cuestionado por la fragmentación angular y cristalina
con que el cubismo, desarrollado por Picasso, Braque y Juan Gris -sobre el
cual, como sobre Picasso, Gertrude Stein también escribiría un certero
análisis- propuso sus escultóricas figuras, descomponiéndose en el espacio.
Pero si bien su monocromatismo opaco de tierras y marrones, ocres y grises es
una analítica lección de sobriedad, es Matisse, interesado en el arte islámico,
los íconos rusos y su revelador viaje a Marruecos, quien despliega esos largos
paneles a la vez legibles, musicales y decorativos, donde el color como luz y
energía, y la línea como arabesco, conquistan un nuevo territorio para el arte.
El de sus célebres series sobre la danza y la música, a las cuales no serían
ajenos, ni mucho menos, sus amores con la rusa Olga Merson, ni los encargos de
pródigos mecenas rusos. Por su parte, el Picasso que ve morir a su amante Eva
pone su fe en la pintura como necesario exorcismo, como intercesora entre este
mundo y lo otro, lo ajeno, lo que nos niega en su mudez y su extrañeza.
Enamorado perdidamente de la bailarina rusa Olga Koklova, a quien conocerá en
Roma, donde hará, para los ballets rusos y en compañía de Cocteau, la escenografía
de Parade. Picasso, como Matisse, formará parte de ese grupo de artistas que
deberán mucho a sus musas rusas: de Diego Rivera a Modigliani, de Dalí y Eluard
a Léger y al Sartre que dedicó Las palabras, al amor ruso del momento. Olga,
quien insiste en mantenerse virgen hasta que Picasso acepte casarse formalmente
con ella, hará de Picasso un burgués del gran mundo, con altas exigencias de
dinero para mantener ese tren de vida. Pero sus vacaciones mediterráneas con su
mujer rusa y su joven amante María Teresa Walter lo aproximarán, plásticamente,
a ese mundo de ninfas y sátiros que ya Matisse había esbozado.
Por su parte, Matisse deja a su familia en París y se refugia en un hotel en
Niza. Allí el profesor establecerá un verdadero harén con sus modelos.
Antoinette Arnoux o Henriete Derricarrere, a quienes inmortalizará en ese sueño
sensual de erótica fantasía que son sus odaliscas, desnudas y abandonadas,
entre muelles cojines y plantas exuberantes. El refinamiento sensual de su
línea se hace carnalidad pura.
Pero los incidentes personales, como el suicidio de una ex amante, al igual que
un tumor intestinal, en el caso de Matisse, no lo alejan de su prioridad mayor:
su obra. Allí donde la visión cubista ya se ha vuelto suya en obras maestras
como la "Lección de piano" Picasso, por su parte, se apropiará de la
línea sensual de Matisse para exacerbarla en esa brutal mezcla de sadismo y
ternura, de furia y de éxtasis, que su lujuria exalta, transformándola en
arrasador Minotauro.
Pero lo conmovedor de estos dos periplos afines y divergentes es la forma como,
quedándose en Francia a pesar de la invasión nazi y sintiéndose los dos últimos
pintores figurativos en un mundo que propugnaba, por entonces, la abstracción,
Matisse defiende a Picasso de las acusaciones que pintores simpatizantes de los
alemanes como Vlamink y Derrain le hacen. Máxime al saber la azarosa condición
de exiliado político español en Francia que tenía Picasso.
La imagen final también es bella y reveladora: mientras Matisse crea su
capilla, con casulla y cáliz diseñados también por él, Picasso también hará la
suya, pero no como la de Matisse, dedicada a Dios, sino a la libertad. ¿Qué más
decir ante esta postrera revelación?.
