EL ANIMAL MORIBUNDO, PHILIP ROTH,
26 de noviembre 2015
1. “Generación perdida”
es el nombre que recibió un grupo de escritores estadounidenses que vivieron en
París y en otras ciudades europeas en el
periodo que va desde el final de la Primera Guerra
Mundial hasta la Gran Depresión. Este grupo incluye a figuras como John Dos Passos, Ezra Pound, William Faulkner, Ernest Hemingway, John Steinbeck y Francis Scott
Fitzgerald. Se le llamó
así porque en una conversación, Gertrude Stein, amiga íntima de Hemingway y mecenas de varios de los artistas de esa
época, le dice: «You're all a Lost Generation». Esta expresión fue
popularizada por Ernest Hemingway en sus obras Fiesta y París era una fiesta.
- Escritores norteamericanos judíos: Henry Roth, Saul Bellow, Bernard
Malamud, Norman Mailer, Philip Roth.
- No judío:
John Updike
3. Philip Roth (Newark,
New Jersey, 1933). Escritor
americano de origen judío. Pertenece a la generación de escritores de origen
judío anteriormente citada. Se retiró de la escritura definitivamente el año
2011. Los siguientes artículos, aparecidos en EL PAÍS, reflejan perfectamente
tanto su vida y obra como su controvertido matrimonio con la actriz Claire
Bloom (Candilejas, 1952).
PHILIP ROTH SE RETIRA, V. Monge, EL PAÍS 9 de noviembre 2012
El escritor asegura en una entrevista con una revista que 'Nemesis' será su último libro. "Hice lo mejor que pude con lo que tuve", añade el autor
Philip Roth, centauro de las letras
estadounidenses, el penúltimo de una estirpe de novelistas que definió el siglo
XX, dice adiós. Se retira de la literatura. El anuncio fue hecho hace más de
dos semanas por el propio autor a la revista francesa Les Inrockuptibles. ¿Una boutade
de creador? No desde que ayer fuera confirmado el extremo por Lori Glazer,
vicepresidenta de la editorial Hougton Mifflin. “Se acabó. Némesis ha
sido mi último libro”, declaró Philip Roth en una entrevista que extractó la
web estadounidense Salon.
A los 79 años, el autor confiesa que es
consciente de que se le acaba el tiempo, por lo que ya solo relee sus novelas
favoritas. Lo mismo que hace con sus libros, pero en inverso orden cronológico
al que fueron creados. “Quería saber si había perdido el tiempo escribiendo”,
explica en la entrevista. “La verdad”, reconoce, “es que creo que he sido
exitoso”. El escritor recurre entonces al boxeador Joe Louis y su célebre cita:
“hizo su trabajo lo mejor que pudo con lo que tuvo”. “Eso es exactamente lo que
diría de mi trabajo”.
“He dedicado mi vida a la novela: he estudiado,
he enseñado, he escrito y he leído. He dejado fuera casi todo lo demás. Ya
basta. Ya no siento ese fanatismo por escribir que sentía antes”, confiesa el
gran novelista. Roth, a quien se le escapa el Nobel cada año, fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012,
pero no pudo recogerlo el mes pasado en Oviedo por estar recuperándose de una
intervención quirúrgica.
Irreverente, dedicado a retratar la vida de los
judíos estadounidenses —en ocasiones de manera casi autobiográfica—, Roth ha
publicado 31 novelas en las que ha escudriñado con maestría el alma humana y le
han convertido en el máximo exponente de la herencia de la gran literatura de
su país, siguiendo la estela de Fitzgerald, Hemingway o Saul Bellow.
Nacido en Newark (Nueva Jersey) el 19 de marzo de
1933, en el seno de una familia de origen judío emigrada de Ucrania, Roth
publicó su primer libro, Adiós, Columbus (1959), poco después de haber
cumplido los 26 años, “por ambición, para ver si podía hacerlo y por un deseo
de hacerlo tan bien como pudiera”. Desde entonces, y a pesar de que en
anteriores ocasiones manifestó su deseo de abandonar la escritura, ha dado
títulos tan importantes como Pastoral americana (1997), novela con la
que se llevó el premio Pulitzer y que precedería a Me casé con un comunista
(2000) y La mancha humana (2001), que conformaron una laureada
trilogía sobre la historia reciente de Estados Unidos.
Roth es de los últimos grandes escritores
estadounidenses vivos junto a Thomas Pynchon, Don DeLillo y Richard Ford, tras
la muerte de John Updike en 2009. Durante este siglo, cada año se ha esperado
un libro suyo. Y la calidad del resultado ha sido una montaña rusa que ha
terminado en lo más alto con Némesis (2011), donde aborda el problema
de la culpa, con una historia desarrollada durante la Segunda Guerra Mundial.
