jueves, 11 de febrero de 2016

La buena reputación. Ignacio Martínez de Pisón.

Jueves, 11 de febrero




1. NARRATIVA ESPAÑOLA DESDE LOS 70 HASTA NUESTROS DÍAS.

Introducción:

• Tras la recuperación de las libertades con la muerte del General Franco, la vida cultural y literaria experimenta una considerable transformación: desaparece la censura, se recupera a los autores exiliados, se produce una apertura hacia la literatura extranjera, la creación literaria en lenguas españolas distintas al español recibe un impulso, se multiplican los premios y certámenes literarios y se consolidan importantes grupos editoriales y de comunicación (PRISA, Planeta, RBA).

• Los rasgos de la literatura española de las últimas décadas son la variedad temática y estética, la diversidad de tendencias y corrientes literarias y la proliferación de autores. La producción editorial en España tiende al gigantismo: se publican unos 75.000 títulos cada año, de los cuales constituyen novedades unos 10.000. Como la tirada media es de 3,500 ejemplares, ello significa, en total, unos 35 millones de ejemplares.


El experimentalismo:

La primera promoción de los años setenta está muy condicionada por el experimentalismo narrativo de Tiempo de Silencio, de Luis Martín Santos. El clima cultural era propicio a ello: autores de la postguerra se incorporan a los experimentos narrativos (Delibes, Cela, Torrente Ballester), el boom de la novela hispanoamericana llega a España, y la influencia del nouveau roman francés, así como el conocimiento tardío de la gran novela norteamericana y europea del siglo XX (Proust, Joyce, Kafka, Faulkner...), se dejan sentir con fuerza por entonces. Se trata de autores que publican sus primeras obras entre finales de los años sesenta y principios de los setenta, caso de José María Guelbenzu, Ramón Hernández, Germán Sánchez Espeso, Miguel Espinosa, Antonio F. Molina, Raúl Guerra Garrido, José Leyva, Pedro Antonio Urbina y Juan Benet. Cultivan una novela minoritaria y culturalista, hermética y experimental, cuya preocupación es el lenguaje (léxico rebuscado, rupturas sintácticas, oraciones muy largas y complejas y también lenguaje coloquial y vulgar). Lo más importante no es contar una historia, rechazan la novela de argumento. El relato no es lineal, sino que se fracciona y se funde en reiterados contrapuntos, y los personajes no tienen atributos que los definan o los diferencien.

La narrativa española desde los años 70 a nuestros días:

Las técnicas narrativas que despliegan habían aparecido algunas ya en el período anterior. El monólogo interior, caótico, acaba perdiendo el sentido. De forma sistemática se usa en la narración la segunda persona, se reclama el efecto expresivo de la tipografía, se añaden páginas en blanco, se prescinde de los signos de puntuación o se echa mano del collage; se usa reiteradamente el perspectivismo, el “behaviorismo” (técnicas objetivistas) y tratamientos espaciotemporales diversos. Se habla de antinovela y metaliteratura. Algunos títulos de esta tendencia son: El buey en el matadero (1967), de Ramón Hernández; Un caracol en la cocina (1970) y El león recién salido de la peluquería (1971), de Antonio F. Molina; ¡Ay! (1972), de Raúl Guerra Garrido; La primavera de los murciélagos (1974), de José Leyva y Escuela de mandarines (1974), de Miguel Espinosa. Quizá el autor de fama más perdurable dentro de esta tendencia sea Juan Benet. En 1967 publica Volverás a Región.

Tendencias de la novela actual, Manuel Contreras:

Tras la muerte de Franco y la llegada de la democracia, hacia 1975, empieza a publicar una nueva promoción. Se habla de REALISMO RENOVADO. Obra clave de esta nueva perspectiva será La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza. Se reivindica el placer de narrar: un relato con intriga, aventura, enredo, amoríos. A partir de este momento lo que interesa es contar una historia, la trama y el argumento son el eje. Por lo general vuelven a la concepción clásica. Algunos títulos relevantes son: Los delitos insignificantes (1986), de Álvaro Pombo; Luna de lobos (1985), de Julio Llamazares; La ciudad de los prodigios (1986), de Eduardo Mendoza, o Bélver Yin (1986), de Jesús Ferrero. Hay un cambio significativo hacia las personas tradicionales del relato, la primera y la tercera. Estas novelas ponen al descubierto los atributos del hombre de hoy, la confusión del hombre moderno obligado a reflexionar sobre la realidad que lo rodea, a buscarle un sentido porque ha perdido la fe en aquellos valores que garantizaban y explicaban el mundo.


En la actualidad se observa una gran libertad y diversidad de tendencias. No debe olvidarse que la novela es objeto de consumo en el mercado editorial. Repasemos algunas de estas tendencias:

Metanovela. El narrador reflexiona sobre los aspectos teóricos de la novela que suele trasladar a la ficción como tema o motivo del relato. Algunos ejemplos: La orilla oscura, de José Mª Merino; Juegos de la edad tardía, de Luis Landero, o El vano ayer, de Isaac Rosa.

Novela histórica. Se trata de un tipo de narrativa muy valorado por los lectores, que viene a integrarse dentro de una tendencia europea que recupera a viejos maestros como Robert Graves, M. Yourcenar, Gore Vidal o Umberto Eco. Se trata de un tipo de novela de gran precisión histórica que obliga al novelista a documentarse sobre el período, acontecimientos y personajes sobre los que pretende novelar. Pueden servirnos de ejemplos las novelas de Pérez Reverte, El capitán Alatriste, o Matilde Asensi, Iacobus. Dentro de esta tendencia cabe citar aquella que se ocupa de la reconstrucción de la historia de España desde la Guerra Civil (que constituye una tendencia narrativa en sí misma) a la actualidad. Se trata de obras como Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, o Crónica de un instante, de Javier Cercas.

Novela de intriga y policíaca. En la década de los 70 se produce una invasión de traducciones de novela negra europea y norteamericana. Los autores españoles adoptarán estos modelos y los adaptarán (Andreu Martín, Juan Madrid), y en otros casos los transgredirán para servir a otros fines (la serie Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán, como crónica sociopolítica, mordaz e irónica de la transición democrática). Con matices pertenecen a esta tendencia novelas como La tabla de Flandes, de Arturo Pérez Reverte, El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina, y La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón.


Novela neorrealista. Este tipo de narrativa estuvo de moda durante los años que van desde la caída del muro de Berlín (1989) hasta el 11 de septiembre de 2001. Su interés temático se centró en la representación de la conducta de los entonces jóvenes adolescentes, sus salidas nocturnas en las grandes ciudades, el uso y abuso de drogas, del sexo, del alcohol y de la música rock. Son obras representativas de esta tendencia Historias del Kronen (1994), de José Ángel Mañas, que la inauguró, Ray Lóriga con Héroes o Lucía Etxebarría en Amor, curiosidad, sexo, Prozac y dudas.

Novela lírica. El valor esencial es la calidad técnica con que está escrita, la búsqueda de la perfección formal: La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, La fuente de la edad, de Luis Mateo Díez, o El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas, se adscriben a ella.

Novela culturalista. En los últimos años han aparecido una serie de autores jóvenes que hacen una novela que se ocupa de analizar y explicar diferentes aspectos de la cultura occidental desde unas posturas bastante eruditas. Es lo que hace Juan Manuel de Prada con Las máscaras del héroe o La tempestad.

Novela de pensamiento: cercana al ensayo, se trata de un tipo de narrativa en la que se difuminan las fronteras entre la novela y el ensayo, pues da cauce a múltiples digresiones sobre las preocupaciones del autor, en un tono cercano a veces a lo autobiográfico. Un ejemplo de ello es Sefarad, de Antonio Muñoz Molina, Negra espalda del tiempo, de Javier Marías y los diarios que desde hace 15 años publica Andrés Trapiello bajo el título genérico de Salón de pasos perdidos.


En suma, dos son los aspectos más significativos de la novela española en los últimos treinta años:

a) El carácter aglutinador. Acoge prácticamente todas las tendencias, modalidades, discursos, temas, experiencias y preocupaciones personales.
b) La individualidad. Cada novelista elegirá la orientación que le resulte más adecuada para encontrar un estilo propio con el que expresar su mundo personal y su particular visión de la realidad.

No debemos olvidar que la mujer adquiere cada vez más importancia en el terreno de la narrativa; aunque pertenecientes a distintas generaciones, podemos destacar nombres como Ana María Matute, Rosa Montero, Josefina Aldecoa, Almudena Grandes, Dulce Chacón, Maruja Torres, Soledad Puértolas, Alicia Giménez Barlett, etc.

Hay que tener en cuenta además la convivencia de varias generaciones: desde nuestro centenario -y recientemente fallecido Francisco Ayala- cuyas obras se han reeditado- , o Camilo J. Cela -último premio Nobel español-, Miguel Delibes, Sánchez Ferlosio, Juan Marsé, a escritores como Javier Marías, Juan José Millás, Luis Landero... hasta el más joven de los actuales “bloggers”.

