jueves, 26 de noviembre de 2015

El animal moribundo, Philip Roth







EL ANIMAL MORIBUNDO, PHILIP ROTH,  26 de noviembre 2015


1. “Generación perdida” es el nombre que recibió un grupo de escritores estadounidenses que vivieron en París y en otras ciudades europeas en el periodo que va desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta la Gran Depresión. Este grupo incluye a figuras como John Dos Passos, Ezra Pound, William Faulkner, Ernest Hemingway, John Steinbeck y Francis Scott Fitzgerald. Se le llamó así porque en una conversación, Gertrude Stein, amiga íntima de Hemingway y mecenas de varios de los artistas de esa época, le dice: «You're all a Lost Generation». Esta expresión fue popularizada por Ernest Hemingway en sus obras Fiesta y París era una fiesta.


2. Generación de los años 50/60:
- Escritores norteamericanos judíos: Henry Roth, Saul Bellow, Bernard Malamud, Norman Mailer, Philip Roth.
- No judío: John Updike

3. Philip Roth (Newark, New Jersey, 1933). Escritor americano de origen judío. Pertenece a la generación de escritores de origen judío anteriormente citada. Se retiró de la escritura definitivamente el año 2011. Los siguientes artículos, aparecidos en EL PAÍS, reflejan perfectamente tanto su vida y obra como su controvertido matrimonio con la actriz Claire Bloom (Candilejas, 1952).

PHILIP ROTH SE RETIRA, V. Monge, EL PAÍS 9 de noviembre 2012

El escritor asegura en una entrevista con una revista que 'Nemesis' será su último libro. "Hice lo mejor que pude con lo que tuve", añade el autor

Philip Roth, centauro de las letras estadounidenses, el penúltimo de una estirpe de novelistas que definió el siglo XX, dice adiós. Se retira de la literatura. El anuncio fue hecho hace más de dos semanas por el propio autor a la revista francesa Les Inrockuptibles. ¿Una boutade de creador? No desde que ayer fuera confirmado el extremo por Lori Glazer, vicepresidenta de la editorial Hougton Mifflin. “Se acabó. Némesis ha sido mi último libro”, declaró Philip Roth en una entrevista que extractó la web estadounidense Salon.
A los 79 años, el autor confiesa que es consciente de que se le acaba el tiempo, por lo que ya solo relee sus novelas favoritas. Lo mismo que hace con sus libros, pero en inverso orden cronológico al que fueron creados. “Quería saber si había perdido el tiempo escribiendo”, explica en la entrevista. “La verdad”, reconoce, “es que creo que he sido exitoso”. El escritor recurre entonces al boxeador Joe Louis y su célebre cita: “hizo su trabajo lo mejor que pudo con lo que tuvo”. “Eso es exactamente lo que diría de mi trabajo”.
“He dedicado mi vida a la novela: he estudiado, he enseñado, he escrito y he leído. He dejado fuera casi todo lo demás. Ya basta. Ya no siento ese fanatismo por escribir que sentía antes”, confiesa el gran novelista. Roth, a quien se le escapa el Nobel cada año, fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012, pero no pudo recogerlo el mes pasado en Oviedo por estar recuperándose de una intervención quirúrgica.
Irreverente, dedicado a retratar la vida de los judíos estadounidenses —en ocasiones de manera casi autobiográfica—, Roth ha publicado 31 novelas en las que ha escudriñado con maestría el alma humana y le han convertido en el máximo exponente de la herencia de la gran literatura de su país, siguiendo la estela de Fitzgerald, Hemingway o Saul Bellow.
Nacido en Newark (Nueva Jersey) el 19 de marzo de 1933, en el seno de una familia de origen judío emigrada de Ucrania, Roth publicó su primer libro, Adiós, Columbus (1959), poco después de haber cumplido los 26 años, “por ambición, para ver si podía hacerlo y por un deseo de hacerlo tan bien como pudiera”. Desde entonces, y a pesar de que en anteriores ocasiones manifestó su deseo de abandonar la escritura, ha dado títulos tan importantes como Pastoral americana (1997), novela con la que se llevó el premio Pulitzer y que precedería a Me casé con un comunista (2000) y La mancha humana (2001), que conformaron una laureada trilogía sobre la historia reciente de Estados Unidos.
Roth es de los últimos grandes escritores estadounidenses vivos junto a Thomas Pynchon, Don DeLillo y Richard Ford, tras la muerte de John Updike en 2009. Durante este siglo, cada año se ha esperado un libro suyo. Y la calidad del resultado ha sido una montaña rusa que ha terminado en lo más alto con Némesis (2011), donde aborda el problema de la culpa, con una historia desarrollada durante la Segunda Guerra Mundial. Una profusión de libros en una “incansable labor de derrotar al tiempo”, en la descripción del crítico José María Guelbenzu. Excelentes, muy buenas, buenas o regulares, el nivel más bajo de las obras de Roth es más alto que el de una gran mayoría de escritores.
Si a los autores les suele rondar la idea de que siempre hacen variaciones de la misma obra, en Roth algunas de sus últimas novelas giran alrededor de un hombre mayor que ha sido más o menos exitoso profesionalmente, hasta que se derrumba, se deprime o se decepciona de la vida y del mundo, pero que se topa con el amor, la pasión o el deseo sexual por una mujer que emerge como aparente salvadora. Una bifurcación de sensaciones y sentimientos con una presencia fuerte: la muerte.
Profesor universitario que dejó la docencia para dedicarse a la escritura, Roth es padre de criaturas memorables de la historia de la literatura contemporánea, como Nathan Zuckerman y David Kepesh.
2. Obra:
Némesis (2011)
La humillación (2010)
El juicio de la historia: Escritos 1920-1939 (2009)
Engaño (2009)
Indignación (2009)
Lecturas de mí mismo (2008)
Nuestra pandilla (2008)
Los hechos (2008)
Sale el espectro (2007)
El profesor del deseo (2007)
Deudas y dolores (2007)
Elegía (2006)
La conjura contra América (2005)
Patrimonio. Una historia verdadera (2003)
El oficio: Un escritor, sus colegas y sus obras (2003)
El animal moribundo (2002)
La mancha humana (2000)
Me casé con un comunista (1998)
Pastoral americana (1997)
El teatro de Sabbath (1997)
Operación Shylock (1996)
Decepción (1990)
La contravida (1987)
La lección de anatomía (1983)
Zuckerman (1981)
Zuckerman encadenado (1981)
El escritor fantasma (1979)
Mi vida como hombre (1975)
La gran novela americana (1974)
El pecho (1972)
El lamento de Portnoy (1969)
Cuando ella era buena (1967)
Huida (1962)
Goodbye, Columbus (1960)