Una profusión de libros en una “incansable labor de derrotar al tiempo”, en la
descripción del crítico José María Guelbenzu. Excelentes, muy buenas, buenas o
regulares, el nivel más bajo de las obras de Roth es más alto que el de una gran
mayoría de escritores.
Si a los autores les suele rondar la idea de que
siempre hacen variaciones de la misma obra, en Roth algunas de sus últimas
novelas giran alrededor de un hombre mayor que ha sido más o menos exitoso
profesionalmente, hasta que se derrumba, se deprime o se decepciona de la vida
y del mundo, pero que se topa con el amor, la pasión o el deseo sexual por una
mujer que emerge como aparente salvadora. Una bifurcación de sensaciones y
sentimientos con una presencia fuerte: la muerte.
Profesor universitario que dejó la docencia para
dedicarse a la escritura, Roth es padre de criaturas memorables de la
historia de la literatura contemporánea, como Nathan Zuckerman y David Kepesh.
2. Obra:
Némesis (2011)
La humillación (2010)
El juicio de la historia: Escritos 1920-1939
(2009)
Engaño (2009)
Indignación (2009)
Lecturas de mí mismo (2008)
Nuestra pandilla (2008)Los hechos (2008)
Sale el espectro (2007)
El profesor del deseo (2007)
Deudas y dolores (2007)
Elegía (2006)
La conjura contra América (2005)
Patrimonio. Una historia verdadera (2003)
El oficio: Un escritor, sus colegas y sus obras (2003)
El animal moribundo (2002)
La mancha humana (2000)
Me casé con un comunista (1998)
Pastoral americana (1997)
El teatro de Sabbath (1997)
Operación Shylock (1996)
Decepción (1990)
La contravida (1987)
La lección de anatomía (1983)
Zuckerman (1981)
Zuckerman encadenado (1981)
El escritor fantasma (1979)
Mi vida como hombre (1975)
La gran novela americana (1974)
El pecho (1972)
El lamento de Portnoy (1969)
Cuando ella era buena (1967)
Huida (1962)
Goodbye, Columbus (1960)
4. Philip Roth y Claire Bloom: ¿Quién se queda la mesita auxiliar?
La literatura de Roth es, en buena medida, la
vida de Roth. Y su vida en ocasiones compite con la ficción. Claire Bloom y
Philip Roth se conocieron en el verano de 1966 en la casa de unos amigos en
East Hampton. “Alto, delgado y bronceado, tenía un atractivo fuera de lo
corriente. También parecía ser muy consciente del efecto que causaba en las
mujeres. Me atrajo enseguida, y años después me confesó que él había sentido lo
mismo hacia mí”, narraría la actriz en sus memorias, Adiós a una casa de
muñecas, que acaba de publicar Circe en España (traducción de Jordi Fibla
Feito)………………………………………………………………………………………
Un año después, ella publica unas memorias
letales para el escritor, que devolverá el golpe en Me casé con un
comunista, donde una actriz traiciona y deja a los pies de los caballos
del maccarthismo a su marido. Una periodista del New York Times
preguntó a Gore Vidal, amigo de ambos, por la guerra Bloom-Roth. “Ambos son
neuróticos. Estuvieron juntos 17 años, no todo ha debido ser malo. Es mejor
estar al margen de los divorcios. Y de las guerras civiles”.
5. El animal
moribundo (2002). Obra muy polémica con numerosas
interpretaciones:
- sicoanalítica: narcisismo
- filosófica: mito de Eros
y Tánatos
- humana: miedo a la
muerte y el sexo como solución
- estética: la mujer es
el arte nunca el artista; homenaje a la música
5.1. Género: novela corta,
pornográfica/sentimental. Dedicada a
Edna O´Brien, escritora irlandesa que, en su momento, escandalizó a la
conservadora sociedad católica de Irlanda con su novela Las chicas de campo.
5.2. Argumento: Historia de seducción/ amor de un hombre mayor (62
años) con una chica mucho más joven que él, Consuelo, 24 años, de origen cubano
y con un final inesperado.
5.3. Tema central y secundarios:
- la
vejez y el sexo
- la seducción y el amor
- el conflicto
vida/muerte
- la vejez y la juventud
(páginas 34 y 35)
- el futuro frente al no
futuro
- el sexo como defensa
frente a la muerte
- el narcisismo del
artista
5.4. Protagonistas:
- David Kepesh, crítico de arte, Casanova retirado, superviviente de la
revolución sexual de los sesenta, se enfrenta por primera vez a la vejez de su
cuerpo, seductor de jovencitas es seducido a su vez por la belleza de Consuelo.
- Consuelo Castillo, la mujer joven
que descubre su capacidad de seducción pero que, en ese proceso de conocimiento,
se topa con la enfermedad y el miedo. La mujer como diosa a la que hay que
adorar (“la mujer es el arte, nunca el artista”).
