AHOGADA
EN LLAMAS
Jesús Ruiz Mantilla, 19 de febrero 2015
1. Jesús Ruiz Mantilla
es Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de
Madrid y ha trabajado desde 1992 en el periódico El País, publicando
sobre música, cine y libros en la sección de cultura y en el suplemento
cultural Babelia.
Son de sobra conocidas sus entrevistas a personajes de todo tipo.
Son de sobra conocidas sus entrevistas a personajes de todo tipo.
Sus novelas, de temas variados como música, pintura o relacionados con la gastronomía, se caracterizan por poseer un lenguaje periodístico, con descripciones minimalistas en cuanto a situación y ambiente.
2. Obra:
La cáscara amarga, 2013
Ahogada en llamas, 2012
Placer contra placer, 2008
Yo, Farinelli, el capón, 2007
Gordo, 2007
Los ojos no ven, 1997
3. Ahogada en llamas:
-
Tema central y
subtemas: Historia de una familia de la burguesía santanderina desde 1893
hasta 1841 teniendo como marco de fondo y también como protagonista a la ciudad
de Santander. En este periodo tienen lugar las tres grandes tragedias que
marcaron para siempre la fisonomía y la idiosincrasia de la ciudad: la
explosión del carguero Cabo Machichaco, la guerra civil y el gran incendio de
1841 que asoló la ciudad cuando ésta empezaba a recuperarse de los estragos de
la guerra.
-
Novela que apela directamente a los sentimientos de
muchos de los lectores de esta ciudad que nos criamos entre los recuerdos de
aquellas tragedias y muchos de los tipos populares que aparecen en el libro
(pescadoras, raqueros).
-
Refleja la relación amor/odio con esta ciudad de muchos
intelectuales a mitad de camino entre Pereda y Pombo y Pardo
Otros temas: Homenaje a la gran literatura (Pereda, Galdós,
Menéndez Pelayo, Palacio Valdés, Rimbaud) e importancia de la música (Verdi y
La Traviata, Segunda sinfonía de Mahler). Homenaje a la gran narrativa del XIX:
La Regenta, los Buddenbrook, Episodios Nacionales, Sotileza, Las relaciones
peligrosas. Pensadores y escritores españoles como Menéndez Pelayo, Salinas,
Concha Espina, Pardo Bazán, Matilde de la Torre. Franceses: Balzac, Zola,
Flaubert, Rimbaud. Alemanes: Mann. Teatro: Lorca y pintura: Solana.
Reivindicación
de la tolerancia y el respeto a las opiniones de los demás simbolizados en la
amistad de P. Galdós, Pereda y M. Pelayo a pesar de sus opiniones políticas
opuestas. Reivindicación de la ciudad abierta, culta y tolerante y de la España
que debió se y no fue. Reivindicación de la presencia de Galdós en Santander.
Influencia de los hechos
históricos en la vida de los personajes (la explosión del Machichaco como
desencadenante de los cambios que se producen en la vida de la familia Martín)
y en la ciudad.
La influencia del paisaje,
el clima y el tiempo atmosférico en el estado de ánimo de las personas - la
bahía, la bruma, la desconfianza en el clima y en la idiosincrasia de la gente.
La ciudad, convertida en personaje y
protagonista histórica de unos hechos que marcarán la vida de sus habitantes,
tiene voz propia y es descrita desde múltiples ángulos, retrato realista y
objetivo con virtudes (belleza) y defectos (apatía, pasividad, conservadurismo)
que logra un término medio entre la idealización y localismo de Pereda y la
negrura de Pombo: “la novela que Santander necesitaba para poner algunos puntos
sobre la í”.
Diferentes
tipos de amor.
Relaciones
familiares marcadas por el ambiente cerrado de una comunidad pequeña y una
clase social determinada.
Incluye
numerosas referencias históricas a la decadencia de España, a la monarquía y a
la guerra civil entre otros acontecimientos.
Género: novela histórica, melodrama, con numerosos rasgos costumbristas
(influencia de Pereda y Galdós) como la presencia de personajes populares
reales o inventados: los raqueros, el Cagueta,
la Matacocos, las pescadoras
comidas, muelle,
baños de ola, bonito y lonja
los miradores
el internado de Villacarriedo
formas y costumbres
en la familia
veraneantes
la tertulia en el Café Suizo
los señoritos del
Muelle
Puente Viesgo
Otros rasgos:
Narrador omnisciente con estilo
ameno, uso de la voz colectiva
Excelentes descripciones de la
ciudad y de los cambios del paisaje – la bahía – según el momento del día o la
estación del año
Descripción y ambientación de la
tragedia del Machichaco (3 de noviembre 1893)
Gran creador de ambientes tal vez
debido a su profesión de periodista.
Juego de espacios: la casa del
muelle, San Quintín y el Palacio de La Magdalena
Retrato de la burguesía santanderina
y su anglofilia
Bellisimas metáforas como bahía =
útero
Paradojas en el título
aparentemente contradictorio: ahogada en
llamas
Recreación
de ambientes
Paso
de lo local a lo universal
Personajes bastante prototipo: dos niveles (tipos populares,
criados) y señoritos que reflejan una fuerte estratificación social:
familia del muelle, criadas, intelectuales, personajes populares (Arcilla,
Pombito), el clero.