6. La muerte de Beppo.
El domingo 5 de febrero ha muerto en Madrid, a los
90 años, una londinense de nación llamada Freda Clarence Lamb en el mundo de
los impresos reintegrados y los pasaportes en regla. A la misma hora, su doble,
Beppo Abdul Wahab, andalusí de vocación, se escapaba del tiempo después de
haberlo disfrutado durante varios siglos. Magistral dibujante, deliciosa
pintora, Beppo era una anarquista feudal de curiosidad renacentista que
esgrimía su verbo como el capitán Contreras su espada y usaba sus pinceles como
una viajera del Siglo de las Luces. Mujer aristada de ternuras, implacable en
su fragilidad, no consintió que la contaminara el morbo romántico de nuestro
siglo XIX bis. Supo curarse en salud leyendo a Horacio, Virgilio, Montaigne,
Cervantes, el duque de Saint-Simon, Boswell y Samuel Johnson. Y desde Stendhal
voló hacia Joyce y Proust. Lo demás le parecía confusión y tururú.Hija de un
músico londinense del barrio de Hampstead, heredó de su padre la pasión por la
belleza y las tabernas. Su inclinación estética la llevó de adolescente a
París, donde se casó con el príncipe tunecino Abdul Wahad, excelente
acuarelista, y donde posó para Modigliani y Pascin. Abandonó París por Sevilla,
a principios de los años cuarenta, siguiendo la planta y los compases de un
guitarrista flamenco. Veinte años después, saturada de ayes y jipíos, se vino a
Madrid a pasear sus soledades por tabernas y cafés, su otra gran pasión
heredada. En aquel tiempo, la penuria le obligó a ejercer de profesora de
inglés, de profesora melancólica y distraída que se ocultaba tras una sonrisa
intemporal. Llegaron sus más conocidas exposiciones de acuarelas: en la sala
Prisma (1961), en la sala El Coleccionista (1972) y dos en la sala Rojo y Negro
(1974 y 1976), todas de Madrid.
Los demás le reconocían su calidad de dibujante y
acuarelista, pero ella alardeaba, con razón, de haber hecho una obra maestra de
su propia vida. Su talento para el arte de vivir le llevó a comprender que la
búsqueda del placer exigía no pactar con lo mezquinamente, sórdidamente real.
Beppo hubiera querido que los humanos jugáramos a la vida con la máxima
inocencia y la mínima ignorancia, como si fuéramos sabios de la antigüedad. Con
los años, con las decepciones, su alma niña recurrió a la pataleta y a la
provocación para hacerse notar. Pero ni siquiera entonces reconoció que alguien
pudiera ser tan superior a ella como para tener que mentirle. Litúrgica con el
humo de su pitillo interminable, exquisita de mohín al paladear un tinto
peleón, wagneriana de ademán al retocarse el alero de la boina, disimulaba, por
pudoroso orgullo, su inteligencia y su cultura en los cenáculos de
enteradillos. Como su admirado Samuel Johnson, cifraba toda su ambición en ser
feliz con poco entre pocos.
Beppo se hubiera merecido culminar su vida
recibiendo a la vil afeadora con una risotada, como hicieron el poeta Filemón,
Vespasiano en su retrete, Pietro Aretino y Catalina de Rusia. Y a punto estuvo
de lograrlo. La última vez que la visité en su ático, víspera de Año Nuevo, me
contó que aquella noche, arrebujada en la cama, se dio cuenta de que estaba
sonriendo. Y al preguntarle yo si en ese instante se acordaba de algo agradable
o gracioso, me respondió que no tenía ningún motivo para sonreír: estaba vieja,
enferma y sin dinero, pero sonreía de pura felicidad, no lo podía evitar.
Sus cenizas serán esparcidas junto a un olivo de
Chiclana, uno de esos olivos que con tanto amor pintó. Aquél que se siente a su
sombra notará la felicidad gratuita que Beppo habrá infundido a su savia.
El domingo 5 de febrero ha muerto en Madrid, a los 90 años, una londinense
de nación llamada Freda Clarence Lamb en el mundo de los impresos reintegrados
y los pasaportes en regla. A la misma hora, su doble, Beppo Abdul Wahab,
andalusí de vocación, se escapaba del tiempo después de haberlo disfrutado
durante varios siglos. Magistral dibujante, deliciosa pintora, Beppo era una
anarquista feudal de curiosidad renacentista que esgrimía su verbo como el
capitán Contreras su espada y usaba sus pinceles como una viajera del Siglo de
las Luces. Mujer aristada de ternuras, implacable en su fragilidad, no
consintió que la contaminara el morbo romántico de nuestro siglo XIX bis. Supo
curarse en salud leyendo a Horacio, Virgilio, Montaigne, Cervantes, el duque de
Saint-Simon, Boswell y Samuel Johnson. Y desde Stendhal voló hacia Joyce y Proust.
