Jueves, 11 de febrero
• Tras la recuperación de las libertades con la muerte del General Franco, la vida cultural y literaria experimenta una considerable transformación: desaparece la censura, se recupera a los autores exiliados, se produce una apertura hacia la literatura extranjera, la creación literaria en lenguas españolas distintas al español recibe un impulso, se multiplican los premios y certámenes literarios y se consolidan importantes grupos editoriales y de comunicación (PRISA, Planeta, RBA).
• Los rasgos de la literatura española de las últimas décadas son la variedad temática y estética, la diversidad de tendencias y corrientes literarias y la proliferación de autores. La producción editorial en España tiende al gigantismo: se publican unos 75.000 títulos cada año, de los cuales constituyen novedades unos 10.000. Como la tirada media es de 3,500 ejemplares, ello significa, en total, unos 35 millones de ejemplares.
La primera promoción de los años setenta está muy condicionada por el experimentalismo narrativo de Tiempo de Silencio, de Luis Martín Santos. El clima cultural era propicio a ello: autores de la postguerra se incorporan a los experimentos narrativos (Delibes, Cela, Torrente Ballester), el boom de la novela hispanoamericana llega a España, y la influencia del nouveau roman francés, así como el conocimiento tardío de la gran novela norteamericana y europea del siglo XX (Proust, Joyce, Kafka, Faulkner...), se dejan sentir con fuerza por entonces. Se trata de autores que publican sus primeras obras entre finales de los años sesenta y principios de los setenta, caso de José María Guelbenzu, Ramón Hernández, Germán Sánchez Espeso, Miguel Espinosa, Antonio F. Molina, Raúl Guerra Garrido, José Leyva, Pedro Antonio Urbina y Juan Benet. Cultivan una novela minoritaria y culturalista, hermética y experimental, cuya preocupación es el lenguaje (léxico rebuscado, rupturas sintácticas, oraciones muy largas y complejas y también lenguaje coloquial y vulgar). Lo más importante no es contar una historia, rechazan la novela de argumento. El relato no es lineal, sino que se fracciona y se funde en reiterados contrapuntos, y los personajes no tienen atributos que los definan o los diferencien.
La narrativa española desde los años 70 a nuestros días:
Las técnicas narrativas que despliegan habían aparecido algunas ya en el período anterior. El monólogo interior, caótico, acaba perdiendo el sentido. De forma sistemática se usa en la narración la segunda persona, se reclama el efecto expresivo de la tipografía, se añaden páginas en blanco, se prescinde de los signos de puntuación o se echa mano del collage; se usa reiteradamente el perspectivismo, el “behaviorismo” (técnicas objetivistas) y tratamientos espaciotemporales diversos. Se habla de antinovela y metaliteratura. Algunos títulos de esta tendencia son: El buey en el matadero (1967), de Ramón Hernández; Un caracol en la cocina (1970) y El león recién salido de la peluquería (1971), de Antonio F. Molina; ¡Ay! (1972), de Raúl Guerra Garrido; La primavera de los murciélagos (1974), de José Leyva y Escuela de mandarines (1974), de Miguel Espinosa. Quizá el autor de fama más perdurable dentro de esta tendencia sea Juan Benet. En 1967 publica Volverás a Región.
Tendencias de la novela actual, Manuel Contreras:
Tras la muerte de Franco y la llegada de la democracia, hacia 1975, empieza a publicar una nueva promoción. Se habla de REALISMO RENOVADO. Obra clave de esta nueva perspectiva será La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza. Se reivindica el placer de narrar: un relato con intriga, aventura, enredo, amoríos. A partir de este momento lo que interesa es contar una historia, la trama y el argumento son el eje. Por lo general vuelven a la concepción clásica. Algunos títulos relevantes son: Los delitos insignificantes (1986), de Álvaro Pombo; Luna de lobos (1985), de Julio Llamazares; La ciudad de los prodigios (1986), de Eduardo Mendoza, o Bélver Yin (1986), de Jesús Ferrero. Hay un cambio significativo hacia las personas tradicionales del relato, la primera y la tercera. Estas novelas ponen al descubierto los atributos del hombre de hoy, la confusión del hombre moderno obligado a reflexionar sobre la realidad que lo rodea, a buscarle un sentido porque ha perdido la fe en aquellos valores que garantizaban y explicaban el mundo.