- Kennie: producto de la generación de su padre, aparenta unos valores de
los que carece pero busca el apoyo del padre (mito de Telémaco).
- Carolyn: es tal vez el otro lado de las Consuelos, independiente y
equilibrada pero es “la costumbre, la rutina”.
- Janie: la mujer “libre e independiente”, hija de la revolución sexual de
los 60.
- George, el amigo.
5.5. Contexto sociopolítico.
La generación de Kepesh. es la de aquellos americanos, padres de familia educados
en valores puritanos (Mount Wollaston) que vieron cómo cambiaban de forma
radical las costumbres sexuales y políticas de toda una generación en la
América de los años 60. Muchos se beneficiaron de estos cambios quedándose solo
en la superficie de ellos (relaciones con chicas muy jóvenes, sexo libre)
poniendo de manifiesto lo que tal vez sea uno de los temas fundamentales de
esta obra: la hipocresía de una
sociedad descendiente de los peregrinos del Mayflower.
Páginas 55 y 56: revolución sexual años 60
Página 74: segunda generación respuesta a mayo del 68.
5.6. Referencias históricoculturales:
- los puritanos y Thomas
Morton, Mount Wollaston
- las mujeres pioneras
cautivas de los indios
- el fin de siglo (pág.
112)
- Cuba
- Mito de Eros y Tánatos
- Mito de Eros y Psique
- Mito de Telémaco (hijo
de Ulises)
- Thomas Mann: Muerte en Venecia (“La
ironía platónica de que el dios está en el amante y no en el amado”, Thomas
Mann) y Platón (La belleza): “Sólo la belleza es a la vez visible y divina […]
el camino del artista hacia el espíritu […] no podemos recorrer el camino hacia
la Belleza sin que Eros se nos una […] en el fondo somos como las mujeres, pues
lo que nos enaltece es la pasión […] cómo podría ser educador alguien que posee
una tendencia innata, natural e irreversible hacia el abismo”
- referencias literarias: Shakespeare y Polonio, Milton, Byron (Don Juan), Los
hermanos Karamazov, Ionesco, Melville y Moby Dick, Hawthorne, Conrad (el
horror), Yeats (el poema que da título a la novela, Sailing to Byzantium), Stanley Spenser, Kafka, Henry Miller
- Goya, Picasso, Stanley Spenser, Brancusi,
Balthus
- Referencias políticas y filosóficas: Tocqueville (1805- 1859, pensador,
jurista, político e historiador francés, precursor de la sociología clásica y
uno de los más importantes ideólogos del liberalismo, Thoreau (1817- 1862, escritor, poeta y filósofo estadounidense, de tendencia trascendentalista y origen puritano, autor de Walden y La desobediencia
civil, naturalista,
conferenciante, uno de los padres fundadores de la literatura
estadounidense y conceptualizador
de las prácticas de desobediencia civil) y Betty Friedan (teórica del feminismo).
5.7.
Estructura en torno a dos niveles de
lectura: nivel intelectual, nivel
biológico/sexual
Tono vulgar, conversacional y confidencial con referencias sexuales que, en
ocasiones, rozan el mal gusto. Escrita en primera persona, se dirige a un
interlocutor, un amigo, que solo aparece
al final y con el que busca complicidad. Final abierto, prosa seca. Desde el
punto de vista del estilo no es, quizá, una de sus mejores obras. Un tanto
excesiva en cuanto al contenido y la forma. División en la crítica
especializada.
5.8. El artista en decadencia. Otros artistas que
trataron el tema en su obra:
Giacomo Casanova (1725-1798): «Comienzo declarando al lector que, en
todo cuanto he hecho en el curso de mi vida, bueno o malo, estoy seguro de
haber merecido elogios y censuras, y que, por tanto, debo creerme libre.»
Lord Byron: «El amor es el dado con que (las mujeres) juegan su destino; si pierden,
la vida no puede ofrecerles otra cosa que el cuadro del pasado; ... el dolor
que causan, ese mismo sufren», Don
Juan, 1824)
Sade
Thomas Mann
Nabokov
Vargas Llosa
Candilejas
El último tango en París
Woody Allen
Tu, llegaste a mi, cuando me voy
eres luz de abril, yo tarde gris.
Eres juventud, amor, calor, fulgor de sol,
trajiste a mí, tu juventud, cuando me voy.
Entre Candilejas, te adoré
entre Candilejas, yo te amé.
La felicidad que diste a mi vivir, se fue
no volverá, nunca jamás, lo sé muy bien.
Tu llegaste a mí, cuando me voy
eres luz de abril, yo tarde gris.
Eres juventud, amor, calor, fulgor de sol,
trajiste a mí, tu juventud, cuando me voy.
