jueves, 23 de marzo de 2017

23 de Marzo : "Norwegian Wood,Tokyo Blues", de Haruki Mikarami


NORWEGIAN WOOD, TOKIO BLUES  -  HARUKI MURAKAMI

Haruki Mukarami

1. Haruki Murakami. Obras



2. Norwegian Wood, Tokio Blues

- Título en inglés: Norwegian Wood (Canción de Los Beatles, compuesta por John Lennon, que alude al pino noruego, madera barata para amueblar casas con un estilo funcional y escasez de espacio). Wood  también significa “bosque”.
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- Fecha de publicación: 1987

- Género: Novela de formación

- Lugar y fecha de la acción: Tokio en los últimos años de la década de los 60 y en medio de un ambiente de revueltas estudiantiles en la universidad.


- Personajes: Toru Watanabe, Kizuki, Midori, Hatsumi, Naoko, Reiko, “Asalto de tropa”, Nagasawa, Itoh, Señor Kobayashi.

- Temas: historia nostálgica, narrada en primera persona por Toru y con un estilo muy realista, que trata del duro camino hacia la madurez de un grupo de adolescentes que no se diferencian en nada de los jóvenes occidentales. Para lograr su entrada en el mundo adulto se han de enfrentar a una serie de conflictos causados por la pérdida, el control de una sexualidad en ebullición y la muerte, con el trasfondo de una sociedad urbana en la que predominan la soledad y una total falta de comunicación a pesar de los abundantes diálogos. Pero también hay que aprender a atravesar el dolor y a superarlo con la esperanza de que sirva para algo y de que vendrá otro dolor porque eso es crecer, vivir y morir (maravillosas palabras de Reiko en la página 358)
Conflicto en la universidad, conflicto tradición y cultura moderna popular (simbolizada en la literatura, la música pop y el cine).

- Importancia de la lectura con referencias a: El Gran Gatsby (S. Fitzgerald); La montaña mágica (Thomas Mann); El centauro (John Updike) y Bajo las ruedas (Herman Hesse) entre otros.

3. Críticas de Tokio blues

3.1. Rafael Carbona, EL CULTURAL, 14 JUL 2005
Haruki Murakami (1949, Kioto) escogió una canción de los Beatles para recrear la peripecia de un personaje que no conseguirá desprenderse de la adolescencia, hasta conocer el amor, la pérdida, el sexo y la muerte.

El pasado de Toru Watanabe regresa con los compases de “Norwegian Wood”. La música comienza a sonar durante el aterrizaje de su avión en Hamburgo. Ya ha cumplido 37 años, pero su memoria no ha borrado su amistad con Kizuki y Nagasawa, con destinos tan diferentes, ni su relación con Naoko, acechada por la locura o su idilio con Midori. Aún recuerda el fugaz encuentro con Reiko, que evidenció la persistencia del deseo, con independencia de la edad y la proximidad entre el desamparo infantil y la urgencia de penetrar un cuerpo. Entre los 17 y los 20 años conoció la pasión, la infelicidad, el miedo a vivir, el suicidio y el anhelo de superación que permite constituir una identidad y aceptar el infortunio.

Murakami utiliza una prosa fluida, con un leve lirismo que recuerda el estilo de Auster o Carver. Sus referencias no son Tanizaki, Kawabata o Mishima, sino la música pop y la cultura urbana, el jazz y las series televisivas. La historia de Watanabe podría transcurrir en Europa o EE. UU. El Japón tradicional sólo es un mito que sigue alimentando el pensamiento reaccionario, pero que ha desaparecido del horizonte de unos jóvenes incapaces de madurar. Watanabe recuerda el protagonismo del yo en unos años decisivos. Es el tiempo de la educación sentimental, la época donde se descubre el amor, el sexo y la fragilidad de la existencia humana. La escritura se revela como el espacio donde acontece la comprensión. La experiencia no deviene inteligible hasta que se transforma en literatura. La desaparición de las personas queridas destruye una parte de nosotros mismos. Cuando se suicidan Kizuki y Naoko, Watanabe advierte el tacto de la muerte en su propia carne. Una parte de sí mismo desaparece con ellos, pero la escritura le ofrece la posibilidad de recuperar lo perdido, de fijar esas vivencias que se desdibujan con los años.