En la actualidad se observa una gran libertad y diversidad de tendencias. No debe olvidarse que la novela es objeto de consumo en el mercado editorial. Repasemos algunas de estas tendencias:
Metanovela. El narrador reflexiona sobre los aspectos teóricos de la novela que suele trasladar a la ficción como tema o motivo del relato. Algunos ejemplos: La orilla oscura, de José Mª Merino; Juegos de la edad tardía, de Luis Landero, o El vano ayer, de Isaac Rosa.
Novela histórica. Se trata de un tipo de narrativa muy valorado por los lectores, que viene a integrarse dentro de una tendencia europea que recupera a viejos maestros como Robert Graves, M. Yourcenar, Gore Vidal o Umberto Eco. Se trata de un tipo de novela de gran precisión histórica que obliga al novelista a documentarse sobre el período, acontecimientos y personajes sobre los que pretende novelar. Pueden servirnos de ejemplos las novelas de Pérez Reverte, El capitán Alatriste, o Matilde Asensi, Iacobus. Dentro de esta tendencia cabe citar aquella que se ocupa de la reconstrucción de la historia de España desde la Guerra Civil (que constituye una tendencia narrativa en sí misma) a la actualidad. Se trata de obras como Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, o Crónica de un instante, de Javier Cercas.
Novela de intriga y policíaca. En la década de los 70 se produce una invasión de traducciones de novela negra europea y norteamericana. Los autores españoles adoptarán estos modelos y los adaptarán (Andreu Martín, Juan Madrid), y en otros casos los transgredirán para servir a otros fines (la serie Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán, como crónica sociopolítica, mordaz e irónica de la transición democrática). Con matices pertenecen a esta tendencia novelas como La tabla de Flandes, de Arturo Pérez Reverte, El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina, y La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón.
Novela neorrealista. Este tipo de narrativa estuvo de moda durante los años que van desde la caída del muro de Berlín (1989) hasta el 11 de septiembre de 2001. Su interés temático se centró en la representación de la conducta de los entonces jóvenes adolescentes, sus salidas nocturnas en las grandes ciudades, el uso y abuso de drogas, del sexo, del alcohol y de la música rock. Son obras representativas de esta tendencia Historias del Kronen (1994), de José Ángel Mañas, que la inauguró, Ray Lóriga con Héroes o Lucía Etxebarría en Amor, curiosidad, sexo, Prozac y dudas.
Novela lírica. El valor esencial es la calidad técnica con que está escrita, la búsqueda de la perfección formal: La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, La fuente de la edad, de Luis Mateo Díez, o El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas, se adscriben a ella.
Novela culturalista. En los últimos años han aparecido una serie de autores jóvenes que hacen una novela que se ocupa de analizar y explicar diferentes aspectos de la cultura occidental desde unas posturas bastante eruditas. Es lo que hace Juan Manuel de Prada con Las máscaras del héroe o La tempestad.
Novela de pensamiento: cercana al ensayo, se trata de un tipo de narrativa en la que se difuminan las fronteras entre la novela y el ensayo, pues da cauce a múltiples digresiones sobre las preocupaciones del autor, en un tono cercano a veces a lo autobiográfico. Un ejemplo de ello es Sefarad, de Antonio Muñoz Molina, Negra espalda del tiempo, de Javier Marías y los diarios que desde hace 15 años publica Andrés Trapiello bajo el título genérico de Salón de pasos perdidos.
En suma, dos son los aspectos más significativos de la novela española en los últimos treinta años:
a) El carácter aglutinador. Acoge prácticamente todas las tendencias, modalidades, discursos, temas, experiencias y preocupaciones personales.
b) La
individualidad. Cada novelista elegirá la orientación que le resulte
más adecuada para encontrar un estilo propio con el que expresar su mundo
personal y su particular visión de la realidad.