4. Philip Roth y Claire Bloom: ¿Quién se queda la mesita auxiliar?

La literatura de Roth es, en buena medida, la vida de Roth. Y su vida en ocasiones compite con la ficción. Claire Bloom y Philip Roth se conocieron en el verano de 1966 en la casa de unos amigos en East Hampton. “Alto, delgado y bronceado, tenía un atractivo fuera de lo corriente. También parecía ser muy consciente del efecto que causaba en las mujeres. Me atrajo enseguida, y años después me confesó que él había sentido lo mismo hacia mí”, narraría la actriz en sus memorias, Adiós a una casa de muñecas, que acaba de publicar Circe en España (traducción de Jordi Fibla Feito)………………………………………………………………………………………
Un año después, ella publica unas memorias letales para el escritor, que devolverá el golpe en Me casé con un comunista, donde una actriz traiciona y deja a los pies de los caballos del maccarthismo a su marido. Una periodista del New York Times preguntó a Gore Vidal, amigo de ambos, por la guerra Bloom-Roth. “Ambos son neuróticos. Estuvieron juntos 17 años, no todo ha debido ser malo. Es mejor estar al margen de los divorcios. Y de las guerras civiles”.

5. El animal moribundo (2002). Obra muy polémica con numerosas interpretaciones:
 - sicoanalítica: narcisismo
- filosófica: mito de Eros y Tánatos
- humana: miedo a la muerte y el sexo como solución
- estética: la mujer es el arte nunca el artista; homenaje a la música

5.1. Género: novela corta, pornográfica/sentimental. Dedicada a Edna O´Brien, escritora irlandesa que, en su momento, escandalizó a la conservadora sociedad católica de Irlanda con su novela Las chicas de campo.

5.2. Argumento: Historia de seducción/ amor de un hombre mayor (62 años) con una chica mucho más joven que él, Consuelo, 24 años, de origen cubano y con un final inesperado.