Entre Candilejas, te adoré. etc.
eres luz de abril, yo tarde gris.
Eres juventud, amor, calor, fulgor de sol,
trajiste a mí, tu juventud, cuando me voy.
Entre Candilejas, te adoré
entre Candilejas, yo te amé.
La felicidad que diste a mi vivir, se fue
no volverá, nunca jamás, lo sé muy bien.
Tu llegaste a mí, cuando me voy
eres luz de abril, yo tarde gris.
Eres juventud, amor, calor, fulgor de sol,
trajiste a mí, tu juventud, cuando me voy.
Entre Candilejas, te adoré. etc.
6. Artículos sobre El animal moribundo.
6.1. A golpes de martillo. EL PAÍS, Andrea Aguilar 23 ABR 2011
Es el último novelista vivo de una luminosa generación de escritores
estadounidenses. Philip Roth tuvo como amigos y maestros a autores como Bernard
Malamud y Saul Bellow, y junto a otros contemporáneos suyos como Thomas
Pynchon, John Updike y Normal Mailer abrieron una nueva senda en busca de la
gran novela norteamericana. En esta entrevista, en su casa de Nueva York, Roth
habla de su último libro, Némesis, de lo que significa para él la escritura y
la literatura, de la culpa y del paso del tiempo.
Su fama, no solo literaria, le precede. Desde que
en 1959 publicó Adiós Columbus, la polémica y el éxito han marcado la
carrera de Philip Roth
(Newark, 1933) como la de ningún otro escritor. La impúdica e
hilarante diatriba de su personaje Alexander Portnoy con su psiquiatra, a
finales de los años sesenta, fue el pistoletazo que le colocó a ojos de la
crítica a la altura de Styron o de su coetáneo Updike. Roth, admirador y amigo
de Malamud y Bellow, inauguraba una nueva senda en la novela americana.
Con El lamento de Portnoy también puso
en pie de guerra a un grupo de rabinos que le acusaron de antisemita. Las
feministas del momento no se quedaron atrás y le señalaron como un flagrante
misógino. Los títulos que publicó en la siguiente década azuzaron los
furibundos ataques. De la mano de
Zuckerman, en nueve de sus novelas, tensó la frontera entre realidad
y ficción. Su divorcio de la actriz británica Claire Bloom, y las nada
elogiosas memorias que ella publicó poco después, alimentaron los cotilleos.
Pero Roth no se arredró. Plantó cara a las sucesivas batallas con genio, a
golpe de novela, probando una y otra vez que "la literatura no es un
concurso de belleza en el plano moral". En la farsa, la sátira o la
tragedia, el escritor se ha declarado enemigo de lo simple, de la dicotomía
entre blanco y negro, y trabaja como pocos la gama de grises que tiñen la
conciencia.
"El
paso del tiempo deja espacio para la cavilación y llega una generación de
escritores que puede capturar el hecho"
"A
menudo es doloroso releerte, ves lo que no conseguiste y el lenguaje que usaste
puede resultar un poco embarazoso"
A diferencia de John
Updike, el prolífico cronista de la clase media americana y exquisito crítico,
Roth, el chico malo sin pelos en la lengua, satírico, irreverente, crudo,
sexual y rabiosamente judío ha concentrado toda su energía en la ficción. El
acoso y las peleas públicas nunca le empujaron a la misteriosa reclusión del
vanguardista Thomas Pynchon. El héroe de Newark construyó su leyenda con la
apabullante fuerza de sus libros, demostrando que no tenía ningún camino
prohibido, que su ficción podía crecer y abarcarlo todo. En su obra ha
explorado la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el macartismo, ha
buceado e investigado con ahínco. "Su chorro de creatividad es casi
shakespeareano", declaraba a finales de los noventa el crítico Harold
Bloom. "Están DeLillo, Pynchon, Cormac McCarthy, pero en términos de
diseño total y de inventiva y de originalidad, creo que Philip es lo que está
más cerca de lo mejor".
Treinta y tres títulos después de su debut, el
autor de Pastoral americana o La mancha humana, es el único
novelista vivo cuyo trabajo está siendo publicado por Library of America, un
proyecto similar a La Pléiade que reúne la obra completa de los mejores escritores
estadounidenses. Además, Roth cuenta en su haber con una impresionante lista de
galardones -en la que solo falta el Nobel- y millones de lectores en todo el
mundo. A los más jóvenes les cuesta entender la controversia que despertaron
sus primeras obras. Quizá haber forzado el estereotipo de inmigrante judío de
segunda generación hasta derribar ese muro sea una de las mayores victorias de
este escritor. Con Némesis, su último libro, cierra el ciclo de cuatro
novelas cortas que arrancó con Elegía y regresa al escenario de su
infancia, en el Newark de la década de los cuarenta durante la epidemia de
polio.