Fuerte dualidad en la creación de
personajes: Pérez Galdós junto a personajes prototipos tópicos de caracteres
típicos santanderinos.
Influencias: la Biblia (Caín), Dickens (folletín, melodrama),
narrativa del S. XIX (Galdós y La Regenta), Vargas Llosa y el realismo mágico.
Tolstoi y la influencia del acontecer histórico en la vida de los personajes.
Fragmentos y páginas a tener en cuenta:
- p.30: los raqueros
- p.55: apatía, conformismo, no
reacción ante el horror del Machichaco y la injusticia de Ibarra
- p.91: la bahía
- p.101: la regeneración
- la lluvia: 141 y el final
- Santander como protagonista
(157: la ciudad sonreía)
- p.162: Santander y su endémica
endogamia (incesto y Enrique)
- p.163, 178, 183, 187, paso del
tiempo que no evolución
- 171: bahía y calima
- 180, 181, 250: España
- p.211: el gris
- la importancia del paisaje al
comienzo de cada capítulo adelantando la acción (p.225) y del clima
(p.241,267); Dickens y la relación que existe entre el tiempo atmosférico y el
comportamiento y estado de ánimo de la gente
- p. 241: volver
- p. 319: la guerra y el hambre
- p. 336: conservadurismo,
atmósfera opresiva
- p. 355: la guerra
- p. 357: el miedo
- p. 381, 395: el viento sur
Jesús Ruiz Mantilla: “Mi novela es una
declaración de amor a Santander con todas sus consecuencias”
17 agosto 2012
Jesús Ruiz Mantilla (foto © Marisa Flórez/Planeta)
Se dice garúa en porteño. El calabobos, la lluvia
finísima, el chirimiri derrapando sobre toda la comedia humana de una ciudad.
Diríase que el agua es el telón de fondo de Ahogada en llamas,
la novela-crónica de toda una época de Santander que el periodista Jesús
Ruiz Mantilla ha escrito a modo de antigua promesa y que va ya por su
tercera edición. Una promesa que le debía tanto a su ciudad natal como a
algunos acontecimientos que la hollaron, hasta ahora, no narrados. Una crónica
de la ciudad cántabra, ecos de la Historia de España a través de la apertura
invisible que Ruiz Mantilla hace de los tejados a dos aguas de la capital. El
escritor toma los cuatro elementos al modo campesino y, talega de lona en el
hombro izquierdo -la imaginación- y semilla en la mano derecha -el teclado- va
sembrando humores y estados vitales en los ánimos de toda una urbe. Fruto de
esa siembra, surgen los personajes de esta novela que vio la luz en marzo, de
la mano de Editorial Planeta. Ya, grano en tierra, y pasado el arado romano,
emergen de las calles cántabras las historias de la saga Martín-San Emeterio,
saga que el aguacero constante ha creado, entrelazándose con la Historia, con
la hagiografía de esas calles asomadas a la bahía, con la determinación e
incluso con el destino.
Ruiz Mantilla, en una de esas tardes madrileñas
de sol y asfalto, evoca el porqué de una obra a la que casi estaba
predestinado. Nos reunimos en el Café Comercial, un lugar asiduamente visitado
por su paisano, el poeta José Hierro. Corren en España unos
tiempos no tan diferentes de los de la novela. Aquel día, las portadas de los
periódicos hablan del “Caso Dívar”. Corruptelas y chapuzas nacionales. Ruiz Mantilla,
que rezuma ironía, dice: “Mi libro empieza con una tragedia, la del barco Cabo
Machichaco, que estalla, arrasando Santander, por las decenas de toneladas de
dinamita que llevaba en su vientre. Una irresponsabilidad de la compañía a la
que pertenecía el buque, la Ibarra. Nunca se depuraron responsabilidades. Justo
eso es lo que está pasando en este país: ¿Qué pasa con Garzón, con la trama
Gürtel, con Camps? La historia se repite. No siempre, es cierto, pero parece
mentira que en el siglo XXI se siga con ese rastro de impunidad, con ese no
poder “tocar” a determinadas personas. Toda esa decrepitud moral de nuestra
Historia fastidia… Pero la llegas a “comprender” tal y como era el sistema
caciquil de la Restauración con el bipartidismo de Cánovas y Sagasta. Pero
ahora… ¡Habiendo transcurrido tantos años!”.