5.3. Tema central y secundarios:
- la vejez y el sexo
- la seducción y el amor
- el conflicto vida/muerte
- la vejez y la juventud (páginas 34 y 35)
- el futuro frente al no futuro
- el sexo como defensa frente a la muerte
- el narcisismo del artista

5.4. Protagonistas:
- David Kepesh, crítico de arte, Casanova retirado, superviviente de la revolución sexual de los sesenta, se enfrenta por primera vez a la vejez de su cuerpo, seductor de jovencitas es seducido a su vez por la belleza de Consuelo.
- Consuelo Castillo,  la mujer joven que descubre su capacidad de seducción pero que, en ese proceso de conocimiento, se topa con la enfermedad y el miedo. La mujer como diosa a la que hay que adorar (“la mujer es el arte, nunca el artista”).
- Kennie: producto de la generación de su padre, aparenta unos valores de los que carece pero busca el apoyo del padre (mito de Telémaco).
- Carolyn: es tal vez el otro lado de las Consuelos, independiente y equilibrada pero es “la costumbre, la rutina”.
- Janie: la mujer “libre e independiente”, hija de la revolución sexual de los 60.
- George, el amigo.

5.5. Contexto sociopolítico.
La generación de Kepesh. es la de aquellos americanos, padres de familia educados en valores puritanos (Mount Wollaston) que vieron cómo cambiaban de forma radical las costumbres sexuales y políticas de toda una generación en la América de los años 60. Muchos se beneficiaron de estos cambios quedándose solo en la superficie de ellos (relaciones con chicas muy jóvenes, sexo libre) poniendo de manifiesto lo que tal vez sea uno de los temas fundamentales de esta obra: la hipocresía de una sociedad descendiente de los peregrinos del Mayflower.
Páginas 55 y 56: revolución sexual años 60
Página 74: segunda generación respuesta a mayo del 68.

5.6. Referencias históricoculturales:
- los puritanos y Thomas Morton, Mount Wollaston
- las mujeres pioneras cautivas de los indios
- el fin de siglo (pág. 112)
- Cuba
- Mito de Eros y Tánatos
- Mito de Eros y Psique
- Mito de Telémaco (hijo de Ulises)
- Thomas Mann: Muerte en Venecia (“La ironía platónica de que el dios está en el amante y no en el amado”, Thomas Mann) y Platón (La belleza): “Sólo la belleza es a la vez visible y divina […] el camino del artista hacia el espíritu […] no podemos recorrer el camino hacia la Belleza sin que Eros se nos una […] en el fondo somos como las mujeres, pues lo que nos enaltece es la pasión […] cómo podría ser educador alguien que posee una tendencia innata, natural e irreversible hacia el abismo”
- referencias literarias: Shakespeare y Polonio, Milton, Byron (Don Juan), Los hermanos Karamazov, Ionesco, Melville y Moby Dick, Hawthorne, Conrad (el horror), Yeats (el poema que da título a la novela, Sailing to Byzantium), Stanley Spenser, Kafka,  Henry Miller
- Goya, Picasso, Stanley Spenser, Brancusi, Balthus
- Referencias políticas y filosóficas: Tocqueville (1805- 1859, pensador, jurista, político e historiador francés, precursor de la sociología clásica y uno de los más importantes ideólogos del liberalismo, Thoreau (1817- 1862, escritor, poeta y filósofo estadounidense, de tendencia trascendentalista y origen puritano, autor de Walden y La desobediencia civil, naturalista, conferenciante, uno de los padres fundadores de la literatura estadounidense y conceptualizador de las prácticas de desobediencia civil) y Betty Friedan (teórica del feminismo).
  
5.7.
Estructura en torno a dos niveles de lectura: nivel intelectual, nivel biológico/sexual
Tono vulgar, conversacional y confidencial con referencias sexuales que, en ocasiones, rozan el mal gusto. Escrita en primera persona, se dirige a un interlocutor, un amigo,  que solo aparece al final y con el que busca complicidad. Final abierto, prosa seca. Desde el punto de vista del estilo no es, quizá, una de sus mejores obras. Un tanto excesiva en cuanto al contenido y la forma. División en la crítica especializada.

5.8. El artista en decadencia. Otros artistas que trataron el tema en su obra:

Giacomo Casanova (1725-1798): «Comienzo declarando al lector que, en todo cuanto he hecho en el curso de mi vida, bueno o malo, estoy seguro de haber merecido elogios y censuras, y que, por tanto, debo creerme libre.»

Lord Byron:  «El amor es el dado con que (las mujeres) juegan su destino; si pierden, la vida no puede ofrecerles otra cosa que el cuadro del pasado; ... el dolor que causan, ese mismo sufren», Don Juan, 1824)

Sade
Thomas Mann
Nabokov
Vargas Llosa
Candilejas
El último tango en París
Woody Allen





Tu, llegaste a mi, cuando me voy
eres luz de abril, yo tarde gris.
Eres juventud, amor, calor, fulgor de sol,
trajiste a mí, tu juventud, cuando me voy.