El escritor se retiró al campo en Connecticut
hace más de diez años, pero pasa los inviernos en la ciudad. Al oeste de
Central Park, en el Upper West Side, se encuentra su apartamento neoyorquino.
Un gran ventanal con una impresionante vista al sur domina un luminoso y amplio
salón de suelos de madera clara y exento de librerías. A la derecha, un flexo
ilumina el escritorio de cristal. Falta el ordenador, una pieza clave para Roth
desde los noventa, que vino a sustituir una sólida máquina de escribir
-"como un cañón, grande, negra, inamovible"-. Antes tuvo una Olivetti
portátil -"maravillosa, podías empujarla por la mesa, escribir y empujar"-
y, por insistencia de sus amigos, dejó el papel y la tinta y se pasó a la
pantalla y el teclado -"lo mejor que le ha pasado a mi escritura"-,
algo que le permite reescribir mientras avanza. El oficio de escritor para Roth
tiene algo de combate físico. Trabaja cada día, todo el día y, durante muchos
años, lo hacía siempre de pie. Ahora, solo la mitad del tiempo. "Empecé
porque tenía problemas de espalda. Me encanta no estar metido en el hoyo. Si te
atascas puedes caminar y quitártelo de encima".
El sofá se encuentra en el otro extremo del
salón. Roth, alto y delgado, camina sin zapatos por la casa. Viste un pantalón
de pana y jersey de lana gruesa beis. Mientras habla, sentado en una butaca de
cuero negro, juega con las gafas que le cuelgan del cuello y clava la mirada.
Agudo y ágil conversador, intercala bromas y carcajadas, pero evalúa sin piedad
a su interlocutor y no duda en recordar aquel tiempo en que no se mostraba tan
cortés en las entrevistas -"me levantaba, me marchaba de un portazo, si me
preguntaban si hacía lo mismo que mis protagonistas les gritaba que sí,
exactamente, ¡al pie de la letra!"-. Esta tarde se muestra más sereno.
Habla con admiración de la correspondencia de Bellow recientemente publicada y
asegura que lo suyo, sin embargo, nunca fueron las cartas, ni los diarios: le
cuesta encontrar el tono y siempre está tentado de reescribir, quitar -como
todo lo demás-. Aunque hay un ejemplar de The Paris Review bajo su
asiento, dice que no ha leído nada nuevo en ficción desde hace tiempo, ni
Jonathan Franzen, ni Foster Wallace -"la última gran novela que leí fue Submundo
de DeLillo"-.
PREGUNTA. En Némesis
habla del miedo, un asunto central en Estados Unidos después del 11-S.
RESPUESTA. La polio atacó América en la primera
mitad del siglo XX y las advertencias paternas sobre la enfermedad fueron el
coro de fondo de mi infancia. Cuando se descubrió la vacuna en 1955, ya me
había licenciado en la universidad. No necesitaba el 11-S para escribir este
libro.
P. ¿Es la literatura una buena brújula
para entender el presente desde el que se escribe?
R. ¿Pienso que la ficción refleja el momento en
que ha sido escrito sin importar en qué época esté situada la acción del libro?
No. Yo quería describir 1944 en Newark. Leí mucho y me entrevisté con un par de
tipos de mi edad que tuvieron la polio. Cuando trabajo pongo mucho cuidado en
recrear con fidelidad una época. Si el presente en el que escribo también queda
reflejado no es un algo deliberado.
P. ¿Opina lo mismo como lector?
R. Si es sutil, a lo mejor, con el paso del tiempo
puedes ver que algunas cuestiones históricas determinaron que los escritores
estuvieran interesados en ciertos temas.
P. ¿Cómo ha afectado el 11-S a la
literatura norteamericana?
R. Algunos escritores lo han usado en sus libros.
Pero, en general, la literatura no funciona así. Yo tardé 65 años en hablar de
la polio y ese es más o menos el margen. El paso del tiempo deja espacio para
la cavilación y llega una generación de escritores que pueden capturar el
hecho, que no suele ser la misma que estaba en su madurez cuando ocurrió. ¿Cree
algo de lo que digo?
P. En algunos de sus libros parece que
hubiera una advertencia: cuidado con la bondad.
R. Sí, una buena frase. El teatro de Sabbath
es el reverso: abraza la maldad.
P. Harold Bloom considera que ese es su
mejor libro.
R. Es bueno. Estoy a punto de releerlo y yo nunca
releo mis novelas.
P. ¿Por qué no?
R. A menudo es doloroso, ves lo que no
conseguiste hacer y el lenguaje que usaste puede resultar un poco embarazoso.
Uno no siempre está en buenos términos con sus libros del pasado.