No debemos olvidar que la mujer adquiere cada vez más importancia en el terreno de la narrativa; aunque pertenecientes a distintas generaciones, podemos destacar nombres como Ana María Matute, Rosa Montero, Josefina Aldecoa, Almudena Grandes, Dulce Chacón, Maruja Torres, Soledad Puértolas, Alicia Giménez Barlett, etc.
Hay que tener en cuenta además la convivencia de varias generaciones: desde nuestro centenario -y recientemente fallecido Francisco Ayala- cuyas obras se han reeditado- , o Camilo J. Cela -último premio Nobel español-, Miguel Delibes, Sánchez Ferlosio, Juan Marsé, a escritores como Javier Marías, Juan José Millás, Luis Landero... hasta el más joven de los actuales “bloggers”.
El libro se convierte en objeto de consumo y las editoriales no sólo atienden a los lectores, sino que además deben crearlos; de ahí la abundancia de publicidad, la proliferación de premios literarios, las listas de libros más vendidos, los suplementos literarios de los periódicos, las ferias del libro, las firmas de libros en grandes almacenes y la incorporación al mundo de la narrativa de conocidos periodistas, políticos o presentadores de televisión.
También descubren las editoriales el mercado infantil y juvenil que se desarrollará extraordinariamente a partir de los años 80.
La narrativa española actual: guía
brevísima,
Fernando Valls (2008)
Lo que caracteriza a la prosa narrativa actual es
el predominio social casi absoluto de la novela sobre otros géneros pujantes
como el cuento y el microrrelato. En este comienzo de siglo se ha producido la
consolidación definitiva, hablo sólo de calidad literaria, de autores como
Javier Marías, Luis Mateo Díez, Enrique Vila-Matas y Rafael Chirbes, quien
acaba de obtener el prestigioso Premio de la Crítica con la que probablemente
sea su mejor novela, Crematorio. El caso es que muy bien podría
decirse que obras como Corazón tan blanco, la trilogía Tu rostro
mañana, del primero; la Historia abreviada de la literatura
portátil, Bartleby y compañía o El mal de Montano,
del segundo, y la trilogía de Celama (con La ruina del cielo a la
cabeza) de Luis Mateo Díez, se cuentan ya entre la mejor narrativa de las
últimas décadas.
. La novela, sin duda alguna, ha sido rica y plural
en estos últimos años. Así, a los indiscutibles Miguel Delibes (El hereje),
Ana María Matute (Olvidado rey Gudú) o Juan Marsé (Rabos
de lagartija), recuerdo alguna de sus obras recientes que me ha interesado
más, se han venido uniendo libros de Álvaro Pombo, Luciano G. Egido (El
corazón inmóvil), Ramiro Pinilla (la trilogía Verdes valles, colinas
rojas), Manuel Longares (Romanticismo), Luis Landero, Rosa
Montero (Historia del Rey Trasparente), Adolfo García Ortega, Vicente
Molina Foix (El abrecartas) y Eduardo Lago (Llámame
Brooklyn). Quizá las dos últimas tendencias generales de nuestra novela
hayan sido la denominada literatura de la memoria histórica (uno de cuyos
mejores ejemplos es probable que sea Enterrar a los muertos, de
Ignacio Martínez de Pisón) y la autoficción (podrían citarse obras de Marías,
Vila-Matas o Javier Cercas), con buenos frutos en su haber.