Entre Candilejas, te adoré
entre Candilejas, yo te amé.
La felicidad que diste a mi vivir, se fue
no volverá, nunca jamás, lo sé muy bien.

Tu llegaste a mí, cuando me voy
eres luz de abril, yo tarde gris.
Eres juventud, amor, calor, fulgor de sol,
trajiste a mí, tu juventud, cuando me voy.

Entre Candilejas, te adoré. etc.

6. Artículos sobre El animal moribundo.

6.1. A golpes de martillo. EL PAÍS, Andrea Aguilar 23 ABR 2011

Es el último novelista vivo de una luminosa generación de escritores estadounidenses. Philip Roth tuvo como amigos y maestros a autores como Bernard Malamud y Saul Bellow, y junto a otros contemporáneos suyos como Thomas Pynchon, John Updike y Normal Mailer abrieron una nueva senda en busca de la gran novela norteamericana. En esta entrevista, en su casa de Nueva York, Roth habla de su último libro, Némesis, de lo que significa para él la escritura y la literatura, de la culpa y del paso del tiempo.
Su fama, no solo literaria, le precede. Desde que en 1959 publicó Adiós Columbus, la polémica y el éxito han marcado la carrera de Philip Roth (Newark, 1933) como la de ningún otro escritor. La impúdica e hilarante diatriba de su personaje Alexander Portnoy con su psiquiatra, a finales de los años sesenta, fue el pistoletazo que le colocó a ojos de la crítica a la altura de Styron o de su coetáneo Updike. Roth, admirador y amigo de Malamud y Bellow, inauguraba una nueva senda en la novela americana.
Con El lamento de Portnoy también puso en pie de guerra a un grupo de rabinos que le acusaron de antisemita. Las feministas del momento no se quedaron atrás y le señalaron como un flagrante misógino. Los títulos que publicó en la siguiente década azuzaron los furibundos ataques. De la mano de Zuckerman, en nueve de sus novelas, tensó la frontera entre realidad y ficción. Su divorcio de la actriz británica Claire Bloom, y las nada elogiosas memorias que ella publicó poco después, alimentaron los cotilleos. Pero Roth no se arredró. Plantó cara a las sucesivas batallas con genio, a golpe de novela, probando una y otra vez que "la literatura no es un concurso de belleza en el plano moral". En la farsa, la sátira o la tragedia, el escritor se ha declarado enemigo de lo simple, de la dicotomía entre blanco y negro, y trabaja como pocos la gama de grises que tiñen la conciencia.
"El paso del tiempo deja espacio para la cavilación y llega una generación de escritores que puede capturar el hecho"
"A menudo es doloroso releerte, ves lo que no conseguiste y el lenguaje que usaste puede resultar un poco embarazoso"
A diferencia de John Updike, el prolífico cronista de la clase media americana y exquisito crítico, Roth, el chico malo sin pelos en la lengua, satírico, irreverente, crudo, sexual y rabiosamente judío ha concentrado toda su energía en la ficción. El acoso y las peleas públicas nunca le empujaron a la misteriosa reclusión del vanguardista Thomas Pynchon. El héroe de Newark construyó su leyenda con la apabullante fuerza de sus libros, demostrando que no tenía ningún camino prohibido, que su ficción podía crecer y abarcarlo todo. En su obra ha explorado la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el macartismo, ha buceado e investigado con ahínco. "Su chorro de creatividad es casi shakespeareano", declaraba a finales de los noventa el crítico Harold Bloom. "Están DeLillo, Pynchon, Cormac McCarthy, pero en términos de diseño total y de inventiva y de originalidad, creo que Philip es lo que está más cerca de lo mejor".
Treinta y tres títulos después de su debut, el autor de Pastoral americana o La mancha humana, es el único novelista vivo cuyo trabajo está siendo publicado por Library of America, un proyecto similar a La Pléiade que reúne la obra completa de los mejores escritores estadounidenses. Además, Roth cuenta en su haber con una impresionante lista de galardones -en la que solo falta el Nobel- y millones de lectores en todo el mundo. A los más jóvenes les cuesta entender la controversia que despertaron sus primeras obras. Quizá haber forzado el estereotipo de inmigrante judío de segunda generación hasta derribar ese muro sea una de las mayores victorias de este escritor. Con Némesis, su último libro, cierra el ciclo de cuatro novelas cortas que arrancó con Elegía y regresa al escenario de su infancia, en el Newark de la década de los cuarenta durante la epidemia de polio.
El escritor se retiró al campo en Connecticut hace más de diez años, pero pasa los inviernos en la ciudad. Al oeste de Central Park, en el Upper West Side, se encuentra su apartamento neoyorquino. Un gran ventanal con una impresionante vista al sur domina un luminoso y amplio salón de suelos de madera clara y exento de librerías. A la derecha, un flexo ilumina el escritorio de cristal. Falta el ordenador, una pieza clave para Roth desde los noventa, que vino a sustituir una sólida máquina de escribir -"como un cañón, grande, negra, inamovible"-. Antes tuvo una Olivetti portátil -"maravillosa, podías empujarla por la mesa, escribir y empujar"- y, por insistencia de sus amigos, dejó el papel y la tinta y se pasó a la pantalla y el teclado -"lo mejor que le ha pasado a mi escritura"-, algo que le permite reescribir mientras avanza. El oficio de escritor para Roth tiene algo de combate físico. Trabaja cada día, todo el día y, durante muchos años, lo hacía siempre de pie. Ahora, solo la mitad del tiempo. "Empecé porque tenía problemas de espalda. Me encanta no estar metido en el hoyo. Si te atascas puedes caminar y quitártelo de encima".