El libro se convierte en objeto de consumo y las editoriales no sólo atienden a los lectores, sino que además deben crearlos; de ahí la abundancia de publicidad, la proliferación de premios literarios, las listas de libros más vendidos, los suplementos literarios de los periódicos, las ferias del libro, las firmas de libros en grandes almacenes y la incorporación al mundo de la narrativa de conocidos periodistas, políticos o presentadores de televisión.

También descubren las editoriales el mercado infantil y juvenil que se desarrollará extraordinariamente a partir de los años 80.


Lo que caracteriza a la prosa narrativa actual es el predominio social casi absoluto de la novela sobre otros géneros pujantes como el cuento y el microrrelato. En este comienzo de siglo se ha producido la consolidación definitiva, hablo sólo de calidad literaria, de autores como Javier Marías, Luis Mateo Díez, Enrique Vila-Matas y Rafael Chirbes, quien acaba de obtener el prestigioso Premio de la Crítica con la que probablemente sea su mejor novela, Crematorio. El caso es que muy bien podría decirse que obras como Corazón tan blanco, la trilogía Tu rostro mañana, del primero; la Historia abreviada de la literatura portátil, Bartleby y compañía o El mal de Montano, del segundo, y la trilogía de Celama (con La ruina del cielo a la cabeza) de Luis Mateo Díez, se cuentan ya entre la mejor narrativa de las últimas décadas.
.           La novela, sin duda alguna, ha sido rica y plural en estos últimos años. Así, a los indiscutibles Miguel Delibes (El hereje), Ana María Matute (Olvidado rey Gudú) o Juan Marsé (Rabos de lagartija), recuerdo alguna de sus obras recientes que me ha interesado más, se han venido uniendo libros de Álvaro Pombo, Luciano G. Egido (El corazón inmóvil), Ramiro Pinilla (la trilogía Verdes valles, colinas rojas), Manuel Longares (Romanticismo), Luis Landero, Rosa Montero (Historia del Rey Trasparente), Adolfo García Ortega, Vicente Molina Foix (El abrecartas) y Eduardo Lago (Llámame Brooklyn). Quizá las dos últimas tendencias generales de nuestra novela hayan sido la denominada literatura de la memoria histórica (uno de cuyos mejores ejemplos es probable que sea Enterrar a los muertos, de Ignacio Martínez de Pisón) y la autoficción (podrían citarse obras de Marías, Vila-Matas o Javier Cercas), con buenos frutos en su haber.

.           Por lo que se refiere a los nuevos nombres habría que destacar el de Ricardo Menéndez Salmón, quizá la más brillante promesa de nuestras letras, afirmación sustentada en la ambición y calidad de sus dos últimos libros, la novela La ofensa y el volumen de cuentos Gritar. Y en cuanto al relato, con no menos entidad literaria que la novela, sus mejores cultivadores han sido Juan Eduardo Zúñiga (Capital de la gloria), Alberto Méndez (Los girasoles ciegos), Cristina Fernández Cubas (Parientes pobres del diablo), José María Merino (Cuentos del Barrio del Refugio), o autores más recientes como Agustín Cerezales (Perros verdes), Eloy Tizón, Carlos Castán (Frío de vivir), Pablo Andrés Escapa, Hipólito G. Navarro, Ismael Grasa, Andrés Neuman, el ya citado Menéndez Salmón, Pilar Adón o Irene Jiménez. Entre las antologías recientes, destacaría la de Juan Jacinto Muñoz Rangel, Ficción sur (Ediciones Traspiés, Granada, 2008), aunque sólo recoja a los narradores andaluces.

.           El microrrelato (o los articuentos de Juan José Millas, su variante) se ha convertido en la última década en un género en auge, donde las piezas de José Jiménez Lozano (Un dedo en los labios), Luis Mateo Díez (Los males menores), Javier Tomeo (Historias mínimas), Merino (La glorieta de los fugitivos) o Julia Otxoa (Un extraño envío), sin olvidar a los recientemente desaparecidos Rafael Pérez Estrada y Antonio F. Molina (Las huellas del equilibrista), compiten en calidad con las de los mejores autores hispanoamericanos. 

Tampoco faltan modas, literariamente insustanciales, como los vendedores de humo de la llamada -con dudoso gusto- generación Nocilla, mutantes, after-pop o de otras mil maneras distintas, a cada cual más ridícula, eso sí (¿por qué no, ya puestos, generación chikilikuatre?); o fenómenos meramente comerciales, precocinados, como el auge de una cierta novela más o menos histórica, con grandes éxitos de ventas, pero de muy escasa entidad literaria, cuyos ejemplos más emblemáticos son los de Carlos Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones, Matilde Asensi o Javier Sierra. Los premios comerciales, además, han contribuido todo lo que han podido a la confusión reinante. Pero no merece la pena perder el tiempo en fenómenos que poco o nada tienen que ver con la literatura, y que no tardarán en marchitarse, sobre todo habiendo tantas obras de interés como las que hemos recordado.
.           Pero quizás el fenómeno más novedoso e interesante sea que una buena parte de la prosa narrativa breve (cuento y microrrelato), de las entrevistas, crítica y debates, que generan estas obras y sus autores, se esté anticipando en los blogs, por lo que es necesario seguirlos con atención. El título que le he puesto a esta entrada debería haberse completado del siguiente modo, a la manera prolija que se utilizaba en el siglo XVIII: "guía brevísima para no perderse del todo entre la confusión que generan los medios, en donde toda la literatura se presenta como si fuera lo mismo lo bueno y singular, lo pasajero y más descaradamente comercial y lo regular". -
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2. MEMORIA ROTA DE LOS JUDÍOS DEL NORTE DE MARRUECOS,
Este año se celebra el cincuentenario de la independencia de Marruecos del Protectorado francés y español. Pero la presencia española y francesa no fue la única en disminuir hasta casi desaparecer el 3 de marzo de 1956; también, después de siglos, los judíos marroquíes, de manera gradual pero continua, abandonaron sus ciudades, se exiliaron, para iniciar, sin lamentos ni grandes construcciones dramáticas, su vida en países como Israel, España y Francia. Recientemente, unas trescientas personas, custodiadas por fuerzas de la Policía y el Ejército, visitaron lo único que queda de la judería de Tetuán: el cementerio.

La presencia española se remonta a 1912, cuando se inicia el Protectorado. Por un convenio hispano-francés, Marruecos queda divida en tres zonas, el Norte bajo Protectorado Español, el Sur francés, y Tánger, zona internacional. Pero había sido en la ocupación por los españoles de algunas zonas del norte de Marruecos en 1860, que duró apenas dos años, cuando se inició un acercamiento de España a los sefardíes del Norte de Marruecos. En su diario, Pedro Antonio de Alarcón recoge el testimonio de un judío: "Estábamos muy vigilados, se desconfiaba de nosotros, se nos creía afectos a España". Lo cierto es que los españoles encuentran en Tetuán una importante comunidad sefardí que les habla en su lengua y vive su llegada con alegría y la esperanza de mejorar su difícil situación.

Podemos considerar estas históricas comunidades sefardíes repartidas por el mundo como verdaderas embajadas españolas. Sus dificultades consistían en que, como en otros países árabes, a los judíos de Marruecos se les consideraba infieles. Sólo los varones musulmanes eran miembros de pleno derecho de la sociedad, que no era equivalente a ser ciudadanos, un concepto desarrollado en Europa después de siglos de luchas por la igualdad y libertad. La mujer, el esclavo o el infiel eran considerados inferiores y regulados por la ley sagrada. Judíos y cristianos podían quedarse a condición de vivir en inferioridad respecto a los practicantes de la considerada religión verdadera, el islam.

La humillación era el precio por no ser como los demás, el impuesto de la diferencia. El estatus de los infieles en tierras de islam estaba regulado por una ley llamada la Dimma. En Marruecos los judíos debían vivir en barrios específicos llamados mellah y usar vestimentas distintas, incluso en un tiempo debían caminar fuera del mellah descalzos o con sandalias especiales. Frente a una Europa en muchos casos más violenta y eficiente en su destrucción, los judíos de los países árabes aceptaron estas reglas, consiguiendo a veces prosperar en importantes comunidades.

La llegada del Protectorado supone de alguna manera la abolición de la Dimma. Los judíos son considerados por primera vez marroquíes como los demás. Esto da una cierta tranquilidad a las comunidades judías sometidas, hasta ese momento, al capricho y no al derecho. Para la comunidad judía del Norte de Marruecos, el Protectorado es la llegada de la modernidad. Dejar de estar sujetos a la Dimma origina un cambio en sus costumbres.

Pero el Protectorado español fue también un reencuentro con España después de siglos. La comunidad sefardí de Tetuán se había formado con la llegada de los judíos expulsados de España en 1492. El Protectorado era un volver de otra manera. Los judíos del norte de Marruecos hablaban en su mayoría la jaquetía, que es un español antiguo con palabras en hebreo y en árabe; el encuentro con España originó la pérdida de esta lengua. Hay por lo tanto un resurgimiento del vínculo de estas comunidades sefardíes con España. En el Archivo Histórico de la Guerra Civil se encuentran cartas que manifiestan la creencia de los delegados del Gobierno de que los indígenas judíos podían facilitar la labor española: los judíos éramos útiles a España.