Lo demás le parecía confusión y tururú.Hija de un músico londinense del barrio
de Hampstead, heredó de su padre la pasión por la belleza y las tabernas. Su
inclinación estética la llevó de adolescente a París, donde se casó con el
príncipe tunecino Abdul Wahad, excelente acuarelista, y donde posó para
Modigliani y Pascin. Abandonó París por Sevilla, a principios de los años
cuarenta, siguiendo la planta y los compases de un guitarrista flamenco. Veinte
años después, saturada de ayes y jipíos, se vino a Madrid a pasear sus
soledades por tabernas y cafés, su otra gran pasión heredada. En aquel tiempo,
la penuria le obligó a ejercer de profesora de inglés, de profesora melancólica
y distraída que se ocultaba tras una sonrisa intemporal. Llegaron sus más conocidas
exposiciones de acuarelas: en la sala Prisma (1961), en la sala El
Coleccionista (1972) y dos en la sala Rojo y Negro (1974 y 1976), todas de
Madrid.
Los demás le reconocían su calidad de dibujante y
acuarelista, pero ella alardeaba, con razón, de haber hecho una obra maestra de
su propia vida. Su talento para el arte de vivir le llevó a comprender que la
búsqueda del placer exigía no pactar con lo mezquinamente, sórdidamente real.
Beppo hubiera querido que los humanos jugáramos a la vida con la máxima
inocencia y la mínima ignorancia, como si fuéramos sabios de la antigüedad. Con
los años, con las decepciones, su alma niña recurrió a la pataleta y a la
provocación para hacerse notar. Pero ni siquiera entonces reconoció que alguien
pudiera ser tan superior a ella como para tener que mentirle. Litúrgica con el
humo de su pitillo interminable, exquisita de mohín al paladear un tinto
peleón, wagneriana de ademán al retocarse el alero de la boina, disimulaba, por
pudoroso orgullo, su inteligencia y su cultura en los cenáculos de
enteradillos. Como su admirado Samuel Johnson, cifraba toda su ambición en ser
feliz con poco entre pocos.
Beppo se hubiera merecido culminar su vida
recibiendo a la vil afeadora con una risotada, como hicieron el poeta Filemón,
Vespasiano en su retrete, Pietro Aretino y Catalina de Rusia. Y a punto estuvo
de lograrlo. La última vez que la visité en su ático, víspera de Año Nuevo, me
contó que aquella noche, arrebujada en la cama, se dio cuenta de que estaba
sonriendo. Y al preguntarle yo si en ese instante se acordaba de algo agradable
o gracioso, me respondió que no tenía ningún motivo para sonreír: estaba vieja,
enferma y sin dinero, pero sonreía de pura felicidad, no lo podía evitar.
Sus cenizas serán esparcidas junto a un olivo de
Chiclana, uno de esos olivos que con tanto amor pintó. Aquél que se siente a su
sombra notará la felicidad gratuita que Beppo habrá infundido a su savia.