El sofá se encuentra en el otro extremo del salón. Roth, alto y delgado, camina sin zapatos por la casa. Viste un pantalón de pana y jersey de lana gruesa beis. Mientras habla, sentado en una butaca de cuero negro, juega con las gafas que le cuelgan del cuello y clava la mirada. Agudo y ágil conversador, intercala bromas y carcajadas, pero evalúa sin piedad a su interlocutor y no duda en recordar aquel tiempo en que no se mostraba tan cortés en las entrevistas -"me levantaba, me marchaba de un portazo, si me preguntaban si hacía lo mismo que mis protagonistas les gritaba que sí, exactamente, ¡al pie de la letra!"-. Esta tarde se muestra más sereno. Habla con admiración de la correspondencia de Bellow recientemente publicada y asegura que lo suyo, sin embargo, nunca fueron las cartas, ni los diarios: le cuesta encontrar el tono y siempre está tentado de reescribir, quitar -como todo lo demás-. Aunque hay un ejemplar de The Paris Review bajo su asiento, dice que no ha leído nada nuevo en ficción desde hace tiempo, ni Jonathan Franzen, ni Foster Wallace -"la última gran novela que leí fue Submundo de DeLillo"-.
PREGUNTA. En Némesis habla del miedo, un asunto central en Estados Unidos después del 11-S.
RESPUESTA. La polio atacó América en la primera mitad del siglo XX y las advertencias paternas sobre la enfermedad fueron el coro de fondo de mi infancia. Cuando se descubrió la vacuna en 1955, ya me había licenciado en la universidad. No necesitaba el 11-S para escribir este libro.
P. ¿Es la literatura una buena brújula para entender el presente desde el que se escribe?
R. ¿Pienso que la ficción refleja el momento en que ha sido escrito sin importar en qué época esté situada la acción del libro? No. Yo quería describir 1944 en Newark. Leí mucho y me entrevisté con un par de tipos de mi edad que tuvieron la polio. Cuando trabajo pongo mucho cuidado en recrear con fidelidad una época. Si el presente en el que escribo también queda reflejado no es un algo deliberado.
P. ¿Opina lo mismo como lector?
R. Si es sutil, a lo mejor, con el paso del tiempo puedes ver que algunas cuestiones históricas determinaron que los escritores estuvieran interesados en ciertos temas.
P. ¿Cómo ha afectado el 11-S a la literatura norteamericana?
R. Algunos escritores lo han usado en sus libros. Pero, en general, la literatura no funciona así. Yo tardé 65 años en hablar de la polio y ese es más o menos el margen. El paso del tiempo deja espacio para la cavilación y llega una generación de escritores que pueden capturar el hecho, que no suele ser la misma que estaba en su madurez cuando ocurrió. ¿Cree algo de lo que digo?
P. En algunos de sus libros parece que hubiera una advertencia: cuidado con la bondad.
R. Sí, una buena frase. El teatro de Sabbath es el reverso: abraza la maldad.
P. Harold Bloom considera que ese es su mejor libro.
R. Es bueno. Estoy a punto de releerlo y yo nunca releo mis novelas.
P. ¿Por qué no?
R. A menudo es doloroso, ves lo que no conseguiste hacer y el lenguaje que usaste puede resultar un poco embarazoso. Uno no siempre está en buenos términos con sus libros del pasado.
P. ¿Por qué lo está releyendo?
R. Alguien me lo sugirió, mientras yo estaba criticando algo de mi obra. El impulso detrás de Sabbath fue fuerte y nuevo. El nivel de invención es muy alto. Cuando lo publiqué lo odiaron.
P. En un ensayo sobre Bellow habla de su transformación revolucionaria con Auggie March. ¿Piensa en su propia obra en estos términos?
R. Bueno, El lamento de Portnoy fue algo totalmente distinto de mi obra anterior. Vine a Nueva York en 1963 y daba clases en Princeton. Conocí a un grupo de tipos, todos judíos y un poco mayores que yo. Nos reuníamos y teníamos unas juergas hilarantes, enlazando un tema detrás de otro con historias extravagantes. Después de dos o tres años pensé que por qué no escribía eso, y decidí llevar a la página el comedor del restaurante. Aquello fue el comienzo de una explosión que duró unos doce años. Intenté empujar el elemento cómico tan lejos como pudiera.
P. ¿Para defenderse?
R. No, era una ofensiva en todos los sentidos. La idea era "si no te gusta el tipo que escribió Portnoy, vas a odiar al que escribió esto". Me liberé de mi decorosa educación literaria. El siguiente gran cambio llegó con La contravida, a mediados de los ochenta, un nuevo acto de apertura. Me sentía expansivo cuando escribía y las palabras llegaron.
P. ¿Qué se propuso hacer en esta serie de Némesis?