La visita al centro de salud mental donde está internada Naoko evoca la atmósfera irreal de La montaña mágica. No es una casualidad que Watanabe lea la novela de Thomas Mann durante su estancia en el sanatorio. El hecho de que el alma enferme evidencia la solidaridad del cuerpo y el espíritu. El sexo no es un simple intercambio de fluidos. Murakami señala que la sexualidad es un lenguaje. No es obsceno que Midori exhiba su cuerpo desnudo ante la fotografía del padre muerto. Al ofrecerle su vulva, expresa una necesidad de cercanía, de comunión, que no puede consumarse mediante las palabras. Cuando Naoko o Midori masturban a Watanabe no materializan una fantasía erótica, sino el impulso de transfundir ternura mediante el movimiento de unas manos que exploran al ser amado. El placer puede ser banal, pero adquiere una indudable trascendencia cuando está asociado al anhelo de confundirse con el otro. Al acostarse con Reiko, Watanabe descubre que la edad no puede separar a los amantes. No hay canon estético para el placer.

Tokio blues puede interpretarse como un viaje hacia la madurez. Publicada en 1987, consiguió vender más de dos millones de ejemplares en Japón. Los lectores se identificaron con una historia que reflejaba la necesidad del sufrimiento. Sin dolor, nos estancamos en la adolescencia. El miedo a sufrir puede librarnos de algunas experiencias, pero si no atravesamos nuestros temores, nunca trascenderemos el ensimismamiento narcisista. La imperfección es la esencia de la vida. La tolerancia a la frustración es lo que nos permite crecer. No hay en Murakami ningún rasgo que revele la peculiaridad de la cultura japonesa. Watanabe parece ajeno a los sentimientos de vergüenza y obligación. Tampoco se aprecia la influencia del pecado. Al margen de la tradición y la perspectiva religiosa, sus personajes viven la rutina de las grandes urbes, soportando la incertidumbre de habitar un mundo sin dioses tutelares. El viaje de Watanabe es el viaje del hombre contemporáneo hacia una felicidad tan improbable como anhelada.
3.2. Clarín:

Murakami: es candidato al Nobel pero se siente “un patito feo”

¿Murakami piensa que sería aceptado si ganara el Premio Nobel, como mucha gente espera que suceda? “No quiero especular,” dice y se ríe. “Ese es un tema muy arriesgado. Puede ser que sea colgado de un poste de luz, ¡no lo sé!” El novelista de culto más popular del mundo toma café a sorbos en la biblioteca soleada de un hotel de Edimburgo, a la que –tal vez sea decepcionante para los admiradores de sus tramas más fantásticas – no llega una red laberíntica de túneles subterráneos. Murakami es relajado y afable. “¡No soy misterioso!” dice, riéndose.

Haruki Murakami (1949) no lee a muchos de sus contemporáneos japoneses. ¿Se siente separado de la escena de su país? “Es un tema delicado,” dice, riéndose. “Soy como una especie de desplazado del mundo literario japonés. Tengo mis propios lectores... Pero los críticos, los escritores, muchos de ellos no me quieren.” ¿Por qué es eso? “¡No tengo idea! Escribo desde hace 35 años, y desde el comienzo hasta hoy, la situación es casi la misma. Soy como un patito feo. Siempre el patito, nunca el cisne”.

“Pero en un sentido, pienso que jugamos juegos distintos,” continúa. “Son muy similares, pero las reglas son distintas, el equipo es distinto, y los campos de juego son distintos. Como el tenis y el squash”. 

Su última novela Los años de peregrinación del chico sin color –ahora se publicó en castellano una anterior, Underground– vendió un millón de ejemplares en dos semanas, cuando apareció el verano (boreal) pasado, en Japón. El personaje es un pianista de jazz que parece haber hecho un pacto con la muerte, y puede ver el aura de las personas. “Suceden cosas extrañas en este mundo,” dice Haruki Murakami. “Uno no sabe por qué, pero suceden.” El estilo de Haruki Murakami (1949) es simple, incluso aparentemente informal en la superficie y Tsukuru Tazaki, –así llama él a su novela La peregrinación....– como muchas de sus novelas anteriores, ha dividido a los críticos entre aquellos que lo encuentran banal, y los que perciben una mayor profundidad. Al igual que la mayoría de los estilos simples, el suyo es el resultado de mucho trabajo. “Me lleva tiempo reescribir”, explica. “Reescribir es mi parte preferida de escribir. La primera vez es una especie de tortura. Raymond Carver (cuya obra fue traducida al japonés por Murakami) decía lo mismo. Lo conocí y conversé con él en 1983 u 84, y me dijo: ‘El primer borrador es como una tortura, pero cuando uno lo reescribe, mejora, uno está contento, mejora y cada vez está mejor, y mejor, y mejor.’” Ahora mismo, Murakami no está escribiendo nada. “Después de 1Q84,” dice, “estaba tan agotado... Generalmente, cuando estoy agotado por escribir una novela extensa, escribo una serie de cuentos. Pero no esa vez... No tenía energía para descender...” y hace los gestos de bajar al sótano. “Hay que estar fuerte para descender en la oscuridad de tu mente.” Después de Tsukuru Tazaki, Murakami escribió seis cuentos en tres meses; estos fueron publicados este verano (boreal) en Japón, con el título Hombres sin mujeres

Cuando se le pide que nombre algunos de sus escritores preferidos en activo, Murakami se entusiasma con Kazuo Ishiguro (“Se dedica por completo a la escritura... Cuando no está escribiendo, viaja por el mundo, pero cuando escribe, no viaja a ningún lado”), Cormac McCarthy (“siempre fascinante”), y el novelista noruego Dag Solstad, a quien está actualmente traduciendo del inglés al japonés (“Es algo así como un escritor surrealista, novelas muy extrañas. Creo que es literatura seria”).