EL País, 14 de febrero 1989
7. Frases de Manuel Vicent
- sobre
el poder:
- «El secreto es para el Estado lo que el misterio es para la religión: una zona inaccesible que rodea a Dios y que protege a los príncipes. Sólo mediante ciertos ritos algunos elegidos pueden penetrar en ese arcano. Se requieren juramentos, vestiduras, ungüentos y palabras esotéricas para celebrar la ceremonia de iniciación, pero apenas franqueado el interior del arcano los iniciados se dan cuenta de que ese espacio sagrado está lleno de golfos.» (HOR: El arcano, 123)
- «Los poderosos y los facinerosos tienen los mismos guardianes y cerrojos. Políticos de cualquier ideología, delincuentes de cuello blanco, mafiosos, capitanes de empresa, banqueros, divos del espectáculo, cardenales y papas de Roma, a todos los iguala un mismo guardaespaldas cuyo criterio es indispensable para aprender la última filosofía: cómo ser libre detrás de una puerta blindada.» (“El País”, 28-2-2001: Cerrojos)
- «Sigo creyendo que [los socialistas] no sabían robar, prueba de ello es que los pillaron enseguida.» (HOR: Petirrojos, 291)
- sobre la religión :
- «Cuando aún había fe bastaba con el ángel de la guarda, pero ahora el Papa ya no se fía. Necesita una burbuja antibala, una casulla acorazada y una mitra de plomo para hablar de amor. Es la última metáfora. Mientras los querubines no aprendan a usar la metralleta, el Vaticano, como cualquier otra empresa, necesitará abastecerse de ángeles de gimnasio que puedan dejar seco de un tiro a cualquier sospechoso en mitad de un padrenuestro.» (HOR: Gorilas, 305)
- «La ciencia ha reducido el Génesis a un cuento oriental.» (“El País”, 4-3-2005: Doble llave)
- «Nuestra iglesia ya no quema herejes, apenas imparte anatemas, ha rebajado el nivel de confrontación con la ciencia y las costumbres, pero se ha guardado las llaves de la vida y de la muerte. En ese peaje exige un tributo.» (“El País”, 16-9-2001: Visionarios)
- «Si a lo largo de la historia la Iglesia no ha hecho más que equivocarse en todo, salvo en que la vida es una herida mortal de necesidad, ignoro por qué el Papa se permite el lujo de instalar la culpa en nuestra nuca y no en la suya.» (“El País”, 4-3-2005: Doble llave)
- sobre el silencio :
- «Innumerables parejas experimentan al mismo tiempo la necesidad de estrangularse y la de degustar juntos un buen cocido. En este caso, el odio y la gula llegan a una síntesis y todo queda reducido a devorar ese plato con el tedio consabido, cuya manifestación es ese silencio de familia que puede durar toda la vida hasta transformarse en una buena amistad.» (HOR: Placeres, 25)
- «El silencio es el pensamiento abstracto por excelencia.» (HOR: La felicidad, 211)
- «En medio de la insoportable algarabía del mundo el estilo literario más profundo es el silencio. (“El País”, 31-3-2002: Silencio)
- sobre la sociedad :
- «Guárdate del que pretende darte lecciones con una verdad absoluta o
con un bate de béisbol. Son dos formas de partirte la cabeza.» (“El País”,
14-3-2010: Para vivir)
- «El estómago agradecido antes se debatía entre la sardina y el arenque; hoy, la ideología tiene menos valor que una ración de gambas.» (“El País”, 7-2-1999: Sin historia)
- «El fútbol consiste en meter el balón en la propia portería, que es la que defiende el equipo contrario.» (HOR: Fútbol, 45)
- «El símbolo [de la tragedia que caracteriza este fin de milenio] sería ese ciudadano medio cargado de paquetes que está dispuesto a tragar con cualquier bajeza política o moral con tal de seguir consumiendo hasta el final de sus días.» (“El País”, 3-1-1999: Año Nuevo)
- «En el Mediterráneo los dioses de mármol criminalmente enterrados sólo
han generado paredones de ladrillo de una brutal ordinariez, que te
obligan a ver el mar a través de los calzoncillos del vecino tendidos en
la terraza.»