A partir del nacimiento del Estado de Israel, en 1948, se produce un cambio en la situación de los judíos del Protectorado, que comenzaron su exilio, originándose una emigración ilegal con el asentimiento en la sombra del Gobierno español. Como sucedió en otros países árabes, también en Marruecos desaparecieron las comunidades judías. De exilio en exilio. Pero los judíos de los países árabes, por comparación con los judíos europeos que sufrieron los pogromos y el Holocausto, se creyeron afortunados.

La creación de Israel genera en el mundo árabe un empeoramiento de su acritud hacia los judíos, que son acusados de vinculación con el nuevo Estado. Y así el antisemitismo europeo encuentra un nuevo desarrollo. Se repite en los países árabes musulmanes la acusación de crímenes de sangre que se hacía en la Europa de la Edad Media a los judíos. Marruecos no se distancia mucho de esta actitud, por eso la presencia española tranquilizaba a estas comunidades. Pero con la salida de España, los judíos aumentaron su exilio y las dificultades de la emigración se agudizaron. El miércoles 11 de enero de 1961, un barco con tripulación española y cargado de emigrantes ilegales que viajan a Israel, el Pisces, sale de Casablanca y se hunde en circunstancias muy extrañas, aún sin aclarar, en la costa de Alhucemas. El capitán y sus dos marineros se salvan en el único bote salvavidas, dejando morir a los pasajeros. Esta tragedia marca profundamente a los judíos marroquíes y en Israel son los primeros héroes de esta comunidad. Pero lo importante es que ahí cambia radicalmente la actitud del Gobierno de Marruecos, que se vuelve más permisivo con esta emigración que comenzó ya en los últimos años del Protectorado y culminó con la independencia. Sobre el Protectorado el que sería Mohamed V dijo: "Ha sido aceptado sólo como una transición entre el Marruecos de antaño y un Estado moderno". Hoy Marruecos es un país con mayor unidad política y con la conciencia de la necesidad de acercarse a Europa. Su reto es cómo convivir con los grupos islamistas fanáticos y la consolidación de las nuevas y tímidas libertades. Pero de los judíos que allí vivieron durante siglos sólo queda la memoria rota.

Aunque permanecen pocos judíos en el mundo árabe y musulmán, si no hubo lamentos en su momento, no es éste el momento de hacerlos. No obstante, sí cabe denunciar que persiste en ese mundo un peligroso antisemitismo. Hoy existen más traducciones de Los Protocolos de los Sabios de Sión en árabe que en ninguna otra lengua. Es cierto que también hay en nuestros días brotes antisemitas en Europa, pero son controlados por movimientos y por derechos y garantías que permiten la convivencia. Estos cortafuegos no existen, en cambio, en el mundo árabe y musulmán.

Los judíos aprendimos en Europa que somos según actuamos con el otro. Ése es el reto: que sean los ciudadanos marroquíes y los de los otros países árabes y musulmanes quienes sepan distinguir su conflicto con Israel de la violencia antisemita en contra del pueblo judío y se enfrenten por propia iniciativa y con vigor a las atrocidades cometidas por los fanatismos.
[Esther Bendahán es escritora, autora de Déjalo, ya volveremos. (Seix Barral)]

 

LOS JUDÍOS ESPAÑOLES DESPUÉS DE 1868,  José Alberto Cepas

La Guerra Civil española supuso en el norte de África uno de los reencuentros más plausibles entre España y los judíos expulsados. La Falange de estas ciudades, bajo presión de los acontecimientos, utilizó los principales edificios de las comunidades judías de Tetuán y especialmente el Casino Israelita, que finalmente pasó a poder de la Alta Comisaría militar mandada interinamente por el coronel Juan Luis Beigbeder y Atienza. La realidad de las cosas fue que la Alta Comisaría militar presionó continuamente para ocupar el Casino y “solicitar” que colaborase en todos los actos que los militares españoles celebrasen en él, lo que produjo una serie de encontronazos con la directiva del Casino, hasta el final de la guerra. Era una situación irreversible para los judíos tetuaníes, si querían sobrevivir. La guerra se acerca a su fin y el Casino contribuye con ocasión de las fiestas de la victoria, prestando mobiliario y otros enseres para conmemorar el evento.

La colaboración continúa una vez acabada la guerra y en recompensa y premio a esto, el Gobierno español concede la Gran Cruz de Isabel la Católica (paradojas de la historia) el 28 de diciembre de 1939 al presidente del alto tribunal rabínico, Sr. Jalfón, que es “felicitado por la Junta Directiva del Casino”. Las conexiones entre los militares españoles y los judíos del norte de África, demostraron que el papel de Beigbeder fue más que evidente en todos los campos. El propio Franco, a través del Consejo Comunal Israelita de Tetuán, negociaba empréstitos con la banca judía de Tánger y Tetuán. Es interesante constatar cómo la prensa del bando nacional en la península mantiene una propaganda muy intensa contra los judíos al considerarlos enemigos de su causa, sin embargo, en el territorio del protectorado, donde existían las más importantes comunidades hebreas, éstas no reciben ninguna alusión directa por parte de esta prensa, cuando precisamente estaban en su mismo territorio y bajo su control, realizando tan sólo alusiones muy diluidas y escasas referidas al judaísmo en general vinculado a la masonería y al marxismo. En las logias masónicas descubiertas en Larache había un 17% de judíos. La descubierta por los falangistas en Ceuta el 14 y 15 de agosto del 36, conocida como Hércules, estaba compuesta por 103 personas de las que solo siete eran judíos, pero en el periódico de la ciudad, “La Gaceta de África”,sus miembros judíos no aparecen citados como tales. Este respeto y protección por los judíos en general, que era la contrapartida de sus aportaciones económicas, no afectaba a la propaganda antisemita general de la zona del protectorado occidental. Se vuelve a producir la política maniquea de proteger a los judíos, por el soporte económico que suponían para el ejército sublevado y, al mismo tiempo, hablar mal de ellos, como ya apuntaba el coronel Beigbeder, para congraciarse con los alemanes. En la prensa local de Ceuta, “El Faro de Ceuta”, aparecen artículos con connotaciones antisemitas el mismo día que comienzan a hacerse públicas las listas de los masones.

El antisemitismo que se despliega aquí es para atacar al marxismo, incluso algunos periodistas judíos se desmarcan de esa connotación marxista. Sin embargo, hay que reconocer que a medida que la Guerra Civil entra en sus fases más decisivas y son cada vez más necesarios recursos económicos, las comunidades judías son más apremiadas a colaborar con el Alzamiento e incluso algunas multadas por su tibieza. En Melilla, la represión fue más dura, aunque en aquellos días de confusión hubo de todo y una parte muy importante de la comunidad judía, ante lo que se le venía encima, puso su fortuna a disposición del Alzamiento, otros en cambio, lo hicieron por amistad personal con las autoridades militares o por su propio convencimiento antes de caer en manos de una República sostenida por revolucionarios anarquistas, de los que serían víctimas; otros, sobre todo los judíos miembros de partidos republicanos, socialistas o componentes de logias masónicas fueron fusilados.  En Melilla se produjo una represión inmediata contra judíos que pertenecían a alguna logia masónica, cosa que no ocurrió en Larache, Alcazarquivir, Arcila o Villa Sanjurjo. Algunos de estos judíos estaban al parecer muy comprometidos y eran activistas muy significados de los partidos de izquierda.

En Melilla, ciudad en la que vivían unos 6.000 judíos, se clausuraron todas las sinagogas de la ciudad. Como ya se ha expuesto, estas medidas tomadas contra judíos pertenecientes a partidos de izquierda o sospechosos de serlo, contrastaba con la actitud hacia otro grupo hebreo: los vinculados a la Banca y al Comercio, que fueron protegidos por la ayuda económica prestada a la causa del levantamiento militar, como contrapartida a la cobertura recibida del ejército del norte de África, que se había convertido para ellos en su protector. Se ve que el maniqueísmo con relación a los judíos era lo normal en toda la zona del protectorado español. Desde los diarios locales “El Telegrama del Rif” y emisoras, las autoridades franquistas solicitaban a las comunidades y familias judías que contribuyeran con fondos sin ridiculeces para la causa nacional; muchas de estas familias, ante el dilema de ser acusadas de apátridas o masones y marxistas, se adelantaban con contribuciones voluntarias. En otras, se notaba la clara intencionalidad de apoyar al bando de Franco; tal fue el caso de la Banca Hassan. Muchas de estas operaciones fueron canalizadas a través del coronel Beigbeder, nombrado Alto Comisario en Marruecos y más tarde ministro de Asuntos Exteriores y conocido aliadófilo. También había en Melilla banqueros judíos afines a grupos conservadores republicanos, que en el levantamiento de Franco, no tuvieron el menor reparo en adherirse al bando nacional aportando recursos económicos, incluso el abastecimiento del petróleo; fue el caso de Jacobo Salama, que era el concesionario delegado de la compañía Shell que ante la duda sobre el destino de los barcos petroleros que había concertado con las autoridades republicanas, se le convence para que el petróleo quede en el bando franquista. En cualquier caso, el propio Salama mantenía tiempo atrás una intensa relación de amistad con jefes militares como García Valiño, Beigbeder, Muñoz Grandes, Millán Astray y el propio Franco.