Ama la conversación este periodista que ha
diseccionado en sus entrevistas para el dominical de El País las
figuras de Michael Moore, Glenn Close, Lang
Lang, Vila-Matas, Ricardo Muti o el
tándem Sabina-Serrat, por poner unos cuantos
ejemplos recientes. Es afilado su ojo a la hora de “desenmascarar” al
personaje. Recuerdo, especialmente, una entrevista que le hizo a la artista
conceptual Elena Asins, un ping-pong delicioso entre
entrevistador y entrevistada. Ese ojo afilado para atisbar la cara oculta de
los personajes públicos lo ha usado para reflejar la idiosincrasia de tres
generaciones ubicadas en un marco temporal que comienza el 3 de noviembre de
1893, cuando la dinamita del Machichaco devora la ciudad, y que finaliza en una
noche de febrero en la que el viento sur avivó un incendio que empezó en la
santanderina calle Cádiz y que arrasó el casco histórico de la ciudad cántabra.
Cuenta Ruiz Mantilla que Ahogada en llamas
era una novela “bendecida” desde su nacimiento. El día que empezó a escribirla
fue un 3 de noviembre, día de su cumpleaños y aniversario de la explosión del
Machichaco. Afirma que no se había dado cuenta de ninguno de los dos hechos y
que lo vio -aun sin creer en ellas- como una especie de señal. Posteriormente,
encontró en un baúl del abuelo de su mujer un cuaderno con postales y recortes
que comenzaban con el incendio del barco y terminaban con el incendio del año
41. Por último, decidió ordenar el libro en estaciones. Así, uno de los
momentos cúlmenes de la obra, el bombardeo fascista de la ciudad y el posterior
asesinato de los presos leales a Franco, que tiene lugar un 27
de diciembre, transcurre dentro del último capítulo, “Invierno”, coincidiendo
asimismo el momento de la escritura con la fecha histórica. Por eso, el
periodista pensó que si tenía esas “ayudas” a la narración y a la estructura de
la novela, tenía que “corresponderlas” esforzándose, cuidando el lenguaje y
enriqueciendo a los personajes.
¿Por qué una novela sobre Santander?
Desde siempre existía en mí una necesidad de
retratar lo santanderino. Y esto se unía al hecho de que nadie en Santander
había sabido conectar bien episodios históricos que han supuesto un antes y un
después en la historia de esa patria chica. Nadie había escrito la crónica de
los años que van desde el incendio del Cabo Machichaco al incendio de 1941. Más
allá de retratar la Historia de España a través de una ciudad, Ahogada en
llamas es una novela que refleja todo un modo de vida, una idiosincrasia,
la de mi ciudad. Un modo de existir que impregna aire, gente, gastronomía, toda
una identidad colectiva. Y lo refleja a partir de un hecho luctuoso y tremendo,
punto de partida del libro, que es el incendio de ese Machichaco. Así que me
dije: ¡qué suerte tengo! Porque, al mandato que tenía como escritor, a ese
contrato personal con mi ciudad, se unía el que los hechos no hubieran sido
narrados adecuadamente. Por lo tanto, el narrarlo se convirtió en algo
imperativo.
¿Sentía que antes o después estaba abocado
a escribir sobre lo “norteño”?
En mi literatura siempre hay personajes del
Norte, el ejemplo más claro es el de Monchón, el protagonista de Gordo.
Siempre ha habido tipos santanderinos, tipos del Norte, pero nunca he narrado
algo explícito sobre la ciudad. Así que mi meta fue captar la esencia novelada
de Santander, que es un territorio poéticamente muy bien aprovechado, pero no
narrativamente. Es obvio que el gran novelista santanderino y norteño es Álvaro
Pombo -que influye mucho en la confección de Ahogada en llamas-
pero él habla de Santander como un territorio mágico, en “neblina” y yo quería
hacer de la ciudad algo terrenal y concreto. Y no hay nada más terrenal que
reflejarla a través de una saga.
La saga que vehicula la novela es la Martín-San
Emeterio, cuya tragedia comienza ese mismo día de noviembre en que la matriarca
de esa familia de clase alta, Águeda, llevada por la curiosidad que traen
consigo los sucesos anormales en una ciudad tranquila, se acerca al muelle para
ver el incendio del Cabo Machichaco. El estallido posterior de la carga ilegal
del barco la matará dejando huérfanos a los tres niños habidos en su matrimonio
con don Diego Martín, un hombre honesto, cabal, prudente y adelantado
-políticamente- a su tiempo. Serán las personalidades de esos tres niños
-Diego, Enrique y Rafael- las que comanden tres destinos tan diferentes como la
psicología de los personajes, un auténtico logro del novelista santanderino.
Dice Ruiz Mantilla: “la tragedia inicial es paralela a la de la pérdida de la madre,
un trauma que determinará todo el futuro de la saga. Trauma colectivo, el del
incendio, y trauma privado, la muerte de una cabeza de familia. Muere la ciudad
y una manera de ser, y renace otra. Por eso a Águeda le puse de apellido San
Emeterio, el patrón de Santander. Quería que todo tuviera un tinte simbólico”.
La odisea particular de esta familia
surge del prólogo. Un prólogo en el que describe aquel estallido de fuego y
pólvora que cercenó tantas vidas y que cambió la fisonomía del Santander de finales
de siglo.