Murakami habla del tema de las dos dimensiones, o realidades, en su obra: una normal, el mundo cotidiano evocado con belleza, y un reino sobrenatural y más raro, al que se puede acceder sentándose en el fondo de un pozo (tal como lo hace el héroe de La crónica del pájaro que da cuerda al mundo), o tomando la salida de emergencias equivocada de una autovía urbana (como en 1Q84). A veces, los sueños actúan como portales entre estas realidades. En Tsukuru Tazaki, hay un sueño sexual sorprendente, en el clímax del cual el lector no está seguro si Tsukuru está todavía dormido o ya despertó. Sin embargo, Murakami casi nunca recuerda sus propios sueños.

“Una vez conversé con un terapeuta famoso en Japón,” dice, “y le conté que no sueño casi nada, y él me dijo: ‘Tiene sentido.’ Le quise preguntar: ‘¿Por qué? ¿Por qué tiene sentido?’ Pero no hubo tiempo. Y esperaba volver a verlo, pero murió hace tres o cuatro años.” Sonríe con tristeza. “Muy mal.”

3.3. Jesús Ruiz Mantilla , EL PAÍS, 5 ABR 2009
Surrealista y amante de la cultura pop, Murakami es el gran escritor japonés de principios de siglo. Visitó por primera vez España y habló de sus manías y obsesiones. 

Quizá para un occidental el exotismo de su nombre llame a engaño. Puede que cualquier europeo se acerque a Haruki Murakami atraído por algo que le traslade a mundos lejanos, gobernados por códigos milenarios que escapan a nuestro más inmediato entendimiento. Pero cuando ese lector abra cualquiera de sus libros, en pocas líneas, caerá del burro.

Quedará seducido por la proximidad de sus personajes, por un finísimo hilo que logra conectar de manera global todo lo que nos preocupa, nos altera, nos divierte y nos deprime: una soledad que nos acecha deambulante, el amor, el desamor, el sexo y el deseo, ese siempre frustrante viaje de la juventud a la madurez, la sensación sistemática de pérdida, de no encontrar nuestro sitio en el mundo, la atracción y el miedo hacia la muerte...
Y toda esa música.

La música que proporciona fondo y forma a su obra, sacada de lo que es su tesoro más preciado: una colección de 7.000 vinilos de jazz, su gran pasión, pop y clásicos. Una música que, dice, está dentro de él y que exprime en cada capítulo que escribe obsesivamente: "Imagino que el teclado del ordenador es como un piano e improviso sobre él", asegura.

Dice también Murakami que sus libros funcionan mejor en mitad del caos. No sabe por qué, ni lo pretende. Pero es así. Empezó a escribir tarde, rondando los 30 años, después de haber regentado un club de jazz en Tokio. Lo hacía para él y para sus amigos, y poco a poco ha ido seduciendo a los cinco continentes. Se ha convertido paso a paso y sin querer -le horroriza la exposición pública- en una especie de fenómeno global de culto, aunque parezca contradictorio. Uno de esos escritores que conectan con inmensas minorías, con ejércitos de lectores que comparten su visión del abismo y la salvación, que esperan un nuevo título como la promesa de una palabra reconfortadora.

Así, después de unas cuantas novelas, algún volumen de cuentos y una nueva obra autobiográfica, What I talk about when I talk about running, Murakami ha logrado su objetivo: ser un corredor de fondo. Eso es ni más ni menos este escritor que seduce a golpe del empeño en ser distinto, amante del surrealismo y de la serie Perdidos, admirador de Scott Fitzgerald, John Irving, Manuel Puig o Vargas Llosa y enemigo de Mishima, uno de esos santones que se empeña en despreciar para escándalo de los guardianes de la pureza en la literatura de su país: "Muchos de sus libros no he podido ni acabarlos", comenta sin ánimo de polemizar demasiado.