En Tánger, los medios de comunicación judíos son ardientemente republicanos, aunque importantes banqueros tangerinos como los Hassan o los Pariente, se convierten en prestamistas del bando nacional. La importante colonia de la ciudad, en su mayoría franquista, utilizó como portavoz al diario falangista “Presente”, que se convierte en uno de los cauces de propaganda del bando nacional, y uno de los más críticos contra la comunidad judía de Tánger por apoyar al bando republicano. Más de 100 de los más importantes notables judíos del Marruecos español publican en el citado periódico, como contradicción, manifiestos de adhesión al Movimiento Nacional, precisamente para que tuviera un mayor efecto exterior, dada la internacionalidad de Tánger. Con la llegada de la República, la comunidad judía de Tánger muestra un gran entusiasmo por el nuevo régimen y una hostilidad hacía la monarquía, según los artículos publicados en “El Renacimiento de Israel”, considerando al entonces ministro de Instrucción Pública, el masón Fernando de los Ríos Urruti (1879-1949), como “uno de los grandes amigos de Israel”. En 1933 y 1934, Francia y Tánger acogieron a muchos judíos que llegaban de Alemania perseguidos por los nazis; esta situación contribuyó también a crear un ambiente hostil al bando franquista, debido a la situación que estaban viviendo los judíos en Europa. A esto hay que añadir el triunfo del Frente Popular en Francia, que convirtió en primer ministro a un destacado miembro de la comunidad judía de Estrasburgo, León Blum (1872-1950), que había mantenido intensos contactos con el gobierno republicano en su ayuda a los judíos procedentes de Alemania, por lo cual, los judíos tangerinos se mostraron totalmente republicanos. El diario judío de Tánger “Emeth”, comparaba la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos con la política racista de exclusión que estaba llevando a cabo Hitler en Alemania y contraponía las dos posiciones que mantenían al respecto sobre esta cuestión los dos bandos. Pero donde el apoyo de estos judíos a la causa republicana es más notoria, es en lo referente a la aportación judía a las Brigadas Internacionales.

En la España nacional, durante la Guerra Civil, los falangistas desarrollaron campañas sobre los judíos de diferente cariz, dependiente de adonde iban dirigidas; en el interior del país se utilizó la figura del judío, magnificándolo como enemigo de las esencias nacionales y relacionándolo como siempre con la masonería, el comunismo o el capitalismo liberal, todos ellos enemigos de la causa nacional. Si los dirigentes nacionales buscaban apoyos en el exterior (prensa norteamericana, francesa o británica), entonces eludían este aspecto, por considerarlo perjudicial contra su causa. Si la propaganda se realizaba en países de corte totalitario, como Alemania y en parte Italia, el asunto adquiere caracteres más complejos, por la controversia suscitada entre el Vaticano y el Reich alemán, y más tarde con Mussolini por el problema del racismo y los judíos, añadido a la ayuda que el bando nacional recibía del Gobierno italiano y alemán, lo que complicaba el problema. Por tanto, dejando aparte sectores de la Falange y el carlismo, la propaganda antisemita, fue en gran medida estratégica. Destacaba la idea de que los judíos se encontraban entre sus mayores enemigos, como eran el comunismo, la masonería y el propio Komitern contra los que se había desatado un verdadera cruzada y la idea de que en España la lucha contra los judíos no era más que la continuación de una guerra secular contra ellos.
 

Para ello se tomaba como referencia la expulsión judaica en 1492 y que cristalizó en la unidad de España, también se les consideraba detentadores y representantes del capitalismo financiero moderno y enemigos por tanto, de los Estados Nacionales, tal y como los denunciaba los ya citados “Protocolos de los Sabios de Sión”, que tuvieron gran expansión durante la Segunda República. Por último, el judaísmo pensaban que trataba de destruir las esencias y raíces cristianas, ideas que defendía el bando nacional. En cambio, el bando republicano fue visto por una gran parte de la judería occidental como el representante de la lucha contra el fascismo y visto por muchos judíos como un baluarte en su propia lucha contra sus enemigos, además del apoyo material que recibía, como fue el caso de la importante cantidad de judíos que participaron en las Brigadas Internacionales. La República y sus órganos de propaganda apenas si mencionan esta ayuda, como fue el caso de la Brigada Botwin, aparte de la ayuda que prestaron las organizaciones internacionales judías a los mandos de la República, aunque curiosamente la ayuda judía proveniente de la Unión Soviética, fue borrada deliberadamente por orden de Stalin, de cuyo antisemitismo nadie duda (en los archivos soviéticos aparece sólo el nombre del personaje, evitando su condición de judío con el conocimiento del propio Juan Negrín, que era el Presidente de la República). Dentro del bando nacional fueron claramente antisemitas, Mola, Millán Astray y Queipo de Llano; en cuanto a Franco apenas se le conocen discursos antisemitas, sólo referencias muy superficiales. Franco, cara al exterior, dejaba bien claro que la tolerancia con los judíos en el nuevo régimen sería total, invocando, como en épocas pasadas, la convivencia entre judíos, árabes y cristianos que fue muy intensa. Pero a medida que la guerra avanza, cuando se produjo enfrentamiento entre el Vaticano y el Reich alemán por la cuestión del racismo y los judíos, y también con el Gobierno italiano, las declaraciones de los militares del bando nacional fueron mucho más matizadas, a causa de que el Gobierno de Burgos no deseaba desairar al Vaticano por la cobertura moral que de él necesitaba. Franco, a medida que la guerra parecía de su lado, iba desmarcándose poco a poco de la influencia del nazismo y fascismo. Al finalizar la Guerra, en sus charlas radiofónicas, Queipo de Llano ya afirmaba que la entrada triunfal de las tropas nacionales se debió a los judíos de Tetuán y que éstos se olvidaran de las proclamas antisemitas de los otros generales. En la zona nacional habría que destacar también el antisemitismo identificando a los judíos con el mal, con la antiPatria que algunos intelectuales ofrecían. Es el caso de Juan Beneyto Pérez, Francisco Ferrari Belloch, Eugenio Montes Domínguez, fray Justo Pérez de Urbel, Fermín Yzurdiaga Lorca, Julio Camba Andreu, Víctor de la Serna, José Luis Gómez Tello, Luis Gutiérrez Santamarina, Agustín de Foxá y un largo etcétera. Pero el que más destacó con diferencia, fue el gaditano José María Pemán que lo expuso claramente en su obra “El Ángel y la Bestia”, publicada en 1938.

Ese mismo año, Pío Baroja publicó su obra “Comunistas, judíos y demás ralea” que causó una gran polémica, por su antisemitismo. Baroja ejemplificó las diversas contradicciones que existían en los escritores españoles, especialmente en lo que tocaba al tema de los judíos, lo que muchas veces les predisponían a favor o en contra de las interpretaciones históricas y utilizaciones políticas según el momento, pero que casi siempre hacían referencia a nuestra historia pasada. Otros lo hicieron de forma ocasional y puramente estratégica para congraciarse con el bando nacional, pues pasado el tiempo,  remitieron en sus críticas. Eran conocidos como las “antisemitas de pluma” y que en 1938 se intensificó. Uno de los impulsores fue el padre Juan Tusquets Terrats, destacado antijudío, antimasón y anticomunista, dueño de una editorial; tras evadirse de Barcelona se instaló en Burgos logrando el apoyo de las autoridades franquistas para iniciar una campaña antisemita a través de sus publicaciones.


Al acabar la Guerra Civil, y en el entorno del bando vencedor, se fue creando un clima antisemita, por la influencia que estaban ejerciendo las autoridades alemanas y sobre todo su prensa: “Münchner Zeitung”, “National Zeitung” y “Völkisscher Beobatcher”. La acusación de que los judíos fueron los causantes de la Guerra Civil española, fue constante, incluso en el bando vencedor. El predominio del sentimiento antisemita durante los primeros meses después de haber concluido la guerra fue evidente; durante la toma de Barcelona, las tropas de Yagüe saquearon algunas sinagogas de la ciudad, idéntico fenómeno ocurrió en las ciudades del norte de África, que no se respetaron a aquellos judíos que habían ayudado a Franco. Sin embargo, la importante comunidad judía de Tetuán festejó el triunfo del bando nacional. Durante el primer año se produjo una especie de antijudaismo difuso. La policía española había creado un Archivo Judío, que dirigido a los gobernadores civiles, solicitaba se enviasen los nombres de los judíos de su provincia, su vida, sus contactos, su ideología y sus posibilidades de acción contra el nuevo Estado, pero la policía española fue reticente, a veces, de que la Gestapo accediera a este archivo, aunque insistieron repetidas veces. Paradójicamente, se crea el Instituto de Estudios Hebraicos Arias Montano en 1941 visitado por el historiador judío M. Newman en 1943 que también interviene en la Asociación de la Prensa, sin ningún impedimento. En 1940 se permitió la entrada en España de conocidas familias judías del mundo de las finanzas procedentes de Francia, que huían precipitadamente del avance alemán utilizando España como tránsito hacia Estados Unidos; familias Rothschild y Guggenheim.