R. En los noventa Bellow estaba escribiendo novelas cortas. Recuerdo que le pregunté cómo lo hacía y él, como siempre, se rió. En aquel momento en mis libros yo buscaba ampliar y seguir incluyendo cosas que nada impedía que metiera. Pensé, ¿puedo recortar todo y escribir a pequeña escala? ¿Cómo destilo y comprimo?
P. Y llegaron estas cuatro novelas.
R. No sabía que serían cuatro. Empecé con Elegía. Quería contar la vida de un hombre a partir de sus enfermedades. Me divirtió especialmente imaginar ese discurso acusatorio y furioso de la mujer contra el adúltero. Fue divertido asumir ese papel, porque no he tenido muchas oportunidades.
P. Después vino Indignación.
R. Quise escribir sobre lo que era ir a una universidad en el tiempo en que yo fui, a principios de los cincuenta. Esos campus convencionales eran sofocantes y detrás de esa asfixia estaba la maldita guerra y la represión sexual. Todo era tan reprimido que ni siquiera sabíamos lo reprimidos que estábamos.
P. Le ha dedicado bastante atención a la explosión de aquello.
R. Si el bang de 1963, 1964, 1965... Yo estaba en la treintena y ver aquello fue vertiginoso, daba mareo. Fue increíble.
P. ¿Ha habido una regresión desde entonces?
R. No. Lo que pasó en los años sesenta fue tímido y templado si lo comparamos con cómo viven ahora los jóvenes. Aquello fue la primera salida de la cárcel sexual y fue emocionante.
P. El nuevo libro transcurre durante un verano muy caluroso en Newark, como
Adiós Colombus su primera historia publicada.
R. Aquello lo escribió un chico que no había oído hablar de la muerte. El escritor de Némesis sí ha oído de ella.
P. El doctor, uno de los personajes, advierte al protagonista de lo que debilita un sentido erróneo de responsabilidad.
R. Bucky se siente responsable de cosas que no le corresponden. Y este sentimiento de responsabilidad es insaciable.
P. ¿Asumir la responsabilidad es una forma de eludir el caos y el azar, de crear la ilusión de control del destino?
R. Exactamente, y la polio es un ejemplo perfecto: es caos y azar, aunque él se sienta responsable. La culpa da sentido a muchas cosas.
P. ¿Da por terminada esta serie?
R. Sí. Quería tratar en breve una cierta preocupación fatalista. Chéjov en uno de sus cuentos dice que detrás de la puerta en la casa de cada hombre rico debería haber alguien con un martillo que espera para darles en la cabeza y recordarles que la gente sufre. En cada uno de estos cuatro libros la Némesis espera, un cataclismo.
P. ¿Trata siempre los mismos asuntos desde distintos ángulos?
R. ¿Eso piensas tú? Creo que cada uno tiene un cubo lleno de temas, que son tuyos porque excitan tu energía verbal. Vas sacándolos y usándolos. Llegas al final del cubo y no quedan muchos. Esto es lo que les pasa a los escritores mayores. Tienes un número limitado de temas, diez, seis o veinte, y ese es tu número. Yo no sé cuántos tengo, pero supongo que uno vuelve a trabajar sobre algunas ideas. Mi autorreflexión sobre mi trabajo también tiene un límite.
P. Mientras escribe, ¿lee sobre el tema del libro en el que trabaja?
P. Sí, y cuando no tengo más leo otras cosas, mucha historia y biografías. Leí hasta hace unos años ficción, pero todo cambia. Hace diez años empecé a releer y fue maravilloso. Pasé entre seis meses y un año con cada escritor, por ejemplo, Dostoevski y Conrad.
P. ¿Y la literatura actual?
R. Pareces mi doctor. No leo novela actual desde hace unos veinte años, solo cosas de amigos. No estoy al día de lo que ocurre.
P. Hace poco aseguraba que leer novelas se acabará convirtiendo en una actividad casi de culto. ¿No hay una interminable necesidad de historias?
R. Sí, y el cine la satisface. Las películas no requieren el mismo nivel de concentración y sutileza de mente que una novela seria.
P. En todos los campos, incluso en la política, se habla de la fuerza de la narrativa de un determinado partido o candidato, hasta de un jugador de fútbol.
R. ¿No es extraordinario? ¿Cuándo empezó? Lo oigo todo el tiempo en la radio. Me doy la vuelta un momento y ocurre esto... No pasaba en los viejos tiempos.
P. En Los hechos dice que ocupa el punto medio entre el exhibicionismo de Mailer y la reclusión de Salinger. La eterna cuestión sobre autobiografía y novela, sobre Roth y Zuckerman, ¿no es un éxito para un novelista tener un personaje que el público cree que existe y no es ficción?
R. No. Esto solo ha sido una gigantesca distracción. La gente encuentra una manera de hablar de los libros sin hablar de ellos, es cotilleo. Fue una gran pérdida de tiempo, como la cuestión judía, pero estas cosas componen la vida de uno. No puedes escapar.
Roth da por terminada la entrevista y se dirige hacia la puerta. La despedida recuerda al precioso ensayo sobre Malamud y su último encuentro, en el que le enseñó las pocas páginas que había escrito y él fue incapaz de ofrecerle el aliento que reclamaba. "Desearía que lo que le dije hubiese sido más", escribe Roth, "y que si lo hubiera dicho, él me hubiese creído".