Aunque con frases dichas en ese tono, mucho le va a costar hacer las paces con el mundillo de las letras nipón y reponer una relación de odio mutuo. Ellos detestan su manía de exhibir esos referentes occidentales de la cultura popular. Él no puede soportar que le tiren de las orejas por no cuidar la lengua como una perla virgen. En Japón se niega a aparecer en radio y televisión pese a que para muchísimos jóvenes se ha convertido en un gurú. Sobre todo después de publicar Tokio blues. Norwegian wood (Tusquets, Empúries en catalán). Muchos la han considerado un equivalente a El guardián entre el centeno japonés, pero él elude las comparaciones con el clásico de Salinger que inspiró al asesino de John Lennon.

Aunque Murakami, con 60 años cumplidos ya, no tiene alergia a los jóvenes. Al contrario. Si ha visitado por primera vez España, es para recibir un premio que le han otorgado lectores de entre 16 y 18 años. Fue el San Clemente, que concede un instituto de Santiago de Compostela, el Rosalía de Castro, después de analizar su obra Kafka en la orilla por un más que estricto jurado compuesto por jóvenes bachilleres de toda Galicia.

Por allí paseó Murakami antes de trasladarse a Barcelona, donde concedió esta entrevista después de haber correteado por sus calles -lo hace todos los días este amante del maratón, esté donde esté- y antes de visitar Cadaqués y Port Lligat, lugar de peregrinación daliniana. Algo fundamental para un autor que se autodefine como "surrealista".

También se le podría calificar como pop, ecléctico y posmoderno. Pero a la vez poético y misterioso, cercano y costumbrista, inspirador de escritores y cineastas como fue el caso de Sofia Coppola en Lost in translation, Alejandro González Iñárritu en Babel y ahora Isabel Coixet, que se confiesa influida por él para su nueva película, Map of the sounds of Tokio.

Y es que Murakami puede fascinar con igual fuerza cuando cuenta lo que lleva dentro del bolso una adolescente japonesa en ese poema urbano que es After dark y cuando indaga en la generación traumatizada por la guerra del Pacífico en Kafka en la orilla. Cuando se adentra en las tribulaciones y el viaje lésbico de Sputnik, mi amor, que cuando inventa una magia fantasmagórica para Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Su empeño por cavar cada vez más en lo profundo del pozo, como él mismo dice que es escribir un libro, parece no tener fin.

¿De qué se siente más orgulloso, de su bar en Tokio, de sus marcas de maratón, de sus 7.000 vinilos, de traducir a Scott Fitzgerald o de sus libros?

Lo que más me enorgullece es haber encontrado tantos lectores en todo el mundo. Llevo 30 años escribiendo, algo más. Los primeros 10 tenía pocos. Escribía para un grupo reducido, casi mis amigos y muy pocos más que me leían. No sé por qué, pero fueron aumentando.

¿Hasta que se convirtió usted en un fenómeno global?

Yo no lo pretendo. Primero escribo para mí, por satisfacción personal. Hacerlo me proporciona felicidad. Luego vi que les interesaba a unos pocos y se ha ido extendiendo.

Tanto, tanto, que no hay país que se resista a Murakami. Pero más que por su exotismo, por su proximidad. Cuando usted abre el bolso de una japonesa y miramos dentro, encontramos lo mismo que puede haber en el de una muchacha de cualquier gran ciudad.

Ehhh. Ummm. Cuando escribo una historia, no me planteo que vaya a impactar a un lector japonés o a un chino. Simplemente, me divierto haciéndolo. Las historias que planteo me resultan naturales, no las puedo explicar. Son muy íntimas, son muy personales, y cuando las escribo escarbo en mi mente, en mi alma. Eso, precisamente, por qué no, también las puede hacer globales. Puede ocurrir perfectamente. Lo que hay que tratar es ser auténtico.

A la vez que se adentra usted en sí mismo, ¿siente que profundiza en los temas que más preocupan al mundo?

No sé. Hablo de mí. Me conozco a mí mismo. Sólo digo que en cada libro voy más hacia abajo, más y más. Para conocerme mejor, me dirijo cada vez más al fondo del pozo. Metafóricamente. También me gusta romper muros. Traspasarlos. Ir hacia el otro lado y husmear. Luego vuelvo. Eso es escribir una novela. Acudir en busca de lo oscuro, de lo que no sabes de ti. Si lo intentas, puede salir bien. Si eres capaz de traspasar esas fronteras, puedes convertirte en alguien que interesa de manera global y encontrar almas comunes en Asia, en África. Si tienes la valentía de traspasar el muro, la frontera ante el que te sientes solo y desarmado. Atraviesas el muro y puedes convertirte en otro. Puedes ser más libre, además. En mis novelas trato de que ocurra eso.

¿Por eso le gusta tanto una serie como 'Perdidos'? Es más, se ha comprado usted una casa en la isla donde se rueda la serie.

Sí, sí, sí. Bueno, me gusta por eso y por más. ¿Tiene éxito en España?

Hay auténticos fanáticos.