Intenté ser muy puntilloso en el comienzo de la
narración. Me obsesionaba elaborarlo bien, porque nadie lo había hecho, salvo José
María de Pereda en un relato maravilloso, pequeñito, titulado Pachín
González. Gracias a ese esfuerzo colectivo de toda una ciudad, ese
esfuerzo por sobreponerse y renacer, los hechos que acaecieron entonces
debieron haber figurado en los anales históricos. Siempre me he preguntado por
qué no habían quedado reflejados esos hechos luctuosos en el lugar en que tiene
que estar reflejada la épica: en la ficción. De esa obsesión por narrar el
incendio inicial fue aflorando una crónica que es la “carne de la novela” y que
cuenta con personajes épicos como Diego Martín, el patriarca de la saga. Fui
escribiendo el prólogo poco a poco, fijándome mucho en los detalles. Lo que más
me costó fue encontrar un tono coherente en su conjunto. El del inicio es un
tono bíblico y apocalíptico que me costó pulir. En él me interesaba reflejar la
obsesión con Dios y con el Diablo, con el castigo. ¿Cuál tenía que ser la voz
para narrar un suceso así? Fue una auténtica locura la primera parte, una
búsqueda para lograr el equilibrio, pensando en todo momento que, a la vez,
tenía que ser algo muy violento.
En el inicio del libro, que es imaginado,
usted narra cómo los supervivientes del incendio del barco se van encontrando
por las calles a los heridos; a los quemados, que son puro aullido; a los
muertos, con los cuerpos destrozados. Y todo ello rodeado de la propia angustia
por encontrar vivos a los seres queridos ¿Cuánto tiempo le llevó hacer esa
entrada?
Ese prólogo, ese inicio… fue como una digestión o
como una obsesión. Uno se prepara, se documenta, investiga, y, cuando todo está
digerido, lo expulsa, explota sobre las páginas. Y, curiosamente, cuando sale,
lo hace de una manera muy natural. El conocimiento obra en ti y se convierte en
una especie selectiva, ya que extrae lo mejor, transformándose en materia
narrativa. Y luego, después del inicio tan duro, van brotando los que de verdad
acaban siendo los protagonistas de la novela, en ese contexto lúgubre y
apocalíptico.
El lector llega a tener la sensación de
ser alcanzado por trozos de metralla, por la negrura y la asfixia del humo, se
duele, arrasado como Santander, y llega a creer que ni él mismo está seguro en
su casa. Y también se da cuenta de que el ser humano es muy estúpido. Por el
morbo de ver un incendio, los que estaban en aquella primera fila, en el
muelle, murieron, entre ellos, Águeda Martín. ¿No somos demasiado cotillas los humanos
hasta el punto de morir cuando no nos toca?
Sí, muy cotillas. La curiosidad mata a la gente y
es terrible. Lo cierto es que todo es terrible en lo que concierne al Cabo
Machichaco , por la falta de responsabilidad. Y la segunda explosión -que
acontece meses después, mientras se trata de recuperar la dinamita que quedaba
en la bodega del barco- es como una maldición, un castigo que acaba matando a
los héroes, a esos buzos voluntarios que estaban intentando retirar lo que
quedaba de carga explosiva. Pareciera que en ningún momento de aquel año la
ciudad tuviera protección, la muerte venía del mar y la gente tenía pánico. De
hecho, hubo que evacuar la ciudad para poder explotar el barco y que todo el
mundo se quedase tranquilo. Por eso, en la confección del prólogo, mi mayor
influencia fue la primera media hora de la película Salvar al soldado Ryan.
En su novela hace una importante defensa
de Pérez Galdós, al que rescata en esos últimos años suyos en la finca de san
Quintín, alejado ya del mundo y sus cortesanos.
Es que Pérez Galdós es nuestro
Balzac, nuestro Dostoievski. Yo quería reflejar a un
Galdós crepuscular, muy humano, muy por encima del bien y del mal. Un Galdós
muy sereno y mujeriego. Y es que para escribir como él lo hacía hay que conocer
muy bien la condición humana, sin juzgarla. Ése es el gran secreto de la
Literatura, el no juzgar, y eso se aprende de él, un ser absolutamente
tolerante, tan grande con la especie humana, tan rico, tan comprensivo, tan
alejado de los privilegios, que no rompe una amistad con Marcelino
Menéndez Pelayo por la cuestión de sus candidaturas para el Premio
Nobel, a propósito del cual los partidarios de cada uno quisieron enfrentarlos.
Eso es algo insólito, tanto él como Marcelino Menéndez Pelayo, representantes
de las dos Españas que luego acaban en el barranco, anteponen su amistad a los
laureles literarios.
Esas dos Españas que aparecen en las
tertulias del mítico Café Suizo, donde se discute, se debate, se lucha por las
ideas, pero siempre desde el respeto al ideario político del otro.