- «Hay que celebrar el hecho de vivir tiempos de baja intensidad. Eso permite que la víctima o el verdugo, el héroe o el traidor, el asesino, el delator, el fusilado que cualquiera pueda llevar dentro no se asome a la superficie. Grandes tiempos mediocres y felices son éstos en que uno puede compartir el whisky en un cóctel con alguien que llegado el momento propicio no dudaría en mandarte fusilar.» (“El País”, 7-2-1999: Sin historia)
- «Hoy el mundo se ha transformado en una inmensa carpa de cristal sin salida alguna y nuestra condena consiste en no poder abandonar nunca el tendido y estar obligados a consumir, repetir, comentar y reproducir inexorablemente las imágenes idiotas, violentas y anodinas, que nos sirve la historia a través de un laberinto de espejos.» (“El País”, 18-11-2007: El circo)
- «Hoy el País Vasco es un cuerpo social infectado por una septicemia.» (HOR: Mal absoluto, 390)
- «La informática es ya una patria común; el resto, o sea, la moral, se reduce a tener limpia la acera de la casa.» (HOR: La patria, 183
- «Nuestra generación ha entregado el alma a los contables y todas las pasiones que hoy nos conmueven se derivan de las estadísticas: para saber si somos felices, ahora se hacen encuestas.» (HOR: Mediocres, 225)
- «Para purgarse de la propia infelicidad, el público se convierte en un espectador sediento de sangre, y cada uno saca de la violencia el bálsamo de la piedad, la atracción del sadismo o el remedio del dolor. » (HOR: Vértigo, 343)
- «Todo lo que pasa en el mundo sucede ante nuestros ojos, pero ninguna gran tragedia dura más de un minuto en el telediario.» (“El País”, 18-11-2007: El circo)
- «Una vez comenté con un joven punki, aprendiz de navajero, que las
noches se habían vuelto muy peligrosas. Me contestó: "Es cierto, cada
vez hay más policías".» (“El País”, 28-2-1999: El jardín)
- sobre los toros:
- «Admito que el toreo sea un arte si a cambio se me concede que el canibalismo es gastronomía.» (HOR: La sangre, 166)
- «Con el calor de la primavera se acerca una vez más el cosechón de cuchilladas, vómitos y descabellos que darán como fruto más de cincuenta mil toros taladrados cuya agonía será servida por televisión en primer plano. Las imágenes multiplicarán por un millón esta infame carnicería, y gracias a este banquete de plasma, planetariamente los españoles seguiremos siendo unos especímenes humanos que se divierten torturando animales y que hacen sonar las charangas para alegrar semejante degüello.» (HOR: La columna, 167)
- «El toro no es una fiera sino un bello animal herbívoro, más bien torpón; si fuera inteligente, al segundo pase ensartaría al torero.» (“El País”, 4-05-2014: Espantada)
- «En esencia el arte de torear consiste en convertir en veinte minutos a un bello animal en una albóndiga sangrante ante un público alborozado.» (HOR: Chuleta de miura, 163)
- «En España no eres nadie si no apareces amarrado a un habano con el codo en la maroma de Las Ventas contemplando la carne para albóndigas que los picadores y espadas preparan en el ruedo.» (HOR: Alternativa, 109)
- «Éste sería un gran país si, en lugar de exaltar la muerte entre el polvo y los salivazos de la corrida o de elevar el desolladero a escuela de filosofía o de extasiarse ante las posturitas de un carnicero más o menos artista o de confundir el patrioterismo con la bravura, dedicara todo su afán a transformar las célebres divisas de Miura, Pablo Romero o Vitorino sólo en famosos solomillos de la gastronomía nacional.» (HOR: Chuleta de miura, 164)
- «La fiesta de los toros está montada en esencia sobre la tortura pública de un animal, y, por muchos pases pintureros que el diestro pegue vestido de sota de espadas, nunca podrá ocultar la degradación que late bajo la supuesta belleza de una verónica.» (HOR: La sangre, 166)
- « La fiesta nacional está herida de muerte, pero un año más la degollina de la feria de San Isidro va a empezar y los españoles de verdad, los pocos que quedan con el certificado de Aguirre, ocuparán las gradas del matadero mudéjar de Las Ventas para contemplar puyazos, estocadas, vómitos de sangre y descabellos, todo sin IVA. Los españoles de segunda, en medio de las cornadas terribles que da el morlaco de la crisis, haremos lo posible para ir tirando con cierta dignidad.» (“El País”, 4-05-2014: Espantada)