Empezada la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno de Franco tendría también una actitud controvertida en cuanto a la ayuda a los judíos, adoptando una actitud acomodaticia y estratégica, pero que en muchos casos supuso la salvación de muchos de ellos. En este artículo hemos comentado la actitud de diplomáticos españoles que acudieron en defensa de los judíos (Rascón en Constantinopla, el conde Ballobar en Jerusalén, en el norte de África y durante la Segunda República en el artículo anterior). La cuestión era ahora mucho más grave y que prácticamente afectaba a los judíos de toda Europa. España al ser un país neutral, tenía a su favor, para la salvación de judíos, el Decreto de 1924, por el que se concedía la nacionalidad española a aquellos que pudieran demostrar que descendían de los judíos españoles expulsados en 1492, pero que podría acarrear la entrada masiva de judíos produciendo problemas de subsistencia al Gobierno de Franco por estar España prácticamente en ruinas después de la Guerra Civil. La posición del Gobierno español ante el Holocausto, aunque teñida de coyuntura histórica, tiene mucho que ver con la tradición española que venía serpenteando tiempo atrás en la relación con los judíos, utilizando por ambas partes, judíos y españoles, de otro reencuentro como un activo para intereses mutuos, independientemente de la acción humanitaria, que también influyó. La actuación de determinados políticos españoles, furibundos antisemitas, al ver el desarrollo del Holocausto, fue diametralmente opuesta: Julio Palencia, Ginés Vidal y Saura, Agustín de Foxá y Jiménez Caballero entre otros.

En general, se puede decir que la posición del Gobierno de Franco no es fácil de delimitar, aunque su actuación fue producto de la coyuntura histórica y su utilización política, que en comparación con otros países, fue bastante más positiva y humanitaria. Durante el periodo 1940-41 la política exterior del régimen con respecto a los judíos tenía cierto mimetismo con Alemania, influenciada por sus fulgurantes victorias, que salvo casos puntuales, la política de Franco fue obstruccionista con respecto a los judíos. Posteriormente y como consecuencia de los Acuerdos de Wannsee en 1942 (existe una película, “Conspiración”, que relata los hechos reales de esa reunión, dirigida por Frank Pierson, en 2001), la “Solución final” y del cambio de rumbo que iba tomando la guerra europea, la política exterior española comienza a hacer una permisividad de la entrada de judíos en España por el capital político y su supervivencia como tal; se juega la carta de la salvación de los judíos como argumento de fuerza para desvincularse de los países perdedores; Alemania e Italia, y así evitar el aislamiento internacional. En medio de esta situación de vaivén, se producen las meritorias y humanitarias acciones de los diplomáticos españoles (Ángel Sanz Briz en Budapest – la película “El ángel de Budapest” de Diego Carcedo de TVE, explica los hechos reales -), Sebastián Romero Radigales en Atenas, José Rojas y Moreno en Bucarest, Julio Palencia Álvarez-Tubau en Sofía, Bernardo Rolland y de Miota en París, Eduardo Propper y de Callejón en Burdeos, Alejandro Pons y Bofill en Niza, etc.), aunque es cierto que en informaciones aisladas del Gobierno se reconoce que se pudo hacer más por los judíos. Según el ministro de Asuntos Exteriores de Franco, Fernando María Castiella (1907-1976) dijo a propósito de los sefarditas de Salónica: “Se pecó de excesiva prudencia y se pudieron salvar más”.

A partir de 1943, es cuando Alemania, viendo el cariz que tomaba la guerra, solicita la aceptación de judíos, por parte de España y en 1944, la permisividad hacia la entrada de judíos en España, especialmente los sefarditas, se hace más palmaria. Continuaba la magnificación como arma política de la imagen exterior española, utilizando para ello la posición del Gobierno ante los movimientos antisemitas del mundo, constante en la larga relación de España con los judíos, sin relación, a veces, con el color y la ideología de los Gobiernos. En reciprocidad, los propios judíos invocaban siempre, o casi siempre, su amor a la patria que un día los expulsó, conservando la misma lengua y costumbres. Era una especie de cordón umbilical por el que estaban unidos. Este tipo de relación a través de la historia fue siempre constante. El embajador español en Washington, Juan Francisco de Cárdenas, casado con una sefardita, que trabó amistad con el presidente de la Comisión Política del Consejo Mundial Judío, Maurice Perzlweig, consiguió en 1944 que 365 judíos españoles se repatriaran del campo de concentración Bergen Belsen. A partir de entonces, la política de protección a los sefardíes se reforzó, pues se cursó a todas las embajadas españolas en Europa y en el continente americano que difundieran la política de protección a los judíos, especialmente los sefarditas, por parte del Gobierno español. Fue un paso más para desvincularse de los países del Eje.

Acabada la Segunda Guerra mundial, y para evitar el aislacionismo que España sufría por parte de la mayoría de las naciones que componían la recién creada ONU, al haber sido aliada del Eje Alemán-Italiano y por tanto enemigo de las potencias vencedoras, el Gobierno echó mano en el exterior del papel que había desempeñado en España en la salvación de judíos, para contrarrestar la idea de estar alineados con los nazis, a los que se culpaba de la exterminación de más de seis millones de judíos. Se presentó entonces un nuevo problema con los judíos, pues en 1948, Israel se convirtió en Estado independiente, pero España no reconoció a Israel hasta 1986. Uno de los principales objetivos del Gobierno español era que el Gobierno de Israel reconociese al régimen de Franco, argumentando la salvación de judíos de las atrocidades nazis. Se crearon embajadas en ambos países, después de diversas reiteradas negativas israelitas, que duraron 38 años, aduciendo la vinculación del régimen español a sus mayores enemigos. Durante los finales de los cincuenta y gran parte de los sesenta, el enfrentamiento entre el ministro de Asuntos Exteriores, Castiella, personaje proárabe, se agudiza, creándose un “lobby israelí” dentro del gobierno de Franco, que abogaba abiertamente por el establecimiento de las relaciones con Israel. Al mismo tiempo, se desarrolló la operación “Yakhin”, orientada a la protección y evacuación de las comunidades judías del Marruecos español, que había logrado su independencia en 1956 y donde existía una numerosa comunidad judía que empezaba a sentir los efectos del conflicto árabe-israelí.

Previamente, se había repetido la historia, como en el Holocausto, de los judíos perseguidos en Egipto y otros países árabes en las diferentes guerras habidas entre Israel y los estados árabes (Guerra de los Seis Días, Conflicto de Suez, del Sinaí, etc.) motivadas por la creación del Estado de Israel. España amenazó a Egipto con pedir una indemnización por la persecución que sufrían los judíos, especialmente los sefarditas, recordando el edicto de 1924, de que los sefarditas eran súbditos españoles. También la “Anglo Jewish Association” solicita al embajador español en Londres, Miguel Primo de Rivera, protección para los judíos. La misma petición hizo la Federación Sefardita de Jerusalén dirigiéndose al Consulado español de esa ciudad, pero con la preocupación de la especial relación que España tenía con los países árabes debido al bloqueo comercial que los árabes mantenían sobre Israel en el que empresas españolas intervenían. Aun así, seis familias sefarditas fueron expulsadas de Egipto y otras estaban en cárceles egipcias esperando su expulsión. A otro grupo de importantes industriales judíos como los Braunstein, Roberto Caraso o Máximo Coronel les fueron embargados los bienes.

Debido a una serie de visitas, autorizadas por el Gobierno español, de diferentes personalidades civiles y militares judías, y en el más absoluto secreto, para evitar cualquier filtración que pudieran llegar a los oídos de los árabes, se prepara y ejecuta la evacuación de unos 30.000 judíos, de los 420.000 que habitaban en Marruecos, hacia Israel, ayudados por miembros de las comunidades judías españolas como Samuel Toledano y Max Mazin, presidente de la comunidad israelita en Madrid. En 1953, se inician los primeros contactos entre los servicios secretos de Israel (Mossad) y el Gobierno de Franco. Se estaba creando o ya se había creado, como se ha comentado, un “lobby” con la intención de conseguir un acercamiento a Israel como paso previo al establecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países a través de conversaciones al más alto nivel, vía Londres, Paris, Roma y países nórdicos y especialmente vía Washington entre el embajador José María de Areilza (1909-1998), José Félix de Lequerica y el embajador hebreo, Moisés Tsur, así como con Golda Meir.