Quienes transitaban por el Café Suizo constituyen
toda una generación, que representa el florecimiento del entendimiento, de la
intelectualidad, del diálogo. En él destacaban las figuras de Menéndez Pelayo,
Pérez Galdós y Pereda, tan opuestos. Y en ese mismo sitio
ubico a personajes tan distantes en lo ideológico como Carlos
Fuentecilla y Diego Martín. Hombres que se respetaron
y, que, luego, se alejaron hasta perderse, debido a las circunstancias
personales de cada uno. Y, sin embargo, cuando fallece Martín, Fuentecilla, que
tanto tiempo llevaba sin verlo, que principios tan dispares tenía de los de su
otrora amigo, se acerca al velatorio, a acompañar a la familia. El grupo de
Galdós y Menéndez Pelayo muere sin ver la degradación de las dos Españas que
ellos representaban, pero Martín y Fuentecilla sí sufren la degeneración de
esos dos frentes opuestos; son los dos ejemplos de la sublimación y del
infierno.
Existen familias míticas en la literatura
española, me vienen a la memoria los Churruchaos de Los gozos y
las sombras, de Gonzalo Torrente Ballester o aquel imaginario
que rodeaba al Marqués Pedro Moscoso en Los pazos de Ulloa,
de la Pardo Bazán. Ambos libros con estilos, además, muy parecidos al de su
novela. ¿Por qué razón decide usted narrar una saga?
Mi propósito era crear una saga del siglo XXI.
Las grandes sagas, efectivamente, se enmarcan dentro del siglo XIX. En el siglo
XX hay una que me fascina, la retratada en Los Buddenbrook, de Thomas
Mann. Ahora bien, el libro del XIX que me inspira es La Regenta.
Clarín tiene esa cosa superlativa de la audacia, de no cerrar
la novela con una convención. El final de La Regenta, las cinco
últimas páginas, me parecen de una genialidad contemporánea, de un riesgo
extremo, eso es lo que la convierte en una obra insólita. “Vamos más allá”, es
el decir de Leopoldo Alas, es una manera grandiosa de cerrar
una novela, el proclamar: “he puesto aquí todo lo que tiene que tener una saga
de una novela decimonónica, pero voy a abrir una ventana al futuro”. Esa es la
grandeza de La Regenta.
Los caracteres de la familia Martín van
cambiando a la par que los acontecimientos históricos. Sin embargo, y aunque el
lector se ensimisma con la atractiva historia de amor de Rafael y Marina, una
vez cerrado el libro, nos damos cuenta de que quien ha movido los hilos durante
toda la historia es Enrique, el hijo mediano. Un personaje que conlleva un gran
estudio psicológico: una criatura que está ahí, en el medio, el que realmente adolece
de la pérdida de la madre. Mientras el mayor, Diego, se aferra a la fe, y el
pequeño, Rafael, al amor y a las ideas, él no tiene nada a lo que agarrarse.
Desde el principio es Enrique el que mueve los
hilos. Y todo comienza con una delación, una traición para con su hermano
Rafael, en la preadolescencia. Desde el comienzo, está urdiendo y conspirando.
Es el personaje más trágico.
Y el que tiene más recovecos. Mientras
que Rafael es el prototipo del ser bohemio y feliz.
Rafael es luz. Álvaro Pombo me decía: “¡Pero si
es que le quería todo el mundo sin que hiciera nada, sin que hiciera nada!”. Es
un “fracasado”, pero le da igual porque vive conforme a sus ideas, como quiere.
De hecho, nunca triunfa en el medio artístico, hasta el final, donde se “sugiere”
que en Francia están vendiendo los cuadros de un pintor español, aunque tampoco
se sabe a ciencia cierta. Él, que comienza pintando cuadros luminosos, tiene
que cambiar su pintura hacia lo oscuro, lo tenebroso. Qué disparidad respecto a
la vida de su amigo, el expresionista Gutiérrez Solana. Solana triunfa a la vez
que fracasa en lo personal, porque es un atormentado. Rafael fracasa en lo
profesional, pero triunfa en lo emocional porque es un ser feliz… Todos los
lectores me comentáis lo mismo: Rafael es de esos seres a los que la vida
bendice. Y yo os digo (ríe Ruiz Mantilla):
¿Pero no os dais cuenta de que es un fracasado? Y, mientras, Enrique es “la
mala bicha del culebrón”. A Rafael Martín le viene todo dado: es guapo, tiene
labia, es inteligente, es creativo. En Santander, enamorisquea hasta a su
propia cuñada, es el preferido de la servidumbre, del padre… Cuando se exilia
en Madrid, inmediatamente se rodea de los grandes intelectuales de la época…
¡Y hasta Lorca se enamora de él!
¡Sí! Con esa facilidad de seducción que tiene
hasta llega a empatizar con García Lorca… Y Rafael dice,
además: “si yo fuera homosexual, lo sería con Lorca”. ¡Tiene hasta la suerte de
que Lorca se prenda de él! ¡No un cualquiera sino nada más y nada menos
que Lorca! Y es cierto que la figura de Rafael Martín es ideal pero con ese
encanto va fomentando tragedias inconscientemente. Él se deja llevar por los
vientos y siempre se salva.
De hecho, la genial vuelta de tuerca
final hace que Rafael consiga exiliarse a Francia gracias a Enrique, gracias a
la súbita piedad de su hermano en el último momento.