. Por lo que se refiere a los nuevos
nombres habría que destacar el de Ricardo Menéndez Salmón, quizá la más
brillante promesa de nuestras letras, afirmación sustentada en la ambición y
calidad de sus dos últimos libros, la novela La ofensa y el volumen de
cuentos Gritar. Y en cuanto al relato, con no menos entidad literaria
que la novela, sus mejores cultivadores han sido Juan Eduardo Zúñiga (Capital
de la gloria), Alberto Méndez (Los girasoles ciegos), Cristina
Fernández Cubas (Parientes pobres del diablo), José María Merino (Cuentos
del Barrio del Refugio), o autores más recientes como Agustín Cerezales (Perros
verdes), Eloy Tizón, Carlos Castán (Frío de vivir), Pablo Andrés
Escapa, Hipólito G. Navarro, Ismael Grasa, Andrés Neuman, el ya citado Menéndez
Salmón, Pilar Adón o Irene Jiménez. Entre las antologías recientes, destacaría
la de Juan Jacinto Muñoz Rangel, Ficción sur (Ediciones Traspiés,
Granada, 2008), aunque sólo recoja a los narradores andaluces.
. El microrrelato (o los articuentos de
Juan José Millas, su variante) se ha convertido en la última década en un
género en auge, donde las piezas de José Jiménez Lozano (Un dedo en los
labios), Luis Mateo Díez (Los males menores), Javier
Tomeo (Historias mínimas), Merino (La glorieta de los fugitivos)
o Julia Otxoa (Un extraño envío), sin olvidar a los recientemente
desaparecidos Rafael Pérez Estrada y Antonio F. Molina (Las huellas del
equilibrista), compiten en calidad con las de los mejores autores
hispanoamericanos.
Tampoco faltan modas, literariamente
insustanciales, como los vendedores de humo de la llamada -con dudoso gusto- generación
Nocilla, mutantes, after-pop o de otras mil maneras
distintas, a cada cual más ridícula, eso sí (¿por qué no, ya puestos, generación
chikilikuatre?); o fenómenos meramente comerciales, precocinados, como el
auge de una cierta novela más o menos histórica, con grandes éxitos de ventas,
pero de muy escasa entidad literaria, cuyos ejemplos más emblemáticos son los
de Carlos Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones, Matilde Asensi o Javier Sierra. Los
premios comerciales, además, han contribuido todo lo que han podido a la
confusión reinante. Pero no merece la pena perder el tiempo en fenómenos que
poco o nada tienen que ver con la literatura, y que no tardarán en marchitarse,
sobre todo habiendo tantas obras de interés como las que hemos recordado.
. Pero quizás el fenómeno más novedoso
e interesante sea que una buena parte de la prosa narrativa breve (cuento y
microrrelato), de las entrevistas, crítica y debates, que generan estas obras y
sus autores, se esté anticipando en los blogs, por lo que es necesario
seguirlos con atención. El título que le he puesto a esta entrada debería
haberse completado del siguiente modo, a la manera prolija que se utilizaba en
el siglo XVIII: "guía brevísima para no perderse del todo entre la
confusión que generan los medios, en donde toda la literatura se presenta como
si fuera lo mismo lo bueno y singular, lo pasajero y más descaradamente
comercial y lo regular". -
.
EL MUNDO NOVELÍSTICO DE IGNACIO MARTÍNEZ DE
PISÓN
Las dualidades a las que me he venido refiriendo,
interior/exterior, sentimental/político, personal/social, tienen además la
particularidad de delimitar dos ámbitos de predominancia en el desarrollo de su
propia obra novelística. Podría decirse que hay en ella dos etapas: la primera
comprendería el ciclo formado por cuatro novelas familiares, que
comienza con la infancia de La ternura del dragón, la adolescencia de Carreteras
secundarias, ambas edades asimismo en tránsito en María bonita, y
que culminan con el acceso a la juventud liberadora del nido de los padres por
parte de tres hermanas de una familia burguesa de Zaragoza en El tiempo de
las mujeres (2003), la novela más ambiciosa y lograda de esta primera
etapa con la que Martínez de Pisón pone broche a su ciclo social-familiar.