El deseo de consolidar las relaciones con el Estado de Israel salta a la opinión pública española; de hecho numerosos periódicos españoles escriben sobre las noticias en Israel, sus personajes importantes y su cultura, perdonando, por parte de los rabinos, la actuación de los españoles hacia los judíos en la época medieval, la actuación de la Inquisición, y sobre todo la expulsión de 1492, aunque los descendientes de los sefarditas desaparecidos en el Holocausto, especialmente a partir de 1946, reclamaban al Gobierno español la agilización de los trámites para la devolución de sus bienes confiscados. En 1962, a través del embajador español en Atenas, Juan Ignacio Luca de Tena (1897-1975), junto con el embajador español en Alemania, Luis de Urquijo y Lanchedo, urgen al ministro Castiella que presente en el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán la petición formulada por el Gobierno español; eran 600 los sefarditas las víctimas que habían conservado la nacionalidad española. Se sabe que en la época del presidente Aznar se hicieron parte de esas indemnizaciones. Pero aún quedaban bolsas de antisemitismo casi medieval en la España de Franco, en sectores tan sensibles como el de la educación; – “los judíos matan a niños”, – se observa en el libro de primer grado de historia de Agustín Serrano de Haro, “Yo soy español” quejándose el presidente de la “Federación Sefardita Mundial” -por lo que el presidente de dicha federación, sugiere al ministro Castiella la revisión de estos libros dedicados a niños y adolescentes españoles. No se conoce la respuesta de Castiella pero la prensa internacional como “The Times” o el “Diario Israelita de Caracas” recogen noticias de la buena integración de las comunidades judías en la sociedad española. Aunque la presión judía ante las autoridades españolas no cesa, ya que diferentes comunidades judías, insisten una y otra vez para que los sefarditas recuperen sus derechos y bienes: Comité Judío Americano, el representante norteamericano en la Comisión de los Derechos Humanos, la Comunidad Sefardita de Chicago, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados y la Cruz Roja Internacional. A fuerza de insistir al gobierno egipcio, y a través del entonces embajador español en Washington, Merry del Val, y de la embajada española en El Cairo, y con la ayuda “American Jewish Comitee” se consigue liberar y evacuar a 27 judíos junto con otros 60 detenidos en Alejandría y El Cairo, a España en el barco español “Benicasim”, a pesar de que la presión de los países árabes para que España no estableciera relaciones diplomáticas con Israel fue muy intensa. Las relaciones comerciales España-Israel empiezan a materializarse con los vuelos entre Madrid y Tel Aviv de las compañías aéreas “El Al” e Iberia a pesar de las presiones árabes. En España comienzan a fundarse instituciones culturales de acercamiento a Israel y a los judíos como “La Amistad Judeo Cristiana” participando en ella personajes tanto judíos como españoles, como Max Mazin, Camilo José Cela o el periodista Pedro J. Ramírez y el presidente de la “Federación Sefardita Mundial”, Dezag Monfefiore, visita España. A pesar de las continuas visitas y viajes de altos representantes de la Monarquía Española  – ya había muerto Franco – a Israel – el rey Juan Carlos, como la reina Sofía –a sinagogas -, Adolfo Suarez a los Estados Unidos,  la presión de los estados árabes seguían lastrando la ya deseada relación diplomática. Helmut Kohl, canciller alemán, intervino en las negociaciones. El rey Juan Carlos visitó al rey Hussein de Jordania y al rey de Arabia Saudita para convencerles de la conveniencia que España se relacionara diplomáticamente con Israel. Pero no fue hasta que vino a España en 1980, en nombre del Gobierno de Israel, Samuel Hadas, judío argentino, cuando se propició que seis años después se establecieran relaciones diplomáticas plenas entre los dos países, siendo nombrado Hadas primer embajador israelita en España. Finalmente, en enero de 1986 se establecen relaciones diplomáticas plenas – después de años de tímido acercamiento debido a los resquemores mutuos y a que España ingresó en la ONU en 1955 – bendecidas por la frase lapidaria de Shimon Peres (entonces Primer Ministro israelí) a Felipe González Márquez (entonces presidente del Gobierno español):
Nos volvemos a encontrar después de 500 años”.
Habían pasado 494 años desde la expulsión de los judíos de España por los Reyes Católicos en 1492.

3. EL INCENDIO DEL HOTEL ¨CORONA DE ARAGÓN ¨, ZARAGOZA 1979

El 12 de julio de 1979, el diario La Vanguardia abre su edición con un tremendo titular: “Trágico despertar en un hotel de Zaragoza”

El hotel Corona de Aragón (Actualmente Meliá Zaragoza) era el único hotel de 5 estrellas de la ciudad. Aquel día se encontraba en un 70% de ocupación, especialmente de militares y familiares de estos que iban a asistir a la entrega de despachos de la 36ª promoción de la Academia Militar. Entre sus huéspedes se encontraba Carmen Polo, la viuda de Franco, junto con su hija, yerno y nietos.

El total de fallecidos fue de casi 80 personas y nunca se ha podido determinar la responsabilidad de aquel acontecimiento. Las sospechas cayeron sobre ETA y algún que otro grupo terrorista que actuaban en plena transición española.

Hasta febrero del 2009 el Tribunal Supremo no reconoce que el incendio fue intencionado y concede a una de las victimas las ayudas destinadas a las victimas del terrorismo.


4. SEMBLANZA DE IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN, José Luís Melero


Los antiguos cronistas de sociedad hubieran comenzado explicando que Pilar Cavero, una joven de la buena sociedad zaragozana, descendiente por línea directa del conde de Sobradiel y del general carlista aragonés Francisco Cavero y Alvarez de Toledo, a quien don Ciro Bayo utilizó como personaje en alguna de sus novelas, matrimonió con un militar Martínez de Pisón y se fue a residir a Logroño. Pero fue su voluntad expresa que todos sus hijos fueran zaragozanos y aquí venía al final de cada embarazo para que nacieran en tierra aragonesa. Ignacio fue el segundo. Era el año 1960. Estaba condenado a ser un zaragozano de pura cepa.
Al morir su padre siendo él apenas un niño la familia volvió a Zaragoza. Estudió en los jesuitas y luego se licenció en Filología Hispánica en nuestra Universidad. Allí nos conocimos en 1978 y de esa época son algunos de sus mejores amigos zaragozanos como el profesor de literatura Antonio Pérez Lasheras. Al terminar la carrera Ignacio se marchó a Barcelona a cursar Filología Italiana. Era en realidad un pretexto para no tener que comenzar a dar clases, pues él ya había decidido que quería ser escritor. Allí escribió con sólo 22 años su primera novela La ternura del dragón, a la que seguirían un volumen de cuentos Alguien te observa en secreto y dos "nouvelles" reunidas bajo el título de Antofagasta. Tenía por entonces 26 años y la crítica ya lo consideraba como una de las grandes revelaciones de la nueva narrativa española. Su extraordinario talento literario lo confirmó en sus libros siguientes: Nuevo plano de la ciudad secreta (Premio Gonzalo Torrente Ballester de novela, 1992), El fin de los buenos tiempos, Carreteras secundarias y Foto de familia; y sus portentosas facultades le han permitido a la vez escribir novelas juveniles (El tesoro de los hermanos Bravo, El viaje americano y Una guerra africana), hacer adaptaciones para el teatro (El filo de unos ojos), convertirse en un cotizado articulista de prensa y crítico literario (ahora en las páginas del ABC Cultural) y firmar guiones cinematográficos como el que, basado en su novela del mismo título, dio origen a la película Carreteras secundarias que dirigió Emilio Martínez Lázaro. Las más importantes editoriales europeas -Gallimard y Einaudi entre ellas- han traducido sus libros y sólo su fidelidad a Anagrama le impide que atienda las ofertas millonarias de las más poderosas editoriales españolas. Es hoy uno de los grandes narradores españoles y el punto de referencia además de una extraordinaria generación de escritores aragoneses que comparten amistad y pasión por la literatura: Antón Castro, Mariano Gistaín, Ismael Grasa, Miguel Mena y Felix Romeo, entre otros.
Entre tantas páginas escritas le dio tiempo a casarse con su novia de siempre, Mª José Belló, hija del que fuera jugador y laureado entrenador zaragocista Luis Belló, y de tener dos hijos, Eduardo y Diego.
Tiene Ignacio aspecto de eterno adolescente y es culto y brillante, tierno -La ternura de Pisón tituló Luis Alegre una magistral semblanza suya- y divertido. Es en verdad un buen tipo y el más leal y generoso de los amigos que uno pudiera soñar.
No heredó de sus antepasados carlistas antiguos fervores políticos, pero sí un inveterado -y quizás inconsciente- amor a Zaragoza. Salió de aquí hace casi 20 años, pero no pasa un día sin que lea la prensa de su ciudad, ni un domingo sin que llame a algunos de sus amigos zaragozanos -forofos como él del Zaragoza- para comentar las incidencias del partido recién jugado y compartir con ellos la alegría de la victoria o la decepción de la derrota. Además mantiene casa en Zaragoza; recupera en cada una de sus frecuentes visitas su tradicional tertulia en un café de la calle Blancas; matricula siempre sus coches en nuestra ciudad, aquí sigue empadronado y aquí viene a votar para las elecciones. Por todo ello, concluirían los antiguos cronistas de sociedad, al hacer a Ignacio Martínez de Pisón hijo predilecto de Zaragoza, nuestra ciudad se honra al reconocer en él a uno de sus hijos más ilustres. ¡Que se note¡ que diría Mariano Gistaín, y que le regalen por lo menos un abono para el fútbol.