A mí me gusta el misterio que le dan a los personajes, irles descubriendo poco a poco. El misterio y el surrealismo. Pero sobre todo me fascina lo inesperado. A mí me gusta hacer eso con mi escritura. Que nadie espere lo que pueda ocurrir. Además, creo que es muy fiel a ese sentido que le da todo al título.

¿Se refiere a que son seres perdidos y que a muchos de ellos les gusta precisamente esa condición?

Por ejemplo. Aunque muchos, como le decía antes, desean atravesar los muros y regresar, otros no, desean quedarse. Es algo que puede ser bueno. Esa huida. Yo soy un escritor optimista y en muchos, entre los personajes de Perdidos, encuentro ese optimismo, esas ganas de cambiar.

¿Por eso detesta a Mishima? ¿No lo encuentra optimista?

No me gusta su estilo.

¿Su estilo literario o su forma de ser?

Como lector, no me gusta. No he podido llegar hasta el final en muchos de sus libros.

¿No será que siente una necesidad, como gran escritor japonés de otra generación, de matar al padre?

No, no creo. Es que no me gustan sus libros, nada más. Tampoco su visión de la vida ni de la política. Nada. No me interesa nada.

¿Ese desprecio hacia Mishima ha agudizado su distancia del mundo literario japonés?

No les gusto, soy demasiado diferente a ellos. Por lo menos, a lo que ellos consideran que debe ser un escritor. Creen que todo lo que se escribe ha de estar supeditado a la belleza de nuestro lenguaje, a los temas de nuestra cultura. Yo no lo veo así. Yo utilizo la lengua como una herramienta. Una herramienta que puedo usar con mucha eficacia. Pero nada más. Por eso los críticos y los escritores me atacan. Yo busco una originalidad propia, alejada de lo que ellos pregonan. Tampoco frecuento sus círculos. No pertenezco a ningún grupo, y en Japón se supone que debes formar parte de alguno. Por eso me fui de mi país unos años.

¿Le puso furioso ese rechazo?

No, furioso no. Sencillamente me sentía extranjero en mi propio país.

Sin embargo, ahora se considera usted un genuino japonés. ¿Qué es eso? ¿Qué es ser un japonés hoy día?

Creo que los japoneses buscamos una nueva identidad. Después de la guerra nos enriquecimos y vivimos bien hasta 1995, cuando sufrimos una crisis tremenda. Todo se tambaleó. No habíamos vivido nada semejante en 40 años. En ese periodo pensábamos que la riqueza nos traería felicidad y satisfacción. Nos hicimos inmensamente ricos, pero no éramos felices. Ahora nos preguntamos: ¿qué debemos hacer?, ¿cuál es el camino hacia la felicidad? Todavía lo estamos buscando.

Japón vivió el preludio de lo que el mundo experimenta ahora. ¿Qué nos pueden aconsejar?
No sabría decirle. Lo que sí sé es que a raíz de las crisis algo raro ocurre con mis libros. Después de 1995, una mayoría cada vez más grande de lectores empezaron a apreciar mi trabajo en Japón. Después del 11-S, en Estados Unidos, también aumentaron mis lectores. En Rusia y en Alemania, lo mismo.

Y en España, después del atentado de Atocha, ha empezado a crecer. ¿Es usted un autor para tiempos de crisis?

En mitad del caos, la gente aprecia cada vez más mi trabajo. Es así.

¿No han estudiado eso en la universidad?

Mis historias se comprenden mejor en ese contexto, parece.

Puede que la gente, en momentos de caos, busque con más fuerza narraciones estructuradas, que tengan que ver con la música, como es su caso. ¿Sus libros le deben más a las lecturas que ha hecho o a los discos que ha escuchado?

En la época en que era dueño de un club, en Tokio, escuchaba música a todas horas, de la mañana a la noche. Así que la música inundó mi sangre. Escribo mis novelas como si interpretara un instrumento. No toco ninguno; de niño estudié algo de piano, y eso me ha servido para escribir.

Le veo tecleando el ordenador como si interpretara una sonata. ¿Tiene algo que ver?

Más o menos. Para mí, el ritmo en una narración es crucial. Soy muy consciente de eso, el ritmo, el ritmo. Cuando escribo, escribo. Agarro una imagen y la hago fluir. Muchas veces lo acometo como esas largas improvisaciones de jazz que no sabes cómo acabarán.

¿Y eso lo hace a las cuatro de la madrugada?

Sí, necesito silencio, que nada se interponga. Escucharme a mí, mis palabras y nada más.

Después se va a correr, a las ocho. ¿Cuando corre, sigue trabajando? ¿Sigue dándoles vueltas a sus historias?

Dejo mi mente en blanco, aunque a veces me asaltan cosas. Me gusta vaciar mi cabeza. Sólo me preocupo de correr, de ver el paisaje, de sentir el aire.