6.2. Sexo contra la muerte. ‘El animal moribundo’, la novela del último premio Príncipe de Asturias de las Letras, Philip Roth

Las relaciones entre la literatura, el cine, la traducción y la mercadotecnia tienen sus caprichos. Empecemos, por tanto, con una aclaración. En 2001, Philip Roth publicó una novela corta titulada El animal moribundo y en 2006 otra titulada en inglés Everyman, pero traducida en España como Elegía. Dos años más tarde Isabel Coixet —con Ben Kingsley y Penélope Cruz como protagonistas— adaptó al cine la primera, pero la película se estrenó con el título de Elegy.
Con todo, la conexión entre ambas novelas es anterior a la carambola cinematográfica. “Si alguna vez escribía su autobiografía, la titularía Vida y muerte de un cuerpo masculino” es, por ejemplo, una frase que las describe perfectamente a las dos.
Así, El animal moribundo, vertida al castellano por Jordi Fibla, cuenta la historia de David Kepesh, un glamoroso profesor universitario y crítico cultural que frisa los 80 años y, “vulnerable a la belleza femenina”, utiliza la fama para seducir a sus alumnas en cuanto dejan de serlo. Una de esas alumnas es la deslumbrante Consuelo Castillo, 24 años, hija de exiliados cubanos ricos, la mujer ideal para caer en la red de Kepesh por su devoción hacia la cultura. “Es la clase de persona”, dice protagonista y narrador, “que encuentra arrebatadores a los impresionistas, pero que debe mirar inquisitivamente y durante largo rato (y siempre con una sensación persistente de aturdimiento) un picasso cubista, tratando con todas sus fuerzas de entender la idea”. ¿La razón? “El arte que huele a modernidad la deja no solo perpleja sino también decepcionada consigo misma”.
Aunque Kepesh se recrea en la descripción del cuerpo de la muchacha y en el relato de sus encuentros íntimos, Consuelo deja de ser una conquista más para convertirse en la obsesión de un hombre celoso que se aferra al sexo como defensa contra la muerte. Como rezan los versos de Yeats de los que sale el título de la novela, el brillante intelectual es un corazón enfermo de deseo “atado a un animal moribundo”. Eros y Tánatos: enésimo asalto.
“Hasta hace unos años había una manera preconcebida de ser viejo y otra de ser joven. Ya no prevalece”, dice melancólico alguien cuyo hijo —marido infiel a los 42 años— se convierte en el espejo de su propio pasado por más que la liberación sexual fuera un tren al que él se subió en marcha y al que los jóvenes se suben en la estación de salida. Viajan más cómodos pero tienen, a su modo, que pasar por taquilla. Por eso no entiende que algunos consideren que avanzan sus derechos teniendo acceso legal al ejército y al matrimonio, justo las dos instituciones que más odiaba él en su juventud.
“El cuerpo contiene la biografía tanto como el cerebro”, dice la cita de la escritora irlandesa Edna O’Brien que Philip Roth colocó al frente de su novela. Nacido en Newark (Nueva Jersey) en 1933, el último premio Príncipe de Asturias de las Letras ha construido una obra narrativa que —de El lamento de Portnoy a Me casé con un comunista, pasando por La mancha humana— es a la vez la biografía coral de su generación y de su país. No sabemos si los pueblos tienen alma, lo seguro es que tienen sexo. Palabra de Roth.