 

5. Babelia: Francisco Solano, 22 de sept 2015

MARTÍNEZ DE PISÓN, LA FAMILIA SIEMPRE CUENTA

'La buena reputación', con el que ha ganado el premio Nacional de Narrativa, es un caudaloso novelón escrito con un estilo vigoroso pero casi invisible

 Más que larga, La buena reputación es anchurosa; se dilata por los bordes, no por impetuosidad, sino por abundancia. Es la historia de una familia, más netamente de cinco de sus miembros, de abuelos a nietos, que cubren cinco novelas sucesivas dedicadas a cada uno de ellos, las cuales abarcan desde los años cincuenta hasta los ochenta, brindando un variadísimo retrato moral de la clase media española. Un relato como los de antes, declaradamente decimonónico, con personajes ni excesivos ni chocantes, acaso algo inmoderados, pero de tentaciones templadas, y en ocasiones aburridos, en todo caso gente corriente, con malevolencias comunes, cobardías comprensibles, una conducta tan factible que nos exime de juzgarlos. Gente afectada por la historia, pero que se amparan en el ámbito doméstico; y allí moldean el carácter y los sentimientos de pertenencia, y de allí les vendrá a los nietos la herencia anímica y un patrimonio que tendrán que afrontar. Una familia ni infeliz ni desmembrada, pero ejemplar en sus intrincadas simulaciones y ofensas de toda la vida.

Pero, bajo el foco de la narración, una familia no ciegamente anodina, como tampoco resulta anodina la elección de Melilla, origen y culminación del relato, aparentemente desubicada de la historia de la Península, con una inestabilidad que dota a la novela de un marco de relevancia al incluir una operación del Mosad -que contó con el beneplácito del régimen de Franco, pese a no reconocer el Estado de Israel- para sacar judíos de Marruecos y llevarlos a la tierra de sus ancestros. En la operación interviene, muy discretamente, el cabeza de familia, Samuel, judío necesitado de hacerse valer en su comunidad, casado con una gentil de Zaragoza, Mercedes, a donde ella obligará a regresar a la familia, fortaleciéndose ella en su arraigo y desarraigándole a él de su pertenencia. La novela discurre, sobre todo, entre Melilla y Zaragoza, con periodos de tránsito en Málaga, y con los desplazamientos asistimos al crecimiento de las hijas, de caracteres opuestos, Miriam y Sara, a sus amores y frustraciones, a la acomodación a un matrimonio sin complicaciones, a la llegada de los hijos y a la imperiosa influencia de la abuela sobre los nietos, a quienes emplazará, en un bucle maligno, a aceptar una herencia que los devuelve a Melilla, cerrándose así la novela en un círculo un tanto sarcástico que lleva a repetir en los nietos, con variaciones, ciertas experiencias de cobardía y culpa que ya habían padecido los abuelos.

Como en toda saga familiar, es inevitable sentir que o bien el autor se ha demorado excesivamente contando demasiadas menudencias de un personaje, con un notable alarde de cronista adicto al realismo, o bien que no hay razón para que apenas sepamos qué ha sido de aquel otro. Martínez de Pisón ha elegido a Miriam dejando en la penumbra a Sara, y a Elías y Daniel, los hijos de Miriam, para completar el cuadro familiar. La saga resulta así demediada, y si acaso el resultado, con la inclusión de la parte omitida, hubiera dado un relato descomunal, esta novela de por sí dilatada difunde igualmente la curiosidad no satisfecha por lo descartado, a pesar del buen provecho que el autor ha logrado de los cinco protagonistas de sus novelas. Pues no cabe dudar, en efecto, de la excelencia narrativa de La buena reputación, escrita con notable concisión, sin permitirse florituras ni sintaxis rocambolescas, perfectamente adaptada a la fluencia de los hechos, siempre clara y pertinaz, que se va imponiendo de un modo creciente según avanza la lectura (la novela va ganando en intensidad a medida que se acerca a los años ochenta) y prendiendo el interés gracias al espléndido dominio de la peripecia, a la paciente gradación psicológica, al estudio de caracteres. Y todo ello con un vigoroso estilo casi invisible, muy apreciado por los maestros del XIX, a cuya estirpe tardíamente se acoge Ignacio Martínez de Pisón con este caudaloso novelón familiar, confiado en obtener de aquellas sombras una aceptación absolutoria.

6. Revista Turia: José Mª Pozuelo Yvancos

EL MUNDO NOVELÍSTICO DE IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN

El mundo novelístico de Ignacio Martínez de Pisón es dilatado, y se ha venido afianzando en una progresión creciente, desde 1983 hasta que, casi treinta años después de haber comenzado a publicar, ha conseguido con su novela El día de la mañana (2011) el reconocimiento nacional del premio de la Crítica, que viene a hacer oficial lo que los lectores iban sabiendo: que se encontraban con uno de nuestros narradores más solventes, dueño de una obra sólida que básicamente ha servido para mantener una renovada apuesta por la conexión de la literatura con la realidad, en formas narrativas herederas del realismo, pero modificador de ellas por distintas maneras que me propongo analizar. Sus novelas trazan un dibujo en que casa muy bien lo interior y lo exterior, lo psicológico y lo social, la historia familiar y la crónica política, hasta logar un cuadro muy coherente de la vida sentimental y política de la España de la segunda mitad del siglo XX.

Las dualidades a las que me he venido refiriendo, interior/exterior, sentimental/político, personal/social, tienen además la particularidad de delimitar dos ámbitos de predominancia en el desarrollo de su propia obra novelística. Podría decirse que hay en ella dos etapas: la primera comprendería el ciclo formado por cuatro novelas familiares, que comienza con la infancia de La ternura del dragón, la adolescencia de Carreteras secundarias, ambas edades asimismo en tránsito en María bonita, y que culminan con el acceso a la juventud liberadora del nido de los padres por parte de tres hermanas de una familia burguesa de Zaragoza en El tiempo de las mujeres (2003), la novela más ambiciosa y lograda de esta primera etapa con la que Martínez de Pisón pone broche a su ciclo social-familiar.


El segundo ciclo comienza ya con la que pasó como novela juvenil, la titulada Una guerra africana (2000), ambientada en la guerra de Ifni, pero obtiene un reconocimiento masivo de público y crítica con una crónica narrativa de hechos reales, titulada Enterrar a los muertos (2005), que persigue la verdadera historia no contada de José Robles, asesinado por los comunistas junto a quienes luchaba en tanto miembro de las Brigadas Internacionales. Tanto la novela de ficción Una guerra africana como este libro de narrativa de no ficción marcarán ya una dirección decisiva en su obra, puesto que Martínez de Pisón no abandonará su interés por la vida política y la historia colectiva. Lo que ocurre es que sus dos  novelas siguientes, tituladas Dientes de leche (2008) y El día de mañana (2011), suponen el casamiento de las dos direcciones que he enunciado porque se sirve de unas historias familiares-personales recorridas en un fondo socio-político: en Dientes de leche por medio de la vida durante la transición de los descendientes de un fascista italiano que luchó en el frente del Ebro a favor de Franco; en El día de mañana por la persecución a través de testimonios de quienes le conocieron de la historia de un chivato de la policía durante el franquismo en Barcelona. Estas dos novelas permiten a Martínez de Pisón unir de manera decisiva las dos facetas anteriores, en un vaivén muy bien orquestado entre lo personal y los contextos familiares y lo político social.

7. IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN: LA BUENA REPUTACIÓN


Con los premios literarios (me refiero a los que quieren mantener cierto prestigio y rigor crítico, no a iniciativas de autopromoción comercial como el Planeta) ya se sabe lo que pasa: unas veces aciertan y otras veces dan la nota de mala manera. Que valga lo mismo el Premio Nobel de Coetzee que el de Modiano es algo que no se termina de entender, y si algún día se lo dan a Murakami... Pero bueno, hoy hablamos de un Premio Nacional de Narrativa, y los Premios Nacionales de Narrativa suelen ser bastante fiables, por no decir que, por lo general, apuestan sobre seguro. Si vemos la lista de los últimos premiados, casi parece que estamos a leer el canon de Los Consagrados de la literatura española actual: Cercas, Marías, Chirbes... (Ninguna mujer en los últimos veinte años, por cierto…).

El premio a La buena reputación de Ignacio Martínez de Pisón está en esa misma línea de apostar por un valor seguro, no porque Martínez de Pisón esté a la altura de canonización casi unánime de Marías o Cercas, sino porque se trata de una novela clásica, muy clásica, lo que no quiere decir que sea una mala novela. De hecho, esa es la mayor crítica que se le puede hacer a la obra y a su autor (y a los que la han premiado): que se trata de una novela mucho más moderna que posmoderna; casi decimonónica, como han dicho ya otros críticos, por su objeto, por su técnica, incluso por su extensión.