Y ese libro, con ese título: 'What I talk about when I talk bout running' ('De qué hablo cuando hablo de correr'), ¿de qué va?

Es una memoria. Empecé a correr hace 30 años, al mismo tiempo que la escritura. Y he corrido tanto... He hecho hasta un maratón de 100 kilómetros, triatlón. Así que empecé a escribirlo hace unos siete años y lo he acabado casi sin darme cuenta. Soy un corredor de fondo.

¿Por eso sus libros son tan gordos?


Sí, no puedo parar. Cuando escribes, necesitas confianza en ti mismo. La carrera de fondo te da eso, mucha confianza. La seguridad de que vas a terminar lo que has empezado. Si escribes narraciones más cortas, quizá no necesitas eso. Más en mi caso. Yo era un tío normal que de un día para otro comenzó a escribir, sencillamente. Un lector apasionado que de repente se puso a contar historias.

Parece que usted no responde al arquetipo de 'autor'. Más cuando provoca a las eminencias culturales diciendo que le ha influido tanto Dostoievski como Ken Follett. ¡Menudo escándalo!

Bueno, para que quede claro. Soy un hombre sencillo a quien le gusta vivir aparte. Pero sí me siento especial cuando escribo. Cuando no escribo, soy normal y quiero sentirme normal. Es más, si voy caminando por la calle y alguien viene a decirme algo, lo primero que pienso es: ¿por qué lo hará? Si yo soy un tío normal. Me hacen sentirme extraño.

 

El corredor rebelde

 

Haruki Murakami.


Aunque no le delate su aspecto juvenil, nació en Kioto en 1949. Estudió literatura en la Universidad de Waseda y se ganó el título de lector compulsivo por parte de la bibliotecaria de su facultad. Alternaba los libros con los discos que escuchaba en su club de jazz.

Profesor en el 'exilio voluntario'. Harto de sentirse incomprendido por quienes dictan los cánones en el mundillo literario japonés, Murakami decidió irse de su país un tiempo. Su pasión por la literatura norteamericana hizo que terminara en Estados Unidos. Fue profesor en las universidades de Princeton y Taft y ha traducido del inglés al japonés a Scott Fitzgerald, a John Irving, a Raymond Carver y a Salinger.

El corredor de fondo. Al mismo tiempo que la literatura, Murakami descubrió el deporte, concretamente la carrera de fondo y la natación, que empezó a practicar todos los días desde que cumplió 30 años. El resultado de todos esos kilómetros ha dado sus frutos literarios: un libro de memorias titulado What I talk about when I talk about running, que publicará Tusquets en España el próximo otoño.

4. Literatura japonesa contemporánea:

5. Japón está aquí al lado: vive en sus libros. EL PAÍS, 29 JUNIO 2012

Realizamos un recorrido por la literatura nipona actual y sus nombres destacados

Fotograma de la película "Norwegian Woods", inspirada en "Tokyo Blues", de Haruki Mikarami

Entre aquel japonismo que filtraba vía París la realidad del país nipón a través del arte y la literatura, y el mundo interconectado de hoy, en el que toda distancia física es virtualmente salvable en milésimas de segundo, han transcurrido cerca de 150 años. Quince décadas en las que, de un lado y de otro del mundo, entre Europa y Japón, el tiempo ha fluido a diferentes velocidades, proyectado desde puntos de partida opuestos y eventualmente convergentes. Un 23 de octubre de 1868, accedía al trono el emperador Meiji, artífice de una restauración que retiró el biombo que separaba Japón del resto del mundo para poner fin a un periodo de aislamiento nacional que se había prolongado durante más de dos siglos. Y sin muro de contención, el torrente de la creación occidental invadió y caló irremisiblemente en aquel país en el otro extremo de la Tierra.

Hoy, aquella influencia continúa definiendo una literatura que regresa de vuelta a Europa acogida por un reciente brote de aceptación masiva y cada vez más abarcadora. “Japón siempre ha ejercido fascinación en occidente desde el japonismo, del que hay erupciones cada 25 o 30 años”, sostiene Carlos Rubio, traductor, profesor de literatura japonesa del Máster de Estudios Japoneses de la Universidad de Salamanca y autor del manual Claves y textos de la literatura japonesa. Señal de esa tendencia es, por ejemplo, la reciente publicación en español -a partir de 2011- de varias obras de la autora de novela negra Miyuki Miyabe, que en el país oriental acumula varias decenas de millones de ejemplares vendidos, pero de cuya existencia apenas se tenía noticia en España. Eso sin hablar de la aparición de editoriales dedicadas exclusivamente a las letras japonesas, como Satori, que se creó en 2007, ni del éxito arrollador de autores como Haruki Murakami, finalista de este año del premio Príncipe de Asturias (que se llevó finalmente el estadounidense Philip Roth), de su tocayo Ryu Murakami, Kyoichi Katayama, Yoko Ogawa o Banana Yoshimoto, entre otros cuantos.