P. ¿Por qué lo está releyendo?
R. Alguien me lo sugirió, mientras yo estaba
criticando algo de mi obra. El impulso detrás de Sabbath fue fuerte y
nuevo. El nivel de invención es muy alto. Cuando lo publiqué lo odiaron.
P. En un ensayo sobre Bellow habla de su
transformación revolucionaria con Auggie March. ¿Piensa en su propia obra en
estos términos?
R. Bueno, El lamento de Portnoy fue algo
totalmente distinto de mi obra anterior. Vine a Nueva York en 1963 y daba
clases en Princeton. Conocí a un grupo de tipos, todos judíos y un poco mayores
que yo. Nos reuníamos y teníamos unas juergas hilarantes, enlazando un tema
detrás de otro con historias extravagantes. Después de dos o tres años pensé
que por qué no escribía eso, y decidí llevar a la página el comedor del
restaurante. Aquello fue el comienzo de una explosión que duró unos doce años.
Intenté empujar el elemento cómico tan lejos como pudiera.
P. ¿Para defenderse?
R. No, era una ofensiva en todos los sentidos. La
idea era "si no te gusta el tipo que escribió Portnoy, vas a
odiar al que escribió esto". Me liberé de mi decorosa educación literaria.
El siguiente gran cambio llegó con La contravida, a mediados de los
ochenta, un nuevo acto de apertura. Me sentía expansivo cuando escribía y las
palabras llegaron.
P. ¿Qué se propuso hacer en esta serie de
Némesis?
R. En los noventa Bellow estaba escribiendo
novelas cortas. Recuerdo que le pregunté cómo lo hacía y él, como siempre, se
rió. En aquel momento en mis libros yo buscaba ampliar y seguir incluyendo
cosas que nada impedía que metiera. Pensé, ¿puedo recortar todo y escribir a
pequeña escala? ¿Cómo destilo y comprimo?
P. Y llegaron estas cuatro novelas.
R. No sabía que serían cuatro. Empecé con Elegía.
Quería contar la vida de un hombre a partir de sus enfermedades. Me divirtió
especialmente imaginar ese discurso acusatorio y furioso de la mujer contra el
adúltero. Fue divertido asumir ese papel, porque no he tenido muchas
oportunidades.
P. Después vino Indignación.
R. Quise escribir sobre lo que era ir a una
universidad en el tiempo en que yo fui, a principios de los cincuenta. Esos
campus convencionales eran sofocantes y detrás de esa asfixia estaba la maldita
guerra y la represión sexual. Todo era tan reprimido que ni siquiera sabíamos
lo reprimidos que estábamos.
P. Le ha dedicado bastante atención a la
explosión de aquello.
R. Si el bang de 1963, 1964, 1965... Yo
estaba en la treintena y ver aquello fue vertiginoso, daba mareo. Fue
increíble.
P. ¿Ha habido una regresión desde entonces?
R. No. Lo que pasó en los años sesenta fue tímido
y templado si lo comparamos con cómo viven ahora los jóvenes. Aquello fue la
primera salida de la cárcel sexual y fue emocionante.
P. El nuevo libro transcurre durante un
verano muy caluroso en Newark, como
Adiós Colombus su primera historia
publicada.
R. Aquello lo escribió un chico que no había oído
hablar de la muerte. El escritor de Némesis sí ha oído de ella.
P. El doctor, uno de los personajes,
advierte al protagonista de lo que debilita un sentido erróneo de
responsabilidad.
R. Bucky se siente responsable de cosas que no le
corresponden. Y este sentimiento de responsabilidad es insaciable.
P. ¿Asumir la responsabilidad es una
forma de eludir el caos y el azar, de crear la ilusión de control del destino?
R. Exactamente, y la polio es un ejemplo
perfecto: es caos y azar, aunque él se sienta responsable. La culpa da sentido
a muchas cosas.
P. ¿Da por terminada esta serie?
R. Sí. Quería tratar en breve una cierta
preocupación fatalista. Chéjov en uno de sus cuentos dice que detrás de la
puerta en la casa de cada hombre rico debería haber alguien con un martillo que
espera para darles en la cabeza y recordarles que la gente sufre. En cada uno
de estos cuatro libros la Némesis espera, un cataclismo.
P. ¿Trata siempre los mismos asuntos
desde distintos ángulos?
R. ¿Eso piensas tú? Creo que cada uno tiene un
cubo lleno de temas, que son tuyos porque excitan tu energía verbal. Vas
sacándolos y usándolos. Llegas al final del cubo y no quedan muchos. Esto es lo
que les pasa a los escritores mayores. Tienes un número limitado de temas,
diez, seis o veinte, y ese es tu número. Yo no sé cuántos tengo, pero supongo
que uno vuelve a trabajar sobre algunas ideas. Mi autorreflexión sobre mi
trabajo también tiene un límite.