Para empezar, La buena reputación cuenta la historia de tres generaciones de una misma familia. ¿Qué puede haber más decimonónico que contar la historia de tres generaciones de la misma familia? (Sí, Kirmen Uribe también hacía lo mismo en
Bilbao-New York-Bilbao, pero con una técnica completamente diferente y mucho más actual). En este caso se trata de una familia de origen judío que reside en Melilla: los padres, Samuel y Mercedes; las dos hijas, Miriam y Sara, y más adelante, los nietos, Elías y Daniel. A cada uno de estos personajes (salvo Sara, por algún motivo) se dedica una de las secciones del libro,: "La novela de Samuel", "La novela de Mercedes", "La novela de Miriam”, etc.

Quizás el tema más recurrente en el texto sea el de los orígenes y su relación con la identidad: Samuel es un judío muy poco apegado a su religión, pero aun así arriesgará su vida, su dinero y su salud para salvar a los que intentan huir de Marruecos; Mercedes hace todo lo posible por volver a Zaragoza, como Miriam, años después, hará todo lo posible por volver a Melilla. También la culpa, el remordimiento, la inocencia y la redención son cuestiones que parecen transmitirse de generación en generación, infectando a todos los miembros de la familia.

Quizás sea porque el exotismo los hace más atractivos, o porque tienen mayor carga épica, pero los capítulos que más enganchan son los dedicados a la estancia de la familia en Melilla, hasta que por miedo a una posible anexión a Marruecos deciden trasladarse a Málaga, y poco después a Zaragoza. A partir de ese momento, la familia se vuelve más anodina, los personajes más planos (salvo el tremendo personaje de Felisa, la criada, que sobresale como si tuviera más dimensiones que el resto) y el interés de la acción decae levemente. Técnicamente, no hay diferencia entre unas novelas y otras, más allá del cambio del cambio de foco de unos personajes a otros: la historia siempre nos es presentada por un narrador omnisciente levemente irónico pero en general poco interventivo, y con un estilo cuidado y libre de clichés, pero sin ornamentos de excesivos.

Por eso, nadie podrá decir que darle un premio a La buena reputación sea un error: es una buena novela, un novelón decimonónico en pleno inicio del siglo XXI, bien documentado, bien escrito, bien construido, que juega con un inteligente perspectivismo que no intenta ser efectista sino eficiente. (Samuel es un héroe en su propia novela; lo es mucho menos en la novela de su mujer). Lo que tampoco podrá decir nadie es que Martínez de Pisón haya revolucionado la novela española con esta obra; tampoco se lo proponía, seguramente. 


8. LUIS GARCÍA MONTERO:

Leo la última novela de Ignacio Martínez de Pisón, La buena reputación (Seix Barral, 2014), y reconozco en mí el protagonismo de la figura del lector. No se trata sólo de que me guste mucho el libro, sino de que sienta en cada página la importancia de la mirada del lector. Su privilegio en el hecho literario. La retórica llama narrador omnisciente al autor que escribe desde la perspectiva del saber absoluto. Más allá de lo que conoce cada uno de sus personajes, la voz que cuenta llega hasta cada rincón de las ciudades, cada recuerdo de todas las memorias y cada sueño de las noches que pasan con los silencios, los miedos y las ilusiones de la gente. La lectura de La buena reputación consigue crear un lector omnisciente, alguien que en un argumento lleno de sorpresas siente que se lo sabe todo, porque todo lo que descubre habla de él mismo y de la historia de su familia.

Es un privilegio conseguido por la literatura en una historia que tiene que ver con la identidad, las repeticiones y el sentido de la permanencia. Las personas cambian mucho. Sabemos que las personas no están selladas con plomo, que la vida extiende sus hilos y teje un ser domado de un rebelde, un alma rencorosa de un ejemplo de amor o un adúltero de la fidelidad andante. También la mezquindad se transforma en voluntad de entrega y el egoísmo en sacrificio. Lo sabemos al valorar el paso de los años en la existencia de los demás. Pero como los años pasan al mismo tiempo por nosotros, y nos cambian, y nos descambian, no alcanzamos a calibrar del todo el sentido de la mutación, esa perpetua materia en movimiento que llamamos identidad. La literatura ilumina lo que diluye la costumbre.

Los poemas hablan de peces que quieren ser pájaros o de vientos que sueñan con la quietud de la piedra. Las obras de teatro ponen en escena un biombo para que el hombre que entra en él salga convertido en una muchacha o la directora autoritaria en un alumno castigado. Las buenas novelas no necesitan otra experimentación que la de contar la historia de una familia. Nos enseñan así la deriva de las mutaciones y los regresos, las curvas que se dan en el sentido de pertenencia, las fragilidades de la identidad y los códigos de la repetición. Nos enseñan que más allá de los héroes y los villanos, de las victorias y las derrotas, la vida es una tarea de resistentes.

La buena reputación se pone en marcha con la historia de un matrimonio. Mercedes, la hija de un militar católico, se casa con Samuel, un judío de Melilla, el hombre de confianza del Régimen franquista en la comunidad hebrea. La indagación profunda sobre la identidad que desata Martínez de Pisón no se limita a una atractiva geografía de cóctel: una ciudad española en África, junto a un Marrueco colonizado a punto de conseguir su independencia, en la que habitan tres dioses y muchos negocios en situación de incertidumbre. Tampoco basta con detectar las contradicciones de una mujer que se enamora y se casa con un judío, pero rechaza en su hogar la liturgia de la sociedad hebraica, y de un hombre que parece indiferente a los ritos y a las costumbres de su comunidad, pero acaba poniéndose en peligro para salvar a los judíos que necesitan huir de Marruecos hacia Israel.

Ni siquiera debemos quedarnos en los pies de barro del heroísmo, de cualquier heroísmo, pensando que Samuel sólo pudo ser un hombre justo con los judíos por el prestigio adquirido en los negocios de los militares franquistas. Lo que acaba imponiéndose en la novela es que La buena reputación no depende de la opinión de los demás, sino del mundo interior de los personajes, su forma de afrontar las herencias, la culpa, la ilusión, el secreto, la soledad, el amor y los pactos con la vida cotidiana. La existencia no es un poema épico por mucho que se empeñen los héroes de las patrias, las religiones y las consignas. La vida es la novela realista de cada ser humano, una novela en la que hay demasiadas situaciones propias de esa intimidad quebradiza que persiguen los buenos poemas líricos. El libro de Martínez de Pisón, que empieza narrando un rincón poco conocido de una identidad fuerte, la Melilla judía de la primera mitad del siglo XX, acaba deslizando una experiencia de conocimiento: el respeto que se merece cualquier ser humano. Más que juzgar desde lejos, conviene conocer por dentro la novela de cada personaje.

El lector vive la historia de los abuelos, los padres y los nietos… y se acostumbra a conocer. El lector omnisciente cierra el libro y piensa en su propia familia. Siente el deseo de llamar por teléfono, de preguntar, de interesarse, de volver a hablar, de quedar un día, de perdonar y ser perdonado.


9. FICHA DE LA BUENA REPUTACIÓN:

-       Género: realismo y costumbrismo muy influido por Pérez Galdós, novela histórica que abarca un amplio período de la historia reciente española (desde la posguerra hasta casi nuestros días, utilizando el recurso de una historia familiar de tres generaciones y, como marco histórico/geográfico, el norte de África, Málaga y Zaragoza.

-       El marco histórico viene descrito mediante la utilización de determinados hitos históricos como la situación de los judíos marroquíes y su lenta expulsión y también acontecimientos de tipo social como el incendio del hotel “Corona de Aragón”. De alguna manera estos acontecimientos confluyen e influyen en la evolución de la vida y los sentimientos de los personajes.
-       Tema: el lento paso del tiempo en el devenir de una familia de la posguerra, este paso del tiempo se refleja sobre todo en detalles cotidianos (cambio de casa y de ciudad, la compra de un coche, cierta evolución tecnológica como el tren y el teléfono y la trascendencia que estos avances tuvieron en la atrasada mentalidad de la sociedad española). El paso del tiempo visto en los pequeños detalles cotidianos, la influencia de la historia y los acontecimientos históricos en la vida de la gente, la evolución hacia otras costumbres más tolerantes de la mojigata sociedad española, el secretismo de ciertas actitudes y los silencios reflejadas en el no conocimiento de lo que ha pasado a otros miembros de la familia o personajes secundarios, las relaciones familiares y la falta de comunicación en una sociedad donde el silencio y la autocensura predominan, sociedad gris sin muchos estímulos (relaciones prohibidas), relaciones familiares marcadas por el secreto y el desconocimiento, el miedo al qué dirán, el aburrimiento y la rutina, la influencia de la religión tanto en el mundo judío como en el católico.

-       Personajes y recursos estilísticos muy convencionales, realistas pero hay muy poco riesgo en su planteamiento, tal vez premeditado. Narrador omnisciente, escasa acción  y todo - recursos y personajes - al servicio de la narración y de la crónica familiar.

Como película relacionada con el tema (hay muchas) se me ocurre “Canciones para después de una guerra”. Refleja perfectamente el estado de monotonía, falsas ilusiones, vidas rutinarias, grises y oscuras, silencios, represión y autocensura que caracterizaron a la España de la posguerra.

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