Con una población que ronda los 130 millones, no es de extrañar que las cifras de autores y lectores se disparen en Japón, al menos si se comparan con España. Aun así, Carlos Rubio defiende el hambre de letras que ruge en las tripas de aquel país. “Son uno de los pueblos más lectores del mundo”, asegura. “Y por eso, las ediciones también salen muy baratas, porque las tiradas son muy grandes”. De acuerdo con un informe realizado por la Asociación de Editores japoneses, en 2009 se publicaron en aquel país 1.274 millones de copias, de los cuales 386 millones eran de títulos nuevos. En España, con 47 millones de habitantes, según la información proporcionada por el Instituto Nacional de Estadística en 2010 se editaron 132,1 millones de ejemplares, correspondientes a 76.206 títulos (no se especifica si estos son de nueva aparición o no). O sea, que las cifras confirman la prolijidad editorial que bulle en Japón.

No todos los autores publicados, en cualquier caso, son nipones. De acuerdo con el mismo informe de los Editores japoneses, el número de traducciones, excluyendo los libros infantiles, asciende al 8-10% del total. Hace unas décadas, sin embargo, el panorama distaba de la actual realidad. “Yo crecí leyendo un 80% de traducciones”, asegura Kayoko Takagi, profesora de literatura japonesa de la Universidad Autónoma de Madrid. “Sobre todo literatura rusa, la de Dostoievski y Tolstói, y también autores franceses, y más tarde estadounidenses”. Aquellos escritores que se filtraron con la apertura al mundo de Japón a finales del XIX, imprimieron una huella que nunca después ha podido borrarse. “Hay quien dice que desde 1868 Japón no es más que una sucursal de la literatura de occidente”, señala Rubio. “Aunque para mí este juicio es demasiado riguroso: a lo largo de su historia Japón ha imitado, pero transformando el objeto para someterlo a un proceso de japonidad, que da como resultado un producto nuevo”.

Basta abrir casi cualquier libro al azar para comprobar que el imaginario de la novela nipona continúa siendo fiel a la idiosincrasia que le es propia. Lo que no quiere decir que los personajes practiquen artes marciales, que las casas estén construidas de bambú o que los escenarios deban enmarcarse por necesidad en campos de cerezos en flor: una percepción occidental de la realidad japonesa que se denominó el efecto quimono, y que hoy, dicen los expertos, ya se ha erradicado. “Gracias sobre todo a Abe Kōbō y Kenzaburō Ōe desde los años sesenta, esas limitaciones temáticas se han acabado y los escritores japoneses son aceptados, por fin, como internacionales y capaces de asumir asuntos de interés universal”, asegura Rubio.

Como miembros de un mismo mundo global, los japoneses aúnan su tradición con la modernidad estándar impuesta desde occidente. De ahí que los personajes de Haruki Murakami, por ejemplo, beban cerveza y escuchen jazz. Y sobre sus cabezas, planea la imperante tecnología. “Muchos jóvenes escritores parecen explorar lo que se llama la parte surreal de la vida contemporánea, una especie de vida soñada que ayuda a sobrevivir en un país como el Japón urbanita e hiperdesarrollado. Tanto las obras de misterio como los monstruos que pueblan Tokio parecen querer conectar con un mundo virtual, tecnológicamente creado que sigue produciendo vacío y soledad”, señala Rosa Morente, profesora de Sociedad Japonesa del Máster en Estudios Japoneses de La Universidad de Salamanca.

Pero aunque Japón sea un miembro más dentro de una intrincada amalgama de países, no puede olvidarse que sigue siendo parte de Asia. “China es un referente obligatorio para la cultura japonesa, aunque después de la apertura de Japón a occidente su influencia baja mucho”, señala Kayoko Takagi. En países como Corea, el influjo llega desde Japón. “Cuando establecieron la democracia y rompieron la prohibición de importar productos extranjeros, se produjo una invasión de todo lo japonés, pero porque los coreanos querían absorber todo lo que llegara de allí, algo que a día de hoy sigue siendo muy notable”.

Definir la literatura de un país tan rico, complejo y sometido a un drástico y vertiginoso proceso de modernización no resulta tarea sencilla. Aunque se pueden extraer indicios. “Retratar la cotidianidad, asuntos como la familia, el paso de la juventud a la madurez, el nacimiento de un hijo o la muerte de un ser querido son los temas en los que se viene centrando la literatura actual japonesa, todo ello con un estilo sencillo y muy apegado a su tradición de la estructura de diario”, explica Rosa Morente. Otra cualidad definitoria, apunta Carlos Rubio, es el énfasis en los aspectos sensoriales. “Les interesa la apreciación de la escena, es importante la captación de la imagen, la visualidad”. Algo que, elucubra, podría tener que ver con los ideogramas con los que plasman su escritura.