6.3. Representaciones del mito de Eros y Tánatos:

6.4. Javier Irigaray. Janis Joplin, Leonard Cohen y el Chelsea Hotel

El Hotel Chelsea es, tal vez, el más famoso de Nueva York. Por sus habitaciones han pasado numerosos artistas, músicos y escritores que hicieron de él un centro cultural y artístico del mundo bohemio de la ciudad que nunca duerme. Está situado en el 222 Oeste de la calle 23rd, entre las avenidas Séptima y Octava. Construido en 1883, el hotel no acepta reservas desde el 1 de agosto de 2011.

Entre la larga nómina de celebridades que habitaron entre sus paredes, Mark Twain, Dylan Thomas, William S. Burroughs, Leonard Cohen, Arthur Miller, Tennessee Williams, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Charles Bukowski, Stanley Kubrick, Miloš Forman, Lillie Langtry, Ethan Hawke, Dennis Hopper, Uma Thurman, Jane Fonda, Keith Richards, Patti Smith, Dee Dee Ramone, John Cale, Édith Piaf, Joni Mitchell, Bob Dylan (escribió en este hotel 'Sad eyed lady of the lowlands' dedicada a Sara), Janis Joplin, Jimi Hendrix, Sid Vicious, Leonard Cohen, Anthony Kiedis, Bob Marley, Christo, Robert Mapplethorpe, Frida Kahlo,Diego Rivera, Robert Crumb, Jasper Johns, Claes Oldenburg, Willem De Kooning y Henri Cartier-Bresson. El pintor y etnomusicólogo Harry Smith vivió y murió en su habitación del Hotel Chelsea, la 328. El pintor Alphaeus Cole vivió aquí casi 35 años, hasta su muerte a la edad de 112 años, fue entonces, en 1988, la persona más longeva del mundo.

Leonard Cohen recorría los pasillos del hotel Chelsea, en Nueva York. Había quedado con Brigitte Bardot, cuando, de repente, coincidió en el ascensor con Janis Joplin que, a su vez, se había citado con Kris Kristofferson .

Subieron hasta el piso 4º, en el que estaba la habitación del canadiense. De lo que sucedió entre ambos en la 415 no se hubiera enterado nadie si Cohen no lo hubiera descrito en esta canción.

CHELSEA HOTEL

Te recuerdo bien en el Chelsea Hotel,
hablando tan segura y tan dulce,
la cabeza sobre la cama deshecha,
mientras las limusinas esperaban en la calle.
Esas fueron las razones y eso era Nueva York,

corríamos por el dinero y la carne.
Y, a eso, los trabajadores de la canción llamamos amor
y probablemente lo siga siendo para aquellos que abandonamos.

Ah, pero te fuiste, ¿verdad, pequeña?
Acababas de dar la espalda a la multitud,
te fuiste, ya nunca más te oí decir
te necesito, no te necesito,
te necesito, no te necesito
mientras todo el mundo baila a tu alrededor.

Te recuerdo bien en el Chelsea Hotel.
Eras famosa, tu corazón una leyenda.
Me dijiste de nuevo que preferías a los hombres guapos
pero que conmigo harías una excepción.
Y apretando el puño por aquellos que, como nosotros
estamos oprimidos por los cánones de la belleza,
fija en mí, dijiste, 'Bueno, no me importa,
somos feos pero tenemos la música'.

Y luego te alejaste ¿verdad, pequeña?
Acababas de dar la espalda a la multitud,
te fuiste, ya nunca más te oí decir
te necesito, no te necesito,
te necesito, no te necesito
mientras todo el mundo baila a tu alrededor. .

No pretendo decir que yo haya sido tu mejor amante,
no puedo ir tras la pista de cada gorrión caído.
Te recuerdo bien en el Chelsea Hotel,
eso es todo, ni siquiera pienso en ti muy a menudo.










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