¿Tú crees que es Enrique el que salva a Rafael de
que lo apresen? En parte, sólo en parte. ¡Rafael se salva por una
improvisación, por una chapuza! Los esbirros falangistas que estaban en el
cementerio de Ciriego para apresarlo se distraen en las labores de vigilancia.
El cabecilla, ¡justo cuando aparece Rafael!, se agacha a apagar un cigarrillo y
el secuaz, a su vez, estaba leyendo el periódico. Y da ganas de decirles:
“¡sois malos, sangrientos y violentos, pero no estáis a lo que estáis!” ¡A
Rafael le salva la chapuza española! Ahí quiero destacar lo chapuceros que
somos los españoles, algo que me hace pensar… ¿cuánta gente se habrá salvado en
la guerra o en la dictadura gracias a la chapuza?
La figura del padre Diego Martín, el
primogénito de la saga, también tiene su complejidad, con ese vivir en la
contradicción constante entre la fe y la carnalidad de su amante Raquel.
Diego es un fanático maravilloso del que el
lector se apiada. Quizá no llamen tanto la atención los cambios de Diego porque
la coherencia de él es una coherencia básica, la del fanatismo: por Dios y por
el amor. Por Dios y por la rubia Raquel. En la literatura de Pereda, no puedo
soportar a los curas, se me hacen imposibles, como me ocurre con el padre
Damián en Sotileza. En una saga tiene que haber un cura fanático y
humano en todo. Diego es tan fanático que se muere de amor y se suicida,
haciendo todo lo posible para que lo maten.
También tiene el padre Martín ese punto
de las novelas del siglo XIX, el de agarrarse a Dios como tabla de salvación
nada más morir su madre, deseando ser sacerdote de inmediato.
Exacto. Cuando alguien dice “Dios me salvará de
este dolor”, empieza un mecanismo fanático. El contrapunto en la novela al muy
católico padre Martín es Carmen Revuelta, su madrastra, que se hace
protestante. Cuando escribía la novela, me mandaban libros para documentarme y,
entre ellos, recibí uno llamado Historia de los protestantes en Santander.
¿Quién se iba a esperar que entre la burguesía santanderina de aquella época
hubiera protestantes y una señora se convirtiera desde el catolicismo? ¡Es de
una excentricidad tremenda! Por eso funciona tan bien el personaje de Revuelta.
Esa historia del protestantismo en la burguesía es “la ventana al Norte”, que
decía Pombo.
De hecho, desconcierta la figura,
visceral, tremenda, matriarcal de la segunda señora Martín. Uno espera que
venga otra Águeda, sumisa, recogida, tranquila.
La razón de crear así a Carmen Revuelta, con esas
características, es hacer ver al lector que el patriarca, Diego Martín, es un
hombre que puede amar a muchas mujeres diferentes, radicalmente distintas, por
la razón, por la bondad, por la espiritualidad… Y, sobre todo, por la
carnalidad. A través del cuerpo y del puro sexo salvaje es como Carmen Revuelta
se hace dueña de su nueva casa. Ahí es donde demuestra una mujer de esa época
cómo puede ejercer su poder: esa siesta, ambos encerrados en la habitación,
desde la que se oían los aullidos de los dos amantes… Ante ese panorama, nadie
pone en duda quién manda en la casa. Es algo animal lo que siente Diego Martín
hacia su segunda mujer.
Un Diego Martín, culto, tranquilo, poco
amante de vicios o extremismos, que se convierte en un ser sumiso en manos de
la esposa. Transforma a ese hombre hecho y derecho.
Es que el sexo y Carmen son la debilidad del
personaje. Y Diego Martín, que es un ser “ideal y maravilloso”, digno, de
principios inquebrantables, esconde también otra cara. Cuando llega el momento
propicio, y gracias a los oficios de su hijo Enrique… ¡Lo único que desea es
ser rico!¡Lo que le gusta es el dinero fácil! Carlos Boyero,
tras leer la novela, me dice: “¡Pero si Diego Martín lo que quiere es hacerse
rico” y le respondí: “Lo clavaste”. Y fíjate: todos los personajes tienen sus
matices, su parte oscura. Esa ambición económica a Diego Martín se le perdona;
las disquisiciones de Rafael también, porque es un fracasado y ama de forma
imposible a Marina… En cambio… ¡a Enrique Martín no se le perdona nada!
Lo cierto es que los cuatro hombres
Martín son una especie de postes en la novela: cada uno tiene su carácter, su
personalidad definida, pero las que mueven los hilos alrededor de ellos son las
tres mujeres: Carmen Revuelta, la rubia Raquel y Marina, aunque a ésta se la
vea de forma menos clara.
Sí, son mujeres muy poderosas en el silencio y en
lo explícito. La rubia Raquel domina al cura Martín y, aunque se le va de las
manos toda la historia, al final, triunfa. Cuando lee la carta de su antiguo
amante, la carta de suicidio, se da cuenta de que su amor ha permanecido en el
recuerdo y ha triunfado. Y, no te olvides, también la matriarca de la saga,
Águeda, aunque aparece poco, es una fémina poderosa.