La cuestión del género literario se define en Japón por gracia de los concursos. Dos de ellos, los premios Akutagawa y Naoki, creados en los años 30 del siglo pasado, suponen la máxima aspiración de todo escritor deseoso de introducirse en el circuito comercial. “El premio Naoki es más de gusto popular, y es el que ganó por ejemplo Miyuki Miyabe, mientras que el Akutagawa es de literatura creativa”, señala Kayoko Takagi. “Hoy en día existe una crítica muy dura a los premios Akutagawa, porque han pasado de ser buena literatura junbungaku a ser literatura comercial taishu-bungaku”, matiza Pilar Garcés, profesora de literatura japonesa del Máster de Estudios Japoneses de la Universidad de Salamanca. “Pero los premios tienen una planificación de marketing agresivo que hace que se venda un gran número de copias. En las antologías de los años noventa no aparecían escritores como Haruki Murakami ni Banana Yoshimoto porque se decía que eran escritores de éxito efímero, y la última antología los recoge como parte del canon literario”.

Adaptadas en innumerables ocasiones al cine, muchas obras literarias japonesas llegan al español con parada en el inglés. No es el caso de la editorial Satori que, aunque centrada en la literatura de los maestros de las eras Meiji (1868-1912) y Taisho (1912-1926), siempre realiza traducciones directas. “Cada vez se hacen más desde el japonés”, confirma Carlos Rubio. “Suelen ser las editoriales grandes las que recurren al inglés”. Una manera óptima de abordar la tarea, asegura desde la experiencia, es hacerlo en parejas bilingües, con un miembro hispanoparlante y el otro nativo de japonés. “Los resultados de estos equipos suelen ser muy buenos”. En cualquier caso, tanto inglés como francés sacan varias cabezas de ventaja al español en cantidad de traducciones realizadas. “Aquí se suele traducir si ya se ha hecho antes a esas lenguas”, sostiene Rubio. “En España hay muchas obras japonesas que no se conocen y, la verdad, no me puedo explicar por qué”.

Acaso para paliar la carencia, están comenzando a surgir publicaciones especializadas como Eikyô. Influencias japonesas, fundada hace un año para promocionar el estilo de vida nipón. "Después del tsunami ha habido un repunte del interés por Japón", sostiene Eric Gil, el director. Como pueblo tristemente acostumbrado a la desgracia, aquella devastadora ola gigante que arrasó la costa este del país el año pasado podría convertirse en un nuevo impulsor literario. Ya ocurrió con el horror vivido en la Segunda Guerra Mundial, de donde surgió el llamado "Género de las bombas atómicas", según explica Rubio, con el terremoto e incendio de Tokio de 1923 o con el gran Terremoto de Kobe de 1995. "De todos ellos ha surgido una literatura con personajes que han sufrido, que viven una gran desolación interior, como los de Ōe o Mishima", señala Rubio. "Sobre el tsunami, si no han salido libros ya, seguro que saldrán".

LOS GRANDES NOMBRES DE LAS LETRAS JAPONESAS ACTUALES

 

Los cuatro grandes autores de la crisis y el nuevo milenio:


-Hōsei Hahakigi (1947, nombre artístico), autor de la novela Kokudō (‘Cobre nacional’ 2003), ambientada en la era Nara (s. VIII).
-Natsuo Kirino (1951): en España se ha editado su obra cumbre, Grotesco (2003, Emecé 2011).
-Ryū Murakami (1952), de quien se han traducido varias obras representativas.
-Masahiko Shimada (1961), el enfant terrible de las letras japonesas. De él se han editado en España una selección de relatos de principios de los noventa, y sus importantes novelas Francisco X (‘Francisco Xabier’ 2002), en torno a la figura del misionero navarro, y Utsukushii tamashii (‘Un alma bella’ 2003), segundo volumen de una celebrada trilogía.

Escritoras destacadas:
-Yoshimoto Banana
-Yoko Ogawa
-Natsuo Kirino
-Hiromi Kawakami
Otros grandes nombres:
-Haruki Murakami: el más famoso escritor japonés actual
-Kenji Nakagami (1946-1992), narrador outcast (burakumin) de quien no existen traducciones al español.
-Maruya Saiichi: novelista y crítico
-Matsumoto Seicho: el escritor más popular dentro del subgénero de ficción detectivesca (suiri shosetsu). Inédito en español
-Izumi Kyoka: autor de terror sutil
-Nagai Kafu: autor de geishas
-Natsuki Shizuko
-Soji Shimada

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