P. Mientras escribe, ¿lee sobre el tema
del libro en el que trabaja?
P. Sí, y cuando no tengo más leo otras cosas,
mucha historia y biografías. Leí hasta hace unos años ficción, pero todo
cambia. Hace diez años empecé a releer y fue maravilloso. Pasé entre seis meses
y un año con cada escritor, por ejemplo, Dostoevski y Conrad.
P. ¿Y la literatura actual?
R. Pareces mi doctor. No leo novela actual desde
hace unos veinte años, solo cosas de amigos. No estoy al día de lo que ocurre.
P. Hace poco aseguraba que leer novelas
se acabará convirtiendo en una actividad casi de culto. ¿No hay una
interminable necesidad de historias?
R. Sí, y el cine la satisface. Las películas no
requieren el mismo nivel de concentración y sutileza de mente que una novela
seria.
P. En todos los campos, incluso en la
política, se habla de la fuerza de la narrativa de un determinado partido o
candidato, hasta de un jugador de fútbol.
R. ¿No es extraordinario? ¿Cuándo empezó? Lo oigo
todo el tiempo en la radio. Me doy la vuelta un momento y ocurre esto... No
pasaba en los viejos tiempos.
P. En Los hechos dice
que ocupa el punto medio entre el exhibicionismo de Mailer y la reclusión de
Salinger. La eterna cuestión sobre autobiografía y novela, sobre Roth y
Zuckerman, ¿no es un éxito para un novelista tener un personaje que el público
cree que existe y no es ficción?
R. No. Esto solo ha sido una gigantesca
distracción. La gente encuentra una manera de hablar de los libros sin hablar
de ellos, es cotilleo. Fue una gran pérdida de tiempo, como la cuestión judía,
pero estas cosas componen la vida de uno. No puedes escapar.
Roth da por terminada la entrevista y se dirige
hacia la puerta. La despedida recuerda al precioso ensayo sobre Malamud y su
último encuentro, en el que le enseñó las pocas páginas que había escrito y él
fue incapaz de ofrecerle el aliento que reclamaba. "Desearía que lo que le
dije hubiese sido más", escribe Roth, "y que si lo hubiera
dicho, él me hubiese creído".
6.2. Sexo contra la muerte. ‘El animal moribundo’, la novela del último premio Príncipe de Asturias de las Letras, Philip Roth
Las relaciones entre la literatura, el cine, la
traducción y la mercadotecnia tienen sus caprichos. Empecemos, por tanto, con
una aclaración. En 2001, Philip Roth publicó una novela corta titulada El
animal moribundo y en 2006 otra titulada en inglés Everyman, pero
traducida en España como Elegía. Dos años más tarde Isabel Coixet —con
Ben Kingsley y Penélope Cruz como protagonistas— adaptó al cine la primera, pero
la película se estrenó con el título de Elegy.
Con todo, la conexión entre ambas novelas es
anterior a la carambola cinematográfica. “Si alguna vez escribía su
autobiografía, la titularía Vida y muerte de un cuerpo masculino”
es, por ejemplo, una frase que las describe perfectamente a las dos.
Así, El animal moribundo,
vertida al castellano por Jordi Fibla, cuenta la historia de David Kepesh, un glamoroso
profesor universitario y crítico cultural que frisa los 80 años y, “vulnerable
a la belleza femenina”, utiliza la fama para seducir a sus alumnas en cuanto
dejan de serlo. Una de esas alumnas es la deslumbrante Consuelo Castillo, 24
años, hija de exiliados cubanos ricos, la mujer ideal para caer en la red de
Kepesh por su devoción hacia la cultura. “Es la clase de persona”, dice
protagonista y narrador, “que encuentra arrebatadores a los impresionistas,
pero que debe mirar inquisitivamente y durante largo rato (y siempre con una
sensación persistente de aturdimiento) un picasso cubista, tratando
con todas sus fuerzas de entender la idea”. ¿La razón? “El arte que huele a
modernidad la deja no solo perpleja sino también decepcionada consigo misma”.
Aunque Kepesh se recrea en la descripción del
cuerpo de la muchacha y en el relato de sus encuentros íntimos, Consuelo deja
de ser una conquista más para convertirse en la obsesión de un hombre celoso
que se aferra al sexo como defensa contra la muerte. Como rezan los versos de
Yeats de los que sale el título de la novela, el brillante intelectual es un
corazón enfermo de deseo “atado a un animal moribundo”. Eros y Tánatos: enésimo
asalto.