¿Con cuál de todas esas mujeres se queda?
Con un popurrí, una especie de postre. Me encanta
Carmen Revuelta, me fascina la rubia Raquel que es el misterio, el enigma, el
silencio, la acción fantasmal. Marina es la que más está hecha para gustar,
pero es la que menos me atrae, ella es la esposa que espera, la mujer paciente.
En cambio, las otras dos rompen con lo establecido.
Y me pregunto qué habría pasado si no
existieran esas murallas sociales entre las dos parejas de amantes; en un caso,
porque uno es cura y, en el otro, porque ambos son medio hermanos. ¿Hubieran
sido posibles esos amores? En el supuesto caso de que fueran amores, en lugar
de pasiones.
Probablemente hubieran acabado fatal. Son caminos
abiertos que dejo ahí, con su interrogante… Es más, ¿cómo acaban Rafael y
Marina? Al final, cogiendo un coche, que les lleva a Francia… mientras llovía.
La lluvia en Santander, ese elemento poderoso. Para nosotros, la lluvia es tan
constante, tan fuerte, tan eterna, que se tiene la sensación de que nada va a
cambiar… Ellos se exilian “mientras llovía” y en Cantabria siempre llueve,
luego… Nada cambia. En tu Andalucía es todo lo contrario: la lluvia es la
esperanza. En Santander, la esperanza es la luz. El final es muy ambiguo, pero
tenía que acabar así, lloviendo, porque el agua es nuestro gen.
¿Todos esos personajes santanderinos,
entrañables, tienen su origen en la realidad o son producto de su imaginación?
Hay un libro maravilloso que se llama Tipos
populares santanderinos y de él los he extraído, han existido, son reales.
Son personajes propios del realismo mágico, todos formaron parte del cosmos del
Santander aquél: el Cagueta, Arcilla, las pescaderas
de las Atarazanas, Pombito, la Matacocos, el
Pichuca. Ese libro lo escribió Rafael Gutiérrez Colomer
(por él, Rafael Martín lleva su nombre), que era un caricaturista fantástico y,
además, abuelo de mi mujer. El libro se convirtió en un best-seller en los años
setenta en incluso Claudio Magris, en El infinito viajar,
le dedica un capítulo. Las historias son fascinantes porque hablan de la
marginalidad, del alma santanderina. Hoy día, de hecho, existen esos personajes
equiparables a aquéllos. Se podrían hacer otros personajes típicos con los que
conocí en mi infancia como Fernandito, el de la obra de San Martín,
que era hijo de Alfonso XIII…
Respecto a los veraneos de Alfonso XIII
en La Magdalena, me impactó la siguiente frase de su libro: “convirtió a
Santander en un burdel”.
La intrahistoria de los veraneos reales se conoce
en la ciudad, pero que nunca se ha escrito más que en la literatura de lo
anecdótico. Los libros recogen lo oficial… Pero lo que la ciudad sabe era del
ir y venir de las favoritas, de las estancias de Carmen Moragas,
de los abortos inducidos, del encaprichamiento de las muchachas de Santander
por parte del Borbón, como ocurre con el personaje de Toñina en el libro (a la
que “usa” y luego “tira”), de la adulación de toda la Corte que se forma aquí….
Se sabe del glamour, pero yo quería escribir acerca de esos bastardos
que dejó aquí el Rey, que eran, como te dije antes, personajes típicos, como el
tal Fernandito… Fernandito era un chico que repartía revistas de un centro de
acogida de niños sin recursos, de deficientes mentales. Y resulta que
Fernandito era el hijo de Alfonso XIII, todo un Borbón, además, físicamente.
Esto no estaba escrito. Y había que escribir sobre lado oscuro de ese glamour.
Incluso la Reina se ve obligada a
ausentarse y se instala en San Sebastián, tal era el comportamiento de Alfonso
XIII.
Victoria Eugenia huye a Donosti
porque la situación era humillante. No podía soportarlo a pesar de su flema
inglesa y aunque fuera una profesional como lo es la Reina actual.
Simbólicamente, es muy fuerte el comportamiento de aquel Borbón con respecto a
lo que ocurre en la actualidad. Hay un paralelismo exacto. Había una adulación
exagerada, todos iban a reverenciar al Borbón. Todos menos Pérez Galdós, que
cuando el Rey pidió conocerlo, respondió: “Si quiere conocerme, que venga a
verme él”. Qué dignidad.
Cuando se muestran determinados episodios
más turbios de la ciudad que uno ama… ¿Eso cuesta?
No, es como una historia de amor. Y al ser que
amas le dices lo bueno y también lo crudo porque la crudeza, algunas veces, es
una declaración de amor en sí misma. No deberíamos temer a eso porque vayamos a
destrozar al otro; la sinceridad y la verdad son importantes. Y esta novela es
una declaración de amor con todas sus consecuencias. Y lo cierto es que los
santanderinos la han acogido muy bien.