El segundo ciclo comienza ya con la que pasó como
novela juvenil, la titulada Una guerra africana (2000), ambientada en
la guerra de Ifni, pero obtiene un reconocimiento masivo de público y crítica
con una crónica narrativa de hechos reales, titulada Enterrar a los muertos
(2005), que persigue la verdadera historia no contada de José Robles, asesinado
por los comunistas junto a quienes luchaba en tanto miembro de las Brigadas
Internacionales. Tanto la novela de ficción Una guerra africana como este libro
de narrativa de no ficción marcarán ya una dirección decisiva en su obra,
puesto que Martínez de Pisón no abandonará su interés por la vida política y la
historia colectiva. Lo que ocurre es que sus dos novelas siguientes,
tituladas Dientes de leche (2008) y El día de mañana (2011),
suponen el casamiento de las dos direcciones que he enunciado porque se sirve
de unas historias familiares-personales recorridas en un fondo socio-político:
en Dientes de leche por medio de la vida durante la transición de los
descendientes de un fascista italiano que luchó en el frente del Ebro a favor
de Franco; en El día de mañana por la persecución a través de
testimonios de quienes le conocieron de la historia de un chivato de la policía
durante el franquismo en Barcelona. Estas dos novelas permiten a Martínez de
Pisón unir de manera decisiva las dos facetas anteriores, en un vaivén muy bien
orquestado entre lo personal y los contextos familiares y lo político social.
7. IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN: LA
BUENA REPUTACIÓN
Con los premios literarios (me refiero a los que quieren mantener cierto prestigio y rigor crítico, no a iniciativas de autopromoción comercial como el Planeta) ya se sabe lo que pasa: unas veces aciertan y otras veces dan la nota de mala manera. Que valga lo mismo el Premio Nobel de Coetzee que el de Modiano es algo que no se termina de entender, y si algún día se lo dan a Murakami... Pero bueno, hoy hablamos de un Premio Nacional de Narrativa, y los Premios Nacionales de Narrativa suelen ser bastante fiables, por no decir que, por lo general, apuestan sobre seguro. Si vemos la lista de los últimos premiados, casi parece que estamos a leer el canon de Los Consagrados de la literatura española actual: Cercas, Marías, Chirbes... (Ninguna mujer en los últimos veinte años, por cierto…).
El premio a La buena reputación de Ignacio Martínez de Pisón está en esa misma línea de apostar por un valor seguro, no porque Martínez de Pisón esté a la altura de canonización casi unánime de Marías o Cercas, sino porque se trata de una novela clásica, muy clásica, lo que no quiere decir que sea una mala novela. De hecho, esa es la mayor crítica que se le puede hacer a la obra y a su autor (y a los que la han premiado): que se trata de una novela mucho más moderna que posmoderna; casi decimonónica, como han dicho ya otros críticos, por su objeto, por su técnica, incluso por su extensión.
Para empezar, La buena reputación cuenta la historia de tres generaciones de una misma familia. ¿Qué puede haber más decimonónico que contar la historia de tres generaciones de la misma familia? (Sí, Kirmen Uribe también hacía lo mismo en Bilbao-New York-Bilbao, pero con una técnica completamente diferente y mucho más actual). En este caso se trata de una familia de origen judío que reside en Melilla: los padres, Samuel y Mercedes; las dos hijas, Miriam y Sara, y más adelante, los nietos, Elías y Daniel. A cada uno de estos personajes (salvo Sara, por algún motivo) se dedica una de las secciones del libro,: "La novela de Samuel", "La novela de Mercedes", "La novela de Miriam”, etc.
Quizás el tema más recurrente en el texto sea el de los orígenes y su relación con la identidad: Samuel es un judío muy poco apegado a su religión, pero aun así arriesgará su vida, su dinero y su salud para salvar a los que intentan huir de Marruecos; Mercedes hace todo lo posible por volver a Zaragoza, como Miriam, años después, hará todo lo posible por volver a Melilla. También la culpa, el remordimiento, la inocencia y la redención son cuestiones que parecen transmitirse de generación en generación, infectando a todos los miembros de la familia.