“Hasta hace unos años había una manera
preconcebida de ser viejo y otra de ser joven. Ya no prevalece”, dice
melancólico alguien cuyo hijo —marido infiel a los 42 años— se convierte en el
espejo de su propio pasado por más que la liberación sexual fuera un tren al
que él se subió en marcha y al que los jóvenes se suben en la estación de
salida. Viajan más cómodos pero tienen, a su modo, que pasar por taquilla. Por
eso no entiende que algunos consideren que avanzan sus derechos teniendo acceso
legal al ejército y al matrimonio, justo las dos instituciones que más odiaba
él en su juventud.
“El cuerpo contiene la biografía tanto como el
cerebro”, dice la cita de la escritora irlandesa Edna O’Brien que Philip Roth
colocó al frente de su novela. Nacido en Newark (Nueva Jersey) en 1933, el
último premio Príncipe de Asturias de las Letras ha construido una obra
narrativa que —de El lamento de Portnoy a Me casé con un
comunista, pasando por La mancha humana— es a la vez la biografía
coral de su generación y de su país. No sabemos si los pueblos tienen alma, lo
seguro es que tienen sexo. Palabra de Roth.
6.3. Representaciones del mito de Eros y Tánatos:
6.4. Javier Irigaray. Janis Joplin, Leonard Cohen y el Chelsea Hotel
El Hotel Chelsea
es, tal vez, el más famoso de Nueva York. Por sus habitaciones
han pasado numerosos artistas, músicos y escritores que hicieron de él un
centro cultural y artístico del mundo bohemio de la ciudad que nunca duerme.
Está situado en el 222 Oeste de la calle 23rd, entre las avenidas Séptima y
Octava. Construido en 1883, el hotel no acepta reservas desde el 1 de agosto de
2011.
Entre la larga nómina de celebridades que habitaron entre sus paredes, Mark Twain, Dylan Thomas, William S.
Burroughs, Leonard Cohen,
Arthur Miller, Tennessee Williams, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Charles Bukowski, Stanley Kubrick, Miloš Forman, Lillie Langtry, Ethan Hawke, Dennis Hopper, Uma Thurman, Jane Fonda, Keith Richards, Patti Smith, Dee Dee Ramone, John Cale, Édith Piaf, Joni Mitchell, Bob Dylan (escribió en
este hotel 'Sad eyed lady
of the lowlands' dedicada a Sara), Janis Joplin, Jimi Hendrix, Sid Vicious, Leonard Cohen, Anthony Kiedis, Bob Marley, Christo, Robert Mapplethorpe,
Frida Kahlo,Diego Rivera, Robert Crumb, Jasper Johns, Claes Oldenburg, Willem De
Kooning y Henri
Cartier-Bresson. El pintor y etnomusicólogo
Harry Smith
vivió y murió en su habitación del Hotel Chelsea, la 328. El pintor Alphaeus Cole
vivió aquí casi 35 años, hasta su muerte a la edad de 112 años, fue entonces,
en 1988, la persona más longeva del mundo.
Leonard Cohen recorría los pasillos del hotel Chelsea, en Nueva York. Había
quedado con Brigitte Bardot, cuando, de repente, coincidió en el ascensor con
Janis Joplin que, a su vez, se había citado con Kris Kristofferson .
Subieron hasta el piso 4º, en el que estaba la habitación del canadiense. De lo
que sucedió entre ambos en la 415 no se hubiera enterado nadie si Cohen no lo
hubiera descrito en esta canción.
CHELSEA
HOTEL
Te recuerdo bien en el Chelsea Hotel,
hablando tan segura y tan dulce,
la cabeza sobre la cama deshecha,
mientras las limusinas esperaban en la calle.
Esas fueron las razones y eso era Nueva York,
corríamos por el dinero y la carne.
Y, a eso, los trabajadores de la canción llamamos amor
y probablemente lo siga siendo para aquellos que abandonamos.
Ah, pero te fuiste, ¿verdad, pequeña?
Acababas de dar la espalda a la multitud,
te fuiste, ya nunca más te oí decir
te necesito, no te necesito,
te necesito, no te necesito
mientras todo el mundo baila a tu alrededor.
Te recuerdo bien en el Chelsea Hotel.
Eras famosa, tu corazón una leyenda.
Me dijiste de nuevo que preferías a los hombres guapos
pero que conmigo harías una excepción.
Y apretando el puño por aquellos que, como nosotros
estamos oprimidos por los cánones de la belleza,
fija en mí, dijiste, 'Bueno, no me importa,
somos feos pero tenemos la música'.
Y luego te alejaste ¿verdad, pequeña?
Acababas de dar la espalda a la multitud,
te fuiste, ya nunca más te oí decir
te necesito, no te necesito,
te necesito, no te necesito
mientras todo el mundo baila a tu alrededor. .
No pretendo decir que yo haya sido tu mejor amante,
no puedo ir tras la pista de cada gorrión caído.
Te recuerdo bien en el Chelsea Hotel,
eso es todo, ni siquiera pienso en ti muy a menudo.
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