Ese amor hacia su ciudad se refleja muy
bien en los comienzos de los capítulos, en el estado de ánimo que envuelve a
Santander, en lo meteorológico, con esas descripciones del viento, que mueve
ánimos y espíritus.
Santander es la neblina, la bruma. Es agua y
aire. Es viento, un viento que provoca suicidios. El viento sur, como la
tramontana, vuelve loco a cualquiera, hace doler las cabezas, provoca
irritabilidad y aumenta el número de suicidios. Y el estado de ánimo del clima
es fundamental… Cuando en Santander transcurren tres semanas lloviendo, uno
acaba hundido, esperando el sol, pero cuando éste llega también se echa de
menos la lluvia… Es una continua contradicción.
¿Cómo vive usted Santander desde el
“exilio elegido” de Madrid?
Yo soy feliz, muy feliz en Madrid. Aunque vuelvo
mentalmente a Santander a cada rato y físicamente para estar con la familia y
por la necesidad del mar. De hecho, estoy deseando ir a Santoña y quedarme en
la playa, contemplando el Cantábrico y leer, pasear, estar con los amigos,
comer pescado. Me quedo ensimismado mirando hacia la arena, de espaldas a todo,
al resto de la Península. Miro al mar obsesivamente, me hago un café, me siento
a escribir enfrente de la playa. Si llueve, miro el oleaje; si no, me baño.
Pasé allí mi infancia y siento un gran enraizamiento con la tierra. ¡Pero me
siento muy a gusto en Madrid! ¡Y eso es lo peor que le puedes decir a un
santanderino, que te gusta Madrid! (Ríe a carcajadas)
“¡Si allí no se puede parar!”, te responden. Y es que ésa es la esencia
santanderina: pararse y observar.
¿Qué hay en la España actual de la que
aparece en Ahogada en llamas?
Pues todo. Toda esa idea de la chapuza, de la
impunidad, los restos del odio, las tensiones entre esas Españas tan ideales,
ensimismadas, cerradas. Incluso, la manera de amar de los españoles, que
reflejo en las cuatro grandes historias de amor del libro. Lo cierto es que
queda todo.
Terminamos la charla hablando sobre el parquet
del Palacio de la Magdalena y el olor que guardan sus paredes, el “mal de
Stendhal” que te provoca la primera vez que subes sus escaleras. Ambos tenemos
morriña de Santander. Le comento la extrañeza que he sentido al terminar Ahogada
en llamas, la sensación de que determinados personajes de la obra, como
Serafina, el ama de llaves de los Martín, una mujer dura, fuerte, tremenda, ya
me eran conocidos. Hablamos de la gastronomía cántabra, del plato estrella de
la novela: la tortilla de patatas, jugosa y bien pochada, y de la posibilidad
de hacer una “ruta” por Santander, recorriendo los lugares del libro. Mientras
Ruiz Mantilla sale del Comercial y pone rumbo a una de sus entrevistas, me
quedo pensando en ese personaje oscuro e inquietante, el de Enrique Martín, el
gran fracasado, el más humano de todos los que ha creado. Quizá la llovizna
perpetua en la que quedó envuelto al final de la novela sea una condena para
él. O tal vez no. Puede que la perspectiva de abrigarse la vida bajo los techos
de una de las ciudades más bellas del Norte sea el “jaque mate” que él marcó al
resto de su saga.
§§§§§§§§§
Dirijo hacia ti mi rostro y mi
pensamiento, consoladora posteridad. Te llevo la ofrenda de mi vida presente
para que la guardes en el arca futura, donde renazca con toda la verdad que
pongo en mis confesiones.
No escribo éstas para los vivos sino
para los que han de nacer, me despojo de todo artificio, cierro los ojos a toda
mentira, a las vanas imágenes del mundo que me rodea, y no veo ante mí más que
el luminoso concierto de otras vidas mejores, aleccionadas por nuestra
experiencia y sabiamente instruidas en la social doctrina que a nosotros nos
falta, veo la regeneración humana levantada sobre las ruinas de nuestros
engaños, construida con los dolores que al presente padecemos y con el material
de tantos yerros y equivocaciones …
(Pérez Galdós, citado en AHOGADA EN LLAMAS de Jesús Ruiz Mantilla)
BAHÍA
NATAL
A Gerardo de Alvear
Cristal feliz de mi niñez huraña,
mi clásica y romántica bahía,
consuelo de hermosura y geografía,
bella entre bellas del harem de
España.
La luna sus mil lunas en ti baña
- tu pleamar, qué amor de cada día
-,
y te rinden reflejo y pleitesía
montañas, cielo y luz de la Montaña.
Mi alma todas tus horas, una a una,
Sabe y distingue y nombra y
encadena.
De mi vivir errante fuiste cuna
nodriza, y de mis sueños madre
plena.
La muerte, madre mía, a ti me una,
agua en tu agua, arena de tu arena.
GERARDO DIEGO, 1932
(Ficha realizada por Anaí Martínez Valiente)
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