Quizás sea porque el exotismo los hace más atractivos, o porque tienen mayor carga épica, pero los capítulos que más enganchan son los dedicados a la estancia de la familia en Melilla, hasta que por miedo a una posible anexión a Marruecos deciden trasladarse a Málaga, y poco después a Zaragoza. A partir de ese momento, la familia se vuelve más anodina, los personajes más planos (salvo el tremendo personaje de Felisa, la criada, que sobresale como si tuviera más dimensiones que el resto) y el interés de la acción decae levemente. Técnicamente, no hay diferencia entre unas novelas y otras, más allá del cambio del cambio de foco de unos personajes a otros: la historia siempre nos es presentada por un narrador omnisciente levemente irónico pero en general poco interventivo, y con un estilo cuidado y libre de clichés, pero sin ornamentos de excesivos.
Por eso, nadie podrá decir que darle un premio a La buena reputación sea un error: es una buena novela, un novelón decimonónico en pleno inicio del siglo XXI, bien documentado, bien escrito, bien construido, que juega con un inteligente perspectivismo que no intenta ser efectista sino eficiente. (Samuel es un héroe en su propia novela; lo es mucho menos en la novela de su mujer). Lo que tampoco podrá decir nadie es que Martínez de Pisón haya revolucionado la novela española con esta obra; tampoco se lo proponía, seguramente.
8. LUIS GARCÍA MONTERO:
Leo la última novela de
Ignacio Martínez de Pisón, La buena reputación (Seix Barral, 2014), y
reconozco en mí el protagonismo de la figura del lector. No se trata sólo de
que me guste mucho el libro, sino de que sienta en cada página la importancia
de la mirada del lector. Su privilegio en el hecho literario. La retórica llama
narrador omnisciente al autor que escribe desde la perspectiva del saber
absoluto. Más allá de lo que conoce cada uno de sus personajes, la voz que
cuenta llega hasta cada rincón de las ciudades, cada recuerdo de todas las
memorias y cada sueño de las noches que pasan con los silencios, los miedos y
las ilusiones de la gente. La lectura de La buena reputación consigue
crear un lector omnisciente, alguien que en un argumento lleno de sorpresas
siente que se lo sabe todo, porque todo lo que descubre habla de él mismo y de
la historia de su familia.
Es un privilegio conseguido por la literatura en
una historia que tiene que ver con la identidad, las repeticiones y el sentido
de la permanencia. Las personas cambian mucho. Sabemos que las personas no están selladas
con plomo, que la vida extiende sus hilos y teje un ser domado
de un rebelde, un alma rencorosa de un ejemplo de amor o un adúltero de la
fidelidad andante. También la mezquindad se transforma en voluntad de entrega y
el egoísmo en sacrificio. Lo sabemos al valorar el paso de los años en la
existencia de los demás. Pero como los años pasan al mismo tiempo por nosotros,
y nos cambian, y nos descambian, no alcanzamos a calibrar del todo el sentido
de la mutación, esa perpetua materia en movimiento que llamamos identidad. La
literatura ilumina lo que diluye la costumbre.
Los poemas hablan de peces que quieren ser
pájaros o de vientos que sueñan con la quietud de la piedra. Las obras de
teatro ponen en escena un biombo para que el hombre que entra en él salga
convertido en una muchacha o la directora autoritaria en un alumno castigado. Las buenas novelas no
necesitan otra experimentación que la de contar la historia de una familia.
Nos enseñan así la deriva de las mutaciones y los regresos, las curvas que se
dan en el sentido de pertenencia, las fragilidades de la identidad y los
códigos de la repetición. Nos enseñan que más allá de los héroes y los
villanos, de las victorias y las derrotas, la vida es una tarea de resistentes.
La buena reputación se
pone en marcha con la historia de un matrimonio. Mercedes, la hija de un
militar católico, se casa con Samuel, un judío de Melilla, el hombre de
confianza del Régimen franquista en la comunidad hebrea. La indagación profunda
sobre la identidad que desata Martínez de Pisón no se limita a una atractiva
geografía de cóctel: una ciudad española en África, junto a un Marrueco
colonizado a punto de conseguir su independencia, en la que habitan tres dioses
y muchos negocios en situación de incertidumbre. Tampoco basta con detectar las
contradicciones de una mujer que se enamora y se casa con un judío, pero
rechaza en su hogar la liturgia de la sociedad hebraica, y de un hombre que
parece indiferente a los ritos y a las costumbres de su comunidad, pero acaba
poniéndose en peligro para salvar a los judíos que necesitan huir de Marruecos
hacia Israel.
Ni siquiera debemos quedarnos en los pies de
barro del heroísmo, de cualquier heroísmo, pensando que Samuel sólo pudo ser un
hombre justo con los judíos por el prestigio adquirido en los negocios de los
militares franquistas. Lo que acaba imponiéndose en la novela es que La
buena reputación no depende de la opinión de los demás, sino del mundo interior de los
personajes, su forma de afrontar las herencias, la culpa, la
ilusión, el secreto, la soledad, el amor y los pactos con la vida cotidiana. La
existencia no es un poema épico por mucho que se empeñen los héroes de las
patrias, las religiones y las consignas. La vida es la novela realista de cada
ser humano, una novela en la que hay demasiadas situaciones propias de esa
intimidad quebradiza que persiguen los buenos poemas líricos. El libro de
Martínez de Pisón, que empieza narrando un rincón poco conocido de una
identidad fuerte, la Melilla judía de la primera mitad del siglo XX, acaba
deslizando una experiencia de conocimiento: el respeto que se merece cualquier
ser humano. Más que juzgar desde lejos, conviene conocer por dentro la novela
de cada personaje.
El lector vive la historia de
los abuelos, los padres y los nietos… y se acostumbra a conocer. El lector omnisciente
cierra el libro y piensa en su propia familia. Siente el deseo de llamar por
teléfono, de preguntar, de interesarse, de volver a hablar, de quedar un día,
de perdonar y ser perdonado.
9. FICHA DE LA
BUENA REPUTACIÓN:
- Género: realismo y costumbrismo muy influido por
Pérez Galdós, novela histórica que abarca un amplio período de la historia
reciente española (desde la posguerra hasta casi nuestros días, utilizando el
recurso de una historia familiar de tres generaciones y, como marco histórico/geográfico,
el norte de África, Málaga y Zaragoza.
- El marco histórico viene descrito mediante la utilización
de determinados hitos históricos como la situación de los judíos marroquíes y
su lenta expulsión y también acontecimientos de tipo social como el incendio
del hotel “Corona de Aragón”. De alguna manera estos acontecimientos confluyen
e influyen en la evolución de la vida y los sentimientos de los personajes.
- Tema: el lento paso del tiempo en el devenir de
una familia de la posguerra, este paso del tiempo se refleja sobre todo en detalles
cotidianos (cambio de casa y de ciudad, la compra de un coche, cierta evolución
tecnológica como el tren y el teléfono y la trascendencia que estos avances
tuvieron en la atrasada mentalidad de la sociedad española). El paso del tiempo
visto en los pequeños detalles cotidianos, la influencia de la historia y los
acontecimientos históricos en la vida de la gente, la evolución hacia otras
costumbres más tolerantes de la mojigata sociedad española, el secretismo de
ciertas actitudes y los silencios reflejadas en el no conocimiento de lo que ha
pasado a otros miembros de la familia o personajes secundarios, las relaciones
familiares y la falta de comunicación en una sociedad donde el silencio y la
autocensura predominan, sociedad gris sin muchos estímulos (relaciones
prohibidas), relaciones familiares marcadas por el secreto y el
desconocimiento, el miedo al qué dirán, el aburrimiento y la rutina, la
influencia de la religión tanto en el mundo judío como en el católico.
- Personajes y recursos estilísticos muy
convencionales, realistas pero hay muy poco riesgo en su planteamiento, tal vez
premeditado. Narrador omnisciente, escasa acción y todo - recursos y personajes - al servicio
de la narración y de la crónica familiar.
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