- «La fiesta nacional tiene mucho color: el rojo de la sangre es el más auténtico.» (HOR: La columna, 168)
- «La gloria torera aproximadamente es esto: tener media femoral de plástico y algunas fincas rústicas en el registro, un bufón en nómina que te haga reír a cambio de una rodaja de mortadela, un cura de pueblo que te pida dinero por carta para restaurar el techo de su parroquia, un músico que te fabrique un pasodoble cargado de bombo, un tabernero que al conocerte por la cara te invite a una ración de percebes, una nube de gorrones que te pase la mano por el lomo en el bar del hotel Wellington, un pesado que te recuerde constantemente con voz asmática aquella verónica que diste en la plaza de Calahorra.» (“Los mejores relatos”: Estofado de toro, 213)
- «Por mucho que se enmascare con un esteticismo hortera o con un flato poético, una corrida de toros en directo o en diferido es el espectáculo basura por excelencia, aunque lo presida el Rey de España y le guste a algún chino.» (HOR: La columna, 168)
- «Si alguien concibe que una carnicería semejante puede servir de soporte a un arte, ya está preparado para admitir que la verdad puede ser extraída mediante la tortura en el sótano de una comisaría; si se admite que la belleza puede surgir de la sangre derramada, aunque ésta se inflija a un animal, es que uno ya tiene justificado en el corazón todo tipo de violencia.» (HOR: Sangre, 165)
- «Ya se ha echado encima el calor y con él comienza de nuevo a florecer la cultura del desolladero, la sangre, los cuernos, los puyazos, las cuchilladas, los vómitos, los aplausos. [...] En el palacio de falso mudéjar de Las Ventas empiezan las corridas de San Isidro.» (HOR: Tabú, 159)
- sobre el tiempo:
- «Como las olas del mar, los días y las horas baten nuestro espíritu llevando en su seno un dolor o un placer determinado que siempre acaba por pasar de largo.» (CUE: Las olas, 19)
- «El tiempo es lo que uno hace.» (HOR: Respiración, 423)
- «El tiempo sólo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada.» (“El País”, 4-1-2009)
- «La eternidad cabe entera en el día de hoy, sin esperar a mañana.» (“El País”, 14-3-2010: Para vivir)
- «La única sabiduría consiste en dividir la vida en días y horas para extraer de cada una de ellas una victoria concreta sobre el dolor y una culminación del placer que te regale.» (CUE: Las olas, 20)
-
sobre el Universo:
- «Desaparecido el hombre de la faz de la Tierra, en ella reinarán
todavía los lagartos, los berberechos, el bacilo de Koch y otras criaturas
que resistan hasta el final la adversidad del universo. Tal vez el último
superviviente será una bacteria semejante a aquella mediante la cual se
inició la vida en una charca africana. (…) Entre estas dos bacterias
hermanas, el tiempo se habrá constreñido a un punto inmaterial en cuyo
interior se hallará la historia de la humanidad como un episodio
secundario de la bioquímica. A pesar de esto, hay gente que saca pecho y
dice: usted no sabe con quién está hablando.» (HOR: Pedregal, 101)
- «El envase de cualquier refresco enterrado en un estrato a veinte
metros de profundidad bajo la civilización que entonces se mueva en la
superficie de la tierra estará cargado de misterio y de energía.» (ESP:
Prólogo, 8)
- «El universo son infinitas galaxias, infinitas estrellas, infinitas
piedras y ni un solo sentimiento. No existe el mal en las esferas, puesto
que en ellas no vive nadie que esté fichado.» (HOR: Conquista, 427)
- «Tu no eres un vulgar insecto, sino un extraterrestre que llegó a este
planeta gracias una tormenta nuclear acaecida en este punto del universo
hace miles de millones de años, cuando innumerables cometas y asteroides
chocaron contra la Tierra e hirvieron los océanos. Aquel desastre sideral
hoy se ha convertido en un gran epopeya molecular y de ese poema químico
hemos nacido todos, mosquitos y también cardenales.» (“El País”,
7-10-2001: Viaje)
FICHA ELABORADA POR ANAÍ MARTÍNEZ VALIENTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario